16 diciembre 1982
La política de acercamiento fue iniciada durante el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo
El Gobierno de Felipe González abre la Verja de Gibraltar en una decisión histórica para favorecer la relación España-Gran Bretaña
Hechos
El 14.12.1982 el Gobierno español abrió la verja de Gibraltar para permitir el acceso peatonal.
16 Diciembre 1982
La apertura de la verja
La apertura de la verja de Gibraltar, aunque limitada por ahora a la circulación peatonal y sometida a otros requisitos restrictivos, ha dado flexible cumplimiento, con casi ocho meses de retraso, al acuerdo suscrito en enero de 1982 por el presidente Leopoldo Calvo Sotelo y Margaret Thatcher, según el cual el cese de la incomunicación por tierra de los habitantes del Peñón se produciría el 20 de abril en coincidencia con el inicio de las conversaciones formales entre los ministros de Asuntos Exteriores de España y él Reino Unido acerca del futuro de ese minúsculo trozo de suelo gaditano que permanece desde hace casi tres siglos bajo soberanía británica. La aventura militar de Galtieri en las islas Malvinas, cuya principal función fue el sangriento y fracasado intento de crear en Argentina un clima patriótico que amnistiara a la Junta de sus yerros políticos y sus represiones inhumanas, repercutió indirectamente sobre el calendario anunciado. Aunque las analogías entre las Malvinas y Gibraltar sean menos vigorosas que las diferencias entre ambos territorios, los Gobiernos de Madrid y Londres aplazaron, primero hasta el 25 de junio y de manera indefinida después, el cumplimiento del acuerdo, tal vez por miedo a las imprevistas reacciones que el inicio formal de las negociaciones entre sus ministros de Asuntos Exteriores -por el lado británico- y la normalización fronteriza -por el lado español- pudieran despertar en la opinión pública de sus respectivos países.Ahora, el Gobierno socialista ha resuelto acertadamente iniciar el deshielo. Mientras que la incomunicación entre linenses y llanitos era una situación absurda y lesiva para los intereses de la población entera del Campo de Gibraltar, la tesis de que España y el Reino Unido deberían previamente sentarse a la mesa de negociaciones para conversar sobre el futuro de la Roca descansaba sobre la ficción de dos naciones al borde de la ruptura diplomática por culpa de un contencioso territorial cargado de implicaciones bélicas. Las exigencias españolas de recuperar la soberanía del Peñón están amparadas por la historia y por el Derecho Internacional, y los intereses y los derechos de los habitantes de Gibraltar pueden quedar salvaguardados bajo una Monarquía parlamentaria homologable a la británica y por una Constitución que ampara los regímenes de autonomía. Es, por otra parte, cierto que la diplomacia británica ha derrochado arrogancia y mala fe, a lo largo de los tiempos, para defender la ocupación de un enclave cuya importancia geoestratégica ha quedado gravemente devaluada. Pero también es verdad que la España y el Reino Unido de 1982 son dos países unidos por vínculos culturales, comerciales y turísticos, miembros de la Alianza Atlántica, futuros socios dentro del Mercado Común Europeo y dotados de instituciones democráticas comparables. La idea de que el solemne encuentro en territorio neutral de lord Carrington y José Pedro Pérez-Llorca, antes del conflicto de las Malvinas, y de Fernando Morán y Francis Pym, después de la formación del Gobierno de Felipe González, abriría algo así como una nueva era en la historia de las relaciones entre ambas naciones tiene mucho más que ver con el teatro o con la reminiscencia de conflictos dieciochescos o decimonónicos que con la marcha real de unas negociaciones encaminadas a preparar soluciones eficaces para el litigio.
La ocupación británica de Gibraltar es un anacronismo cuyas razones estratégicas han desaparecido. La Europa de finales del siglo XX apenas guarda semejanzas con los alineamientos, equilibrios de fuerza y litigios del período que se abre a comienzos del XVIII y concluye con la II Guerra Mundial. Los procesos de descolonización han ocupado las cuatro últimas décadas de historia del planeta. El Reino Unido no tiene ya ningún imperio que controlar ni intereses específicos en el Mediterráneo. Las alianzas militares, tanto en Occidente como en el Este, han modificado la noción tradicional de soberanía y han instalado guarniciones de ejércitos extranjeros en bases militares voluntariamente cedidas por el país huésped. El Peñón no es ya la llave del Estrecho, e incluso los efectivos militares de la plaza están insertos en la Alianza Atlántica. Si incluso Franco sentó la doctrina de que Gibraltar no merecía la vida de un solo soldado español y era una fruta madura colgada del árbol de la historia, cualquier planteamiento que no arranque de la inevitabilidad de la recuperación del Peñón para la soberanía española no tiene mas función que crispar los ánimos.
El único problema real por resolver es el acercamiento entre los habitantes de Gibraltar y los españoles de su inmediato entorno, a fin de que las heridas abiertas por el telón de Castiella cicatricen, y los recelos y distancias creados por trece años de artificiosa incomunicación desaparezcan. En conflictos como los del Peñón, donde no hay habitantes autóctonos oprimidos por una potencia ocupante, sino 30.000 personas voluntariamente acogidas a la soberanía británica, el principio de la población tiene que ser conciliado con el principio de la integridad territorial. Desde 1969 hasta la fecha, los intereses del Campo de Gibraltar, a uno y otro lado de la verja, quedaron seriamente lesionados por una medida tan ineficaz para los propósitos que perseguía como contraproducente para la causa que decía defender. El cierre de la frontera separó a dos poblaciones unidas por antiguos lazos, creando, por vez primera, el riesgo cierto de un enclave ocupado por una población civil abiertamente hostil a España en la bahía de Algeciras. Para que Gibraltar regrese a la soberanía española será necesario que sus habitantes no obstaculicen esa decisión, lo que exige, a su vez, el entendimiento de los llanitos con sus vecinos y la seguridad de que sus derechos e intereses quedarán protegidos en el marco de la Monarquía constitucional.
16 Diciembre 1982
Ceuta y Melilla no son negociables
La apertura de la verja de Gibraltar para paso peatonal y los rumores de posibles conversaciones con la Gran Bretaña a propósito del Peñón, presumiblemente poco útiles, han motivado el consiguiente eco en la prensa marroquí; y una vez más, al son del río revuelto, salen a relucir los nombres de Ceuta y Melilla. Convendría que de una vez nuestras autoridades y las marroquíes cobrasen conciencia de que de ese modo de tratar las cosas. Paralizar la prensa para meter ruido nunca fue buen procedimiento; la vía diplomática existe para algo y ciertos procedimientos de nuestros vecinos son tan medievales como los empleados por la justicia del ayatollah Jomeini.
La teoría nacionalista y romántica del siglo XIX sólo condujo a conflictos locales o generalizados. Muchos siglos de historia común mitad de guerra, impiden ciertas terapias, que a veces sólo se exhiben para encubrir problemas caseros. Por situaciones geográficas evidentes Francia, Portugal y Marruecos, son nuestros tres grandes vecinos, pues al mar es tan camino como la tierra y a vece más; es fundamental que con estos países tengamos mejores contactos y más largos roces. Pero en política, quien se empeña en desconocer la historia acaba tropezando en ella.
Los españoles ni podemos renunciar a Gibraltar, ni ignorar la condición y situación de sus habitantes que por su origen pueden ser tan extraños a los gibraltareños que el año 1704 se refugiaron en San Roque como se quiera que ahora se muestran y hablan como los más castizos de los andaluces.
Pero Ceuta y Melilla nada tienen que ver ni en uno ni en otro caso. Una simple situación geográfica no puede servir de premisa mayor para plantar el problema; habría que modificar las fronteras de la mayor parte de los países del mundo. Prescindir de muchos siglos de historia es un caso y traerlos a colación en otro es muy poco racional; pero menos lo será hacer una ‘lectura’ histórica al modo que convenga. Aun así, en todo caso los ‘herederos’ de aquellas dos ciudades serían los ‘andalusíes’ pues uno de los más grandes de estos, Abd al Rahman III fue el primero en ocupar dichas plazas. No seremos nosotros quienes confundamos ‘andalusíes’ con andaluces, pero algo más tendrán éstos de aquellos que no otros.
Como hace unos días recordábamos a propósito de la apertura de la verja de Gibraltar, nada debe haber en este gesto que represente un daño para los intereses de la Costa del Sol, de Ceuta, de Algeciras y del futuro y deseable desarrollo de todo el Campo de Gibraltar. Con la misma o más razón aún hemos de pedir que una medida humanitaria no vaya a resultar la ocasión, traída menos que por los pelos para los ruidos marroquíes sobre Ceuta y Melilla. España y Marruecos no están ‘condenados’ a entenderse, sino que por su historia, cultura y situación son hermanos y como tales deben comportarse. Pero si alguno, que no nosotrs, lo entendiera de otro modo, convendría que lo dijese a las claras. Porque Ceuta y Melilla no son negociables.
08 Enero 1983
Gibraltar
Parece, lectores que la apertura de la verja de Gibraltar ha tenido un éxito para el Gobierno español a pesar de los agoreros. Porque resulta que los 30.000 habitantes de la minúscula colonia han descubierto súbitamente la libertad tras trece años de encierro y se van caminando hasta La Línea de la Cncepción, dejan allí el automóvil enviado previamente por ferry vía Tanger – con lo cual en La Línea no hay una sola plaza de garaje libre – y todas las tardes, a las cuatro, cuando abandonan su trabajo, los llanitos disfrutan del desconocido placer de rodar a cien por hora por la carretera de la costa, hacia Marbella o Torremolinos.
Las tiendas, comercios y restaurantes de la Costa del Sol han hecho su agosto en pleno diciembre, con los gibraltareños que llegan con libras frescas y la peseta recién devaluada. Y los comercios en Gibraltar, vacíos y nerviosos al contemplar que sus compatriotas han realizado masivamente sus compras navideñas en las costas andaluzas…
José Luis Gutiérrez