10 octubre 1979

Elecciones Japón 1979: Se mantiene el liderazgo del PLD, que está en el poder desde la rendición tras la Segunda Guerra Mundial

Hechos

En octubre de 1979 se celebraron elecciones legislativas en Japón.

10 Octubre 1979

El desencanto japonés

EL PAÍS (Editorialista Javier Pradera Cortázar)

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EL DESENCANTO llegó a Japón. Una abstención muy fuerte marcó las elecciones del domingo, y el abandono, o la laxitud, tocó de nuevo al partido del poder, que va pasando los años perdiendo votos, prestigio y confianza.Es el partido -liberal demócrata- que se instaló en la posguerra, desde la voluntad de Washington, siguiendo el molde único de la política media, o moderada, que en Europa se concretó en las democracias cristianas -Francia, Alemania, Italia-, que tenían por misión evitar el regreso de los comprometidos en el, régimen anterior y cortar el avance del comunismo. De aquella época sólo dos partidos quedan en el poder: la DC italiana -maltrecha, desgarrada, inútil para la regeneración del país- y el PLD japonés (la democracia cristiana de Alemania Federal está al acecho de unas elecciones oportunas que le permitan el regreso).

El PLD ha sufrido todos los embates, todas las acusaciones. Ya las difíciles- elecciones de 1976 estuvieron presididas por la sombra de corrupción (el caso Lockheed); las acusaciones de violación de la moral pública se han mantenido en éstas. Sin embargo, el primer ministro, Ohira, había creído que era el momento de restaurar el partido del poder. Otro desencanto: las auscultaciones de intención.de voto, barajadas en los procesos electrónicos, en los que Japón creía ser primera autoridad en el mundo, han fracasado. Y lo que prometía ser la conquista de la mayoría parlamentaria se ha convertido’en la pérdida de un diputado, y las peticiones de que Ohira dimita y el PLD pierda el Gobierno. No será así: junto a los otros escaños conservadores, aún tiene la oportunidad de seguir gobernando con una mayoría aceptable. Pero gobernando la protesta y el desencanto.

A los dos datos esenciales de las elecciones hay que sumar un tercero con calidad de sorpresa: el progreso muy considerable del Partido Comunista («eurocomunista»), que aumenta en más del doble (de diecisiete a 39) el número de sus escaños en la Cámara. Supera el momento que le fue más favorable en la historia. de la posguerra: en 1949 habían logrado colocar 35 diputados. Pero vino después la represión: la guerra fría tuvo en Japón una tensión especial a partir de la guerra de Corca. El número de comunistas en la Cámara horrorizó al general Douglas McArthur -el superhombre que tiempo después sería destituido y relegado por el poder civil del presidente Truman, en una de las lecciones cívicas democráticas más importantes de posguerra -, y ordenó directamente la purga de los dirigentes del partido, que pasó a la clandestinidad y no reapareció hasta después de la independencia; pero tendría que sufrir a partir de entonces muy vivamente los avatares de la propia división del movimiento comunista, sobre todo por la proximidad de China -y su influencia-, que prácticamente partió el partido en dos, prosoviéticos y prochinos, pero todo ello lo sufrió directamente en su carne electoral.

Hace ya muchos años que el Partido Comunista japonés inició una transformación hacia el posibilismo, de carácter nacionalista y de introducción en el sistema democrático: es decir, una serie de datos que hoy conocemos como «eurocomunismo» (y ya Santiago Carrillo, en los primeros tiempos, rechazaba el nombre, porque alegaba que tenía la misma fuerza y la misma tendencia en países que, como Japón, no eran europeos). Este camino le ha llevado al refuerzo electoral del domingo pasado. Puede suponerse que muchos de sus nuevos votos se los ha quitado al Partido Socialista, muy desgastado, y que otros significan no ya un apoyo al PC, sino una condición de votos negativos, de rechazo a los partidos burgueses, que no resuelven los problemas del desencanto. Que no son, ni más ni menos, con anécdotas diferentes, que los que aparecen en otros puntos del área occidental: cansancio ante los poderes prolongados, poca fe en la moral pública, crisis de energía, aumento del desempleo, falta de salidas, falta de creencias.