2 mayo 1997

Acaba con 18 años de Gobierno del Partido Conservador

Elecciones Reino Unido 1997 – El joven laboralista Tony Blair aplasta a John Major y se convierte en nuevo primer ministro

Hechos

El 1.05.1997 el Partido Laboralista liderado por Tony Blair ganó las elecciones parlamentarias y se convirtió en nuevo primer ministro de aquel país.

Lecturas

RESULTADOS

Partido Laborista – 419 diputados

Partido Conservador – 165 diputados

Partido Liberal Demócrata – 46 diputados

THE SUN Y THE TIMES APOYAN BLAIR

El periódico THE SUN dirigido por Stuar Higgins (que reemplazó en el cargo a Kelvin MacKenzie), ha optado en estos comicios por cambiar de aliados y, con el visto bueno del propietario Rupert Murdoch, pidió el voto para el Partido Laborista, después de haber pedido voto para el Partido Conservador en 1983, 1987 y 1992. La tradicional línea derechista de los periódicos del Grupo News Corporation (THE SUN y NEWS OF THE WORLD), han dado su apoyo en estas elecciones a Tony Blair.

01 Mayo 1997

Los planes de Tony Blair

Miguel Ángel Bastenier

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La teoría convencional sobre lo que puede pasar hoy en las urnas británicas es la de que sólo un milagro salvaría al Partido Conservador de una fuerte derrota ante el Nuevo Laborismo de Tony Blair. Pero, sería más correcto decir que haría falta que los encuestados durante estas últimas semanas, hubieran mentido masivamente a los institutos de opinión, que los encuestadores no supieran contar o que los sondeos se hubieran dirigido a las personas equivocadas para que así fuera. El milagro sería, por tanto, que las encuestas erraran, no los electores.Los sondeos parecen probar, en todo caso, que la sociedad británica ha cambiado en los pasados 18 años de revoluciónthatcherista. La desintegración de los valores tradicionales de clase, la instalación duradera en el poder de las franjas medias, de lo que la propia señora Thatcher y su sucesor, el aún primer ministro John Major son ejemplos, ha destruido gran parte de las antiguas lealtades de partido, promoviendo una masa mayoritaria de voto potencial flotante. Cualquiera puede ser hoy tory y mañana labour, y casi todo el mundo es liberal-demócrata, aunque casi nadie vaya a votar al partido de Paddy Ashdown.

Ello explica también la aparente falta de entusiasmo por unas elecciones que la prensa ha calificado de las más decisivas de las últimas décadas, las del posible cambio de guardia. Muy pocos votarán con arraigadísimas convicciones -salvo el contingente tory que lo haga contra Europa, si es que eso merece el dignificado calificativo deconvicción- sino por intuición de conveniencia. Una sociedad desclasada es menos tory, y más susceptible de atender a la llamada del profeta de los sin clase, el nuevo Tony Blair.

Por ahí puede llegar al poder ese Nuevo Laborismo que se caracteriza por rechazar las caracterizaciones. Sabemos lo que no es new labour:no es el antiguo partido, no es las nacionalizaciones, no es el poder sindical, no es el aumento de los impuestos, no quiere ser, en definitiva, el fracaso electoral de las dos últimas décadas. Pero, pese a la exquisita prudencia de no prometer casi nada, para que luego nadie clame desencanto, una vez en el Gobierno algo tendrá que ser.

Los conservadores sí sabemos lo que son. El partido que, pese a la escalada macro-económica del Reino Unido, que ha promovido una nueva clase de agresivos managers, y le ha quitado el afectado oprobio aristocrático a la pretensión de hacer dinero, también ha visto retroceder el país al puesto número 11 -a punto de caer al 12- en la clasificación de la renta per cápita de la Unión Europea. Apenas empatado con Irlanda, que le pasará según los indicadores, en 1998, el Reino Unido sólo supera hoy a España, Portugal y Grecia. En 1979, el primer año glorioso del thatcherismo, aún figuraba entre el séptimo y octavo lugar.

Y, sobre todo, sabemos que un líder conservador victorioso habría de ser aquél que parezca lo bastante derechista para conquistar el partido, y bastante menos, para conquistar el país.

Podemos anticipar también lo que es ese sucinto tercero en discordia, el Partido Liberal-Demócrata. Paddy Ashdown, perfil senatorial de moneda romana, es el único líder que es casi seguro que dice lo que piensa, a diferencia de Blair que se desvive en pensar lo que dice, o Major que ya sólo repite como quien se encomienda a santa Rita- «Europa federal» y «ésta es una nueva Batalla de Inglaterra». Pero lo que propone: descentralización, educación, sanidad, integración en Europa, aumento de la presión fiscal, o ya es plataforma laborista o no gana votos. Por ello será el gran favorito para quedar segundo en el corazón de la inmensa mayoría de los votantes. Pero lo malo es que esa suma de segundos puestos sólo da para quedar un distante tercero.

El escueto- sprint de Tony Blair hacia el poder comenzó, realmente, sólo en 1994 con la inesperada muerte del líder laborista John Smith, él mismo tan conservador como Blair, pero con esa redondeada bonhomía que difumina el sentido crítico del prójimo. Entonces había que definirse entre la continuación del antiguo labour, colectivizador e impracticable, o alguna versión de la modernidad.

Blair y su canciller del Tesoro en la sombra, Gordon Brown, eran los grandes representantes de la corriente modernizadora. Hasta entonces uña y carne, Jonathan y David, como aquí se dice, el actual líder laborista destruyó en un abrir y cerrar de ojos a su rival, aunque con la inteligencia de asegurarle un buen puesto en la carrera.

En estos tres años, Blair ha tenido tiempo de definir esa modernidad y el resultado es el de la montaña que parió un ratón. Su preocupación principal ha sido garantizar a todo el mundo que todo seguirá igual. No sólo se ha comprometido a no gastar un céntimo de más que los tories,sino que abandona la columna vertebral de cualquier pensamiento socialdemócrata: la redistribución de la riqueza por vía tributaria ya no es objetivo de esta izquierda, ni se anuncia por primera vez en la historia del labour ningún aumento en los gastos de educación y sanidad. Junto a todo ello, grandes declaraciones sobre el reconocimiento de alguna autonomía para Escocia y Gales y la transformación, sin prisa, de los Lores en Cámara elegida, no parecen más que la caligrafía de un programa, del que lo mejor que se puede decir es que se desconoce.

Esa fantástica campaña en la que, en los términos náuticos de un amigo, diplomático y marino, por ser el velero que las encuestas daban en cabeza, el líder laborista se ha limitado a mirar para atrás y hacer todo lo que hacía la nave perseguidora, con objeto de no abrirle ningún paso hacia la meta y robarle al tiempo el viento de las velas, es otro reconocimiento de que Blair acepta la modernidad tal como la ha definido el thatcherismo.

La verdadera disyuntiva, en 1994 o ahora, no era entre la dilapidada izquierda del honorable Tony Benn, 72 años, y amurallado en el disciplinado silencio del soldado, y la renovación, sino que ésta es la única alternativa posible, pero no necesariamente la misma que la de la señora Thatcher. Por eso, el periodista de The Observer, Martin Jacques, ha podido escribir que «Tony Blair es el mejor líder conservador desde Margaret Thatcher».

Ayer cerraba su campana el líder laborista con el visible nerviosismo de quien siente el pánico de vencer. Mientras que Major recuperaba la serena sonrisa del que ha hecho todo lo que estaba en su mano para no dividir más al partido, ya que no vencer en una misión, aparentemente, imposible. Éstos son los tiempos en los que los mejores programas hay que ir a verlos en el cine.

02 Mayo 1997

Llega Blair

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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El Reino Unido produjo esta madrugada un nuevo fenómeno para la izquierda británica y europea: la contundente victoria de Tony Blair y la opción que representa su Nuevo Laborismo. La escala de su triunfo indica que no estamos sólo ante una derrota de los conservadores, sino ante un arranque espectacular del que en unas horas se convertirá en nuevo primer ministro. En el aire del 10 de Downing Street, donde entrará esta tarde, persistirá aún un cierto aroma de thatcherismo: el que ha impregnado la política británica, dominada por el Partido Conservador durante los últimos 18 años. Todo un éxito para los tories que ayer tuvo su fin.Ni Blair ni la mayoría de los británicos parecen querer renegar de los aspectos positivos que han traído consigo la llamada revolución thatcheriana,continuada por John Major. En estos años, la economía británica ha recuperado competitividad, ha crecido y creado empleo; Londres ha vuelto a ser una capital puntera. Thatcher logró, además, quebrar el excesivo poder de unos sindicatos que se habían convertido en un freno a la modernización. Y al hacer esto, permitió que, a su vez, unos años después, el laborismo se liberara en gran parte de la impronta sindical.

Sin embargo, el thatcherismo y la política de los conservadores en los últimos años tienen un lado oscuro que también explica la victoria de Blair. El Reino Unido es hoy una sociedad fracturada, en la que ha crecido la desigualdad: los ricos se han hecho más ricos, pero los pobres, también relativamente más pobres. Es verdad que se han creado 900.000 empleos en los últimos tres años y que la tasa de paro, ligeramente superior a un 6%, es una de las más bajas de la Unión Europea. Pero muchos de estos nuevos puestos de trabajo se caracterizan por la precariedad, y las diferencias salariales entre los mejor y los peor pagados han aumentado.

En este país, además, el thatcherismo ha mermado la democracia municipal. Y se han desarrollado con exceso las llamadas quangos, comisiones cuasi-no gubernamentales, supuestamente independientes, pero que regulan sectores cada vez más importantes de la vida económica, en detrimento del control democrático.

Una nueva fase puede abrirse ahora con el Nuevo Laborismo de Tony Blair. El joven dirigente pretende representar otro modelo de radicalismo, antes que otromodelo de izquierda. No es el único. En Alemania, el socialdemócrata Gerard Schröder empieza a representar una opción parecida. A juzgar por su programa y por su discurso, Blair dista de propugnar un continuismo del thatcherismo. Pretende su superación y una corrección de rumbo. Así, por ejemplo, no cuestiona las privatizaciones de los conservadores, pero propone introducir un muy discutido impuesto especial sobre los beneficios de las empresas privatizadas, con el que financiar un ambicioso programa para dar empleo a 250.000 jóvenes. Sus prioridades son la mejora de la enseñanza y de la sanidad públicas, pero también una revisión del Estado de bienestar.

Es en el terreno político donde sus propuestas son más radicales: cambio del sistema electoral mayoritario en favor de uno proporcional, como ha pactado con los liberal-demócratas; recuperación de la vida municipal; descentralización en favor de Escocia y Gales, y fin del carácter hereditario de los lores tradicionales.

En cuanto a la espinosa cuestión europea, el grito de» I want my money back!» («¡Que me devuelvan mi dinero!»), lanzado inicialmente por Thatcher para lograr una aportación más equilibrada a las arcas de Bruselas, repercutió no sólo con éxito en el continente, sino también entre los británicos, y en particular entre los con servadores, generando un creciente movimiento euroescéptico que ha abierto una fosa política en la que ha caído Major. Cabe esperar algo más de europeísmo, aunque no demasiado más, por parte de Blair, y sobre todo una política europea clara, con capacidad para pactar, y no sólo para oponerse a los proyectos de integración, como el último Major.

Tony Blair puede estar satisfecho, porque, además de haber vencido, también ha convencido. Neil Kinnock lo intentó en 1992, pero fracasó en el último momento por falta de credibilidad. Blair, que sucedió fortuitamente a John Smith, sucesor de Kinnock al frente del laborismo y que falleció en 1994, se ha ganado esta credibilidad. Tras estas seis largas semanas de campana electoral, a Blair le queda ahora lo más difícil: empezar a gobernar.

Enfrente, el Partido Conservador va a entrar en una época de intensa turbulencia interna, de la que tardará en salir, en busca de un nuevo sentido y un nuevo líder para sustituir a Major, un político hábil pero gris. ¿Se acordará alguien de Thatcher entonces? ¿Cuánto perdurará su intenso aroma?

02 Mayo 1997

Victoria laborista

ABC (Director: Luis María Anson)

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Tony Blair ha ganado con abrumadora mayoría las elecciones legislativas británicas, que rompen dieciocho años que ininterrumpidos gobiernos conservadores, y quiebra de esta manera una situación política de inmovilidad. Los resultados deben interpretarse no sólo como la victoria de uno de los dos grandes partidos históricos sobre el otro sino también como la ruina del bando conservador por las dimensiones de su fracaso, largamente anunciado por todos los institutos especializados en sondeos de opinión, que esta vez no han sufrido las calamidades que les acompañaron durante la última consulta de 1992.

John Major ha sido un buen dirigente, capaz de colocar la economía nacional en condiciones excepcionales de bienestar. Todos los índices señalaban a la hora de la elección niveles excelentes. El paro ofrecía tasas inferiores a la mitad de las que padecen franceses y alemanes, el déficit público estaba contenido en límites de austeridad y presupuestaria ejemplares, y comercio exterior funcionaba en plena prosperidad, sostenido por la sólida estabilidad de la libra esterlina. El marco económico hubiese permitido ganar las elecciones a cualquier gobernante, pero John Major ha sido la víctima manifiesta de su debilidad como jefe de una formación dividida sobre los problemas europeos hasta el borde mismo de una fractura interior, que posiblemente aparecerá durante los próximos meses, exactamente igual que, después de los fracasos repetidos del Labour, sucedió con la fuga de muchos de sus miembros hacia una nueva formación liberal-demócrata.

La habilidad de Tony Blair ha sido apoderarse sin grandes preocupaciones del mensaje económico de los tories y convencer a sus militantes de la inútil repetición del viejo cuplé socialista y de la dictadura que ejercía sobre el partido la confederación de sindicatos. El ‘Nuevo Laborismo’ era un invento de Tony Blair, reducido a enterrar toda la vieja parafernalia de la tradición izquierda británica para defender ahora una economía liberal, respetar las privatizaciones thatcherianas y borrar con carácter definitivo las propuestas pacifistas del laboralismo histórico.

Los ciudadanos británicos han utilizado su papeleta en el día de ayer para condenar la perpetuidad en Dowling Street de un inquilino conservador que la erosión del tiempo había convertido en un simple gestor de los dineros nacionales, mientras sus filas se desgarraban con ambiciones personales, escándalos de corrupción y enredos inconfesables en sus vidas privadas, según esa tendencia tan corriente en los partidos hegemónicos de olvidar la moral y el servicio al pueblo. John Major no ha sabido poner orden en una formación donde sus propios miembros no creían lo que decían. Tony Blair ha sacado inteligente provecho de la confusión adversaria después de haberle arrebatado su programa económico, y así, además de ofrecer la renovación, asegura el electorado que hará más o menos lo mismo que sus antecesores y conquistar, así, la confianza electoral