23 julio 1952
Tras dimitir temporalmente ante la negativa del Sha ha concederle más poderes, las reacciones populares a su favor han obligado al monarca a restituirle
El primer ministro de Irán, Mohammad Mosaddegh, gana un órdago al Sha Reza Pahlevi y refuerza su posición como ‘hombre fuerte’ del país

Hechos
El 23 de julio de 1952 Mohammad Mosaddegh fue ratificado como primer ministro de Irán tras haber dimitido el día 16.
Lecturas
El Sha repudió a su primera esposa en 1948.
El 16 de julio de 1952, durante la aprobación real de su nuevo gabinete , Mosaddegh insistió en la prerrogativa constitucional del Primer Ministro de nombrar a un Ministro de Guerra y al Jefe de Estado Mayor, algo que el Sha había hecho hasta ese momento. El Sha se negó, viéndolo como un medio para que Mosaddegh consolidara su poder sobre el gobierno a expensas de la monarquía. En respuesta, Mosaddegh anunció su renuncia apelando directamente al público en busca de apoyo, declarando que «en la situación actual, la lucha iniciada por el pueblo iraní no puede llevarse a una conclusión victoriosa».
El veterano político Ahmad Qavam (también conocido como Ghavam os-Saltaneh) fue nombrado nuevo primer ministro de Irán. El día de su nombramiento, anunció su intención de reanudar las negociaciones con los británicos para poner fin a la disputa petrolera, una reversión de la política de Mosaddegh. El Frente Nacional, junto con varios partidos y grupos nacionalistas, islamistas y socialistas incluido Tudeh, respondió convocando protestas, asesinatos del Sha y otros realistas, huelgas y manifestaciones masivas a favor de Mosaddegh. Estallaron grandes huelgas en todas las principales ciudades de Irán, y el Bazar cerró en Teherán. Más de 250 manifestantes en Teherán, Hamadan, Ahvaz, Isfahan y Kermanshah murieron o sufrieron heridas graves.
Después de cinco días de manifestaciones masivas en Siyeh-i Tir (el 30 de Tir en el calendario iraní), los comandantes militares ordenaron que sus tropas regresaran a los cuarteles, por temor a sobrecargar la lealtad de los alistados y dejaron Teherán en manos de los manifestantes. Asustado por los disturbios, Shah despidió a Qavam y volvió a nombrar a Mosaddegh, otorgándole el control total del ejército que había exigido anteriormente.


23 Julio 1952
Triunfos de Mussadeq y de Hilali Baja
Si el doctor Mussadeq lloró ayer, y lo hizo indudablemente, no sería de dolor por las desgracias del pueblo persa, como suele. Fue de alegría. Porque el día fue magnífico para él. En Teherán, la multitud de fanatizados nacionalistas, apoyada e incitada por los elementos comunistas del Partido Tudeh – pescadores siempre en el clásico río revuelto – logró torcer la decisión del Sha, provocar la renuncia de estos resultados, la multitud, enardecida y delirante de entusiasmo por el éxito logrado, siguió por las calles de la capital aclamando a Mussadeq y lanzando gritos patrióticos y revolucionarios.
Decíamos en nuestra anterior edición que, en vista del carácter adoptado por los sucesos sólo quedaban dos caminos: proclamar una dictadura que impusiera el orden a toda costa o volver a llamar a Mussadeq. Esto último es lo que se ha hecho. El anciano Sultanch no se ha visto con fuerzas, a lo que parece, para imponerse a la agitación callejera. Y el Sha no ha podido o no se ha atrevido tampoco, a recurrir a un Gobierno de fuerza para imponer su autoridad. El resultado es que ha triunfado plenamente Mussadeq. Y, con él, la revolución nacionalista en su fase más aguda. Después del acuerdo parlamentario, el Soberano le ha llamado para encargarle de forma Ministerio nuevamente. Es de suponer que Mussadeq imponga ahora lo que el Emperador no quiso aceptar días atrás: o sea, acumular a la presidencia el Ministerio de Defensa – siempre en manos de una persona de confianza de la Corona – con lo cuál será el dueño absoluto del a situación.
Pero el día fue bueno para Mussadeq no solamente en Teherán, sino también en La Haya, donde el Tribunal de Justicia Internacional ha dictado resolución aceptando la tesis persa, o sea, que aquel alto organismo no se considera competente para entender en el pleito entre Persia y la Anglo Iranian Oil Company. De manera que no hay ninguna jurisdicción capaz de substanciar dicho pleito de manera jurídica.
Es pronto todavía para ver que hará el doctor Mussadeq en su nueva etapa de Gobierno. Las circunstancias es que recobra el Poder le dan gran fuerza, pero sólo en un sentido: es decir, frente al Sha. En cambio, frente a la calle, ante los exaltados nacionalistas, su autoridad será muy escasa, pues a ellos debe su actual triunfo. Además, adviértase que Mussadeq siempre consideró su posición como jefe del Gobierno, teniendo muy en cuenta la suerte de su antecesor, el general Alí Razmara, que por defender puntos de vista moderados fue asesinado. Mussadeq siempre afirmó que a él no le sucederá lo mismo.
¿Qué perspectivas se abren para Persia en este momento crítico? Es difícil saberlo porque las noticias e informaciones son escasa y confusas. Pero la gravedad de los problemas planteados subsiste en toda su urgencia. Como han dicho algunos comentaristas internacionales, los resultados de la política de Mussadeq pueden resumirse en pocas palabras: Persia se ha quedado sin ingleses, pero sin recursos.
El Análisis
La historia de Irán da un giro inesperado, aunque tal vez inevitable: el pulso entre el primer ministro Mohammad Mosaddegh y el Sha Mohammad Reza Pahlaví ha terminado con una contundente victoria del político nacionalista, aupado por las masas que tomaron las calles en defensa de lo que ya no es solo un programa, sino un símbolo. Mosaddegh, en un acto de desafío constitucional, exigió el control del Ministerio de Guerra y del Estado Mayor, dos bastiones tradicionales de poder de la monarquía. El Sha, aferrado a sus prerrogativas, se negó, creyendo que la crisis la ganaría desde el trono. Pero el país respondió con un rugido: huelgas, disturbios, sangre y sobre todo, una movilización nacional en favor del anciano líder que ha logrado personificar la resistencia frente al absolutismo y frente al imperialismo extranjero.
El fugaz intento de reponer a Ahmad Qavam —un viejo político asociado con la conciliación con los británicos— solo encendió más el fuego. El pueblo no olvidó que Mosaddegh es quien nacionalizó el petróleo, quien rompió con la tutela económica extranjera, quien desafió al Imperio Británico. Y cuando la calle gritó, los militares prefirieron no reprimir. El Sha, aislado en su palacio, no tuvo más remedio que rendirse ante los hechos: el pueblo no pedía cambios cosméticos, sino el regreso de su primer ministro. Lo hizo, además, entregándole exactamente lo que antes le había negado: el control del ejército. La monarquía, aunque nominalmente intacta, ha perdido su monopolio sobre las riendas del poder.
El episodio del 30 de Tir no es solo una victoria política. Es el nacimiento de un nuevo equilibrio en Irán: por primera vez, el pueblo organizado impone a la corona una decisión clave. Mosaddegh se convierte así en algo más que un líder: en la figura inevitable que condensa la soberanía nacional, la resistencia popular y la esperanza de una Irán independiente. Pero también se avecinan desafíos. Los enemigos internos y externos no han desaparecido. Y la historia ya ha demostrado que las victorias de la calle, si no se consolidan con visión y fortaleza, pueden terminar devoradas por los mismos poderes que intentan resistir.
JF Lamata