Confusión en la Casa de Alba: La Duquesa anuncia que se quiere casar con Alfonso Díez, pero sus hijos logran que aplace temporalmente su propósito

El amor no conoce edades pero hay edades en las que hay que andarse con cuidado con el amor», ha escrito un columnista a propósito del polémico noviazgo de la duquesa.

Esto puede valer para cualquier hombre o mujer pero no para Cayetana Fitz-James Stuart y Silva Falcó-Portocarrero y Gurtubay, duquesa de Alba, 52 títulos nobiliarios más y 18 veces Grande de España.

«Se trata de una mujer que nunca se paró en convencionalismos sociales ni se ocupó jamás de las murmuraciones que su forma de vivir la vida levantaba», como escribió el querido, inolvidable y malogrado Ismael Fuente, autor de la mejor biografía sobre una de las mujeres más fascinantes de nuestra época, una mujer con un desprecio absoluto por el qué dirán.

El destino, que la hizo nacer inmensamente rica, la dotó de otra cosa que no suele darse con el dinero: la pasión, el motor que ha movido y sigue moviendo su vida. A los 17 años se enamoró apasionadamente de un torero, Pepe Luis Vázquez. Su padre, el gran duque de Alba, cortó de raíz aquel romance.

Desde entonces, su vida ha ido siempre por delante de las murmuraciones y los escándalos. Como el que se ha desatado con la noticia, la gran noticia del año y de muchos años: la duquesa más duquesa del mundo se quiere casar. Por tercera vez. Puede. Es viuda desde hace siete años. El novio, Alfonso Díez Carabante, también puede. Es soltero. De toda la vida.

Si así es, ¿qué es lo que ha levantado tanta batahola, tanta algarabía mediática, tanto pasmo nacional, tanta inquietud filial y tantos perturbadores sentimientos entre sus compañeros de la aristocrática casta de la Diputación de la Grandeza? ¿Una extravagancia más de la duquesa?

Simple y sencillamente que Cayetana tiene 82 años (nace en el Palacio de Liria de Madrid el 28 de marzo de 1926); Alfonso, 57 (nace en Palencia el 15 de noviembre de 1950).

A Cayetana la conoce todo el mundo. Su vida ha estado iluminada desde el mismísimo día que vino al mundo. Pero a Alfonso, el novio de la duquesa, el hombre que puede convertirse en el duque consorte, no le conoce nadie. Tampoco desea ser conocido. No porque tenga nada que ocultar, sino porque no le gusta la publicidad. Y, mucho menos, figurar.

Se trata de un hombre modesto, nacido en el seno de una familia muy numerosa de Palencia. Su padre, José Díez, ex militar y amante de las antigüedades hasta el extremo que don Eugenio Fontaneda -propietario del Castillo de Ampudia, del siglo XV, comprado en ruinas y restaurado por él en la década de los 60- contrató al padre de Alfonso. ¿El motivo? Que, con sus conocimientos, adquiriera antigüedades para el citado castillo, convertido hoy en un excepcional museo con secciones de arqueología, arte sacro, pintura, armas, instrumentos musicales y relojes.

La familia de Pepe Díez, como se le conocía en Palencia, estaba compuesta por el matrimonio y ocho hijos: seis varones y dos chicas. El más pequeño de ellos, impedido. El padre, muy religioso él, gustaba de llevarle a la ermita de Becerril en las tardes soleadas. Como suele suceder en muchas familias, no todos los hermanos se llevaban igual. Alfonso, nuestro protagonista, problemas con algunos de ellos sí tuvo. En Palencia sólo sigue viviendo Antonio, casado con Elena, una abogada.

Alfonso y Pedro recalaron en Madrid. El primero logró, por oposición, una plaza como funcionario del Estado. Concretamente del Instituto Nacional de la Seguridad Social, adscrito al Ministerio de Trabajo. El segundo, que ha heredado de su padre el gusto por las antigüedades, abrió una chamarilería. Éste es el nombre del establecimiento, junto a la madrileña calle García de Paredes.

Pedro era gran amigo de Jesús Aguirre, el último marido de la duquesa, a quien Alfonso admiraba mucho. Tanto como amaba, en silencio, a Cayetana.

Le ha venido amando a lo largo de 30 años. Por entonces, la duquesa podía tener poco más o menos la edad que tiene hoy Alfonso. «Para mí sigue teniendo los años que tenía entonces, cuando yo me enamoré de ella porque los sentimientos no envejecen».

Ángel Antonio Herrera piensa que «con un hombre que piropea tan mal [algunos lo ridiculizan por llamar a la duquesa «mi porcelana»] conviene andarse con ojo. Mosquea tanta cursilería».

A lo mejor Herrera cambiaría de opinión si supiera que Alfonso suele decir no que Cayetana es una porcelana, que tal vez lo diga, sino que cuando la conoció «era… la hostia y sigue siéndolo».

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COMENTARIOS CRUELES

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Alfonso es un hombre tan seguro de sí mismo y del amor que siente por Cayetana que le resbalan los comentarios, algunos muy crueles, que sobre su persona se están vertiendo y sus «ocultas intenciones para ser duque consorte».

«Yo sólo soy Alfonso Díez y con ello , me conformo… Soy el que tiene que ser pero en modo alguno el protagonista», ha reconocido con humildad.

Cuando Cayetana le pidió que viajara a Sevilla, era consciente de la persecución mediática a la que se le iba a someter. Normal. Se trataba de su primera aparición pública junto a la mujer que ama. Pero él pensaba que sólo iban a ir a la finca de El Carpio, cortijo de Cayetana en Córdoba, y no a pasearle por Sevilla.

Lo creía tan así, que en la bolsa de mano con la que se bajó del AVE metió, junto con lo necesario para tres días de estancia, unas botas adecuadas para el campo. «Lo que suponía mucho peso para mí que tengo un problema en la espalda».

Alfonso Díez es tan reacio a la publicidad, pero, sobre todo, a la popularidad, que «no quería entrar en la iglesia del Cristo de los Gitanos. No quería una aparición pública…». Pero lo aceptó con resignación. Sobre todo porque era deseo de Cayetana. Aunque se sentía incómodo ante la presencia de tanta prensa, procuró no perder la compostura y sólo accedió a sentarse junto a la duquesa cuando ella se lo pidió. «Intenté ser correcto y educado con todo el mundo».

Desde el primer momento que se hizo público su nombre, se ha negado a conceder entrevista alguna y mucho menos a hablar de sus sentimientos pero no puede por menos de reconocer, a quien ha sido merecedor de sus confidencias: «Pocas personas me han querido como ella me quiere».

No le afectan los comentarios sobre su vida. Ni tan siquiera aquellos que, con maledicencia, se refieren a su sexualidad, más concretamente a una presunta homosexualidad. «Jamás en la vida he amado ni a mujeres ni a hombres. Pero me he acostado con el suficiente número de mujeres para saber que no soy homosexual», ha confesado a una persona de su entorno y también del mío.

Como admira mucho a Jesús Aguirre, tal vez, en lo más profundo de su ser, piense como él cuando se casó con la duquesa ante la oposición, en aquel caso silenciosa, de todos los hijos de Cayetana: «Sé que no gusto pero acabaré gustando». Pues eso, estimado Alfonso, inténtalo. Merece la pena. Porque, como tú bien dices, la duquesa sigue siendo la hostia.