24 marzo 1998

La popularidad del premier se había multiplicado por la enfermedad de Yelstin y algunos lo veían como su posible sucesor

Boris Yelstin destituye a Viktor Chernomyrdin como primer ministro de Rusia y lo reemplaza por el joven Sergei Kirienko

Hechos

El 23.03.1998 Boris Yelstin, presidente de Rusia, anunció el nombramiento de Sergei Kirienko como nuevo primer ministro.

24 Marzo 1998

El 'Yeltsinazo'

Editorial (Director: Jesús Ceberio)

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¿Quién manda en Rusia? Si la enfermedad de Yeltsin había sembrado alguna duda, el presidente la resolvió ayer. En su primera decisión al regresar al Kremliln destituyó de un plumazo a todo su Gobierno, cogiendo desprevenido al mundo entero y, en primer lugar, a los ciudadanos rusos, incluido el principal interesado, el hasta ayer primer ministro, Víktor Chernomirdin. Tras este súbito cambio de equipo de gobierno no parece perfilarse, sin embargo, un cambio de política.Yeltsin no sólo ha impuesto su autoridad, sino que también se ha anticipado así a la crisis social que está larvando ante una nueva acumulación de impagos por parte del Estado de sueldos de funcionarios y pensiones, culpando a sus ministros como si el presidente estuviera por encima del bien y del mal.

Aunque ha tocado fondo, la economía rusa no termina de despegar. El crecimiento previsto para este año, en torno al 1% del PIB, será similar al de 1997. Muy por debajo de la mayoría de los países industrializados, incluidos los del antiguo bloque comunista. La coyuntura no favorece a Rusia: a los efectos de la crisis asiática se ha añadido en los últimos meses la caída internacional de precios de los productos petrolíferos, una de las principales fuentes de divisas del país. Probablemente, Yeltsin, para cumplir lo que prometió el mes pasado en su discurso sobre el estado de la nación, esté buscando un equipo más joven y dinámico que, sin olvidar las reformas sociales, reactive las que todavía siguen pendientes en el terreno más directamente económico.

El decretazo del presidente puede estar también destinado a cortar la lucha de poder entre una parte del Gobierno y la oligarquía financiera y mediática que intenta desde la sombra controlar todo el poder en Rusia. Desde luego, uno de sus representantes, proveniente del lucrativo sector energético, era Chernomirdin. El encargado por Yeltsin de buscar nuevo Gobierno, Serguéi Kiriyenko, está también vinculado a este sector, aunque es un tecnócrata y colaborador cercano del reformista popular Borís Nemtsov.

En esta, renovada kremlinología, algunos indicios apuntan a que un objetivo de Yeltsin, que constitucionalmente no se puede presentar a un tercer mandato, es la desactivación política de Chernomirdin, a quien muchos apuntaban como el candidato natural del llamado partido del poder para las elecciones presidenciales del año 2000. Yeltsin señaló ayer que Chernomirdin debía dedicarse a preparar esos comicios, pero todos saben que Chernomirdin tendría más posibilidades de ganar las elecciones presidenciales siendo primer ministro que desde fuera del Gobierno. Sobre todo cuando aún quedan dos años para esa cita con las urnas, a menos que la salud le juegue una mala pasada a Yeltsin.

La destitución de Chernomirdin no debe tapar otra importante: la del ministro del Interior, Anatoli Kulikov, partidario de la línea dura en la lucha contra el crimen. En política exterior no se esperan grandes cambios, pero la continuidad se reflejará principalmente en si sigue Primakov al frente de la diplomacia rusa, especialmente cuando la crisis de Kosovo requiere el concurso de Rusia y cuando Yeltsin ha de reunirse en Moscú el jueves con Chirac y Kohl en un ejercicio de diplomacia triangular. Pero en el fondo poco importa. Yeltsin, de 67 años, ha demostrado que él es quien tiene las riendas. Mientras tenga la fuerza física para sostenerlas, claro. Justamente por eso, la política de Rusia sigue dominada por la incertidumbre.

24 Marzo 1998

Salud de hierro para destituir

Luis Matías López

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La sorpresa de los oficiales de la Flota del Mar Negro, con base en la ciudad crimeana de Sebastopol, cuando contemplaron por televisión cómo Víktor Chernomirdin explicaba que ya no era primer ministro de Rusia, fue un fiel reflejo del desconcierto que la noticia provocó en el universo político moscovita. Después de todo, el presidente Borís Yeltsin se recuperaba oficialmente de una «aguda infección viral respiratoria», y este último episodio de su precaria salud estaba en el origen de la suspensión de una cumbre de la Comunidad de Estados Independientes y en el traslado a la capital rusa, desde Yekaterimburgo, de una reunión con Jacques Chirac y Helmut Kohl, con los que el líder del Kremlin intenta consolidar una troika que frene la hegemonía mundial de Estados Unidos.Aunque Yeltsin, según sus médicos, no se encontraba en las condiciones óptimas para viajar en avión hasta la capital de los Urales, sí lo estaba, aparentemente, para tomar la decisión más importante de su segundo mandato. Ésta pasa por la destitución de su jefe de Gobierno, que superó en diciembre los cinco años en el cargo, y que se perfilaba como el principal aspirante a sucederle en el año 2000. Aún es pronto para determinar si sus nuevas funciones, para preparar unos comicios que se prevén vitales para el futuro de Rusia, le catapultarán como sucesor designado (ésta era la interpretación más extendida ayer) o si, por el contrario, tan sólo le apartan de su base real de poder.

La historia reciente demuestra que nada hay que siente peor a Yellsin que el hecho de que alguno de los dirigentes del campo reformistamueva pieza y muestre amibiciones de ser califa en lugar del califa. Tal vez por ello, desde el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov; el vicejefe de Gobierno Borís Nemtsov o el propio Chernomirdin han repetido hasta la saciedad que no tienen ambiciones presidenciales. Pese a ello, este último se ha permitido algunos gestos que Yeltsin debió apuntar en su lista de agravios, como cuando se atrevió a replicar a una bronca que el presidente le echaba en público.

Peor aún, los medios de comunicación le habían convertido en una especie de candidato natural a la sucesión, mostrando su perfil de hombre conciliador, capaz de llevarse bien con todos, incluidas la oposición comunista y nacionalista, sin romper con la línea reformista. Parecía el reflejo de Yeltsin en el espejo, otro Yeltsin capaz de garantizar el fin de una transición sin traumas del comunismo al capitalismo. Pero el actual inquilino del Kremlin, por mucho que le castiguen sus cinco puentes cardiacos y sus frecuentes episodios gripales, está muy lejos de pensar en la retirada. Ha dicho mil veces que no será candidato en el año 2000, pero al mismo tiempo ha dejado que sus más próximos colaboradores digan por detrás que nada está decidido. Ahora, el futuro de Vílctor Chernomirdin es, cuando menos, una incógnita.

En más de una ocasión se ha hablado de que, incluso si Yeltsin no opta a la reelección, el candidato del sistema no tiene por qué estar entre los tres hombres de que tanto se habla y se escribe. Borís Berezovski, el hombre más rico y uno de los más influyentes de Rusia, afirmó el domingo que el nuevo presidente deberá reunir tres condiciones: que continúe el proceso de reforma, que no base su gestión en la revisión de los «errores del pasado» y que sea «elegible». Eso le permitía eliminar, por uno o varios motivos, a Luzhkov, a Nemtsov, a Chernomirdin, al comunista Guennadi Ziugánov, al liberal Grigori YavIinski y al ex general Alexandr Lébed. Si tiene razón, en alguna parte hay un tapado, cuya identidad tal vez ni el mismo Yeltsin conozca, esperando que llegue su momento. Por ahora, no parece que vaya a ser el primer ministro interino, un tecnócrata casi desconocido, aunque no sea nada fácil penetrar en la mente de Yeltsin y de quienes, sean quiénes sean, le hayan aconsejado dar este viraje.

De lo que no cabe duda alguna es de que el vicejefe de Gobierno, Anatoli Chubáis, contemplado en Occidente como la principal garantía de la continuación del proceso de reformas, sale como claro derrotado de esta crisis. Su suerte estaba echada desde que, en noviembre, se salvó por los pelos de la destitución que alcanzó a sus compañeros de la Unión de Escritores, como se conoció a los cinco dirigentes que cobraron escandalosos adelantos por un libro que probablemente nunca se publicará.

Ya se dijo entonces que difícilmente llegaría a la primavera. En una situación tan repleta de dudas, no es la menor saber si Chubáis queda totalmente fuera de juego o si, tan sólo, vuelve pasar a ese segundo plano en el que ha demostrado que se sabe mover como pez en el agua.

En cuanto a Borís Nemtsov, el otro vicejefe de Gobierno y miembro con Chubáis del dúo dinámico de la reforma radical, no hace tanto tiempo considerado el delfin designado de Yeltsin, sigue interinamente en su puesto y puede apuntarse el tanto de que el primer ministro provisional es uno de los suyos. Yeltsin le prometió dos años como mínimo en su equipo y apenas si ha cumplido uno, pero eso no es ninguna garantía, como tampoco que, en los últimos meses, haya halagado al presidente hasta la náusea.

Es difícil no interpretar la destitución del ministro del Interior, Anatoli Kulikov, como un contrapeso a la defenestración de Chubáis, ya que este Robocop de la ley y el orden (aunque sin lograr imponerlos), habitual denunciante del asalto mafloso al poder, era el más significado representante del ala dura y minoritaria del Gobierno, el hombre del que en voz baja se ha hablado con frecuencia como hipotético protagonista de una aventura golpista. Una periodista que se atrevió a ponerlo por escrito se lo encontró en los tribunales. Ganó Kulikov.