22 marzo 1966

El ministro de Información y Turismo franquista y el embajador norteamericano quisieron demostrar que las aguas no habían sido contaminadas

Caen bombas nucleares en Palomares y el ministro Fraga se baña para demostrar que no hay peligro de radioactividad

Hechos

En marzo de 1966 el ministro de Información y Turismo, D. Manuel Fraga Iribarne y embajador de Estados Unidos en España se bañaron en la playa de Palomares.

Lecturas

El incidente de Palomares fue un accidente nuclear ocurrido en la localidad española de Palomares, perteneciente al municipio de Cuevas del Almanzora (Almería), el 17 de enero de 1966. En el contexto histórico de la Guerra Fría, dos aeronaves de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (USAF), un avión cisterna KC-135 y un bombardero estratégico B-52, colisionaron en vuelo en un maniobra de abastecimiento de combustible. Esto provocó el desprendimiento y la caída de las cuatro bombas termonucleares B28 que transportaba el B-52, así como la muerte de siete del total de los once tripulantes que sumaban ambas aeronaves.

Como resultado de la deflagración se formó un aerosol, en forma de nube de finas partículas compuesta por los óxidos de elementos transuránicos que formaban parte del núcleo fisionable de las bombas, más el tritio que se vaporizó al romperse su recipiente. Dicha nube fue dispersada por el viento y sus componentes se depositaron en una zona de 435,65 hectáreas de superficie que incluía monte bajo, campos de cultivo e incluso zonas urbanas. Aunque con menores niveles, hubo otra extensa contaminación en la colindante Sierra Almagrera, denominada Zona 6, que afectó a una superficie de 194 hectáreas, que se ocultaron de las cifras oficiales.​ La contaminación radiactiva resultante (principalmente por plutonio-239, plutonio-238, plutonio-240, plutonio-241, más uranio-235 y uranio-238 ) superó los 12 000 KBq/m². Hubo notables diferencias según el área considerada, con puntos de 117 000 Bq/m², y hasta más de 37 millones de Bq/m² (saturaron los instrumentos de medida) cerca de los cráteres de impacto

12 Febrero 1967

Palomares

Rodrigo Royo

Leer

Querido lector:

Hemos necesitado un año para enterarnos de lo que ha ocurrido en Palomares. Usted, seguramente, conoce la película ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’. Era una sátira audaz sobre lo que le podría pasar si el hombre pierde el control sobre las temibles bombas nucleares. En Palomares, un lugar casi desconocido de la cosa de Almería, ocurrió eso precisamente: se perdieron cuatro artefactos propiedad de los Estados Unidos de América. Tres fueron encontrados en seguida. El otro hizo un duradero viaje al fondo del mar y ocasionó una de las más intensas operaciones de rescate y de las más llamativas  psicosis colectivas de que se tiene noticia. El peligro de explosión estaba conjurado. No así el de posible contaminación de las aguas y de los habitantes del pacífico pueblo almeriense, sobre el que, según se cuenta en el reportaje que abre este número que tiene usted entre manos «los hombres y mujeres de Palomares asistieron a los más fantásticos fuegos artificiales que imaginarse pueda».

Ha pasado un año de todo aquello. Y un personaje nuevo ha hecho su entrada en esta peripecia vital, en la que unos campesinos y pescadores pacíficos descubrieron, en su propia piel, la fabulosa capacidad técnica y militar de USA: la Duquesa de Medina Sidonia. La prensa mundial ha empezado a llamarla ‘La Duquesa Roja’. Quizá haya en ello algo de exageración, pues según ha manifestado esta famosa aristócrata española, su único color «es aquél de quien defiende el bienestar de todos los españoles, venga de donde venga».

Esta es la razón de que hayamos dedicado nuestra portada a la Duquesa de Medina Sidonia y a la historia de aquel accidente de aviación que conmocionó al mundo, y cuyos problemas todavía no se han terminado de resolver. La duquesa de Medina Sidonia encabeza la lista de los españoles que desean ser oídos en relación con este asunto. A ella – y a diversos vecinos del pueblo – se ha dirigido SP. Nuestros redactores y fotógrafos han recorrido el contorno de esta historia, y se lo han contado a usted en las páginas que siguen. Este es, como usted ya sabe, ‘el estilo SP’. Nos hemos documentado cuanto nos ha sido posible, hemos viajado a Palomares para realizar entrevistas con los campesinos reclamantes y hemos procurado que de este intenso trabajo de investigación no quede más que esa apasionante historia que ocupa la ‘cover story’ del número 333 de SP, en el que también encontrará usted las habituales secciones que hacen de nuestra publicación ‘la revista de las personas que tienen opinión’.

Reciba un afectuoso saludo de su buen amigo.

Rodrigo Royo

El Análisis

El baño de Palomares, propaganda en tiempos de Guerra Fría

JF Lamata

Marzo de 1966 dejó una de las imágenes más insólitas del franquismo: el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, y el embajador de Estados Unidos en España, Angier Biddle Duke, dándose un baño en la playa de Palomares. Aquel chapuzón, difundido a bombo y platillo por el NO-DO, no fue un gesto de ocio sino de propaganda: se trataba de demostrar a la ciudadanía que las aguas de la costa almeriense eran seguras tras el accidente nuclear en el que cayeron cuatro bombas estadounidenses, dos de ellas liberando plutonio en la zona. Con un golpe de efecto, Fraga convirtió una crisis internacional en un espectáculo mediático y en un ejemplo de cómo el régimen franquista manejaba la opinión pública.

La decisión de aparecer en bañador fue doblemente novedosa. Por un lado, transmitía la idea de que no había peligro radiactivo; por otro, mostraba por primera vez a un ministro en traje de baño en las pantallas del NO-DO, rompiendo con el formalismo habitual del franquismo. Fraga, siempre ambicioso, proyectaba la imagen de un político moderno y con aspiraciones de futuro: soñaba con llegar a ser presidente del Gobierno cuando ese cargo reapareciera en la vida institucional española, aunque nunca lo lograría. Las bromas posteriores oscilaron entre la “venganza radiactiva” y el humor fácil sobre los supuestos “superpoderes” con los que arrasaría en Galicia décadas más tarde.

Más allá de la anécdota y el folclore propagandístico, el baño de Palomares ilustra los riesgos de la Guerra Fría trasladados a las costas españolas. España, convertida en pieza estratégica para Washington, tuvo que digerir que su soberanía quedaba en entredicho cuando el cielo de Almería se convirtió en escenario de un accidente nuclear estadounidense. El baño de Fraga fue eficaz como gesto político y mediático, pero no pudo ocultar la realidad de fondo: que el país vivía bajo la sombra de las bombas ajenas.

J. F. Lamata