21 junio 1998

El candidato contaba con el apoyo del presidente español José María Aznar, así como de la guerrilla FARC, dado que entre sus promesas electorales Pastrana se ha comprometido a abrir un proceso de negociación con ellos

Elecciones Colombia 1998 – Andrés Pastrana (Partido Conservador) logra la presidencia derrotando a Horacio Serpa (Partido Liberal) y anuncia un proceso de negociación con las FARC

Hechos

Las elecciones presidenciales de 1998 (21 de junio) dieron el triunfo a la candidatura de Andrés Pastrana.

20 Julio 1998

Pax colombiana

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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EL PRESIDENTE electo colombiano, Andrés Pastrana, quiere empezar su mandato el próximo 7 de agosto en condiciones de iniciar oficialmente las negociaciones de paz para dar fin a una insurrección de más de treinta años, que ha costado más de 300.000 vidas y que protagonizan dos movimientos guerrilleros, las FARC y el ELN, ambos presuntamente comunistas. Hasta el momento ha habido una entrevista entre Pastrana y el líder de las FARC, Manuel Marulanda, en plena selva; y unos encuentros de una representación de la sociedad colombiana con guerrilleros del ELN en la ciudad alemana de Maguncia. El presidente electo y el guerrillero ratificaron que el Gobierno despejaría cinco municipios -47.000 kilómetros cuadrados-, lo que significa retirar al Ejército de la zona para celebrar las auténticas conversaciones de paz; y los contactos de Maguncia han aprobado la humanización de la guerra, excluyendo el secuestro de seres indefensos y el sabotaje de la industria petrolera.Apenas se ha iniciado el camino, puesto que tanto las FARC como el ELN exigen, para dejar las armas, que se les reconozca el ejercicio del poder local en sus zonas de influencia, lo que difícilmente Pastrana puede aceptar. El presidente ya ha dicho que lo único que ofrece es garantía de sus vidas a la guerrilla e inversiones para rescatar de la pobreza las zonas del país en las que la insurrección encuentra terreno abonado.

Todo ello es sólo el inicio de un plan negociador. Para empezar, hay que contar con las llamadas autodefensas, bandas frecuentemente a las órdenes de los narcotraficantes, por cuya cuenta aterrorizan a los campesinos, y luego, los propios narcos. Aunque no tienen la fuerza de los antiguos carteles de Cali y Medellín, que eran grandes empresas con ejércitos de guardaespaldas, siguen practicando el crimen y la extorsión generalizados. Así, cualquier negociación deberá incluir a guerrillas, autodefensas, narcos y hasta el Ejército regular, que ve con escaso entusiasmo que el poder trate de Estado a Estado con los insurrectos.

Ése es el pavoroso dossier al que ha de enfrentarse el líder conservador. Ha abordado la tarea con el visible convencimiento de que puede transformar el país. Si la sociedad colombiana le presta un apoyo sin fisuras y el establishment sabe sacrificar parte de los privilegios económicos, quizá tenga una oportunidad.

18 Agosto 1998

Pastrana y la guerrilla

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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En cualquier otro país del mundo un acuerdo entre el Gobierno y la guerrilla para hablar de paz, con la garantía añadida de que el poder va a despejar cinco municipios para negociar en ellos sin peligro de interferencias, bastaría para que se observara una tregua, al menos de hecho, hasta que comenzaran esas conversaciones. No ocurre así en Colombia, donde reina un extraño juridicismo en las relaciones entre el Estado y su enemigo insurreccional, la guerrilla. Como los acuerdos entre el presidente Pastrana y el líder de las FARC, Manuel Marulanda, no hablaban de alto el fuego, las operaciones contra el Ejército arrecian en los últimos días, con docenas de bajas y prisioneros entre los militares. Y, de igual forma, en cualquier otro país los enfrentamientos de las zonas limítrofes entre el Choco y Antioquia augurarían un perverso porvenir a esas conversaciones que, en buena lógica, es posible que no llegaran ni a celebrarse. Pero esa lógica no vale para Colombia, donde es perfectamente posible librar la guerra con una mano y proclamar con la otra el convencimiento de que la paz es el objetivo de todos. Eso no significa, naturalmente, que para la opinión colombiana sea indiferente que las FARC batallen o no hasta la víspera del comienzo de la negociación, sino que el mesianismo autoimbuido de la guerrilla le hace creer que le está todo permitido.

La explicación de que los combates continúen, aparte de porque nadie se ha comprometido a otra cosa, obedece también a que la capacidad de Marulanda, un guerrillero de la tercera edad, para determinar el comportamiento de sus hombres sobre el terreno es sólo relativa, pero, especialmente, porque si tratara de impedir la violencia perdería autoridad ante sus tropas. Lo que las FARC están, increíblemente, diciendo a la ciudadanía es que hablan de poder a poder con el Estado y que su capacidad de acción militar es un factor que ese Estado no puede nunca olvidar ante la negociación que se avecina.

Por ello mismo, el conservador Andrés Pastrana, que ha empeñado con valor e inteligencia el comienzo de su mandato en abordar prioritariamente el problema de la paz, mal se puede negar a seguir adelante con su plan de limpieza territorial para que antes de fin de año sepa la nación a qué atenerse respecto a las verdaderas intenciones negociadoras de la fuerza guerrillera, la más importante del país.

El problema añadido es el Ejército. Nunca ha visto con entusiasmo que se negocie con la insurrección, y los ataques guerrilleros sólo sirven para persistir en su argumentación de que las conversaciones son sólo una añagaza guerrillera para ganar tiempo y echar al Gobierno la culpa de su eventual falta de voluntad de paz.

Pastrana no debe caer en la trampa que le tiende esa violencia arbitraria y criminal de las FARC, ni ceder a las presiones de quienes le digan que se equivoca. El presidente colombiano se ha trazado un curso y ha de seguirlo sin desmayo. Si no es posible hacer la paz, que quede claro que el poder lo habrá intentado lealmente.