28 diciembre 1963
Oficialmente era un artículo publicado en La Tercera de ABC para homenajear al mandatario perecido
Joaquín Garrigues utiliza un artículo de elogio al asesinado presidente norteamericano John F. Kennedy para pedir democracia
Hechos
El 10.12.1963 D. Joaquín Garrigues publicó una Tercera de ABC para loar al asesinado presidente de los Estados Unidos y para reivindicar los regímenes constitucionales.
Lecturas
CON KENNEDY COMO EXCUSA
«Good Night Mr President»
“Buenas noches, señor presidente”. En la noche del día 22 de noviembre de 1963, horas después del trágico asesinato del presidente Kennedy, un niño norteamericano, de tres años de edad, cumplía precozmente, al pronunciar esas palabras, un deber de cortesía con el ya entonces presidente de los Estados Unidos, Lyndon Johnson. Ese niño, huérfano de padre, benjamín de una familia excepcional, soportaba el peso de un nombre que ya sólo la historia podía juzgar: John F. Kennedy.
Esta anécdota histórica ocurría en un salón de la Casa Blanca y en presencia de un grupo de personas íntimas de la familia Kennedy, del presidente Johnson y de la viuda del hasta entonces primer mandatario de la nación.
Horas antes un hombre oscuro, que dijo llamarse Oswald, tuvo en sus manos el insólito poder de cambiar, con un rifle de mil pesetas, la trayectoria política del mundo. Tres mil millones de seres humanos recordarán – hasta los límites de la memoria humana – aquella fecha y aquel nombre.
Aquel niño, que había empezado la historia de su corta vida como hijo del presidente de los Estados Unidos, perdía a su padre en sólo cinco largos, larguísimos segundos. Y su Casa Blanca, desde ea fecha, ya no sería su hogar. Delante de él, en su propia casa, un intruso era ya el presidente del país. En aquella casa, que ya no era suya, ante su madre, rota por el dolor de la soledad, aquel niño le daba las buenas noches a un señor que ya no era su padre, y , sin embargo, ya era, desde la eternidad de esos cinco segundos, el presidente de los Estados Unidos.
John F. Kenendy Jr. anuncia al mundo, en aquella hora trágica de una noche de noviembre, que hay un nuevo presidente en los Estados Unidos. Y al mismo tiempo se dice a sí mismo, sin que nadie lo oiga en aquel salón triste de la Casa Blanca, que su padre ha muerto.
Ni siquiera él, a los tres años de edad, tenía derecho a rebelarse contra aquella circunstancia insólita que le dejaba huérfano. Porque ciento ochenta millones de norteamericanos y otros muchos millones de ciudadanos en todo el mundo tenían el derecho inalienable, en virtud de un artículo de la Constitución, de tener un presidente y un leader que juraba su cargo en presencia del cadáver de su antecesor y de la viuda.
Los padres de la Constitución americana no tuvieron presente a la hora de redactarla el drama de la familia Kennedy ni el nombre del asesino Oswald. Nadie entre ellos pensó que un presidente de cuarenta y seis años de edad, válidamente elegido por su pueblo, pudiera ser asesinado ante doscientos cincuenta mil ciudadanos.
Los forjadores de la democracia americana no pensaron ciertamente en las viudas y los hijos de los presidentes violentamente desaparecidos. Para aquellos hombres el artículo de la ley que prevé la sucesión inmediata del presidente era consecuencia de un hecho incontrovertible: la temporalidad de la vida humana. Y siendo la vida humana temporal, la Constitución, que ha de velar por el bien de la comunidad, tiene forzosamente que prever, olvidándose de circunstancias personales la continuidad de la vida pública.
Ante la magnitud de este problema, todos los demás pierden, en la hora presente, significación y trascendencia. No digamos el drama de la viuda y el hijo que pierden al marido y al padre. Ni tan siquiera importa que se rompa la continuidad de una determinada línea de acción política. La nueva frontera sobrevivirá o no. Esto ahora es accidental. Lo verdaderamente grave, en cambio, sería que en ese momento crítico, hubiese quebrado la continuidad de la vida pública.
Y de esta crisis los españoles tenemos quizá en nuestra historia pasada más ejemplos que ningún otro pueblo.
Quiera Dios que esas tristes palabras de un niño norteamericano, de tres años de edad, iluminen algún día las leyes constitucionales de todos los pueblos de la tierra y puedan, a su vez, aplicarse con la misma eficacia.
Joaquín Garrigues Walker
–
La censura no detectó las referencias, el entonces director de ABC, D. Luis Calvo Andaluz, tenía cierta habilidad en despistarla.
http://youtu.be/FOgLy1XEYgA