28 marzo 1990

Premios Óscar 1990 – ‘Paseando a Miss Daisy’ gana el premio a ‘Mejor Película’ mientras que Oliver Stone logra su segundo óscar con otra película sobre Vietnam ‘Nacido el 4 de Julio’

Hechos

La prensa informó de los resultados de los premios Óscar el 28 de marzo de 1990.

Lecturas

PRINCIPALES PREMIOS 1990

Mejor Película – Paseando a Miss Daisy.

Mejor Director – Oliver Stone por ‘Nacido el 4 de Julio’.

Mejor Actriz – Jessica Tandy por ‘Paseando a Miss Daisy’.

Mejor Actor – Daniel Day Lewis por ‘Mi Pie Izquierdo’.

Mejor Actriz Secundaria – Brenda Fricker por ‘Mie Pie Izquierdo’.

Mejor Actor Secundario – Denzel Washington por ‘Tiempos de Gloria’.

Película de Habla no Inglesa – ‘Cinema Paradiso’ de Giuseppe Tornatore.

17 Marzo 1990

Un hermoso idilio

Ángel Fernández-Santos

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Paseando a Miss Daysy
Dirección: Bruce Beresford. Guión basado en la obra teatral de Alfred Uhry. Estados Unidos, 1989. Intérpretes: Jessica Tandy, Morgan Freeman, Dan Ackroyd. Estreno en Madrid: Paz, Ideal y, en versión original subtitulada, Infantas.

En Paseando a Miss Daisy hay esa filigrana de la magia interpretativa que permite a algunas películas menores encaramarse, sin por ello tener que hablar de exageración o de globo hinchado, en un lugar más alto que el que por sus méritos les corresponde. Son más de lo que parecen, pero no por ello defraudan, pues llevan dentro una fuente inagotable de disfrute: dos actores de genio que, alquimistas de nuestro tiempo, hacen oro con las chatarras que interpretan.Los autores de la belleza de este filme no son ni su director, ni su escritor, ni su fotógrafo, ni cualquiera otro constructor de sus imágeneas situado detrás de la cámara. Los creadores genuinos de esa hermosura son únicamente aquellos que en la pantalla dan la cara a la cámara y ésta se limita -con el buen gusto de pasar inadvertida- a seguir de cerca su evolución, los bordados de sus prodigiosas interrelaciones su densa malla de gestos recíprocos, que dan lugar a un entramado de estímulos cómplices de tan noble atractivo que el espectador queda embebido ante la pantalla y no aparta los ojos de ella, como si el mediano filme fuera tan grande -que no lo es- como lo son sus oficiantes.

La presencia pura

Estos oficiantes son dos veteranos actores del teatro neoyorquino. Ella es Jessica Tandy, una casi anciana actriz que tiene un lugar indiscutido en la escena norteamericana moderna, pues desde hace decenios está abriendo brecha en las avanzadillas del mejor Broadway.Hizo en el pasado Jessica Tandy algunas incursiones no afortunadas a Hollywood. Su rostro es duro, seco y áspero en sus formas, pero secretamente dulce en las transiciones intermedias de estas formas, en el paso de un gesto a otro. De otra manera, es una actriz no bella pero con sentido de la transfiguración, lo que le permite parecer bella cuando su gesto, entra en movimiento y crea movimientos, vaivenes de ánimo, en el espactador.

Partiendo de casi nada, Jessica Tandy desecadena un efecto de bola de nieve en su actuación: acumula en su figura pequeños, casi imperceptibles rasgos vivos, y en un momento impreciso su aparente inexpresividad se convierte de pronto, casi inesperadamente, en un estallido de elocuencia muda. Su técnica es insuperable. Domina la minucia y la ley de la progresión con maestría. Y verle actuar nos hace asistir a esa milagrosa capacidad del intérprete de genio para extraer de sus límites lo ilimitado.

Si Jessica Tandy es una actriz contenida, que actúa a través de pequeñas dosis de sí misma exquisitamente medidas, Morgan Freeman, actor de raza negra que estrenó hace unos años en Broadway la obra teatral en que se basa Paseando a miss Daisy, es todo lo contrario: un actor de fortísimo impacto directo, que se vacía en su primera aparición y no obstante, a medida que la aventura avanza, sigue creciendo sobre aquélla su plenitud inicial.

Si Jessica Tandy ha de adueñarse de la pantalla trabajosamente, gota a gota, paso a paso, Morgan Freeman se apodera de ella de una sola vez, mediante su simple presencia. En Paseando a miss Daisy, Jessica Tandy va dando vida lentamente a su estatua muerta inicial. Por el contrario, Morgan Freeman aparece por primera vez entre una docena de colegas y de su mirada curva e irónica surge el mandato de que la escena es suya, irremediablemente suya.

Ambos intérpretes, de características técnicas opuestas, se complementan en el filme como lo harían dos piezas de un movimiento relojero, pues su juego mutuo está tan perfectamente coordinado que crea la sensación de un inagotable dialogo silencioso, tan vivo y tan exacto que no se entiende la imagen de uno sin la del otro.

El jurado internacional del pasado festival de Berlín, que demostró delirante incompetencia en otras decisiones suyas, acertó en cambio cuando concedió un solo premio conjunto para ambos intérpretes, pues éstos hacen mediante su hermoso idilio que una película anodina se convierta en un espectáculo memorable: el de dos rostros y dos presencias capaces por sí solas de mover y conmover a quienes desde abajo les acompañamos en la oscuridad.

18 Febrero 1990

Política y política

Ángel Fernández-Santos

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Se hablará mucho en los próximos meses, y a nuestro juicio en los próximos años, de Nacido el 4 de julio. Es incluso probable, más que probable casi seguro, que obtenga el supremo oscar a la mejor película del año. Sin la menor duda lo es, al menos del cine de los Estados Unidos.Si le niegan el oscar será por razones políticas evidentes: no es fácil digerir para los conservadores gremios de Hollywood una obra que sostiene que su país es una sociedad opresora, fratricida, militarizada y militarista, generadora de guerras, la última de ellas hace sólo unos meses en Panamá y la siguiente, probablemente no lejana, en otro país de la zona.

Pero estos gremios lo son de gente muy sagaz, muy curtida y experimentada en estrategias ideológicas. Si le dan el oscar se lo darán también por razones políticas evidentes. Saben quienes forman parte de los gremios de Hollywood que si se lo conceden de esta manera domestican en parte su dinamita interior, al mismo tiempo que proporcionan un bálsamo a la conciencia colectiva de la sociedad receptora de esa dinamita.

Es decir, una vez más, estamos ante la coartada, mil veces empleada por los ideólogos conservadores estadounidenses, de su propia libertad interior. Es, en efecto, una libertad interior tan innegable como lo es su desprecio a la libertad exterior.

Son las que siguen palabras, aproximadas pero respondemos de la exactitud de su significado. Así se expresaba el director de Nacido el 4 julio, Oliver Stone, hace dos años: «La libertad interna de mi país está organizada de tal manera que requiere para seguir existiendo de la falta de libertad fuera de él».

Estamos por todo lo dicho ante una película polémica. Es ésta otra de sus riquezas, ya que, mediante ella la película Nacido el 4 de julio devuelve al cine capacidad de agitación y sentido del escándalo, esa combatividad perdida que las pantallas grandes necesitan recuperar cuanto antes sino quieren ahogarse bajo la demanda de las pequeñas pantallas.

28 Marzo 1990

Y el planeta bostezó

Ángel Fernández-Santos

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La ceremonia de entrega de los Oscar, dispersada este año en sus cinco continentes, hizo bostezar en la madrugada de ayer a este viejo planeta curado de asombros. Pero el mérito del asunto está ahí y no hay quien lo niegue: si los entretenedores profesionales de Hollywood se proponen que la Tierra deje de dar vueltas sobre su eje durante una madrugada, larga como una glaclación, lo logran. Son dueños del mundo y han mostrado por qué.Pero sus gracias se quemaron vivas en el alarde. El espectáculo del Dorothy Chandler Pavillion, aunque llegaron a contemplarlo los pobladores de la galaxia de Andrómeda, fue una filigrana técnica tan memorable como memorable fue la chapuza estética que llevaba dentro. Presentado por un chistero profesional, Billy Cristal, con menos gracia que Bob Hope roncando, y cuvos chistes eran tan caseros y provincianos que no los entendían sus traductores, pero que en camblo mondaban de risa a sus cosmopolitas colegas presentes, convirtieron al lujoso conglomerado de famosos que lo arroparon en una sucursal de Marte, considerado este plancta como aldea.

Los tremendos saltos de la cámara-canguro a Sidney, Londres, Moscú, Buenos Aires y Tokio -es decir, a las mismísinias Cuatro esquinas del planeta fueron una joya de afinamiento de los sistemas de comunicación vía satélite, pero sirvieron para dar cauce y comunicar a un mundo insomne no alguna esencia de esas antípodas, sino el puro accidente intercambiable del interior de un teatro o de un rincón de cualquier ciudad de cualquier parte. Tan aparatosas y perfectas conexiones cósmicas podrían haberse realizado a un par de barrios contiguos a Hollywood y el pego hubiera superado en verdad a la verdad. Mal asunto que en un acto televisivo en directo lo real haga añorar lo fingido y que un documento en vivo siembre nostalgia del buen amaño de una buena puesta en escena.

‘Happy birthday’

En especial, la conexión con Tokio -con el atribulado orgullo del samural Akira Kurosawa pidiendo que la tierra se lo tragase cuando el universo entero comenzó a honrarle con un palurdo y desafinado Happy Birthday de vergüenza ajena- fue literalmente penosa. Y si el año pasado hubo airadas protestas formales de eminentes miembros de la Academia de Hollywood -Billy Wilder y Gregory Peck entre ellos- por la insoportable zafiedad del show montado de paredes adentro, pero sin que la sangre llegase al Pacífico, este año en cambio, por el ridículo que entraña tal metedura de pata de paredes afuera, puede llegar.

Tan ostentoso esfuerzo técnico -propio de nuevos ricos y, no de viejos riquísimos, que es lo que son los dueños de este despliegue anual- puesto al servicio de la pereza imaginativa que condujo el espectáculo, da idea de un enorme esfuerzo desaprovechado, de un derroche de medios que no se notó materialmente en la pantalla, lo que vulnera la más sagrada de las leyes del sistema de producción de la casa.

03 Abril 1990

¿'Cinema Paradiso'?

Juan Arias

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Italia se pregunta cómo es posible que Hollywood premie su cine

Italia, tras la euforia del primer momento, reflexiona y se pregunta por qué Hollywood y Cannes, y sobre todo el público internacional, han querido premiar de forma tan ostentosa a la película Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, que en Italia fue retirada en seguida de los cines y con la que la crítica había sido unánimemente negativa. En el mercado italiano las películas nacionales no alcanzan al 22% de la producción.

Se lo preguntaba hace pocos días el diario La Repubblica en un editorial en el que se afirmaba que, curiosamente, «el cine italiano en este momento deja vacías las salas como castigo contra los autores de este país que se han olvidado de considerar al público como a su interlocutor». Y añade que el éxito mundial de Tornatore ha consistido precisamente en que «no se ha avergonzado de hacer un cine popular, que antes que nada pretende ser eso, cine». Justamente días antes de que Italia fuese galardonada, tras 12 años de ayuno, con un nuevo Oscar, el diario La Stampa había dedicado la apertura de la sección Espectáculos a un estudio durísimo contra el cine de este país titulado El Waterloo del cine italiano.

En efecto, el panorama del cine en este momento es en Italia más bien desolador. Basten algunos datos: económicamente, el cine italiano ha tocado últimamente su mínimo histórico. En el mercado nacional las películas de italianos no llegan al 22%, mientras que la producción norteamericana ha supera do el 70%. No vende tampoco el cine europeo. Según Ugo Gregoretti, ello se debe a que los americanos «se han acercado a la sensibilidad europea y, además, hacen buen cine».

Desde hace 15 días no hay en cartel un solo filme italiano que pueda competir con los americanos. La misma película del gigante Fellini La voz de la Luna no está teniendo el éxito que se esperaba y los dos cómicos que ha escogido han recogido por su cuenta en sus películas más público del que está recogiendo el filme del gran maestro.

Pero hay más: la película Tre colonne in cronaca, de Carlo Vanzina, ha obtenido el último fin de semana en Roma sólo 18 millones de liras, mientras que el filme americano La guerra de los Rose recogió en la misma fecha 158 millones.

Y la crisis de dicho cine italiano ha tocado a películas y autores de profesionalidad incontestable y alabadísimos por la crítica, como Rosi, Maselli o Monicelli. Según Francesco Rossi, lo que habría que poner en discusión es el contenido de las películas italianas al mismo tiempo que el enorme consumo de las películas en la televisión y a través de los vídeos. Y Pasquale Squitieri apunta, además, que un director norteamericano consigue contar en una tercera parte del tiempo y con imagenes más vivas lo que emplea un italiano. Según Squitieri, el cine italiano necesita con urgencia «modernizar su lenguaje». Y añade que muchos directores de cine italiano no creen que el público es hoy más exigente e inteligente de lo que se pueda pensar. Y Squitieri está pagando en su propia carne esta crisis del cine, ya que su última película, El color del odio, que ha sido proyectada sólo en Roma, ha sido vista nada más que por 534 espectadores y ha recogido 4.200.000 liras (unas 400.000 pesetas).

También el gran Ettore Scola ha pagado el pato. Su filme ¿Qué hora es? ocupa en este momento el puesto 22 de las películas más vistas. Y Giuliano Montado ha confesado que «es -amargo que el público te dé la espalda, porque te coge el pánico de haber perdido la capacidad de comunicar con la gente».

Debe hacer cine, afirman otros, sólo el que «tiene una historia que contar», como Tomatore. Y también que en el fondo el cine debe ser un producto selecto y que hoy el hecho de que la mayor parte de las películas estén patrocinadas por la televisión, sea pública o privada, obliga a grandes compromisos».

Por eso se están volviendo los ojos sobre una serie de autores jovencísimos, casi desconocidos, que con poquísimos recursos están haciendo un cine pobre pero libre.