9 mayo 1988

Su derrota fuerza la caída de su gobierno y abre paso a un nuevo gabinete presidido por el socialista Michel Rocard

Elecciones Francia 1988 – El socialista Mitterrand es reelegido como presidente de Francia derrotando al primer ministro Jacques Chirac

Hechos

En abril de 1988 se celebró la primera vuelta y en mayo de 1988 la segunda de las elecciones a la presidencia de Francia.

Lecturas

El liberal Raymond Barré y resurgido extremista Jean Marie Le Pen mostraron su fuerza en la primera vuelta

EL SOCIALISTA MICHEL ROCARD SERÁ EL NUEVO PRIMER MINISTRO

michel_rocard La derrota de Chirac en su intento de acceder a la Jefatura del Estado, le ha llevado a perder su cargo de primer ministro. Tras ser reelegido en las elecciones presidenciales, Mitterrand a nombrado nuevo primer ministro al dirigente del Partido Socialista, D. Michel Rocard.

09 Mayo 1988

Sigue Mitterrand

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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Francois Mitterrand ha sido reelegido ayer presidente de la República Francesa. Excepto De Gaulle en 1966, ningún presidente de la V República ha obtenido un segundo mandato. Pero el dato más significativo de la jornada electoral no es el éxito de Mitterrand, que parecía evidente después de la primera vuelta, sino el margen holgado con el que ha superado a !u contrincante, Jacques Chirac. Es significativo que en 1974, cuando Giscard d’Estaing derrotó a Mitterrand, el margen fue apretadísimo: el 50,8% contra el 49,2%. Esta vez, Mitterrand supera a Chirac con una diferencia mucho mayor: el 54% frente al 46%. Es más, Mitterrand ha sido reelegido con un porcentaje de votos sustancialmente superior al que obtuvo en 1981, al ser elegido presidente con el 51,8% de los sufragios, frente al 48,2% de Giscard d’Estaing.La victoria de ayer ha tenido lugar en un contexto que no es el mismo que reinaba después de la primera vuelta, cuando destacaban los escasos márgenes diferenciales en cuestiones programáticas entre los dos candidatos. En los últimos días, ciertas operaciones protagonizadas por Chirac como jefe del Gobierno francés -los tratos oscuros con Irán, la carnicería de Nueva Caledonia, la violación de la palabra dada por Francia en el caso de Dominique Prieur- han suscitado inquietud entre los amigos de Francia en el extranjero. El candidato de la derecha no tuvo reparo en poner en entredicho intereses y valores constantes de Francia para ganar votos. Es lo contrario de lo que debe hacer un hombre de Estado responsable. En cuanto al desgraciado intento de manifestación en París, promovida por los partidarios de Chirac para salvar la V República con el argumento de que una victoria de Mítterrand la pondría en peligro, puso en primer plano la vieja querencia de la derecha a excluir de la comunidad nacional a los que no piensan como ella.

Por otra parte, el éxito de Le Pen en la primera vuelta ha sido considerado con razón como un hecho preocupante a nivel europeo. Lo ocurrido entre el 24 de abril y el 8 de mayo ha puesto de relieve que esos votos incitaban precisamente a Chirac a recurrir a operaciones aventureras. El fenómeno Le Pen es serio y tiene unas bases sociológicas, pero solamente desde una política de izquierda, socialmente avanzada, ese problema podrá ser abordado en sus raíces materiales. Frente a la ligereza que ha caracterizado la conducta electoral de Chirac, el mensaje de Mitterrand, centrado en la unidad de los franceses, colocando a Europa como horizonte decisivo de su política, ha cobrado mayor relieve como el de la sensatez y el equilibrio. La victoria de Mitterrand, después de los sobresaltos causados, primero por el 15% de Le Pen en la primera vuelta, luego por los golpes de teatro de Chirac, es un hecho tranquilizador para Francia y para Europa.

Pero al vecino país, aunque siga en el Elíseo la misma persona, no le espera el continuismo. Los resultados electorales de ayer anuncian que va a entrar en una etapa nueva, en la que, en un plazo más o menos dilatado, se producirá una remodelación del mapa político. La derecha ha sufrido una grave derrota: pierde después de haber gobernado dos años, mientras Mitterrand gana después de siete años en la presidencia. Y el primer derrotado es Chirac: es difícil pensar que pueda seguir encabezando a la derecha francesa, lo que abrirá un problema de liderazgo. Pero el primer problema que, sin duda, va a surgir es la inclinación de una parte del centro a colaborar con los socialistas en el Gobierno, evolución que ha sido propugnada por Mitterrand. Evolución ya indicada en las urnas: la mayoría que ha elegido a Mitterrand supera ampliamente la totalidad de los votos obtenidos por los diversos candidatos de izquierda en la primera vuelta. Mitterrand está ahora en condiciones, por un lado, de resistirse a eventuales actitudes sectarias del partido socialista en este momento de euforia y, por otro, de hacer una apertura hacia el centro. Para España, la elección de Mitterrand es una buena noticia. Bajo su presidencia, las relaciones entre los dos países han alcanzado los más altos niveles de cordialidad y cooperación. Para la política exterior de España es un hecho decisivo.

09 Mayo 1988

La victoria de Mitterrand cambia el futuro de Francia

DIARIO16 (Director: Pedro J. Ramírez)

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François Mitterrand consiguió ayer convertirse en el primer presidente de Francia que logra ser reelegido al ganar las elecciones con un 54% de los votos, frente a un 46% de Chirac. Ello significa que ha arrastrado a un 20% más de los electores que en la primera vuelta, lo que a su vez indica que, además de haber obtenido el respaldo de toda la izquierda, ha logrado el respaldo de un 10% de votantes del centro y de la derecha. La victoria ha sido, pues, rotunda, y mucho más amplia que la de 1981, en la que Mitterrand venció a Giscard con menos del 52% de los sufragios.

Chirac ha hecho todos los esfuerzos imaginables por reducir el amplio margen que le separaba de Mitterrand en la primera vuelta. No sólo logró, tras una escabrosa negociación con Irán, la liberación de los rehenes franceses en el Libano y resolvió el secuestro de Nuevo Caledonia, sino que se arpoximó peligrosamente a la extrema derecha de Le Pen en un intento desesperado de poner de su parte a la mayoría de los votantes del Frente Nacional. Pero ha sido en vano: con toda evidencia, el francés no es pueblo voluble, ni políticamente inmaduro, y no se ha dejado impresionar por este alarde electoralista.

Mitterrand ha vencido gracias a la conjunción de varias circunstancias. Su gestión personal ha sido, en este septenato que concluye, un modelo de flexibilidad: supo encajar, primero, el fracaso de su inicial política sustituyendo al rígido Mauroy por el más liberal Fabius; asimismo tras la derrota del PS en las elecciones legislativas en 1986 – en las que, sin embargo el PS obtuvo una cota sin precedentes – Mitterrand supo adaptarse con clarividencia a la cohabitación. Asimismo, el presidente, que primero se laió con los comunistas, ha sabido realizar en el seno de su partido una operación de apertura a la española: el PS, que era fuertemente dogmático, se ha vuelto pragmático, ha pasado a ser un partido de integración de amplio espectro, que lanza a los franceses un mensaje de unidad.

La derecha, por el contrario, atraviesa una grave crisis, que se acentuará probablemente con esta derrota: no sólo ha sido incapaz de frenar el ascenso de la extrema derecha, sino que se ha dividido fuertemente. La virulenta campaña de los chiraquistas contra el centrista Barre es buena prueba de ello. De cara al futuro será difícil que el centro y la derecha se decanten en una única opción alternativa de PS, máxime cuando es probable que Chirac pierda el liderazgo conservador que hoy todavía ostenta.

Mitterrand ha anunciado ya – en una entrevista publicada por este periódico – que su próximo Gabinete no será monocolor. Dado lo abultada de la victoria, es probable que designe a un primer ministro socialista – Michel Rocard es el máximo aspirante en este momento – y que trate de seducir a los centristas con un programa de gran moderación. Tampoco es descartable, si la estrategia así lo aconseja, que el primer ministro no sea socialista, sino centrista – se habla de Simone Veil – con lo cual el estallido del centro-derecha resultaría inevitable. Cabe también la fundada posibilidad de que el presidente disuelva el Parlamento y convoque elecciones legislativas, sobre todo si no halla el eco esperado en el ala izquierda del segmento liberal-conservador. Pero todas éstas son conjeturas por el momento. Lo único cierto es que la socialdemocracia francesa se está convirtiendo en hegemónica, tras un proceso de moderación muy parecido al de aquí. Y que la derecha del país vecino ha entrado asimismo en una crisis que también en España resulta familiar. En cualquier caso, Francia ha decidido sumergirse en un nuevo futuro político en el que ya nada será igual al pasado.

09 Mayo 1988

La victoria de Mitterrand

ABC (Director: Luis María Anson)

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El triunfo electoral de François Mitterrand con más de un 54% del voto emitido frente al 46% escaso de su rival Jacques Chirac, constituye un gran éxito para el presidente saliente que le abre las puertas de todas las posibilidades políticas en la quinta presidencia de la V República.

François Mitterrand se convierte hoy en el eje legítimo de la vida política francesa, consiguiendo una diferencia sobre sus adversario que se aproxima a los mejores cociente de la V República, cuando todavía reinaba sobre ella la indiscutible figura del general De Gaulle. Esta referencia resulta obligada en los momentos actuales, porque condecora al político que más había combatido a la V República con todos los beneficios de la institución que denunció incansablemente. La izquierda, con todos sus votos juntos, verdes incluidos, se situaba en la primera vuelta en el 49,12% de los votos expresados y ahora alcanza nada menos que ese importante cociente del 54,1% lo que representa un deslizamiento de la voluntad ciudadana superior al 5% sobre el primitivo voto potencial de la izquierda.

La dimensión de su victoria le permite a Mitterrand conseguir lo que había sido su sueño político: convertirse en el aglutinador de una masa importante de franceses cuyo volumen fuese capaz de romper la Francia dividida en dos partes casi idénticas, encarnando cada una la derecha y la izquierda.

El resultado de Mitterrand le permite, pues, obtener una respuesta favorable a todas sus aspiraciones, puesto que sucesivamente ha conseguido aniquilar el voto comunista; convertir al Partido Socialista en la gran expresión de la izquierda y arrancar una parte nada desdeñable del voto situado más allá de esa tenaz frontera que ha divido a Francia en dos fracciones simétricas.

François Mitterrand puede emprender sobre estas bases una reordenación del mapa político francés apoyándose, no sólo en su propio éxito que es indiscutible, sino también en la autodestrucción que el centro derecha liberal conservador ha realizado presentándose en plena división a la cita electoral. Jean-Marie Le Pen ha sido el gran perturbador del horizonte y Mitterrand sabía muy bien que gracias al escrutinio proporcional podría romper la derecha. Dividir más a las distintas derechas era su segundo gran objetivo. Destruir al partido comunista había sido el primero. Los dos han sido alcanzados casi a la perfección.

Los acontecimientos de las últimas horas, conseguidos gracias a un esfuerzo admirable de eficacia por Jacques Chirac – liberación de rehenes, recuperación de los gendarmes prisioneros en Nueva Caledonia – han sido importantes, pero no suficientes.

El recién reelegido presidente ha recibido una aportación de votantes considerable, que en la primera vuelta ofrecieron sus papeletas a Raymond Barre y posiblemente más de un millón de sufragios que el 24 de abril votaron por Jean-Merie Le Pen. Posiblemente este conglomerado electoral no resulte muy homogéneo, pero sobre él, puede el nuevo presidente construir su gran designio de un ‘Frente Republicano’. Aunque esa posibilidad tropezará con la confusión que ha perturbado el comportamiento de la mitad ciudadana que se reconoce en una sensibilidad liberal conservadora. Jean Marie Le Pen probablemente le ha dado la victoria a Mitterrand, pero Mitterrand ha sabido aprovechar la oportunidad para vencer ampliamente.

01 Marzo 1988

Por encima de las bagatelas

Andre Fontaine

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En el vigésimo aniversario de aquel mayo de 1968, que pretendía llevar la imaginación al poder, los franceses se preparan para la elección presidencial más prosaica, más desilusionada, más huérfana de ideas que pueda imaginarse. Las encuestas sólo reflejan perplejidad: apenas una minoría cree que la victoria de uno u otro podría cambiar duraderamente las cosas, y menos aún, mejorarlas. Muchos confiesan no haber hecho todavía su elección.Entendámonos bien. No todo es negativo en esta actitud. Cualquiera es libre de denunciar la soft-ideología y el apático consenso humanitarista sobre el que descansa. Pero en vista de las decenas de millones de muertos que las ideologías hard devoraron a lo largo del siglo, también es posible regocijarse al constatar que nuestros compatriotas están ahítos de la guerra civil y de las pasiones que la alimentan.

En última instancia, se trata de un reflejo de conservación. La rareza de la sangre francesa, en la que Alfred Fabre-Luce veía ya, en vísperas de la última guerra, un antecedente político esencial, no ha hecho más que agravarse desde entonces. Si quiere conservar un mínimo de influencia -y, por consiguiente, de libertad en medio de una humanidad cuyas cuatro quintas partes viven en el Tercer Mundo, nuestro país no puede darse el lujo de desgarrarse entre sí.

Nunca será demasiado el felicitarse por este punto de vista tras los diversos enfrentamientos que marcaron sus comienzos, al ver al actual Gobierno recurrir, para ultimar espinosos temas como el del código de la nacionalidad, al prudente método de los comités de sabios. Aquellos que tuvieron ocasión de participar en los trabajos de comisiones del plan no esperaban constatar que es relativamente fácil hacerse entender por los franceses que pertenecen a escuelas de pensamiento y medios sociales extremadamente diferentes cuando se les hace acometer conjuntamente un tema fundamental para el porvenir nacional.

Esta atenuación, tan manifiesta, de los a priori ideológicos se debe, evidentemente, al hecho de que los franceses han acumulado experiencias desde los comienzos igualmente presuntuosos que marcaron el actual septenato.

La izquierda pretendía cambiar la sociedad, mejorar el poder adquisitivo, disminuir el paro, renunciar a las ventas de armas y tutti quanti. Al cabo de dos años operó, por imperio de la necesidad, un viraje que le hace poca gracia admitir, pero que debería merecer menos sarcasmo que agradecimiento.

La derecha la ha reemplazado -la boca llena del ejemplo reaganiano-, prometiendo, también ella, la luna. Al igual que ayer, las nacionalizaciones debían salvarlo todo; esta vez era de las privatizaciones de las que se debía esperar el milagro. Desgraciadamente, la lógica del liberalismo aplicado no es la del crecimiento garantizado. Cierto lunes negro llegó arrastrando consigo un nuevo viraje, a imagen de los que hubieran debido producirse al contacto demasiado áspero de los hechos en materia social.

Lección de modestia

La primera lección que debieran sacar los candidatos a la presidencia, sea cual fuere el lado en que estén, es de modestia. Ni una buena conducción del Estado ni del mercado aseguran el máximo de felicidad; ni siquiera, a falta de felicidad, el éxito. El más liberal de los franceses lo admite desde el mismo instante en que logra una parte del poder. Pero hay más. Existe la constatación de que nuestro país sólo desempeñó un papel muy modesto en los dos acontecinúentos que últimamente más afectaron su destino: la crisis financiera y monetaria intemacional y el acuerdo ReganGorbachov sobre misiles intermedios. Raymond Barre dijo claramente hace algunos días que privilegiaba entre sus objetivos el de mantener la independencia nacional. Sus rivales sólo pueden seguir sus pasos, aunque no sea más que porque la Constitución los obliga a ello. Pero estarían bien inspirados, tanto él como ellos, si nos dijeran cómo harán, estando el mundo como está, y Europa a la cabeza, para abolir antes de cinco años sus fronteras internas.

En la base de esta independencia se halla lo que se ha dado en llamar el consenso nuclear. Salvo en lo superficial, en este tema se advierte inconstancia por parte de nuestros compatriotas: ayer sólo tenían ironía hacia la bombita; hoy se imaginan de buen grado que los pone al abrigo de todo peligro. Sería necesario que el debate sobre la opción cero y sus consecuencias no quedara restringido a un senáculo de especialistas, aunque no fuera más que porque mañana, por poco que la negociación soviético-norteamericana alcance nuevos acuerdos de desarme, será muy posible que se ejerza una fuerte presión sobre Francia para que se una al movimiento.

¿Cómo reaccionará entonces la opinión? El Partido Comunista Francés perdió, evidentemente, el entusiasmo que experimentaba hacia la fuerza de disuasión durante los hermosos días de la unión de las izquierdas. En cuanto al partido socialista, salta a la vista que sin la presencia de Frangois Mitterrand en el Elíseo sería -para usar un eufemismo- notablemente menos unánime con respecto a este tema. Entre las razones que podrían llevar al jefe del Estado a solicitar un nuevo mandato y a cierto número de franceses a votar por él, no sería la menor la necesidad de mantener este consenso.

En cuanto a Europa, es el mismo juego. Naturalmente, todos los apoyan, sabiendo muy bien que el peso de una Francia abandonada a su soledad sería demasiado débil. ¿Pero qué significa Europa en esta hora en que los flujos comerciales, financieros y monetarios se mundializan de tal manera que el londinense The Economist aboga esta semana en su artículo central por una moneda mundial?

Cuanto más se avance, más se comprenderá que la lógica comunitaria debe ceder prioridad a la voluntad política sobre la única lógica funcional que pretende actualmente proveerla de su principal resorte; pero esto supone, evidentemente, la existencia de un designio común sobre el futuro del continente, sobre la naturaleza de sus relaciones con las superpotencias, incluso en el donúnio de la defensa y los medios de aumentar la eficacia de sus instituciones.

¿Les bastarán tres semanas de campaña, señores candidatos, para echarnos luz sobre este tema e incluso, simplemente, para convencernos de que ustedes disponen de todas las luces necesarias?

La independencia, Europa, la idea que uno se hace de estos dos temas, impera sobre el resto y exige por parte de los presidenciables tomas de posición lo suficientemente precisas para eliminar todo equívoco. Pero también existen dentro de las fronteras otros temas que también justifi can un profundo debate.

Uno de ellos se parece a la cuadratura del círculo: nos referi mos a la seguridad social, que con la prolongación de la vida y el au mento del paro compromete cada día un poco más el equilibrio. Aquí chocan dos filosofías: la del Estado-providencia, tan cara a la izquierda, y la de la desconfianza hacia un exceso de asistencia, tan generalizada entre las derechas. Pero tanto la izquierda como la derecha rompieron con el mismo ánimo el tope, juzgado excesivo, de los recortes sociales, y el Gobierno liberal de Jacques Chirac no encontró otro medio para limi tar el paro, dentro de lo posible, que apelar masivamente a su tra tamiento social.

Evidentemente fue porque te nía conciencia de la enormidad del envite por lo que recurrió, también en este caso, al método de la mesa redonda. No caben dudas de que no hay otra manera de proceder, pero eso no impide que sea infinitamente deseable que los candidatos expusieran claramente sus puntos de vista sobre el tema, porque a fin de cuentas se tratará de saber quién pagará y para qué.

Queda finalmente el inmenso capítulo de los problemas llamados sociales, que van de la edu cación a la justicia, pasando por la nacionalidad y la inmigración. Éstos son los temas que seguirán dependiendo, sea cual fuere el caso, al menos en lo esencial, de la soberanía nacional.

Pronto resultará avidente que esta vez los franceses no están dispuestos en absoluto a conformarse con eslóganes y palabras huecas. Por otra parte, nada bue no se podría esperar de un voto desganado que los llevara a pronunciarse sin convicción a favor de quien les parezca que repre senta el menor riesgo para su rutina cotidiana.

Por lo pronto sólo sienten un interés limitado por las zalamerías de los candidatos, que, a ex cepción de uno solo, no cabe duda están decididos a presentarse. Incluso la esfinge del Elíseo, salvo que incurriera en la in famia de querer someter al partido socialista al mismo tratamien to destructivo a que sometió al partido comunista, ¿tiene interés en mantener sobre su decisión lo que podría llamarse un resto de incertidumbre?

El otro día negó rotundamen te que en su actitud hubiera nada de juego o de cálculo. Sin embargo, a medida que pasan los días es cada vez mayor la impresión que da de ser el único que se di vierte. ¿No habrá llegado el mo mento, tanto para él como para los demás, de pasar de la fase de las bagatelas ante la puerta a la del serio examen de lo que se debe hacer, y hacerlo pronto, una, vez abierta esta puerta?