4 abril 2019

Acto de propaganda en favor de la eutanasia con el caso de María José Carrasco

Ángel Hernández Pardo ayuda a su esposa a suicidarse y avisa a las cámaras de LA SEXTA para que le graben en directo mientras llama a urgencias para comunicar su muerte

Hechos

El 4 de abril de 2019 se hizo pública la detención temporal de D. Ángel Hernández Pardo por suministrar veneno a su mujer, Dña. María José Carrasco, para que esta pudiera suicidarse.

05 Abril 2019

Ante el dolor de los demás

Milagros Pérez Oliva

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PP y Ciudadanos han impedido que se votase la despenalización de la eutanasia, siguiendo la experiencia de países como Holanda o Bélgica, en los que se aplica sin problemas

Ver lo que la esclerosis múltiple le ha hecho a Maria José Carrasco encoge el alma. Aquella mujer joven y pletórica que aparece en las fotografías de los años ochenta cuando se conoció con su marido, Ángel Hernández, aparece ahora disminuida, encogida en su cama, convertida en un ser doliente que apenas puede hablar, casi no ve y ha de recibir ayuda para todas sus necesidades. En el vídeo que hemos visto no deja ninguna duda: quiere morir, pero no quiere que su marido, que la ha cuidado durante 30 años, vaya a la cárcel por ayudarla. Ya casi no puede deglutir y teme que en unos días ni siquiera pueda ingerir el pentobarbital sódico que encargó por Internet y que guardan para cuando llegue el momento propicio.

El momento propicio ya nunca llegará. Su esperanza estaba puesta en la proposición de ley presentada por el PSOE de despenalización de la eutanasia y la ayuda al suicidio que se tramitaba en el Congreso de los Diputados. Pero al acabar abruptamente la legislatura, la iniciativa ha decaído y con ella su esperanza de una muerte sin mayor pena que la de tener que dimitir de la vida, que ya es mucha. Hace tiempo que la regulación de la eutanasia en determinados supuestos cuenta, según todas las encuestas, con un amplio y sostenido apoyo social. Pero ninguna fuerza política se había atrevido hasta ahora no se había formado ninguna mayoría parlamentaria que se atreviera a abordar el asunto. El miedo al efecto electoral que pudiera tener el ruido de una minoría fanatizada podía más que la racionalidad política y la compasión ante el dolor de los demás. Esta ha sido la vez que más cerca hemos estado de un cambio legislativo, siguiendo la experiencia de países como Holanda o Bélgica, en los que la eutanasia se aplica desde hace años sin problemas.

En 2008, el ministro socialista Bernat Soria hizo un amago de abrir el debate y tuvo que recular a toda velocidad. Esta vez, el texto tenía posibilidades de salir adelante pues contaba con mayoría suficiente en la cámara. Pero el filibusterismo del PP y de Ciudadanos ha impedido que llegara a votarse por la vía espuria de alargar una y otra vez los plazos para presentar enmiendas aprovechando su mayoría de bloqueo en la Mesa del Congreso. El PP siempre ha estado en contra de regular la eutanasia. Pero Ciudadanos ha jugado a la ambigüedad más descarnada. Parecía que iba a apoyar la ley, pero la bloqueaba. El argumento de que antes debía aprobarse la ley de cuidados paliativos que había presentado solo era una cortina de humo. A la hora de la verdad, una vez más, se ha alineado con el PP.

05 Abril 2019

Amor

Antonio Lucas

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KAFKA agonizaba arrasado por el dolor de una enfermedad irrevocable y el doctor Klopstock tardaba en suministrarle la dosis de morfina necesaria para soportar el inútil calvario: «¡Si no me matas eres un asesino!». Max Brod, el amigo más fiel al escritor, asegura que esa fue la última frase que articuló. Pedía asistencia para morir. Ayudar a alguien vitalmente desahuciado que decide conscientemente acabar con su daño es un extraordinario acto de amor. Fernando Savater lo precisó como nadie: «Vivir biológicamente no es vivir humanamente». Vivir requiere de avales humanos.

Ángel Hernández (69 años) colaboró con el derecho de su mujer, María José Carrasco (62), víctima de la esclerosis múltiple desde los 32 años. Ella quería morir, pero temía por él. Por el castigo que implica prestarle las manos para acabar con el espanto de padecer sin fin. Ángel está hoy detenido por un delito de homicidio. Ambos decidieron grabar en vídeo la secuencia en la que él le pregunta a ella si está segura de acabar. Y asiente. Le suministra una sustancia que María José ingiere con una caña. Y se acabó. Es un acto de amor. Es la última demostración de lealtad. Es lo más hondo que existe entre dos seres. Ángel sufre ahora el protocolo del delincuente porque en este país no existe una ley de eutanasia. Un hombre inocente está sumando al desasosiego de su orfandad el desaliento de la estupidez, de la moral recalcitrante, de la política perversa.

Una vez más se trata del derecho a la muerte digna. Del derecho a decidir. De la soberanía de un ser humano ante su propia condición. Prolongar la agonía puede ser otra forma de asesinato. Otra vez resulta más degenerada la ley que la vida, que el deseo de atajarla. Cualquier agonía larga, encarnizada y degradante es una humillación para la que no sirven, cuando se rechaza, el emplasto de ninguna fe ni el suero de la superstición. Mucho menos la empalizada del Código Penal.

Ángel es un presunto delincuente por cumplir con el deseo de una mujer biológicamente condenada. Al detenerlo por homicidio, una banda de políticos camastrones le niegan el sagrado ejercicio de amparo y autoridad. Ayudar a morir a quien quieres es una manera de desfanatizar la muerte. Amar es eso mismo: aceptar que quien tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo (Nietzsche). Pero aceptar también que «mejor vida es morir que vivir en muerte» (Quevedo). No es un problema de licencia, sino de amor.

06 Abril 2019

Suicidio

Carlos Boyero

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¿Dónde hay que firmar, incluso con sangre o si existe el riesgo de que me multen o me entrullen, para exigir el sagrado derecho a la eutanasia?

Creo escuchar en Espejo público esta contundente expresión de un hombre que aparenta cierta entereza, aunque debe de sentirse devastado: «Las campañas electorales me la traen al pairo». Ha pasado una noche en un calabozo y le puede caer pena de cárcel. Porque ayudó a su mujer a suicidarse. La esclerosis múltiple se había ensañado con ella, la morfina ya no suponía un alivio, anhelaba morir, le pidió ayuda a su marido y grabó ante una cámara su deseo, imagino que para evitar que la ley le masacrara. Y me conmuevo. También me entra una mala hostia sanguinaria contra los que creen que solo Dios puede acabar con la existencia de esos enfermos que suplican que los ayuden a largarse al otro barrio.

¿Dónde hay que firmar, incluso con sangre o si existe el riesgo de que me multen o me entrullen, para exigir el sagrado derecho a la eutanasia? En nombre de algo tan devaluado llamado humanidad, de la compasión activa, del derecho. Pero iría más lejos. No solo podrían acceder a la eutanasia los que están corroídos por el dolor físico, insoportablemente enfermos. También aquella gente que tiene irremediablemente rota el alma, aquellos cuyo único deseo es dormir y que ese sueño fuera eterno, pero se despiertan aterrorizados al amanecer y los ojos se les empapan de lágrimas, los que no pueden esperar ya nada de nadie, los acorralados permanentemente por el monstruo de la soledad, la desesperanza, la ruina, el abandono, el sufrimiento crónico, el hastío, la inconsolable sensación de que todo está perdido.

Y vale, que se suiciden los aquejados de cáncer de espíritu. Pero igual les falta coraje y necesitan ayuda, que su tránsito a la nada sea dulce y que haya compañía. A lo peor no saben cómo matarse. Todo requiere conocimiento.

06 Abril 2019

La causade Ángel

Lucía Méndez

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María José y Ángel, su marido, han entrado en la vida de los españoles. Se habla de ellos en la mesa, en los supermercados o en el autobús. La pareja ha llegado al corazón de las familias en un vídeo grabado por el marido. Un vídeo que te gustaría no ver, pero del que no puedes apartar los ojos. Brutal. De lágrimas verdaderas. La mujer encerrada en el dolor, sin más horizonte que el sofá, la cama y la morfina, con las manos rígidas y la mirada perdida. Sufrimiento sin esperanza. Un calvario que nadie merece. El hombre al lado de la enferma, cuidándola y poniéndole crema igual que a un bebé.

«Qué pena, pobre hombre, yo habría hecho lo mismo. No hay derecho a ese suplicio». «Es indigno vivir así». De repente, ese Ángel somos todos. O no. Porque no todos seríamos capaces de hacer lo mismo que él. Pero sí todos le hemos entendido cuando ha explicado por qué ayudó a su mujer a ingerir un medicamento que la mató con dulzura. Quería que dejara de sufrir. Hasta los obispos se han tenido que conmover ante el suplicio de este hombre.

Lo extraordinario de Ángel es que él no quiere dar pena. Desarma su naturalidad, la sencillez con la que habla de la vida, la muerte, los cuidados, la compasión, la eutanasia, el dolor, la enfermedad, su hernia y el pentobarbital guardado en el armario del salón. Ángel habla como si despedirse así de María José fuera el correcto final del camino que tomó cuando se casó con ella. Con total normalidad –ni pizca de victimismo– relata su estancia en el calabozo donde le metieron cuando llamó al 061 para autoinculparse de un delito de auxilio al suicidio. Entendió que le detuvieran casi mejor que los policías. Es como si la muerte de María José le hubiera dado la paz que perdió cuando la enfermedad empezó a paralizar su vida. Hasta le parece natural y aceptable ir dos años a la cárcel. No son tantos si a cambio se legaliza la eutanasia, que para eso grabó el vídeo.

Ángel es un buen hombre que ha logrado conmovernos. Hay que desearle suerte en su causa. Pero igual no debería hacerse ilusiones. También hace más de 20 años el sucidio de Ramón Sampedro –con película y Oscar incluidos– pareció la ocasión definitiva para regular la eutanasia. Esta sociedad de lo inmediato aquejada de déficit de atención es capaz de deglutir vídeos dramáticos a gran velocidad, ponerse a discutir sobre cuestiones profundas durante un par de días, y pasar a otra cosa sin más. Igual dentro de una semana, Ángel se encuentra solo en casa, con la silla y la cama de María José, y una «causa» judicial que seguirá su curso según el Código Penal vigente.

09 Abril 2019

El hombre que ‘ayudó a morir’ a su mujer firmó un manifiesto por la liberación de Otegi

El Toro TV (Editor: Julio Ariza)

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En marzo del año 2015, 146 personas se sumaron a la Declaración presentada en Bruselas a favor de “a liberación del etarra Arnaldo Otegi «y el final de la política de alejamiento, como paso previo a la excarcelación temprana de los presos vascos”.

Entre los firmantes, además de Alberto Garzón, Beatriz Talegón, Facu Diaz, Gaspar Llamazares, Willy Toledo y decenas de militantes de IU, Izquierda Castellana, Anticapitalistas, Podemos, Ahora Madrid destaca ahora otro nombre: Ángel Hernández Pardo, presentado como «expreso político antifranquista».

Ángel Hernández es el hombre que «ayudó a morir» a su mujer, María José Carrasco, diagnosticada desde hace 30 años de esclerosis múltiple.

El que fuera activista de ultraizquierda permitió que los medios grabaran la llamada a emergencias comunicando el suicidio de su mujer, algo que hizo -ha justificado- «para reabrir el debate sobre la eutanasia». Respecto al momento de tomar la decisión -en plena campaña electoral- ha detallado que «ella ya estaba sufriendo mucho» y que se «lo estaba pidiendo constantemente». Esta situación, dice, le llevó a grabar los vídeos «para que quede constancia».

La asociación Derecho a Morir Dignamente no tardó en sacar partido del caso y convocó una manifestación en apoyo a Ángel. El objetivo de la concentración no era otro que presionar a los políticos para regular la mal llamada ‘muerte digna’.

15 Julio 2019

Obligados a vivir

EL PAÍS (Directora: Soledad Gallego Díaz)

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El legislador no puede seguir ignorando la mayoría favorable a regular la eutanasia

La muerte del tetrapléjico francés Vincent Lambert ha puesto fin a una larga y dura batalla judicial que ha enfrentado a los miembros de su familia y le ha mantenido con vida durante años, tras sufrir un grave accidente en 2008, pese a que su caso reunía los requisitos legales para desconectar los soportes mecánicos que le mantenían en un estado vegetativo sin esperanza de recuperación. El caso se ha convertido en un símbolo dramático de la falta de regulación del derecho a morir. La vida de Lambert se apagó finalmente seis años después de que fuera desconectado por primera vez. La oposición de los padres, miembros de una corriente muy tradicionalista de la Iglesia católica, logró que un tribunal paralizara en dos ocasiones la retirada de los soportes vitales, la última el 20 de mayo. Siempre ha sido por razones formales, pues todos los tribunales, incluido el de Estrasburgo, habían amparado la decisión de su esposa y tutora legal de dejarle morir y no persistir en un obstinamiento terapéutico completamente inútil.

Mientras en Bélgica, Holanda y Suiza se aplica con normalidad y sin que se hayan detectado abusos las leyes que regulan la eutanasia o el suicidio asistido, en los países donde se siguen penalizando se suceden los casos de enfermos condenados a seguir viviendo entre grandes sufrimientos. Cada vez es más frecuente que enfermos todavía válidos, pero aquejados de una enfermedad neurodegenerativa irreversible, se suiciden cuando todavía querrían vivir por miedo a no poderlo hacer más tarde, cuando pierdan la capacidad de valerse por sí mismos. Cada día emerge con más fuerza una realidad que requiere de una legislación que reconozca el derecho a morir y a recibir ayuda médica para hacerlo.

El pasado viernes se entregó en el Congreso de los Diputados un millón de firmas recogidas mediante tres iniciativas ciudadanas para pedir que se aborde de una vez la despenalización de la eutanasia. Los promotores piden también que la Fiscalía no presente cargos contra Ángel Hernández por haber facilitado a su esposa, María José Carrasco, con una esclerosis múltiple muy avanzada, el cóctel de fármacos que acabó con su vida. Pese a que acreditó en un vídeo la petición de su esposa, Hernández está imputado en un juzgado de violencia de género.

Cada día resulta más urgente que el legislador afronte una realidad desatendida por la presión de una minoría que pretende imponer al conjunto de la sociedad sus creencias religiosas. Hace ya años que las encuestas muestran una amplia y persistente mayoría social, transversal a todas las ideologías, favorable a la despenalización de la eutanasia en determinados supuestos. La última, realizada en el País Vasco, indica que el 86% de los ciudadanos está a favor de regular el derecho a morir.

El PSOE presentó en 2018 una proposición de ley que decayó con la convocatoria de elecciones después de que Ciudadanos bloqueara su tramitación en la Mesa del Congreso. Casos como el de María José Carrasco, Vincent Lambert o el de Antoni Monguilod, que sufre Parkinson avanzado y pide morir para “dejar de padecer y hacer padecer”, son solo la parte visible de una situación que obliga a muchos enfermos a vivir contra su voluntad. Los representantes de los ciudadanos no pueden seguir ignorando una demanda social tan extensa y compartida. La Constitución defiende el derecho a la vida, pero no obliga a vivirla con sufrimiento y desesperanza.