29 mayo 1994

Su deterioro de salud puso fin al intento de juzgarlo junto a Willi Stoph por los crímenes del muro de Berlín, que causó más de 200 muertes

El ex dictador comunista de la Alemania del Este, Erich Honecker, muere de cáncer sin llegar a ser juzgado

Hechos

  • El 29.05.1994 falleció Erich Honecker, ex presidente de la República Democrática de Alemania y el ex Secretario General del SED, el partido único del régimen.

Lecturas

Erich Honecker fue el mandatario absoluto del régimen de la República Democrática de Alemania (RDA) desde 1971, cuando sustituyó a Ulbricht, hasta que fue derribado en la revuelta de 1989. 

En julio de 1992 fue encarcelado por los crímenes del muro, pero el deterioro de su salud le ha salvado de la condena.

30 Mayo 1994

La vía prusiana hacia el estalinismo

José Comas

Leer

Erich Honecker, ex dirigente comunista de la antigua República Democrática Alemana (RDA) fallecidó a los 81 años en Chile, era un personaje con aspecto de jefe de negociado prusiano, que no dudó en aplicar hasta última hora la necesaria ración de estalinismo al país que gobernaba con mano de hierro. Supervisó la creación del muro de Berlín; símbolo de la división de Europa.El dirigente estudantil alemán de fines de los 60, ya fallecido, Rudi Dutschke, que procedía de la RDA, dijo en una ocasión que «al este del Elba todo es real, menos el socialismo». No le faltaba razón. El engendro de régimen establecido en la RDA era la encarnación de la vía prusiana al estalinismo.

Durante 18 años (1971-1989) Honecker gobernó la RDA sobre la base de sembrar de minas sus fronteras con la otra Alemania y poner un muro en Berlín para evitar que se escaparan sus súbditos al lado occidental de la ciudad. El cinismo de la pandilla dirigente de la RDA, encabezada por Honecker, llegó al extremo de calificar de muralla antifascista a lo que no era más que el muro de una prisión para 17 millones de súbditos.

Era la RDA un país que dependía de un muro. Cuando el muro cayó, se vino abajo el Estado. Honecker fue un incorregible que hasta última hora vivió sumido en un autismo político que le impedía advertir de dónde soplaba el viento incontenible de la historia. Este lacayo de Moscú no captó los signos de los nuevos tiempos en la capital del imperio ni el mensaje del dirigente soviético Gorbachov en octubre de 1989 con motivo del 40 aniversario de la fundación de la RDA, cuando le advirtió: «Al que llega tarde le castiga la vida». Pocos días después le llegó la destitución y un peregrinar que le llevó a Moscú y a refugiarse en la Embajada de Chile, donde el embajador socialista Clodomiro Almeida quiso pagarle así los favores que había hecho a los chilenos perseguidos por la dictadura de Pinochet.

No se puede ignorar esa componente antifascista en la biografía de Honecker, nacido en el Sarre, y que durante 10 años conoció las cárceles del nazismo por sus actividades comunistas. Este pasado de lucha contra el nazismo no puede sin embargo servir de coartada para quien se convirtió después en un asesino de escritorio, responsable de los muertos en busca de un derecho tan elemental como la libertad de movimiento.

Los últimos meses de su vida los, pasó al lado de su hija en Chile, tras un vergonzoso tira y afloja en el que el Gobierno de Bonn no reparó en incurrir en la ignominia de perseguir a quien, pocos meses antes, había recibido con todos los honores.

30 Mayo 1994

El hombre que quiso ir contra la Historia

Carlos Alvarado Roldán

Leer

Temido, odiado y amado. Erich Honecker, «el constructor del Muro de Berlín», «Honi» para los amigos, supo sin duda rodearse de los tres sentimientos que configuran a una personalidad política.

Ni siquiera el cáncer de hígado que le ha consumido lentamente en los últimos años permitieron que Honecker, ex presidente de la extinta República Democrática de Alemania (RDA), diera el más minúsculo paso atrás en su ideología comunista ortodoxa. Fiel seguidor de las inflexibles tesis stalinistas, jamás aceptó reconocer los errores y abusos cometidos en la RDA.

Su empecinamiento le llevó a vaticinar, en medio del derrumbamiento de la Unión Soviética, que el comunismo volvería a triunfar. «El futuro lo demostrará», auguraba en un libro de entrevistas publicado en 1990, en el que también acusaba a su «amigo» Mijail Gorbachov -entonces presidente de la URSS- de ser el responsable de su caída y de haber «traicionado» al socialismo.

Cuarto hijo de una familia de mineros del Sarre, Erich Honecker nació en 1912 y conoció a la perfección en su juventud la miseria de miles de obreros. La detención de su padre por sus ideas socialistas le marcaron profundamente.

Ingresa con 14 años en las Juventudes Comunistas y llega a Berlín en la década de los 20, cuando sus camaradas se enfrentaban en las calles con las ligas de la extrema derecha.

Finalmente, en 1935 es detenido y pasará diez años de su vida en prisión. Las tropas soviéticas le liberaron en los albores de la II Guerra Mundial.

Bajo el mandato de Walter Ulbricht, el joven Honecker comienza a subir rápidamente los escalones del aparato del Estado. Es en este momento, con 41 años, cuando se casa con Margot Feist, quien había desempeñado una misión política importante como ministra de Cultura.

En 1961, es encargado de la construcción del Muro berlinés, que separará a las dos Alemanias durante 28 años y que causará la muerte de 192 personas que intentaron huir del Este al Oeste.

Caído en desgracia ante su mentor, la URSS de Brezhnev, Ulbricht es cesado de su cargo y le sustituye Honecker. Durante su mandato, «el constructor del Muro» utiliza toda su arte política en perfeccionar la frontera interalemana y luchar por el reconocimiento internacional de la RDA.

Su tesón se ve recompensado cuando en 1973, tanto la RDA como la República Federal Alemana (RFA) entran en la ONU.

Después de 18 años en el poder, el «padre de la patria» se vio obligado a dimitir ante la presión de la calle, que pedía reformas. Su cargo pasó a Egon Krenz, el miembro más joven del Politburó del Partido Comunista, encargado material de liquidar los restos de la RDA. El sueño de una Alemania socialista se iba al garete.

Transferido por el Ejército soviético a Rusia en marzo de 1991, las protestas del Gobierno alemán obligan a Moscú a expulsarlo en julio de 1992. A su mujer se le permite viajar a Chile.

Ya en Alemania, Honecker debe responder ante los tribunales de la muerte de 13 germanoorientales en el Muro al intentar escapar, así como de la acusación de prevaricación y abuso de poder. Tras un año de penosas sesiones judiciales, suspendidas una y otra vez por la enfermedad de Honecker, los magistrados alemanes levantan las causas contra el ex presidente.

Ya en estado muy grave e irreversible, Honecker abandona la prisión de Moabit y viaja a Santiago de Chile para reunirse con su familia. Allí es recibido como un héroe. Un año después ha muerto y la Historia ha preferido correr un tupido velo sobre sus desmanes pasados.

El Análisis

Honecker: el último muro que cayó solo

JF Lamata

El 29 de mayo de 1994, Erich Honecker cerró sus ojos para siempre sin escuchar jamás la sentencia que muchos alemanes —y no pocos en el mundo— aguardaban. El que fuera el máximo dirigente de la República Democrática Alemana durante casi dos décadas evitó el banquillo gracias a un certificado médico más contundente que cualquier acusación fiscal. Junto a él, Willi Stoph y Erich Mielke se escudaron en la fragilidad de la edad y la enfermedad para esquivar un juicio por los crímenes del muro, esa barrera de hormigón y alambradas que convirtió a un país en una prisión a cielo abierto.

La RDA que Honecker presidió con puño de hierro se definía como “democrática” sólo en los carteles propagandísticos. Dentro de sus fronteras, la omnipresente Stasi vigilaba a cada ciudadano, la represión se ejercía con fría meticulosidad, y quienes buscaban cruzar a Occidente se jugaban la vida ante órdenes de disparar que llevaban el sello de la cúpula del SED. También hubo espionajes sofisticados, infiltrados en despachos occidentales y enredados en casos que sacudieron gobiernos, como el affaire Guillaume. La reunificación borró el Estado, pero no las cicatrices que dejó.

Honecker se llevó consigo el secreto de muchas decisiones, pero no la memoria de un régimen que hoy, en la Alemania unida, parece querer olvidarse con la misma rapidez con la que se retiraron los últimos bloques del muro. Murió lejos de los focos, y tal vez creyendo que había escapado de la justicia. Pero la justicia de la historia, más paciente que cualquier tribunal, ya lo había juzgado: como el arquitecto de un país-celda, símbolo de una Guerra Fría que mantuvo encerrados no sólo a millones de personas, sino también a la esperanza de que el comunismo de la RDA fuese alguna vez algo más que un eslogan.

J. F. Lamata