27 marzo 2016

En medio del bloqueo parlamentario y ante rumores de una inminente repetición electoral

El presidente Mariano Rajoy Brey concede una entrevista a Jordi Évole Requena para su programa ‘Salvados’ de LA SEXTA

03 Abril 2016

Una hora en la Moncloa

Jordi Évole Requena

Leer
El nombre de Bárcenas incomoda a Rajoy, a quien en cambio le alivia hablar de Catalunya. Sintomático

Madrid. Miércoles por la mañana. Nervios. Llevamos cuatro años esperando este momento. La noche anterior, en la habitación del hotel, ensayamos con el equipo la puesta en escena. Como un equipo de fútbol que ensaya un córner. Cada pregunta tiene que ser un penalti, y si va al palo, otra.

Se acerca la hora. Para calmar los nervios, hago una llamada, a ver si se me pega algo, y hablo con Iñaki Gabilondo. Los recepcionistas me despiden como quien le dice adiós a un gladiador: «Vamos, estamos contigo». El taxista, tres cuartos de lo mismo. Qué exageración. No me había pasado nunca antes de grabar un programa. La expectación en exceso siempre me inquieta. Multiplica el riesgo a decepcionar, y eso siempre da miedo. Pero es lo que hay, Manolete, si no sabes torear pá qué te metes. Tengo muy claro que este partido no se trata de ganarlo o perderlo. En una entrevista no se trata de machacar a nadie. En este caso, solo queremos retratar a la persona que nos ha gobernado los últimos cuatro años. Y sí, para eso se necesita preguntar y alguien que conteste, algo para lo que no sé si Mariano Rajoy se ha entrenado demasiado, quizá por exceso de protección.

En la Moncloa no veo ningún camión de mudanzas. El séquito del presidente -poco numeroso- anda pendiente de la reunión entre Pedro Sánchez Pablo Iglesias. Rajoy también. Su primera frase al respecto: «Necesitan a Ciudadanos, y no sé si su apoyo, por activa o por pasiva, gustaría a los que financiaron su campaña…» Todavía no ha empezado la entrevista, pero yo caliento en la banda: «¿Quién financió la campaña de Ciudadanos?». «Pues no lo sé, don Jordi«. Primera marianada en la frente.

EL AISLAMIENTO

No conozco a nadie a quien Rajoy le haya caído mal en la distancia corta. Es amable, respetuoso y muy cordial. Creo que hasta el mismísimo José María Aznar lo reconocería. Le damos al REC y empieza el partido. Rajoy salta al campo con buen tono, incluso a veces juguetón. En el camino hacia el palacio, me habla del aislamiento que produce la Moncloa, ese mal del que se han quejado todos los que pasaron por ahí, pero que nadie parece estar dispuesto a arreglar.

Las preguntas en su despacho -con la corrupción como protagonista- provocan silencios y una bajada de tono de Rajoy que no sirven para dar un titular pero dicen mucho más que cualquier frase que pronuncie. El nombre de Bárcenas le sigue incomodando, incluso hace una insinuación para que cambiemos de tema, pero hay más preguntas.

Noto alivio cuando empezamos a hablar de Catalunya. Sintomático que el alivio para la corrupción del PP sea Catalunya. Y el presidente aprovecha una pregunta sobre el IVA cultural para pegarme la bronca en plan Van Gaal: «Siempre ‘negatifo’, nunca ‘positifo». Acaban los 60 minutos. Cordialidad al despedirnos, mientras Sánchez e Iglesias siguen reunidos. «Llevan más de dos horas», informan al presidente. «Joder, estarán descubriendo el Mediterráneo», dice él. Y el camión de mudanzas sigue sin aparecer.

04 Abril 2016

Nunca positivo, siempre negativo

Rubén Amón

Leer
Rajoy, en plan Van Gaal, sobrevive a Jordi Évole en una entrevista evasiva y amnésica, prometiendo de paso dos millones de puestos de trabajo

A Mariano Rajoy le faltó pedir la dimisión de Jordi Évole. No parecía el presidente del Gobierno, sino Van Gaal en aquella rueda de prensa que ha pasado a la historia del despecho periodístico: “Nunca positivo, siempre negativo”, sobrentendía Rajoy en su cuerpo a cuerpo de La Sexta.

Y se refería al énfasis con que los medios se recreaban en “el detalle, la anécdota, la cosa mala”. Y señalaba a Évole con el dedo pese a la estrechez de las distancias, como si la corrupción fuera anecdótica. Y como si la honradez generalizada de la clase política, argumento exculpatorio absoluto de Rajoy en la entrevista, pudiera encubrir los escándalos del PP.

El líder popular se abstrajo de todos ellos concluyendo que la corrupción, amén de aislada, se atiene a la responsabilidad individual, así es que Rajoy no responde ni como presidente del Gobierno ni como presidente del partido. Se desvincula de su posición jerárquica. Y reconoce que se equivocó en confortar a Bárcenas —”sé fuerte”—, a Fabra —”político ejemplar”—, a Rus —”yo te quiero coño”—, pero no como argumento vinculante ni condicionante.

Mariano Rajoy garantizó que será el candidato. Mariano Rajoy prometió incluso dos millones de puestos de trabajo en la próxima legislatura, de forma que su entrevista en la Moncloa, relajada al principio, nerviosa en el meollo, se atuvo a un peligro controlado de la campaña electoral.

El control estuvo en la primera parte, cuando mantuvieron una conversación desenfadada en los jardines de Palacio. Debía pensar Rajoy que trataba con el jardinero. Y debía sentirse cómodo con su altura, con el alegre trinar de los pajarillos, incluso con la confesión de los detalles personales: “Hay veces que todo esto se te cae encima”, señalaba en alusión a la fortaleza monclovita.

El peligro estuvo en el despacho, como si la mesa presidencial, bastante espartana, hubiera arrebatado a Rajoy su bonhomía. Empezó entonces a fruncir el ceño como si quisiera estrangular en el entrecejo las preguntas incómodas de Évole —y al propio Évole—, y se apreció el nerviosismo de su piernas, que no encontraron sosiego hasta el desenlace.

Sufría Rajoy. Le perjudicaba la crueldad del primer plano, acaso como contrapeso vengativo de Évole a una entrevista que se había pactado sin edición. Y que Rajoy “adulteró” con su inventario de lugares comunes, “como todo en la vida”, “nadie es perfecto”, “las cosas son así”.

Y podría haber dicho “a mí que me registren”, exégesis de unas respuestas evasivas que Rajoy compaginó con la amnesia y con el oficio. Porque el marianismo es el arte de la supervivencia. Y vivo está Rajoy después de haber recibido al diablo en casa. Évole es la contrafigura perfecta de Bertín Osborne, pero Rajoy es la copia exacta de sí mismo.

18 Abril 2016

"Tengo tuit" y otras perlas de Rajoy en 'Salvados'

José Confuso

Leer
El presidente en funciones consiguió evidenciar que su tiempo ha pasado con una única palabra. ¿Hay algo peor que no saber pronunciar 'Twitter'?

«Yo tengo tuit, Facebook y SMS normal». A Mariano Rajoy la regeneración democrática le ha pillado tan a desmano como la revolución tecnológica. Cuatro años ha tardado el presidente -en funciones- en atender la llamada de Jordi Évole. Cuatro largos años en los que los españoles habíamos dado la batalla por perdida. Pero una vez más, nos equivocamos. Y, una vez más, Rajoy hizo lo mejor que sabe hacer: generar frases para la historia.»Tengo tuit» uniéndose al «muy españoles y mucho españoles», el galimatías del alcalde y los vecinos y el mítico «fin de la cita«. Si siguieron la entrevista de anoche a través de las redes sociales seguro que se encontraron a alguna tuitstar llorando de gusto. ¡Por fin tenemos nuevo meme rajoyer! ¡Esto es mejor que el «hasta nunqui» de Ylenia! Pero en plena algarabía virtual, los demás, claro, llorábamos de pena.

Rajoy decidió interpretar anoche a su mejor versión de Rajoy. Se mostró dicharachero y campechano, alabó las facultades de su entrevistador con elegancia y donosura, le hizo una tournée por el Consejo de ministros, se quejó de la soledad de la Moncloa, sacó a relucir su pasión por el Real Madrid y habló de lo que le gusta viajar por España. Y aguantó los embistes con la maestría del que lleva haciéndolo muchos años, hay que reconocérselo. “Estoy por pedir un deseo, como quien ve pasar una estrella fugaz, porque le tengo delante y no le veo a través de un plasma”, arrancaba Évole. Aquello solo podía ir a mejor. Una hora larga de Bárcenas, corrupción, financiación ilegal, Rita Barberá, refugiados, Puigdemont y «el lío que se traen Iglesias y Errejón». Si esto no es un orgasmo televisivo, ya no sabemos qué más nos pueden ofrecer. Ahora, no nos confundamos.

Tomarse a Mariano Rajoy como ese despistado bonachón, ese señor gallego con graves dificultades para responder a una pregunta con una afirmación contundente, esa pobre víctima del sistema que tan solo ha querido luchar por la honradez a pesar de todas las ‘cosas’ que se le han escapado, es no haber visto nada de la entrevista de Salvados. La misma en la que el presidente del gobierno -en funciones- dudaba de que hubiese alguien que no supiese donde están enterrados sus abuelos y animaba a hacer un «borrón y cuenta nueva» del pasado. La misma en la que el presidente del gobierno -en funciones- aseguraba no saber nada de la gestión del accidente del metro de Valencia ni, debemos suponer, de sus 43 muertos. La misma en la que el presidente del gobierno -en funciones- sacaba pecho de la sanidad pública ignorando el firme empeño de su gobierno por desmantelarla.

La desconexión entre el actual presidente y la realidad es altamente preocupante. Tanto que alguien debería tomar cartas en el asunto. Alguien que le quiera y se preocupe por él. Considerar que el salario mínimo interprofesional es algo casi anecdótico porque “hay muy pocas personas” que lo cobren, seguir enrocado en que la corrupción es cosa de unos pocos y argumentarlo con que la mayoría de la población es honrada y paga sus impuestos, señalar a los medios y a los periodistas como parte del problema por empeñarse en sacar solo las cosas negativas, victimizar a los políticos como si le fuese la vida en ello… “Los políticos también somos seres humanos”, se lamentaba el presidente. El dinero público también es nuestro, debería haberle apuntado alguien. Especialmente, los que le votaron en estas últimas elecciones.

“Pues está saliendo airoso”, me comentaba una estupenda periodista durante la primera parte de la entrevista. Y sí, lo peor de todo es que lo estaba haciendo. Salía airoso para ser Rajoy y estar en Salvados. Esa es la confianza que tenemos en la persona que ha dirigido y quiere dirigir nuestros destinos -o al menos, nuestros bolsillos- durante los próximos cuatro años. Hemos puesto el listón tan bajo que con que no roben a la primera de cambio nos vale. Igualar por abajo, algo en lo que Rajoy debe tener matrícula de honor. «Tenemos la misma corrupción que en otros países», «hemos acogido a tan pocos refugiados como otros países», «nuestro salario mínimo es tan bajo como el de otros países». ¿No les dan ganas de irse a votar también a otros países?

Cambiaron las tornas con el paso del tiempo. Los gestos, casi espasmódicos, traicionaron el estoicismo de Rajoy. Llegaron las sonrisas pétreas, los «ya he dado bastantes explicaciones», los «más vale que no sigas por ahí» y los silencios. Ay, los silencios. Con simpatía, Évole trató de desengrasar buscando una complicidad futbolística, pero no estaba ya el presidente para muchas aventuras. La hora en la Moncloa nos supo a poco. «Cómo debe estar el Partido Popular para haber aceptado la entrevista», rumiaban las redes sociales. Una lástima que la experiencia no tenga viso de repetirse pronto. Al menos, en lo de Bertín comió jamón y jugaron al futbolín. Pero con este repaso, ¿cómo le van a quedar ganas de volver? Mariano, se está mejor en casa que en ningún sitio. Ah, no, que allí es persona non grata...