5 septiembre 2004

Su salida en 1990 fue muy abrupta por su enfrentamiento con los hermanos Anson y con Giménez Alemán a los que acusó de oponerse a la libertad de expresión

El ABC recupera a Antonio Burgos como columnista 14 años después de su marcha por invitación del nuevo director Ignacio Camacho

Hechos

El 5.09.2004 D. Antonio Burgos volvió a ser columnista diario del periódico ABC.

Lecturas

14 años después de su abrupta retirada del periódico, Antonio Burgos Belinchón acepta volver como columnista diario a ABC y ABC de Sevilla gracias a unas negociaciones llevadas a cabo por el nuevo director del periódico Ignacio Camacho López de Sagredo que ya había iniciado contactos con Burgos Belinchón antes de su nombramiento como Director (el acercamiento se había evidenciado con la concesión del premio Romero Murube de ABC de Sevilla a Burgos Belinchón) y era uno de los primeros objetivos de Camacho López de Sagredo en competencia con el Grupo Joly, que también había presentado una oferta para fichar a Burgos Belinchón. Las negociaciones fueron favorables para ABC y el 5 de septiembre de 2004 Antonio Burgos Belinchón volvía a ser columnista diario de ABC.

El artículo con el que D. Antonio Burgos se presentaba de vuelta al diario ABC decía así:

05 Septiembre 2004

COMO EN LA CASA DE UNO...

Antonio Burgos

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Salían dos vecinos en un coche campero camino de Ronda, para ver torear a un muchacho nuevo de Camas, cuentan que la viva estampa de aquel faraón de las esencias. Y por la calle del barrio, en la tarde septembrina metida en vendimia de lluvia con las uvas de sus goterones, venía Antonio Galisteo. Quien tuvo retuvo. Y quien tuvo la gloria de ser torero retuvo los andares. Los toreros, aun retirados, mantienen los andares como los obispos eméritos el respeto de las solteronas de novena, rosario, abanico y cretona. Galisteo ahora vende flores, como antes vendió las de su capote o sus banderillas. Y camino de su floristería iba con andares toreros. Ese compás del paseíllo es como montar en bicicleta, nunca se olvida. Y desde lejos, con el plural mayestático de los ritos solemnes, alzando la mano derecha y haciendo con pulgar e índice el signo de tocar pelo, me dijo:

-¿Qué, el domingo reaparecemos en la Maestranza, no?

Galisteo hizo que me acordara de Belmonte, otro que nunca perdió los andares toreros, y que se pegó un tiro para que nadie lo viera arrastrando los pies por la calle Sierpes. A ver si no me pasa hoy, en esta puerta de cuadrillas, reliado al capote con la jindama del tararí al lado de estos dos maestros, Antonio Mingote y Jaime Campmany, como a aquel torerito retirado por las cornás del canguelo que se le acercó a Juan Belmonte mientras tomaba café con Rafael el Gallo en su tertulia de Los Corales. Metiéndose en la conversación y en donde a nadie le importa, el torerito retirado por el fracaso le espetó al Pasmo de Triana:

-Don Juan, ¿sabe usted que voy a volver?

Y don Juan, en el tartajeo sublime al que algunos rendimos tributo con un habla abelmontada, le dijo:

-¿Y qui…qui… quién te ha pedido que vuelvas?

Eso, eso: ¿quién me ha pedido que vuelva? Pues usted, lector. No ahora, sino todos esos días en que me echó de menos. Hay sitios de donde uno, por mucho que se aleje, no se va. No creo que Luis Cernuda se fuera nunca de Sevilla, ni que Alberti se fuera nunca del Puerto. He estado por ahí, pero en realidad no me he movido del sitio. Del sitito de su memoria, lector, que me hacía el honor de echarme de menos. Siempre es mejor que lo echen a uno de menos que de más. En realidad vuelvo para no responder más preguntas. Para poder asistir tranquilito a la próxima cena de los Cavia. Cada vez que cogía el Ave y el esmoquin para ir a los Cavia, sabía que me iban a preguntar cien veces:

-¿Y tú cuándo vas a volver a esta Casa, que es la tuya?

Ea, se acabó: ni una pregunta más en la cena de los Cavia. No por nada, sino porque hasta a mi esmoquin le daba una pereza horrible responderlas. Por no salir del periódico, es lo que tantas noches de cierre, café, platina y linotipia contaba Antonio Colón, mi viejo redactor-jefe, que desde el Tánger de Paul Bowles y del «España» se reencontró aquí con el liberalismo durante la dictadura. Colón relataba la historia de aquella vieja moribunda a la que daba el santolio su confesor, confortándola:

-Ea, hija mía, pues dentro de nada vas a estar en la casa del Padre, donde toda perfección tiene su asiento y todo gozo su eterno reinado. Verás qué bien vas a estar allí…

A lo que la vieja, abriendo un ojo casi desde la muerte, respondió:

-Quite usted, padre, que como en la casa de una no se está en ninguna parte.

Entero y pleno, que diría mi filósofo de cabecera, Beni de Cádiz.

Antonio Burgos

06 Septiembre 2004

El regreso del cofrade

Jaime Campmany

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Mi cofrade Antonio Burgos, Hermano Celador de Gozos y Festejos de la Cofradía de la Columna, de la que él me hizo graciosamente Hermano Mayor sin otros méritos que el de la senectud laboriosa, ha regresado al templo catedralicio del venerado CristoTitular. Ojalá no se hubiera ido nunca de él, pero es larga la carrera de la procesión y en ella siempre hay algún cofrade que da tumbos, atado a la columna, y alguna vez recibe palos de ciego.

Recuerdo que cuando César González-Ruano regresó a esta Casa después de engalanar otras, entre ellas aquella en la que yo aprendía esgrima de estilográfica, escribió una «tercera» para celebrarlo donde contaba que había parado un taxi (César era muy del taxi, tendrían que haberle hecho un homenaje los taxistas), se subió y cuando el conductor le preguntó que a dónde le llevaba, con la mayor naturalidad dijo: «Como siempre, al ABC». Antonio Burgos, para volver, ha recordado el cuentecillo de la vieja señora que en trance de muerte escucha las palabras consoladoras del confesor. El buen cura le dice, más o menos, que se alegre, que como ella ha sido buena y caritativa irá derecha al paraíso y allí disfrutará la felicidad de ver a Dios y de escuchar el cántico de los ángeles y los arcángeles. Y la viejecita comenta: «Sí, padre, pero como en casa de una…».

Se habrán alegrado, claro, los lectores del ABC, nos hemos alegrado los ancianos del lugar y también los jóvenes, y habrán sonreído de contento las Vírgenes de Andalucía y las del resto del Estado. «Ja soc aquí», le habrá dicho a la de Monserrat. Me refiero a las Vírgenes que están en los altares, que yo creo que de las otras no andamos demasiado sobrados desde hace ya bastante tiempo, aunque no es cosa de lamentarlo porque llegó un momento en que, según dicen, había once mil vírgenes, toma nísperos, y yo pienso, Dios me perdone, que llevar la virginidad más allá de la desgana, o es virtud de renunciación o es abrazar el martirio.

De la vuelta de Antonio Burgos a estas páginas se habrá alegrado también mi hija Laura, la pequeña, la poetisa, la de Bruselas, la del mus y la de la hija chinita, que tiene devoción por las letras de Antonio, sobre todo por las del libro de los gatos, la historia del gato Remo («Gatos sin fronteras»), porque ella tiene una gataza soberbia, presumida y sabia, que se llama Holanda y que le hace regalos. Un día le dejó junto a la cama el obsequio de un pajarillo muerto que había cazado en el jardín, y mi hija escribió un poema emocionante que termina así: «Al verlo, me imagino que he llorado, no por él, ni por mí, sino por miedo a aceptar cierta clase de regalos».

Y ya que he hablado de vírgenes, contaré que a esta hija Laura, cuando apenas tenía cinco años, que ya era repipi y soleta, tuve que explicarle en versión infantil la circunstancia de la virginidad. «Entonces yo soy virgen». Por la tarde, en el Hipódromo, su madre y yo la vimos correr gritando: «Soy virgen, soy virgen», y miramos hacia otro lado. Un cura de sotana, habitual de las carreras, que estaba junto a nosotros comentó: «Será la única del Hipódromo, incluidas las yeguas». Ya sabes, Laura, dile a tu gata, tal vez virgen, que ha vuelto Antonio.