31 diciembre 2015

Campanadas 2015-2016: Se mantiene el triunfo habitual de TVE y pero el semidesnudo de Cristina Pedroche coloca a Atresmedia en la segunda posición por delante de Mediaset

Hechos

Fue noticia el 31 de diciembre de 2015.

Lecturas

OPERADOR TVE:

 D. Ramón García y Dña. Anne Igartiburu.

OPERADOR ATRESMEDIA:

 ANTENA 3 TV – Dña. Cristina Pedroche y D. Carlos Sobera.

  • LA SEXTA – D. Alberto Chicote y Dña. Andrea Ropero.

OPERADOR MEDIASET ESPAÑA:

Dña. Marta Torné, Dña. Natalia Ferviú, D. Pelayo Díaz y Dña. Cristina Rodríguez (del programa ‘Cámbiame’).

01 Enero 2016

ESPAÑA COMO PELÍCULA DE TERROR

Luis Martínez

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España da miedo. Y nada como la Nochevieja entera para acreditarlo. Del primer al último minuto; de la cadena de todos a la de sólo algunos (no diremos cuál es cuál); de las no-bragas de Pedroche al campechanismo ya sí estomagante de Bertín pasando por Ramontxu e Igartiburu momificados, lo vivido en la última velada de 2015 en televisión fue una extraña, ridícula, por momentos terrorífica y siempre idéntica a sí misma repetición de todo lo malo. La caspa como precipitado perfecto de lo que somos. ¿Es o no para temblar?

Hubo una excepción, eso sí. Y también la salvedad, admitámoslo, sonó a repetido. A un lado, ese golpe bajo a la nostalgia inteligente que fue Cachitos, siempre nos quedará José Mota. Nadie como él, de hecho, para apreciar en su justa medida la poca distancia que media entre la conmoción del susto y el patetismo del espasmo; entre el pánico y la carcajada. Digamos que el país entero se encuentra en ese momento crítico en el que, tras el estornudo, no sabemos si soplar o sorber. Sin duda, patético. Patético, recuérdese, vale tanto para la congoja ante lo trágico como para la vergüenza ajena; para una votación de la CUP, por ejemplo, como, sin ir más lejos, una declaración a bulto de Susana Díaz. Todas valen. Un reto: ¿qué de lo último es ridículo y qué dramático? Difícil distinguirlo, ¿verdad? Y él, Mota, lo entendió a la perfección.

Mota volvió a hacer de la tradición ley y convirtió su programa, otra vez, en una suerte de inmenso espejo a medio camino entre la revelación y el delirio. En efecto, se veía España. Tan triste, tan divertido. Sencillamente, lo clavó. Bien es cierto que a los no familiarizados (que de todo hay) con la película de Kubrick que sirvió de hilo conductor, El resplandor, se lo puso por momentos difícil. También hay que reconocer que la fórmula va camino de agotarse. El manchego repitió punto por punto lo que sabe que le funciona sin admitir ni la posibilidad de riesgo ni de error. Es decir, para el próximo año, le toca dar un salto adelante. Sí o sí.

Aun así, asistimos a la probablemente primera explicación que da la televisión pública sobre la arrogante impericia al volante de Esperanza Aguirre convertida ya en espectro. A eso y al espectáculo de ver La Moncloa transformada en el escenario mítico y caduco de un tiempo de fantasmas y escalofrío. Definitivamente, no está claro si toca reír o llorar. El resto de los gags se mantuvieron casi sin excepción a la altura de lo exigido. La fabricación de un jubilado o, y sobre todo, la reproducción del debate a cuatro fueron sólo dos de los incontestables momentos de un programa transformado en rito.

Y de alguna forma, ésa fue la pauta de todo lo demás convertido, pero para muy mal, en puro y hasta pavoroso rito. El vestido de Cristina Pedroche, por ejemplo, más que sorpresa o provocación fue directamente un hashtag. Digamos que nació para ello: para ser comentado y para poner a prueba el gracejo de los tuiteros profesionales (que los hay). Cansino. Del espectáculo que dieron los competidores de Telecinco imitando a Pedroche que, a su vez, se imitaba a sí misma, no diremos nada. De nuevo, patético.

Antes y después de las uvas, Telecinco había de nuevo desempolvado su batería de espumillón, laca y aplausos enlatados para ofrecer por enésima vez el rictus del hijo de Joaquín Prat secundado por una Paz Padilla embutida en algo que, dicen, era un vestido. Fue verles a los dos al lado de Paquirrín y a algunos se nos saltaron las lágrimas. Definitivamente, Kubrick es un aprendiz al lado de algunos realizadores (de terror) de la televisión española.

EL HOMBRE DE OSBORNE

Antena 3, directamente, optó por arrojar, que no programar, a la cara del espectador un compendio de todas las latas a punto de caducar que tenían en la despensa. La poca vergüenza debe de ser esto. Es más, Cachitos, un programa por definición hecho de retales quedó a su lado como El ciudadano Kane de la televisión. ¿Y qué decir de eso llamado Gym Tony servido en formato especial en Cuatro? ¿Pero realmente es necesaria tanta crueldad? La Sexta, por su lado, tiró la toalla (y hasta la decencia) al primer amago. Simplemente, se borró. Que trabajen otros, debieron de pensar.

En esto, TVE no admite réplica. Ellos tienen claro que el único en España que representa a España por España y con España es Bertín. En lo que va de navidades y más atrás (probablemente en pago por los servicios prestados al presidente en funciones), al hombre-toro de Osborne le hemos contemplado en todas las posturas: entrevistando, cantando y bertineando. Pues ayer, además, contó (o contuvo) chistes al lado de Arévalo (¿se acuerdan?). O le dan la medalla al mérito al trabajo o, directamente, la Presidencia del Gobierno. Pero, por favor, hagan algo para que deje de salir unos minutos cuanto menos en TVE. Tendrá que ir al baño el hombre.

Lo dicho, nada de lo que se vio ayer no se había visto ya antes. Los espectros de Ramón García y Anne Igartiburu en su retransmisión de las campanadas número 1.515 (otra vez) provocaron una conmoción en algunos espectadores que, por un instante, dudaron de dónde estaban, quiénes eran y, lo más importante, por qué. Daba realmente miedo ver que, pese a todo, pese a segundas transiciones, pese a políticas y políticos nuevos, todo sigue igual. Fue un resplandor. España como película de terror.