3 noviembre 1996

Los Quejereta deberán indemnizar a Javier Marías con 6 millones de pesetas

La película ‘El último viaje de Robert Rylands’ causa una batalla mediática y judicial del autor del libro, Javier Marías, contra los responsables de la adaptación Elías Querejeta y Gracia Querejeta

Hechos

El 3.11.1996 D. Javier Marías publica su Tribuna en EL PAÍS ‘El novelista va al cine’.

Lecturas

La obra literaria de D. Javier Marías ‘Todas las almas’, sobre la relación paternal entre un profesor y un alumno fue adaptada al cine por el productor D. Elías Querejeta con su hija Dña. Gracia Querejeta como directora, en la película, titulada ‘El último viaje de Robert Rylands’, se modificaron muchos elementos, el más relevante es hacer que profesor y alumno tuvieran una relación homosexual entre ellos.

El 3 de noviembre de 1996 D. Javier Marías publica en EL PAÍS una tribuna en la que despotricaba contra la película, causando sendas réplicas de los Querejeta. El conflicto acabaría en los tribunales con una sentencia favorable al Sr. Marías.

En sentencia del juzgado de primera instancia de 1998 ratificada por la Audiencia Provincial en julio de 2002 se condena a los Quejereta a indemnizar con 6 millones de pesetas al novelista por daños y perjuicios.

03 Noviembre 1996

El novelista va al cine

Javier Marías

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Hace más de cuatro años, el productor Q [Elías Querejeta] y la directora Q [Gracia Quejereta] propusieron al novelista M [Javier Marías] realizar la adaptación cinematográfica de su novela Todas las almas, que transcurre en Oxford. M contestó que no creía que ésa ni ninguna otra obra suya reciente fueran adecuadas para su traslación a la pantalla, pero Q y Q, como era preceptivo, se mostraron confiados, entusiastas y aun zalameros. En una de las conversaciones previas a la aquiescencia le M, Q el Mayor le habló de la relación homosexual entre dos personajes del libro, Toby Rylands y P. E. Cromer-Blake. «No hay nada de eso, ni la menor insinuación», respondió M atónito. ¿No? ¿No han sido amantes? Se dice que Cromer-Blake es homosexual, y no se descarta que Rylands también lo sea». «Y qué», dijo el novelista, «se trata de una relación de maestro y discípulo, paterno-filial a lo sumo, nada más». Aun así Q insistió con una pregunta en verdad genialoide:¿Estás seguro?». M pudo haber sido sarcástico pero no lo fue, e limitó a contestar o obvio: «¿Cómo no voy a estar seguro, si el libro lo he escrito yo?». M, ingenuo, respiró con alivio creyendo haber atajado a tiempo un grave malentendido de lectura.

Se acordó que el novelista no intervendría en el proyecto, pero también que la productora Q le mantendría informado de las diferentes fases del proceso de guión y realización, «de forma que se garantice el respeto de la adaptación cinematográfica al espíritu de la obra». Pasó el tiempo, y M fue discreto: no anduvo inquiriendo, esperaba siempre a ser informado. No lo fue mucho, y sobre todo lo fue cada vez menos. Cuando supo de la existencia de un guión, lo solicitó varias veces sin éxito, hasta que se impacientó y por fin le fue enviado. Lo leyó y quedó perplejo, pero como M es muy aficionado al cine y sabe que un guión no es una película en mayor medida que los planes de un arquitecto son el edificio o una partitura es la música interpretada, calló y esperó a ver si los guionistas Q y Q mostraban interés por conocer su opinión. No mostraron ninguno, ni volvieron a dar señales de vida en mucho tiempo. M siguió algunas vicisitudes del rodaje en Oxford sólo por la prensa, o a través de un conocido suyo oxoniense que intervino en él como extra. Por la prensa se enteró del término de ese rodaje, y por ella supo, meses más tarde, que «la adaptación» de su novela se presentaba a concurso en el Festival de San Sebastián. En declaraciones de Q o de Q, leyó que El último viaje de Robert Rylands trataba «de la homosexualidad y la eutanasia». Algo milagroso, dado que en su novela no hay ninguna eutanasia y la homosexualidad aparece como algo lateral y anecdótico. Nunca vio un cartel ni un folleto, nunca fue consultado respecto a cómo debía aparecer su nombre en los títulos de crédito. Tuvo que ser él quien, ante la inminencia del estreno, se dirigiese al productor Q para que le dejaran ver la película antes, y por fin la vio el lunes 14 de octubre de este año. En los títulos de la versión original en inglés leyó: «Una adaptación libre de Todas las almas…» Pensó que, como adaptación, más que libre era loca, lo pensó según transcurría el metraje.

Y como M no era otro que quien esto firma, paso sin dificultades a la primera persona. No hace falta decir que una de las bases de la cinta es la relación homosexual de Ryland (que ya no se llama Toby) y Cromer-Blake (que se llama Alfred ahora, quizá por Hitchcock): no había malentendido hace cuatro años. Como en la novela, hay un profesor español, y quiero creer que el literario no es tan pánfilo como el cinematográfico. Cromer-Blake, sigue enfermo. Como en la novela, hay un aya hindú, pero no es la misma, en la pantalla vemos al tópico personaje exótico, sapiente y casi adivino, un cliché. El Ryland viajero sólo tiene que ver con Toby en lo externo: aquí es un tipo insoportable y borde que se pasa hora y media soltando imperteinencias sin cuento en el mismo tono y con el mismo gesto, un personaje plano que no se entiende por qué despierta variadas pasiones multisexuales cuando lo natural sería cruzar la calle nada más verlo. Tuvo un amor intenso -se nos dice, no lo notamos- con Cromer-Blake, pero una tarde se acostó con la hermana de éste, Jill, con tanta puntería que le hizo una hija, la cual, con 10 años, ignora quién es su padre. Es Jill, que no existe en la novela, es casualmente enfermera para que pueda enterarse de la enfermedad mortal de su hermano sin ningún problema. Aparece un estudiante negro que nunca habría sido admitido en Oxford: no por su raza, sino por sus absurdos modales más bien propios de Berkeley en los años sesenta y por su pésimo e incomprensible acento en la lengua que estudia, el español. Todo es melodramático y más bien solemne, la historia parece salida de un culebrón de sobremesa, con sus paternidades secretas, sus sexualidades triangulares y su viril eutanasia. El humor y la ironía de la novela están ausentes.

La dirección es mucho mejor que el guión y trata con sobriedad bu liada sobrio material. La música es excelente, y buena la fotografía. El actor Ben Cross hace un Cromer Blake convincente, y el veterano secundario Maurice Denham está magnífico en sus breves apariciones. Hay un exceso de travellings que no logran su propósito de emocionar, y a veces tuve la impresión de estar viendo una serie televisiva de la BBC: cuidada, decorosa, academicista, sin atrevimiento ni inspiración. Los diálogos son inverosímiles a menudo, pero no me parecieron tan «estupefacientes » como a la revista inglesa Time Out. En algunas escenas me descubrí impacientado, dando golpecitos con un pie en el suelo, y en algún momento abochornado, pensando: «Santo cielo, habrá gente que creerá que esto está en mi novela». Salí de la proyección … Bueno, dejémoslo.

Los críticos españoles han encontrado la película estupenda y el guión perfecto. Puede ser, a mi juicio no tiene especial valor a ese respecto. Pero sí lo tiene a la hora de juzgar, pues quién podría si no, «el respeto al espíritu de la obra», nulo según mi juicio. Tanto si El último viaje de Robert Rylands es una obra maestra como si es espantosa, en todo caso tiene muy poco de la letra y nada del espíritu de Todas las almas. Yo, por otra parte, estaba convencido de que los artistas trataban bien a sus fuentes de inspiración. Después de esta primera experiencia, dudo que permita que ninguna otra obra mía sea «adaptada» al cine: nadie me aseguraría que el padre y el hijo de Corazón tan blanco no fueran a cometer incesto o que el narrador de Mañana en la batalla piensa en mí no fuera a querer acostarse con el niño de dos años en vez de con su madre, Marta, y quedara convertido en un pedófilo. Demasiado riesgo para estos tiempos.

10 Noviembre 1996

Algunas precisiones sobre 'El último viaje de Robert Rylands'

Elías Querejeta

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He leído con interés el artículo de Javier Marías titulado El novelista va al cine. No sin algún trabajo -los ingeniosos me desconciertan- llegué a la conclusión de que Q Mayor soy yo. Durante la breve escritura que va a continuación lo seguiré siendo. Seré Q Mayor. De todos modos, no está de más decir que siempre me ha parecido despreciable jugar con el nombre o el apellido de las personas. Cada cual se llama como le ha tocado en suerte. Y el más tonto de la clase puede hacer chistes con los nombres y los apellidos de los demás (ya decía Bernard Shaw que el ingenio es el genio de los estúpidos). Tras esta breve introducción, allá van los siguientes puntos:

1. En un Babelia de principios de año (o finales del anterior) Marías decía que nunca había recibido información sobre el proyecto de El último viaje de Robert Rylands. Lo cierto es que el novelista recibió, el guión meses antes del comienzo del rodaje. Marías mentía.

2. En su artículo cuenta Marías un curioso diálogo entre él y yo (Q Mayor) sobre la homosexualidad contenida en las páginas que, en su día, escribió el novelista. Dice que no quiso ser sarcástico frente a mi escasa capacidad de entendimiento. Desde esa escasez, afirmo que ese diálogo, tal como lo describe Marías, nunca se produjo. Miente Marías.

3. Dice Marías en su artículo (noviembre de 1996, EL PAÍS) que nunca vio un cartel ni un folleto de El último viaje de Robert Rylands. Pese a lo dicho por el novelista, en el mes de abril de 1995 la directora de la película (entonces sólo coguionista) le consultó sobre el boceto del cartel que se pretendía presentar como anuncio en el Festival de Cannes. Marías aceptó que Todas las almas y su nombre aparecieran en el anuncio. Además se le dijo que si, en su momento, el guión le parecía malo o no lo suficientemente bueno como para que los títulos de crédito incluyesen su nombre y el de su libro, su petición de quedarse al margen sería cumplida. Lo anterior indica que Javier Marías tuvo conocimiento del primer boceto de cartel de la película (y de más cosas). Una vez más, miente Marías.

4. Javier Marías ha llegado a amenazar con tratar de impedir el estreno de la película El último viaje de Robert Rylands.

5. Javier Marías ha escrito que Time Out califica los diálogos de la película de estupefacientes. No dice que Variety (Derek Elly) escribe: «Rebosante de diálogos bien construidos que, prácticamente, ha desaparecido de las películas en lengua inglesa».

6. Sin embargo, lo más infame del artículo del novelista Javier Marías está contenido en las siguientes líneas:, «… Pero una tarde se acostó con la hermana de éste, Jill, con tanta puntería que le hizo una hija…». No sé a qué repugnante cuarto de banderas o barra de machistas puede pertenecer semejante interpretación.

Para terminar, quizá tampoco está de más de decir que Javier Marías ha cobrado dos tercios de la cantidad establecida por la cesión de los derechos cinematográficos de Todas las almas. No ha querido -pese a repetidos ofrecimientos- el último tercio.

Lo que al final pretende es quedarse con lo cobrado y recuperar en el plazo de dos años los derechos de su excelente novela. Así es.

Tras lo escrito, a partir de ahora y en lo que a mí se refiere, recreo para chicos y mayores.

Lean Todas las almas. Vayan a ver El último viaje de Robert Rylands. Según la Junta de Calificación puede ser vista por mayores de siete años. Me informan que el público, en ocasiones, aplaude al terminar la proyección.

10 Noviembre 1996

A Marías

Gracia Querejeta

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Creo que no es a mí a quien compete responder al florido ramillete de imprecisiones e inexactitudes (no quiero utilizar palabras más graves) que siembran parte del texto que ha tenido a bien titular El novelista va al cine. Pero como resulta que el novelista, a lo largo del citado artículo, decide transformarse en crítico cinematográfico, me impongo la obligación, como directora y coguionista de El último viaje de Robert Rylands, de comentar al gunas de sus opiniones. Dice usted que leyó el guión y quedó perplejo (de espanto, se entiende), pero que su afición al cine y su entendimiento de lo que es un guión (algo así como una suerte de instrumento susceptible de transformarse en la pantalla) le hicieron callar. Mucho tendría que haber mejorado tan horrendo guión para que finalmente la cinta fuera de su agrado. No es malo saber que de un guión imposible no hay manera de hacer una buena película.

Al parecer leyó usted que Q o tal vez Q (me admira su ingenio, señor Marías) declaró que El último viaje de Robert Rylands trataba de la homosexualidad y de la eutanasia. Ni Elías Querejeta ni yo misma hemos definido jamás ni el guión ni la película en esos términos. Simplemente porque consideramos que no es una definición que se ajuste a la historia que narramos. Su aversión hacia El último viaje… es tan intensa que cae usted en la absurda banalidad de mostrarse en desacuerdo hasta con los nombres elegidos para los protagonistas (¿quizá porque no se corresponden con los de la novela?). Le recuerdo que el incondicional admirador de Hitchcock es usted. En todo caso, yo tengo un tío que se llama Alfredo y, lo que es todavía mucho más importante, mi familia tuvo un mastín que se llamó Toly. Nada tengo en contra de que el personaje de su novela se llame Toby. Pero no puedo evitar que a mí, precisamente, Toby me suene a nombre de perro.

Si en los nombres no hemos acertado, qué decir de la relación establecida entre Comer-Blake (Alfred) y Rylands (Robert). El hecho de que los hayamos convertido en amantes parece que además de molestarle, le ofende. Lo que a mí me parece natural -una relación amorosa entre dos hombres- a usted parece que le resulta cuanto menos peligroso. Peligroso hasta el punto de manifestar que jamás permitirá que ninguna otra obra suya sea de nuevo adaptada al cine por temor a que conviertan a sus personajes en pedófilos o incestuosos. ¿Debo entender que para usted es lo mismo acostarse con un crío, cometer incesto o que dos personas adultas del mismo sexo mantengan libremente relaciones sexuales? Respeto, señor Marías, cualquiera que sea su ética o moral personal. Pero nunca hubiera pensado que este asunto -el de la homosexualidad- adquiriera para usted tintes de escándalo.

Y en medio de todo este desastre, resulta que «la dirección es mucho mejor que el guión». Si el guión es infame, debo entender que la dirección es, calculando por lo alto, mediocre. Creo que debo felicitarme: los actores están mal (sólo se salvan de la quema Cross y Denham), carezco de atrevimiento e inspiración y, para rematar la faena, resulta que he rodado y montado «un exceso de travellings que no logran su propósito de emocionar». Esto de los travellings, he de confesar, es lo más extraordinario que he oído en los 10 años que llevo dirigiendo. Me parece que tiene usted una cierta confusión entre lo que es un travelling, una panorámica, y un plano rodado con Steady-cam. Por lo demás, le juro que no me veo, ni en mi peor pesadilla, pensando para mí misma o gritándole a mi equipo: «¡Venga, chicos… vamos a colocar la vía, a ver si emocionamos un poco a Marías!».

Efectivamente, «los críticos españoles han encontrado la película estupenda». Permítame que añada que también la han encontrado estupenda algunos críticos extranjeros (infiero de su artículo que estos últimos parecen merecerle un mayor respeto, usted sabrá por qué). Pero esta vez, además, he tenido mucha más suerte: la película le gusta al público (según datos de los que soy puntualmente informada). Ya supongo que esto último carece de valor alguno para usted. Pero quizá le interese saber que hasta la fecha -y ya puede imaginarse que llevo meses hablando de la película con conocidos y desconocidos- nadie se ha echado las manos a la cabeza porque El último viaje… tenga «muy poco de letra y nada del espíritu de Todas las almas». Y, sobre todo, quédese tranquilo porque nadie le va a atribuir lo que no es suyo. Los lectores de su novela, supongo yo, sabrán distinguir lo que le pertenece a usted como autor de la misma y lo que nos pertenece a Elías Querejeta y a mí como autores del guión. Aquellos que acudan a ver la película sin haber leído Todas las almas puede que se interesen por su novela (por inverosímil que le parezca, conozco más casos de los que se imagina). Y supongo también que entenderán y distinguirán en cuanto hayan leído unas cuantas páginas (las suficientes). Claro que también puede suceder que alguien, sin haber leído Todas las almas, se siente en la butaca, quede espantado con El último viaje… y le eche a usted toda la culpa. Y, para colmo, se habrá quedado sin un potencial lector. Tranquilo, señor Marías, por el momento no parece que esté sucediendo nada semejante.

Además de su artículo publicado en EL PAÍS, he tenido ocasión de leer el que aparece en el Semanal (10 de noviembre de 1996). Su voluntad de arremeter y hasta de humillar le hacen decir (a usted, más oxoniense que los nacidos en Oxford) que la película carece de toda verosimilitud y que «algún antiguo colega de Oxford» no ha podido sino reírse de la escasa credibilidad que le ofrecía El último viaje de Robert Rylands. Debe usted saber que tanto Elías Querejeta como yo nos preocupamos en su momento de obtener la más rigurosa información sobre lo que es posible y no es posible en una película que transcurra en esa ciudad. Lo que puede haber sucedido es que entre los consultados no haya demasiados amigos suyos. Mi intención, señor Marías, nunca ha sido hacer un retrato de la vida académica oxoniense. ¿Ha asistido usted a alguna fiesta infantil en Oxford? Yo sí.

Espero poder seguir haciendo películas como El último viaje de Robert Rylands. Y usted siempre podrá revisar la cartelera para encontrar algo de su agrado. Pero permítame darle un consejo: la próxima vez que vaya al cine y se encuentre con que la pantalla está ocupada por personajes «pánfilos», «tópicos», «insoportables» y «planos», que además le ofrecen unos «diálogos inverosímiles» y situaciones que le «abochornan», no se torture durante hora y media y abandone la sala rápidamente. Por su bien.

17 Noviembre 1996

El novelista se sale del cine

Javier Marías

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Aparte de ir al juzgado, ¿qué se puede hacer ante un artículo en el que, con el mayor descaro y sin probarlo, se escupe hasta tres veces «Miente Marías», asimilándome de paso a ese pelma de Pereira que todo el rato sostiene algo? ¿Y en el que, en la más mostrenca tradición española, se me viene a llamar «estúpido», «despreciable» e «infame» por relatar hechos y expresar opiniones? Claro que siempre sería posible y aun obligado contestar que es el acusador quien miente, pero eso sirve de poco, palabra contra palabra, ya se sabe. Lo sospechoso es la reiteración de la fórmula -«Miente Marías»-, como si el que la emplea creyera que logrará convencer a otros, o a sí mismo quizá, a base de insistencia. En el caso del señor Querejeta resulta llamativa su inseguridad: su trayectoria de productor y empresario es tan diáfana que debería haberle bastado con una vez para saber que, diciéndolo él -él-, todo el mundo le creería. Yo podría escribir ahora un artículo punitivo, glosando la chulería de la pieza del señor Querejeta y la ñoñez mal hilada de la de su hija Gracia. Podría entrar en el detalle y rebatir sus falsedades y zafias tergiversaciones de lo que yo había dicho en El novelista va al cine. Pero no creo que los lectores de este periódico se merezcan una segunda ración de bastidores o cloacas, como prefieran; los argumentos ad hóminem tienen escaso interés para quien no sea malicioso.

Mis juicios cinematográficos son indiferentes, y para opinar no hace falta «meterse a crítico», sino ser un mero espectador, y nada hay tan inelegante como un director, un escritor, un artista, revolviéndose públicamente contra lo expresado por cualquiera sobre su obra. Así que respecto al texto de Gracia Querejeta sólo tengo una cosa más que añadir: con una burda maniobra lectora (o quizá fue torpeza), intentó convertir mi broma final sobre el incesto y la pedofilia en una equiparación mía de éstas con la homosexualidad. Debo decir que no es el caso, sobre todo porque nada tengo contra esta última ni -como ella sí confiesa tenerlo- contra el incesto, si se da de mutuo acuerdo entre adultos. Y en el fondo me extraña que ella sea tan severa con las pasiones consanguíneas tras realizar una película tan familiar que, según nos ilustra con pormenor, no sólo la alberga a ella y a su señor padre (a cada uno doblemente), sino que estuvo condicionada por su tío y por su antiguo perro. Sigo preguntándome para qué quiso mi novela.

Y ése es el punto del que ningún Querejeta habla en sus artículos y el único que podía importar algo del mío. En sus simulacros de argumentaciones se transparenta la soberbia idea de que, por haber comprado los derechos para la pantalla, podían hacer con la novela y sus personajes lo que quisieran, y eso no es así, ni moral ni contractualmente. También se percibe el enorme desprecio que sienten por la base literaria que tomaron como inspiración o arranque, no digamos por su responsable, a quien ni siquiera se dignaron informar de sus manipulaciones, mostrar espontáneamente la cinta acabada o preguntar cómo quería aparecer (o si quería) en los títulos de crédito. Flaco favor el que han hecho a la imagen, maltratada por los tópicos, de la gente de cine, ya que sólo han alimentado su peor fama de desaprensiva con los materiales que adquiere y engulle. Lo que yo señalé era sobre todo que su película no tiene nada que ver con Todas las almas de JM, lo cual tanto EQ como GQ se han hartado de reconocer en la prensa, sin que ello les impidiera servirse de mi nombre reiteradamente. En realidad no sé qué me están discutiendo, quizá tienen que justificar no haber renunciado voluntariamente a ese título y a ese nombre, habría sido lo más honrado. Yo, en todo caso, y en lo que se refiere a estas páginas (el juzgado está siempre abierto), me salgo ya del cine con el presente texto.

Sólo una puntualización: con mal gusto (por lo que veo, algo común a bastantes capitalistas «culturales»), Elías Querejeta, al final de su artículo, habló públicamente de dinero, de lo cual yo me había abstenido y me seguiré absteniendo. Pero lo que él quiso presentar confusamente como un supuesto aprovechamiento mío -extraño aprovechamiento, en el que yo rechazaba cobrar parte de lo estipulado- fue tan sólo una generosa oferta de buena voluntad para zanjar amistosamente nuestras diferencias contractuales. Es improbabilísimo que nadie se interese en volver a llevar al cine (bueno, lo de «volver» es un decir) mi novela Todas las almas; pero sería penoso que resultase literalmente imposible por la existencia de esta otra cinta que en nada se le parece y que tan sólo manosea y usurpa algunos de sus elementos, con desdén y sin respetar su espíritu. La productora me pidió que renunciara a más dinero para recuperar los derechos, mi oferta no fue aceptada. Dinero.

24 Noviembre 1996

¿ÚItimo destino de Robert Rylands?

Elías Querejeta

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En la última entrega, El novelista se sale del cine, Marías vuelve a mentir (¿será costumbre o manía pasajera?). Pero, dejando de lado oscuras pasiones, Marías abre en su texto, y por dos veces, una posible salida al conflicto generado y alimentado por el novelista. Marías escribe «aparte de ir al juzgado» y más tarde «el juzgado está siempre abierto». ¡Por fin! Animo, novelista; forza, ánimo, Javier, que al final de la hora no te falle el espíritu, que tu voluntad no decline en el último instante. Cruza la calle, Marías, y con paso decidido y pletórico de razón entra, de una vez por todas, en el juzgado. No te detengas, acaba con ñoñas y chulos. Al juzgado, Marías, al juzgado. Que el mundo ancho y abierto conozca la delicada palidez de tu espíritu, la inconmovible verdad tu palabra, la generosa disposición de tu corazón sin sombra. ¡Al juzgado, Marías, al juzgado! (Y, mientras nos llevas, paso y cierro pesada página).-.