14 junio 1990

Claudio Boada anuncia que cede la presidencia del Banco Hispano a su fiel colaborador Amusátegui

Hechos

En junio de 1990 el consejo del Banco Hispano Americano aprobó el relevo en la presidencia de D. Claudio Boada por D. José María Amusátegui.

Lecturas

El 14 de junio de 1990 el Consejo de Administración del Banco Hispanoamericano acepta la renuncia a la presidencia de la entidad de D. Claudio Boada Villalonga, que presenta su renuncia al cumplir 70 años de edad.

El nuevo presidente del Banco será D. José María Amusátegui de la Cierva, colaborador del Sr. Boada durante los últimos 27 años y que asumirá todos los poderes ejecutivos de la entidad a partir del 1 de enero de 1991.

En junio de 1990 fue nombrado presidente Amusátegui, reemplazado a Boada. Aunque no se hará efectivo hasta el 1 de enero de 1991 (mismo modelo usado en el Banco Vizcaya entre Galíndez y Toledo).

27 años de tándem Boada-Amusátegui. Boada pone la cara y Amusátegui, en la sombra, no generaba conflictos (Amusátegui es abogado del Estado).

07 Enero 1991

El adiós del samurai incombustible

Raúl Heras

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Cuarenta años de mando dejó atrás el día 1 de enero el último samurai de la Banca española: Claudio Boada Vilallonga abandonó el sillón presidencial del Banco HispanoAmericano sin que , sus pequeños y penetrantes ojos parpadearan, sin que el rictus de seriedad que ha orillado sus labios se descompusiera y con la seguridad de haber cumplido con el código de conducta de los guerreros encerrada en su ovalado y calvo cráneo. Incombustible a los cambios, este ingeniero industrial, casado con Eulalia Pallarés y padre de cinco hijos, ha sido uno de los hombres con más poder en este país desde la década de los años 60. Bien visto y respetado por el franquismo, bien visto y respetado por la UCD y bien visto y respetado por el socialismo, su figura se ha paseado por todos los sectores industriales, desde la siderurgia al automovilismo, desde los hidrocarburos a la Banca. No ha sido ministro porque no ha querido. Siempre ha sido un gestor, el primer ejecutivo, el hombre encargado de hacer funcionar los negocios de los demás. La mayor parte de las veces en empresas relacionadas con el Estado, en entidades en las que la larga mano del Gobierno de turno le abría la puerta para que impusiera orden y lograra beneficios.

El final de su vida profesional tenía que ser en un importante escenario, entre el aplauso y las envidias que sólo reciben los grandes. Tal vez, por eso, preparando ese momento, su «sobrino» Miguel Boyer, como él gusta de llamar al que fuera ministro de Economía, Hacienda y Comercio, dio el visto bueno para su aterrizaje en el Banco Hispano-Americano, amparado por otro de sus «chicos», el gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, y con la colaboración de amigos de toda la vida, como el empresario sevillano Javier Benjumea o el dueño de la constructora Ferrovial, Rafael del Pino, su gran amigo, el único hombre capaz de convencerle, de hacerle escuchar, de influir en sus decisiones. La persona por la que estaría dispuesto -y lo estuvo- a respaldar una OPA hostil contra la empresa Cubiertas y MZOV de varias decenas de miles de millones. Claudio Boada es para muchas personas uno de los grandes padrinos de la «beautiful people», unode sus protectores, uno de los componentes de ese pequeño grupo de elegidos que tuvo la visión y la decisión de apostar por el futuro cuando los cachorros del hoy todopoderoso socialismo leían con pasión a Popper, creían en .Karl Marx y estaban dispuestos a romper la dictadura en pedazos, nacionalizar los grandes bancos y las grandes empresas y salvar a los pobres del capitalismo. En abril de 1970 don Claudio abandonó Altos Hornos de Vizcaya para hacerse cargo de la presidencia del INI merced a los buenos oficios del entonces titular del Ministerio de Industria, su amigo y socio José María López de Letona. Se conocían desde que Letona estaba en la empresa Dimetal y Loada en Pegaso. Juntos fundaron después Interholding gracias a la estupenda argamasa que representaba y representa Rafael del Pino, primo del ministro y amigo del gestor por antonomasia de esos años en la industria española. Al INI llevó a Juan Antonio Kindelán y a Miguel Boyer, a Carlos Solchaga y a Carlos Bustelo. A todos les dio oportunidad de mostrar sus talentos, les defendió de los ataques de la ultraderecha del régimen, que no quería a «rojos» en puestos importantes, y les permitió desarrollar planes y estrategias industriales codo a codo con las conspiraciones políticas que habían iniciado en la Universidad y en el FELIPE.

Cuando en 1974 se marchó del Instituto Nacional de Industria había cimentado una buena y sólida amistad con los actuales rectores de la política económica y financiera española, y había puesto las bases para su futuro desembarco en la gran banca. También había demostrado que él sólo se amilanaba ante Dios, el resto de los mortales eran simples adversarios, la mayoría de los cuales no estaba a su altura. El presidente del Banco Madrid y el Banco Catalán de Desarrollo, Jaime Castell Lastortras, le llama para que intente solucionar sus problemas, ya con el enorme cetáceo de Banesto abriendo su boca para comérselo. Tal y como hace pese a todos los intentos del equipo gestor. Es la gran derrota de Claudio Boada, la espina que atravesará su carrera de éxitos. En mayo de 1981 otro de sus grandes amigos, Leopoldo Calvo Sotelo, le ofrece la presidencia del Instituto Nacional de Hidrocarburos, que acepta teniendo como referencias a Juan Antonio García Díez de vicepresidente del Gobierno, a Ignacio Bayón de Ministro de Industria, y a Carlos Bustelo de presidente del INI. Uno de sus primeros actos es llamar a Miguel Boyer para que se haga cargo de la Dirección de Planificación y Estudios. Boyer acababa de regresar al Banco de España descorazonado de su experiencia como parlamentario socialista. Uno necesitaba una catapulta de lanzamiento para el inevitable futuro del puño y la rosa que se ve en el horizonte; otro juega sobre seguro y a caballo ganador. Su olfato de viejo.zorro no le engaña casi nunca. Cuatro años después, con el socialismo instalado sobre diez millones de votos, Claudio Boada regresa urgentemente de México, donde se encuentra negociando un importante contrato de petróleo, ante la muerte de su madre. Unos días más tarde del dolor y del entierro recibe una llamada de Javier Benjumea: el puesto de presidente del Hispano es suyo, el último rival, Antonio Barrera de Irimo, ha caído ante el brazo ejecutor de Mariano Rubio. Durante tres años el poder de sus antiguos «cachorros» no deja de crecer. La «beautiful people» extiende sus poderosos y largos tentáculos por todo el sistema financiero e industrial: en el Banco Hispano está Boada; en el Exterior Miguel Boyer; en Banesto, López de Letona; en el Viicaya, Pedro Toledo y en el Bilbao, Sánchez Asiaín, dos amigos; y en el Banco de España, Mariano Rubio y el maestro Luis Angel Rojo.

Don Claudio sanea el banco con rapidez a base de vender y vender gran parte de sus activos. El «agujero» es enorme y hay que desprenderse de empresas suculentas que van a hacer millonarios con su juego en la Bolsa a hombres como Manuel de la Concha y su socio Jaime Soto, o al periodista y empresario Ladislao Azcona y sus socios Luis Solera y Rafael Naranjo. Entra después en la vorágine, en la caliente guerra de las fusiones y las OPAS hostiles que sellan el fin de una época. Boada participa en el juego y arriesga tanto como los demás. Vende el paquete de acciones de «popularinsas» que tiene en Banif a los hermanos March, que para algo su hijo trabaja en el Banco de Progeso y los financieros mallorquines aspiran a imitar a las parejas de moda: CondeAbelló y Los Alberfos. Su acuerdo con el Commerzbank alemán y con los italianos de Fiat le salvan de otros posibles tiburones que vuelven al viejo oficio de la compra de los grandes bancos, como los hermanos Botín, que ofrecen por boca del primogénito, Emilio, doscientos mil millones de pesetas a las «indicaciones» del Gobierno o del Banco de España. Hoy, con su sucesor José María Amusátegui ya sentado en el puesto de presidente, Claudio Boada se mantiene en el consejo del Hispano junto a alguno de sus amigos de toda la vida como son Rafael del Pino, Leopoldo Calvo Sotelo y Javier Benjumea. Dispuesto a ofrecer consejos a quien se lo pida y a proteger al que fuera su segundo durante más de veinticinco años de los ataques que sabe que va a recibir. El último samurai puede estar tranquilo ya que sólo él conoce el nombre de sus daimios.