2 agosto 1997

Eduardo Zaplana (PP) le había nombrado director de la Filmoteca de la Comunidad Valenciana

Muere el cineasta ex comunista Ricardo Muñoz Suay, la necrología de Haro Tecglen (EL PAÍS) acusándole de su supuesta ‘evolución al fascismo’ causa una respuesta furiosa de su viuda

Hechos

El 2.08.1997 la prensa informó del fallecimiento de D. Ricardo Muñoz Suay.

03 Agosto 1997

Un protagonista fuera de la pantalla

Francisco Marinero

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Al poco de conocerse la noticia de la muerte de Ricardo Muñoz Suay, que acaeció en la madrugada del sábado en Valencia, Luis García Berlanga declaraba su pena por la desaparición en poco tiempo de dos amigos y de dos figuras muy importantes del cine español: Alfredo Matas y el propio Muñoz Suay. Era un reconocimiento por parte del más célebre de los directores españoles que tal vez sorprendiera a muchos aficionados porque aquí los productores son pocos, y menos aún los auténticos productores (ambos lo eran), y poco conocidos.

La actividad de Ricardo Muñoz Suay fue además especialmente dispersa, como correspondía a su propia personalidad y a las circunstancias históricas en que se desarrolló. Fue un animador del cine en España con distintas facetas: crítico, guionista, productor, cuya carrera tuvo sus hitos a principios de los años 50 y en los 60.

En la prolongada y difícil posguerra española, este intelectual colaboró en diversas revistas más o menos restringidas y más o menos efímeras que reivindicaban un cine distinto del que practicaba la industria tradicional, desde una postura que, sin poder nunca manifestar libremente sus opciones ideológicas, tomó como ejemplo a seguir al neorrealismo italiano, con su visión crítica de la realidad inmediata y la reivindicación de los directores y los guionistas como autores de las películas. Así, perteneció a una corriente de cineastas que proclamaron en las famosas Conversaciones de Salamanca, en 1955, la necesidad de un cambio radical en la industria.

El cambio se intentó con la productora Uninci, en la que fue un personaje decisivo. Esta empresa sirvió para el lanzamiento de Juan Antonio Bardem y Berlanga -con quien coprodujo Bienvenido, Mr. Marshall-; para el intento de incorporar al cine español al legendario guionista italiano Cesare Zavattini y también para la fugaz repatriación de Buñuel con Viridiana.

En los años 60, Muñoz Suay fue también impulsor de otro movimiento cinematográfico, bastante distinto al anterior aunque de nuevo caracterizado por ir contra la corriente: la Escuela de Barcelona. Esta proponía un cine de autor de tendencias esteticistas y europeístas que, junto al Nuevo Cine que se producía en Madrid, suponía un intento de sustituir a la industria. La experiencia volvió a topar con la resistencia del público mayoritario y de la censura, contra las circunstancias que, paradójicamente, hacían reafirmarse a estos autores como una vanguardia que se reveló inconsistente.

También fundó las productoras Profilmes, en 1961, e Imatco, en 1983. Fue miembro de numerosos jurados internacionales en festivales como los de Venecia, Bérgamo, San Sebastián y Valencia.

Además realizó incursiones esporádicas en otros trabajos en el cine, como la dirección de la Filmoteca de Valencia, y fue miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Sus colaboraciones en medios especializados, que siguió llevando a cabo hasta el último momento, vieron la luz en multitud de revistas: Cuadernos del Norte, Cahiers de la Cinematheque, pasando por Cahiers de Cinéma, Fotogramas o Destino. Muchos de sus escritos recogían recuerdos y reflexiones sobre sus experiencias anteriores. En 1964 recibió el Premio de la Mostra de Venecia por su aportación bibliográfica.

De esta forma, Muñoz Suay fue situándose en una posición más de observador que de participante en la creación cinematográfica. Al mismo tiempo fue evolucionando políticamente. En 1962 abandonó el PCE, del que había sido dirigente desde antes de la Guerra Civil. Muchos años después, cuando los socialistas accedieron al Gobierno de la Generalitat Valenciana, fue asesor de Cipriá Ciscar cuando éste ocupaba la Consejería de Cultura.

Su obra es difícilmente cuantificable: su nombre no aparece en los títulos de crédito de muchas películas ni en las enciclopedias del cine español. Pero su importancia histórica es indudable y reconocida por los miembros de su generación y la siguiente. Lo que no deja de ser uno de los fenómenos más elocuentes de la cultura española de la posguerra, en la que muchos de sus exponentes más entusiastas apenas dejaron rastros materiales de su propio trabajo.

02 Agosto 1997

El hombre de la cueva

Eduardo Haro Tecglen

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Viví en una casita en las afueras de París: había un sótano para el carbón y la caldera, con una habitación de «criada para todo» de la época en que se las podía torturar y almacenar por las noches entre ratones y cucarachas. Cuando venía Ricardo era la habitación que elegía. Mis hijos le llamaban «el hombre de la cueva», y lo fue siempre: Verdad o metáfora. Fue en Valencia hombre-topo. Jefe de la FUE (Federación Universitaria Española), escapaba de España por Alicante, vivió los terribles días del cerco de los soldados italianos al puerto, entre suicidios y ahogados que querían alcanzar los barcos lejanos que no llegaron a recogerles. A él le agarraron, le metieron en el Campo de Albatera -otra tragedia- y escapó de una manera insólita: se echó a andar, llegó a la puerta, siguió andando…. Alguien le preguntó que quién era: bajo, lampiño, flaco por el hambre, dijo «¿Yo? Un niño». Así llegó a casa de sus padres que le prepararon la habitación trucada detrás de una tinaja en la cocina. Cuando, pasado el tiempo, creyó que ya podría salir, e intentó una reconstrucción del Partido Comunista, le detuvieron y le identificaron: fue a parar a un penal. Cuando salió, años después, quiso normalizar su vida: pero no dejó el trabajo clandestino en el partido. Trabajó en el cine: y fue «el hombre de la cueva» de directores como Bardem y Berlanga, inspirador de otros, creador de una escuela de cine. Fundó, con el partido, una productora: Uninci, donde también era el hombre oculto, el hombre de espaldas. Fue él quien produjo la película más famosa de Buñuel en España: Viridiana. No sin críticas: se le acusaba de hacer de la productora comunista (muchos socios no lo eran, y algunos ni siquiera sabían qué había detrás) el pedestal para un anarquista: una película sin moraleja, sin mensaje. O con otro mensaje. Fue una catástrofe: premiada en Cannes, pero prohibida en España, y maldita, y cesado el director de cine que la permitió: el franquismo, en fin. Pero se encontró la manera de culpar a Ricardo: salió de la cueva elegida para ser la víctima, y acusado de fascista, de confidente, de lo que fuese. No era la primera vez: cuando se unió con Nieves Arrazola -siempre la he querido, la quiero- se le acusó de quitarle la esposa a un compañero encarcelado y perseguido (Manuel Tuñón de Lara): el comunismo puritano. Como si las libres voluntades no contasen: ni la de ella, la valiente petrolera…. Ahí comenzó una distancia: una de esas rupturas que, como tantos rebotes, le fue llevando a un mundo ajeno y extraño. Se fue de Madrid a Barcelona; trabajó siempre con su gran prestigio, pero se fue de Barcelona -y de su casa, y de Nieves- a Valencia, convertido ya en anticomunista. Fue él quien organizó el remedo de la reunión de escritores mundiales para «limpiar» los famosísimos, heroicos, Congresos de la guerra civil; limpiarlos del comunismo. Y él quien, en una exposición, mandó retirar una cuadro de Alberti porque tenía la bandera republicana. Había caído, de verdad, en la caverna. (Hace años que no le he vuelto a ver: pero le he seguido queriendo, revolucionario y comunista y revoltoso y fascista y lo que fuera. Un amigo).

14 Octubre 1997

Haro Tecglen y el fascismo

Viuda de Ricardo Muñoz Suay

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Hace unos días, semanas después de la muerte de mi marido, Ricardo Muñoz Suay, mi hija Berta compró el libro de las conversaciones de Eduardo Haro Tecglen con Fernando Fernán-Gómez. En él salía en boca del primero la odiosa palabra fascista al referirse a una etapa de Ricardo. Hace ya tiempo, el 2 de agosto, me dejó perpleja la columna que escribiera el mismo Haro Tecglen al día siguiente de la muerte de Ricardo, en la que volvía a calificarle de fascista. Me pareció indignante.Ricardo fue muy radical con sus ideas comunistas (fue en ese periodo cuando pudo haber sido fascista), pero fue justamente en los últimos años cuando tuvo posiciones más abiertas y defendía lo que creía justo. El que no coincidiera con Haro Tecglen no es motivo para estos insultos tan fuertes entre los que hemos luchado tanto por un mundo solidario política y culturalmente, y que no era la Unión Soviética. Quiero expresar mi indignación por. la forma tan gratuita de utilizar esa palabra, fascista, que tanto daño ha hecho, sobre todo a los comunistas que reconocimos todos los crímenes y persecuciones de la URSS