22 noviembre 2005

El PP aceptó votar a favor de Haro, en cambio ni PSOE ni Izquierda Unida aceptaron votar a favor de Campmany

El ayuntamiento de Madrid concede calles al izquierdista Haro Tecglen y al derechista Campmany desatando una controversia política

Hechos

En noviembre de 2005 el ayuntamiento de Madrid concedió calles a D. Jaime Campmany Díez de Revenga y a D. Eduardo Haro Tecglen.

25 Septiembre 2005

Las Calles

Alfonso Ussía

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El ayuntamiento de Madrid ha aprobado bautizar dos futuras calles de la Capital de España con los nombres de los escritores Jaime Campmany y Eduardo Haro Tecglen, recientemente fallecidos. Se habla de resentimientos, rencores y guerracivilismo, pero sólo se encuentra en la llamada de izquierda. Porque la calle de Eduardo Haro Tecglen, fue aprobada por unanimidad, con los votos del Partido Popular – que la propuso – del PSOE y de Izquierda Unida. Pero la de Jaime Campmany sólo contó con la mayoría del PP. Eduardo Haro Tecglen fue buen escritor, muy escorado en las últimas décadas a la izquierda menos reflexiva y viejo enaltecedor de la figura de Franco y José Antonio. Escribía en EL PAÍS y tenía la bula de la amnistía. Jaime Campmany fue un escritor portentoso, de fabulosa cultura, dominador de todos los géneros literarios y trucos de la palabra. En su tiempo dirigió el ARRIBA y se abrazó sin prudencia alguna a la libertad. Pero si a Haro Tecglen se le perdonaron sus entusiasmos franquistas, a Jaime Campmany no, siendo el segundo – con perdón y al menos para mí – un escritor infinitamente mejor que el primero. Incluso han aprovechado su voto negativo, su afirmación en el resentimiento y la división, para insultar a Jaime. Rosa León, de cuya persona no se esperan exabruptos y groserías ha tratado la memoria de Jaime Campmany con un desprecio y una injusticia miserables. En el fondo, todo tiene que ver con los complejitos del Partido Popular, que ha establecido un equilibrio entre los méritos literarios de uno y del otro, metiéndolos en el mismo saco con la esperanza de recibir la generosidad de los resentimientos, lo que resulta imposible

Pero Jaime, que no quería calles, que no quería honores, que pago carísimo su paso – brillantísimo, por cierto – por un periódico del Movimiento, que fundó ÉPOCA, un semanario que bajo su dirección vivió quince años de preciosa libertad y que dejó en su columna diaria de ABC su inmenso talento, agudeza, humor, cultura, dominio de la palabra y genialidad en su conjunto, no merecía el desafecto y los insultos de unos concejales mediocres anclados en el pasado, e incapaces de reconocer y premiar a un escritor portentoso. Jaime era un jefe de tribu, su familia, que sólo gustaba de estar rodeados de los suyos y de sus amigos, y que jamás pretendió nada fuera de su normalidad. Después del error de proponerlos juntos, el PP ha tenido la elegancia de olvidar todas las barbaridades que escribió Haro Tecglen de la derecha democrática y de sus representantes. Pero el PSOE e Izquierda Unida no saben olvidar, ni perdonar, ni reconocer, ni valorar. El rencor vuela en ellos por encima de la cultura. El resentimiento por encima de la sensibilidad. El odio por encima de la justicia. Son unos pobres memos prisioneros de sus innecesariedades. Habrá en Madrid una calle con el nombre de Eduardo, y otra con el nombre de Jaime. Me gusta que sea así. Sólo le pido al Ayuntamiento que la de Jaime tenga más árboles frondosos de reconciliación y buena sombra.

Alfonso Ussía

22 Noviembre 2005

HARO TECGLEN, ESQUINA JAIME CAMPMANY

Emilio Campmany

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Puede que dentro de unos años, algún taxista madrileño tenga que escuchar cómo se le pide ir hasta esta dirección. Hace unas semanas, el Ayuntamiento de Madrid decidió, por unanimidad, ponerle a una calle el nombre del recientemente fallecido columnista de EL PAÍS, Eduardo Haro Tecglen. Ayer, el mismo Ayuntamiento ha decidido, con la oposición de los grupos socialista y de Izquierda Unida, ponerle también el nombre de una calle a mi padre, el también columnista, también recientemente fallecido, Jaime Campmany.

Haro y mi padre eran de la misma generación. Nacidos con apenas unos meses de diferencia, los dos fueron niños de una guerra vivida de muy distinta manera, aunque eso sí, con el mismo espanto y horror. Cada uno se amoldó a la España salida de ella como mejor pudo y cada cual trató de ser coherente con sus ideas de la mejor manera que supo. Yo, que soy hijo de uno de ellos, no debo juzgar moralmente su conducta, ni creo que nadie tenga derecho a hacerlo ahora que no pueden justificar lo que hicieron o dijeron. Lo que todos sí podemos reconocer es que, desde columnas enfrentadas, desde medios ideológicamente opuestos, ambos defendieron sus ideas con vehemencia, casi siempre contra corriente y con un castellano que ya quisieran muchos, incluido yo, para sí.

No comprendo por qué los concejales de izquierda del Ayuntamiento de Madrid no han tenido el señorío de reconocer al columnista adversario la virtud que los de la derecha le han reconocido al de ellos. Si el debate acerca de los méritos que los dos pudieran tener para el honor que se les hace se hubiera limitado a lo que debía, esto es, a lo bien que escribían y al haber sido unos columnistas de éxito, no habría habido problema en aceptar que ambos tenían los suficientes. Sin embargo, al parecer, para socialistas y comunistas ese mérito no basta, sino que además hay que ser de los «suyos» para conseguir el reconocimiento de las instituciones, aunque éstas sean en realidad de todos. Es una lástima. Les hubiera bastado tomar ejemplo de su correligionario fallecido para darse cuenta de que una cosa son las ideas y otra muy distinta los méritos.

Les cuento. Ni Haro ni mi padre se andaban con chiquitas a la hora de decirse lindezas. Pero, si se odiaban, lo hacían cordialmente y nunca dejaron, aun con la boca pequeña, de reconocer la gracia en el otro. Ocurrió que durante una Feria del Libro, hace no muchos años, coincidieron el mismo día y a la misma hora, en distintas casetas, Haro y Campmany para firmar sus respectivos libros. Mi madre dejó a mi padre unos minutos diciéndole: «Voy un momento a acercarme a la caseta donde está firmando Haro para que me dedique su «Niño republicano»». Y a mi padre le pareció lo más natural del mundo. Hasta allí se fue ella, compró el libro y pidió al escritor que se lo dedicara aclarándole que era Conchita, la mujer de Jaime Campmany. El columnista de EL PAÍS la saludó amablemente y le escribió una cariñosa dedicatoria firmándola como «El Inhóspito», que es como, sin tanto cariño, desde luego, lo llamaba mi padre en sus artículos. Cuando terminaron de firmar, los tres se fueron dando un paseo por el Retiro y charlando.

¿Era mucho pedir que los concejales hubieran sido unánimes a la hora de dedicar sendas calles a estos dos columnistas de vidas casi paralelas?

No importa. Dentro de unos años, alguien pedirá a un taxista que le lleve a Haro Tecglen, esquina con Jaime Campmany y luego preguntará: «¿Sabe usted quiénes eran?» Y el taxista contestará: «Eran dos periodistas españoles».

Emilio Campmany

23 Noviembre 2005

SEÑORES CON CALLE

Francisco Umbral

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Así como en la Roma antigua había señores con estatua, que pagaban ellos mismos y se la ponían a mano para verla mucho en las entradas y salidas, asimismo, digo, que en España rara es la calle que no tiene un señor, un militar o una señorita alegoría haciendo esquina. Ahora les han puesto calle a dos escritores seguidos, que también murieron seguidos: me refiero a Eduardo Haro Tecglen y Jaime Campmany.

Esto de las calles con nombre propio es pura política y los 30 años de Franco principiaron quitando y poniendo el caballo. El caballo es el animal más bello y más noble. Tiene algo de grifo y algo de perro sumiso. Jaime Campmany y Eduardo Haro, según el plano, van a quedar como un poco esquinados, que en realidad es como vivieron ideológicamente, se entiende, porque las calles también son política, son pura política. Ya se sabe que los políticos hacen política con todo menos con la Constitución, suponiendo que tengan una, que en seguida se les olvida.

¿Y cómo van a ser esas calles? A Eduardo no le veo yo nada ecuestre y espero que si hay caballo lo mandarán en seguida a las carreras, porque un rojo en mitad de la calle no pinta nada. Los rojos quedan mejor en bulto, en las manifestaciones, pero Eduardo iba a pocas manifestaciones y desde luego no iba a caballo. Cuando coincidimos en el mismo periódico, puedo asegurar que nunca le vi llevar su columna a caballo.

La derecha es más partidaria de los caballos porque este animal es caro y come mucho. Jaime Campmany tenía mucho porte de señor, de haber corrido incluso en Ascot. Gastaba bigotillo blanco, aséptico, neutral, porque el otro, el de la guerra, ya lo había perdido. Los alcaldillos españoles suponen que la gloria es la modernidad o la Academia. Pero la modernidad es el olvido y en la Academia no le votaron a Campmany.

Los tres (acabo de incluirme) vivíamos de lo mismo: la columna diaria. Es un vicio del periodismo español que ha contagiado, mediante diversas fórmulas, al periodismo europeo. Todavía recuerdo a François Mauriac en Le Figaro. No era lo suyo una columna diaria, pero daba igual porque se leía toda la semana. Si hacemos un prorrateo de columnistas y caballos, nos sale que por las calles de Madrid galopan muchos más equinos que viandantes. Los romanos, ya citados, se empinaban con un pedestal de mármol. Los españoles contemporáneos nos empinamos sobre un caballo de hierro.

Si hacemos un recuento madrileño de escritores y caballos, nos sale seguro que hay más caballos que candidatos. Decía don Paco Cossío, uno de mis maestros, que caballero es el que tiene un caballo. Asimismo, columnista es el que tiene una columna, generalmente política. Pero cuando empieza a ser conocido e influyente, van los extremistas nocturnos y le quitan el caballo. Es como quitarle el empleo a un político bien situado, porque el caballo no es sino un empleo con estribos. Hay señores desagradecidos que sólo mandan coche a los ministros. Uno preferiría que mandasen una azafata.

A cierta edad las amistades de uno se reparten ya entre los que mandan coche a recogerte y los que no mandan. Este rito tiene algo de mortuorio, de modo que he optado por ir a las cenas elegantes en autobús.

Francisco Umbral