20 marzo 1956

El nuevo mandatario del magreb se identifica como 'socialista' pero prefiere mantener buenas relaciones con Francia y occidente que con el bloque del Este

El Gobierno de Francia concede la independencia a Túnez cuya forma de Gobierno será una dictadura encabezada por Habid Burguiba

Hechos

El 20.03.1956 Francia concedió la independencia a la República de Túnez.

El Análisis

Túnez libre, Burguiba al mando

JF Lamata
El 20 de marzo de 1956, Francia concedió la independencia a Túnez, poniendo fin a 75 años de protectorado colonial tras intensas negociaciones lideradas por Habib Bourguiba, líder del partido Neo-Destour. Este hito, celebrado en las calles de Túnez, marca el nacimiento de una república que, bajo la guía de Bourguiba, se establecerá como una dictadura de partido único disfrazada de modernización socialista.
El camino hacia la independencia fue una lección magistral de nacionalismo estratégico. Burguiba, abogado formado en Francia, fundó Neo-Destour en 1934, movilizando a los tunecinos contra el dominio colonial mediante una combinación de movilización popular y negociaciones con las élites. A principios de la década de 1950, Francia, debilitada por la Segunda Guerra Mundial y sometida a presiones en Indochina y Argelia, inició conversaciones con Burguiba, quien había soportado años de prisión y exilio. El acuerdo de autonomía de 1955 allanó el camino hacia la independencia total, con Francia manteniendo una influencia mínima en defensa y asuntos exteriores, una concesión que Burguiba aceptó para evitar un derramamiento de sangre. Tras la independencia, se convirtió en primer ministro y, en 1957, en presidente tras abolir la monarquía del Bey. Su régimen, aunque etiquetado como socialista, priorizó el desarrollo estatal sobre el dogma marxista, nacionalizando industrias clave pero manteniendo la propiedad privada. La visión secular de Bourguiba —evidente en su Código de Estatuto Personal de 1956, que prohibía la poligamia, elevaba la edad para contraer matrimonio y otorgaba a las mujeres derechos sin precedentes en el mundo árabe— diferenció a Túnez de sus vecinos, pero alienó a los conservadores religiosos, a quienes reprimió como amenazas a su proyecto modernista.
El gobierno de Burguiba, aunque transformador, fue innegablemente autoritario. Su partido, Neo-Destour (posteriormente Partido Socialista Destouriano), monopolizó el poder, prohibiendo partidos de oposición y encarcelando a críticos, incluyendo izquierdistas como Ahmed Ben Salah e islamistas como Rached Ghannouchi. La corrupción, aunque menos rampante que en otros estados poscoloniales, existía, y la familia de Burguiba y sus leales se beneficiaban del patrocinio estatal. Su obsesión por el control —declarándose presidente vitalicio en 1975— sofocó la disidencia, pero garantizó la estabilidad. Durante la Guerra Fría, Burguiba se alineó con Occidente, en particular con Francia y Estados Unidos, asegurando ayuda y apoyo militar, al tiempo que se distanciaba de la órbita de la Unión Soviética, a diferencia del Egipto de Nasser. Su socialismo pragmático contrastaba con el radicalismo de Gadafi en Libia, aunque mantenía vínculos cordiales con los países árabes. En cuanto a Israel, Burguiba rompió filas con la línea dura árabe, abogando en 1965 por la negociación en lugar de la confrontación, una postura que lo aisló en la Liga Árabe, pero le granjeó el favor de Occidente. En marzo de 1956, Túnez se encontraba libre, pero la visión de Burguiba —laica, prooccidental y autoritaria— marcaba un rumbo que prometía progreso a costa de la libertad. La pregunta es si su dictadura modernizadora podría lograr resultados sin fracturar la nación que luchó por liberar.
JF Lamata