8 junio 1997

El libro incluye ataques al periódico EL MUNDO, principal competidor del diario para el que trabaja Ekaizer

Ernesto Ekaizer publica «El Farol», su segundo libro contra Mario Conde y el primero que sale tras su primera condena por el caso ‘Argentia Trust’

Hechos

El 8 de junio de 1997 el diario EL PAÍS publicó un adelanto del libro «El Farol» de D. Ernesto Ekaizer.

Lecturas

El pasado 20 de marzo, Mario Conde fue condenado por la Audiencia Nacional a seis años de prisión en el caso Argentia Trust. El nacimiento de este caso —el pago de una factura de 600 millones de pesetas a una sociedad domiciliada en el paraíso fiscal de la isla Saint Vincent, en el mar Caribe, por parte de una filial de Banesto con residencia en otro paraíso fiscal, isla de Gran Caimán— fue utilizado por el propio Conde para insinuar primero pagos políticos a cambio de las exenciones fiscales dirigidas a crear la Corporación Industrial Banesto, y para conseguir que el juez Miguel Moreiras se hiciera cargo también del caso Banesto, con el argumento de que ya tenía asuntos bajo investigación relacionados con el banco. Durante todo 1995, el caso Argentia fue la percha de la cual Conde colgó la operación chantaje al Gobierno de Felipe González con el material de los GAL robado del Cesid por el coronel Juan Alberto Perote. Conde exigía al Gobierno que le pagara 14.000 millones y que apartara al juez Manuel García-Castellón del caso Banesto para que se hiciera cargo Moreiras. El Gobierno resistió la presión, lo que llevó a Conde a la acción, filtrando por múltiples vías el material del Cesid al diario El Mundo y camuflando la identidad de Perote en un personaje imaginario llamado ‘Viriato’.

Ésta es la trama que se describe en El farol. La primera condena de Mario Conde, el libro de Ernesto Ekaizer que esta semana se pone a la venta, editado por Temas de Hoy (Planeta). El libro, la primera historia completa del caso Argentia Trust, incluye, aparte de los diálogos ilustrados del juicio, una versión que se carga casi todas las coartadas vertidas por el ex banquero, su defensa y sus apoyos mediáticos a lo largo casi tres años, con información fidedigna hasta ahora inédita. He aquí algunas de sus múltiples aportaciones:
—El presunto banco EBC (Schweiz) A.G. con sede en Zurich, a quien Conde ordenó pagar los 600 millones, nunca fue un banco, sino una compañía financiera. Nunca fue supervisada por la Comisión Federal de Bancos de Berna (Suiza). Jamás podía presentarse como banco ni utilizar sino su sigla EBC, porque su nombre, European Banking Corp., al no ser banco, le fue prohibido por dar lugar a confusión.
—Nunca, por tanto, se sometió a la ley suiza de bancos, que establece el secreto bancario.
—Al no ser un banco, tampoco tuvo obligación de cumplir con la Convención de 1982, que establece por parte de quien abre una cuenta la obligación de informar quién es el beneficiario real. Otra cosa es que esta diligencia se haya hecho en el caso de la cuenta de la sociedad Argentia Trust, hecho que está por demostrar.
—El presunto vicepresidente de EBC, Wolfgang K. Menzel, nunca fue, desde su ingreso en la entidad, vicepresidente sino steihertreter direcktor que en alemán significa director adjunto.
—Los 600 millones con los que se pagó a Argentia Trust fueron según Conde beneficios en la filial Banesto Industrial Investment, isla de Gran Caimán. Tampoco es verdad.

—Argentia Trust fue creada en la isla de Saint Vincent, Pequeñas Antillas, el 18 de febrero de 1983, cinco días antes de la expropiación de Rumasa del 23 de febrero de 1983.

—El fiduciario holandés Johan George Reuchlin, apoderado de Argentia Trust, actuó por indicación de Menzel y nunca conoció quién o quiénes son el beneficiario o los beneficiarios reales de Argentia Trust. Su declaración en Madrid estuvo motivada por echar una mano.
—Reuchlin explicó que es falso que el doctor Peter Bertschinger haya exigido, como ha declarado el testigo Diego Selva, el pago de 600 millones.
—El texto de la factura de Argentia Trust fue sugerido por el mismo Mario Conde.
—Uno de los primeros en conocer la factura fue Arturo Romaní, quien ha asegurado desconocerla. En los extractos que reproducimos, el autor ilustra el montaje de la operación Viriato, realizada para despistar a la justicia militar y proteger a Perote, según acreditan las cartas escritas por éste último en la prisión militar de Alcalá de Henares, en 1996.

08 Junio 1997

Perote- Viriato, el agente de Conde

Ernesto Ekaizer

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Lla detención de Perote estaba fuera del guión elaborado por Conde y su grupo. Un contragolpe de este tipo no entraba en el cálculo pueril de los chantajistas. González, pues, parecía decidido a plantar cara.

El 19 de junio de 1995, el juez togado militar Jesús Palomino tomó declaración al coronel Manuel López Fernández y al teniente coronel Rafael Rubio Luengo, quienes ya habían comparecido el sábado 17 a raíz de la denuncia de Manglano. Los dos ratificaron que Perote se había llevado documentación del Cesid en noviembre de 1991 y que, dos meses después, requerido sobre – el asunto, devolvió las microfichas.

López Fernández explicó que en ellas estaban contenidas las notas de despacho entre Manglano y Perote, con información de la seguridad del Estado relacionada con la lucha antiterrorista.

Perote, una vez requerido, procedió a reintegrar el material, allá por enero de 1992, a través de un amigo suyo y también agente del Cesid, el capitán José Enríquez de la Torre, quien trabajaba para, al menos, una de las empresas vinculadas a Perote, Argos 3.000.

El juez citó para el día siguiente, 20 de julio, a varios testigos propuestos por el abogado Jesús Santaella, defensor de Perote. Entre ellos estaban el director de El Mundo y los dos periodistas que firmaron la información sobre las escuchas, Manuel Cerdán y Antonio Rubio.

El fiscal le preguntó a Pedro • J. Ramírez si podía revelar quién le dio al periódico la informción sobre las escuchas telefónicas, pero el interrogado se amparó en su derecho a guardar el secreto sobre sus fuentes. Sin embargo, no se detuvo en ese derecho. Les explicó al juez y al fiscal que el periódico había tenido diversas fuentes a lo largo de meses y años.

«Uno de nuestros informantes actuaba con el nombre de Viriato», dijo.

Una nueva personalidad aparecía en escena. «Viriato».

Santaella, que debía dejar a salvo a su cliente, preguntó si el coronel Perote había sido una de esas fuentes. Estaba claro que si el periodista estaba allí para algo, era para negarlo. Ya había cumplido la primera parte de su pacto con Santaella y Perote. Nada le costaba cumplir la segunda. Porque esa lealtad le sería recompensada. Su silencio sobre Perote le resultaría muy rentable.

Pedro J. Ramírez respondió: «En lo que a mí respecta, no, rotundamente no, y por lo que me han contado Manuel Cerdán y Antonio Rubio, autores de los reportajes, tampoco ha sido una de las suyas».

Era, pues, Viriato, no Perote.

La aparición de este nuevo personaje respondía a una estrategia defensiva clarísima. Se trataba, primero, de plantear la duda sobre su existencia. En segundo término, los periodistas debían x llamar la atención sobre ciertos documentos que procedían de otras fuentes distintas de las microfichas. Con esto se pretendía sembrar el interrogante sobre la posibilidad de que otra fuente diferente de Perote pudiera haber accedido a los documentos y haber facilitado su publicación. La información publicada no registraba el número de la microfilmación equivalente a la numeración de cada microficha. En otros términos, carecía de un número que se correspondiera con el de las microfichas. Ramírez se refirió al número de microfilmación del departamento de documentación, pero éste no era el de las microfichas. Aquél era el que correspondía a la microfilmación oficial, no a las notas de despacho entre Perote y Manglano. Pero esto sólo podía querer decir dos cosas: o los números correspondientes a las microfichas habían sido borrados o bien fueron entregadas sin numeración para cubrir a la fuente.

En la tarde del 20 de junio, mientras el juez Palomino seguía tomando declaraciones en el  juzgado militar, Felipe González se reunió con su grupo parlamentario para analizar la situación en la víspera de la comparecencia del vicepresidente Narcís Serra ante el pleno del día siguiente sobre las escuchas del Cesid. González denunció la existencia de una trama de intereses que estaba actuando contra el Gobierno e insistió en algo que ya había dicho durante los últimos meses: existía un pulso al Estado. El relato de fondo era bastante claro. Que el pulso se estaba haciendo con información que afectaba al Gobierno en relación con los GAL no desmentía su existencia. A González sólo le faltó poner nombres y apellidos.

«Hay que analizar tres asuntos», le dijo a su grupo en el Congreso. «Primero, las grabaciones ilegales; segundo, la sustracción y posible venta de las cintas y su publicación». Además, según explicó, el asunto se complicaba. «Puede haber detrás gente queriendo utilizar este tipo de información en una especie de pulso al Gobierno. Y no voy a ceder; me defenderé del chantaje porque si aceptase la situación causaría un daño irreparable a las instituciones».

Varios diputados hablaron de Mario Conde.

Serra, por su parte, se refirió al coronel Perote en relación con la sustracción del material del Cesid. Pero ni él ni González aludieron al responsable de la operación por su nombre propio. Era el conspirador innombrable. Mario Conde, en palabras del entonces presidente del Gobierno, era quien representaba a esa «gente queriendo utilizar este tipo de información en una especie de pulso al Gobierno».

Después de la reunión a puerta cerrada, González convocó una rueda de prensa. Lo que se había hablado dentro del grupo trascendió ampliamente.

Pero hubo un testimonio muy importante ante el juez Palomino.

Era el hombre que cumplió las órdenes de Perote en 1990 y microfilmó el material. Se trataba del sargento primero de la Guardia Civil Miguel Fernández Jordán, que servía en el Cesid a las órdenes de Perote.

Relató que Perote le había ordenado microfilmar el material en 1990 y destruir, tras la opera– ción, esos papeles. Luego le entregó las microfichas.

En la noche del martes 20, el juez Palomino tomó declaración, finalmente, a Perote.

El coronel les explicó al juez y al fiscal que los documentos que se había llevado estaban mezclados con sus papeles personales.

A preguntas sobre a quién había dado orden de microfilmar el material y destruir los papeles, dijo simplemente que no lo recordaba. Tampoco si había ordenado o no que le entregasen las microfichas.

No sabe, no contesta.

El juez Palomino dictó su auto de procesamiento y envió a Perote a la prisión de Alcalá de Henares a las 3.05 de la madrugada del martes 20 al miércoles 21. El juez narraba que el coronel Perote ordenó en 1990 a un sargento primero de la Guardia Civil microfilmar el «archivo de los documentos o notas de despacho con el director del centro», que ascendían, decía, a unos mil doscientos y eran de carácter secreto. El citado sargento destruyó el papel y entregó las microfichas personalmente al coronel Perote. Cuando se detectó que faltaban documentos después de dejar Perote el Cesid, proseguía el relato, se requirió al coronel por los mismos, a lo que dijo que se los había llevado por error, traspapelados entre otros documentos privados suyos, y procedió a devolverlos. El juez sostenía que una parte de ellos, las escuchas, se había publicado en un periódico. El Mundo. Asimismo, el juez consideraba difícil de aceptar que Perote no recordase a quién había ordenado mi crofilmar las notas de despacho y destruir el pape] ni si dio instrucciones o no de que se le entregasen las microfichas. Según el juez existían indicios racionales de que el coronel Perote, «por sí o por persona interpuesta», había facilitado la información publicada por el diario. El juez invocaba el delito de revelación de secretos, castigado con una pena de tres a diez años de prisión. «Por sí.o por persona interpuesta».

En rigor, eran dos personas interpuestas. La primera era la que había hecho llegar el material por cuenta de Perote y Conde. La segunda era Viriato, nombre con el que se cubría la entrega. El fantasma Viriato.

No sólo Pedro J. Ramírez habló de Viriato. Mario Conde también; cuando se le asociaba a Perote y a todo el asunto de las escuchas decía: «El periódico tiene muchas fuentes en el Cesid. Me dicen que los que han pasado las cintas son dos agentes llamados Navarro y Viriato».

Fue Perote’ quien, inmediatamente después de la publicación de las escuchas, mencionó en Repsol, empresa con la que su sociedad Z.P.A. Servicios de Informes Técnicos mantenía un contrato de asesoramiento, el nombre de Navarro.

Se refería al comandante Manuel Navarro Benavente, antiguo jefe del Gabinete de Escuchas destituido en 1993. El Cesid investigó a Navarro para saber si, en efecto, él había filtrado las grabaciones. Llegó a la conclusión de que no había sido así.

Quizá la elección del nombre de guerra daba una clave de la personalidad, de Perote, porque en la historia-leyenda de Viriato están presentes el valor, la libertad y la traición. Según Diodoro Sículo, Viriato, natural de la sierra de la Estrella, se echó al monte en Lusitana para combatir contra Roma, y en el año 147 antes de Cristo fue proclamado jefe de los lusitanos. Se especializó en la estrategia de la retirada simulada, manteniendo en jaque a los romanos durante unos ocho años. En el año 139 la posición de Viriato se había debilitado como resultado de la acogida de las clases lusitanas ricas por Roma y de la defección de sus guerrilleros. Viriato aceptó negociar una paz con Cepión, máximo representante de Roma en la Hispania Ulterior. Pero el acuerdo se frustró. Los ejércitos romanos le pidieron la entrega de los desertores, cosa a la que el líder lusitano accedió, aunque rechazó la propuesta de que los lusitanos entregaran las armas. Más tarde, el guerrillero envió a tres hombres de confi-anza al campamento de Cepión para volver a negociar la paz. Audas, Ditalcón y Minuros fueron sobornados por su anfitrión, el jefe romano, a fin de que regresaran al campamento para asesinar a su jefe. Los tres regresaron y lo mataron. Los partidarios de Viriato en el campamento lusitano, al encontrarlo muerto, engalanaron su cuerpo y levantaron una pira en la que le quemaron con sacrificios en su honor y cantos fúnebres. A todo esto, los traidores retornaron al campamento romano para solicitar su recompensa a Cepión, pero éste les remitió a Roma. Los hechos fueron considerados una ignominia.

Ni hubo pago ni se le reconoció la victoria a Cepión. De esta leyenda salió aquella conocida frase: «Roma no paga traidores».

Al elegir el nombre de Viriato, Perote se identificaba con el héroe de la leyenda. Sin embargo, en la historia de la traición estaban reunidos todos los elementos para que él se uniese a Audas, Ditalcón y Minuros. Así como éstos habían sido corrompidos, el coronel Perote había puesto el producto de su traición, el material del Cesid, al servicio de Conde, quien se lo ofrecía al Gobierno, primero por las buenas y más tarde por las malas, a cambio de una serie de seguridades jurídicas y compensaciones financieras para rehacer una parte de su riqueza perdida. La traición y el chantaje.

Esto nada tenía que ver con arrojar luz sobre el terrorismo de Estado. Sobre los GAL.

González no es hombre de jugar a una única carta.

En todo el proceso de contactos con los chantajistas había mantenido tres líneas abiertas paralelamente. La primera había sido la de Barrionuevo, que desembocaba en Narcís Serra y en el Cesid de Manglano; la segunda, una línea directa y caliente con Suárez; y la tercera, los contactos a través de Belloch.

Después de pensarlo mucho decidió recibir al portavoz de los chantajistas.

Tras el estallido del escándalo de las escuchas, González parecía estar acorralado. Pero ese 20 de junio ya se hallaba en mejores condiciones. Porque el autor del robo de los documentos del Cesid, el coronel Perote, estaba bajo control militar. Había sido detenido en la madrugada del 17 al 18 de junio y se había acordado su procesamiento. A la bomba de las grabaciones magnetofónicas, el Gobierno había respondido dando caza al espía, al agente clave de Conde. González se sentía menos inerme.

Comentó la decisión con Serra y Belloch por separado. Les dijo que en las nuevas condiciones recibiría a Conde. Ni Serra ni Belloch apoyaron la idea. No debía entrevistarse con Conde. El ministro Belloch aconsejó, en todo caso, que el presidente recibiera a Jesús Santaella como abogado de Perote y de Conde. En opinión de Belloch, la reunión con Conde trascendería inmediatamente, como ya había ocurrido en mayo de 1994. Aun cuando no podía saber si Santaella mantendría el secreto a rajatabla, de una cosa sí estaba seguro: si finalmente trascendía el encuentro, sería menos espectacular que si recibía a Conde.

González se lo pensó y llegó a la conclusión de que quizá fuese mejor recibir a Santaella. Se lo tenía que comunicar a Adolfo Suárez, quien siempre había hablado, hasta entonces, de una reunión con Mario Conde. Suárez se mostró conforme con la decisión de González. El ex presidente sería el encargado de transmitirle a Santaella el día y la hora. El líder de los socialistas proponía el encuentro para el jueves 22 de junio, el día siguiente a la comparecencia de Serra en el Congreso para explicar el asunto de las escuchas. Belloch ya se encargaría de arreglar con Santaella los detalles.

Pero el auto de procesamiento del coronel Perote y su ingreso en prisión preventiva, en la madrugada del 21 de junio, habían dado un giro violento a los acontecimientos. Santaella tuvo que ocuparse de su cliente y de analizar con Mario Conde lo que es taba ocurriendo. ¿Se atrevería el Gobierno a ir a por el jefe clandestino de la conspiración? El 21, Serra explicó en el pleno del Congreso que el Gobierno no había dado orden al Cesid para montar un sistema de escuchas. No mencionó a Perote por su nombre, pero habló ampliamente de la sustracción del material microfilmado. «Se ha padecido —dijo— una • grave sustracción de documentos’ clasificados y su puesta a disposición de determinadas personas». Era la palabra de un vicepresidente chantajeado, que ya sabía de la reunión que se tramaba para esos días. En el Congreso hubo abucheos prolongados. Nadie le creyó. No era fácil hacerlo.

Suárez, por otra parte, visitó a Felipe González el 21 de junio. La fecha para el cónclave pasó a ser el 23, dos días después. Las dos partes ya estaban en el terreno de la acción directa. Conde había lanzado el ataque de las escuchas.

El Gobierno había contraatacado en dirección a Perote.

Jesús Santaella llegó a la hora señalada, las siete y media, al palacio de Parcent para ir junto con el ministro Belloch a la Moncloa, donde González les esperaba una hora después. Los dos se sentaron en un pequeño despacho de Belloch que daba a un’.- gran jardín recientemente reformado. La luz de junio era intensa. Ambos resumieron los asuntos a tratar en relación con Perote y Conde. Y se marcharon.

Felipe González les ofreció café y le explicó a Santaella que Adolfo Suárez le había hablado extraordinariamente bien de su persona y que eso le había llevado finalmente a tomar la decisión de recibirle. Sus ojillos marrones obsrvaban a Santaella y a Belloch. La mirada era dominante bajo sus espesas cejas oscuras, pero no se puede decir que fuera dura. Mientras Santaella miraba al presidente hipnotizado, la cabeza de sacerdote chino de Belloch seguía inmóvil las palabras. González enfatizó que Suárez siempre había subrayado su sentido de Estado, su discrección y responsabilidad.

González se las arregló para no decir nada. Ni siquiera aquellas palabras que sin comprometerle pudieran engañar a su interlocutor. No habló de la sensatez ni de lo razonable. Lo que dijo fue más concreto: los documentos sustraídos del Cesid debían ser reintegrados y se debía garantizar que no fuesen difundidos. Para ello, apeló a la responsabilidad de Santaella.çEl abogado explicó la situación del coronel Perote, procesado y en prisión preventiva desde la madrugada del 21 de junio, y sugirió algún tipo de mediación para obtener su libertad. También endosó la responsabilidad’* de introducir en el juzgado militar los asuntos de la lucha antiterrorista al coronel Manuel López Fernández, quien declaró sobre los documentos robados. El presidente le informó, simplemente, que había podido confirmar la existencia de gran malestar en el Ejército con el coronel Perote. La irritación, dijo, hacía imposible considerar precisamente en esos momentos una propuesta como la del abogado. Era interesante.

González, el chantajeado, lesA había colocado a la defensiva. Ahora estaban pidiéndole la libertad de Perote.

Cartas desde la prisión

En las cartas a su abogado, el coronel Perote hace numerosas referencias a este asunto [la utilización del nombre Viriato para hacer llegar información a El Mundo], al abordar la estrategia de la defensa en el juicio militar por sustracción y revelación de documentos secretos. En relación con el material publicado por el citado diario, una de las cartas señala: «Los testigos de la defensa pueden certificar que los documentos que les entregó Viriato no tenían ningún número que se corresponda con el de las microfichas. Esto, al menos, plantea la duda de si esos documentos son fotocopias de los documentos antes de la microfilmación, por lo que ya no se podría imputar de forma cierta a que procedan de las microfichas que tuve yo. La declaración de P. J. [Pedro J. Ramírez] se refiere al número de microfilmación del departamento de documentación, no de las microfichas… Para reforzar el argumento de que fue Viriato el que entregó los documentos, hay que plantear la duda de su existencia al menos. Esto se consigue aportando las pruebas de que el periódico [El Mundo] recibió otra documentación que no estaba en las microfichas. Es mejor hacer fuerza en el documento de septiembre, que no pertenece a la AOME [Agrupación Operativa de Misiones Especiales, cuyo jefe era el coronel Perote] y otras informaciones aparecidas en El Mundo en 1994»

En otra de sus notas a su abogado, el coronel Perote, al referirse a la reapertura del sumario de las escuchas del Cesid, en 1996, señala: «La nueva estrategia, una vez que se ha abierto de nuevo el sumario de las escuchas, consistirá en hacer llegar al juzgado número 43 el original de la relación del Gabinete de Escuchas que ya fue publicado en El Mundo. Se remitirá de forma anónima firmado por Viriato y dando una explicación sencilla». Éste es el texto que proponía Perote para hacer llegar la relación a la juez María Jesús Coronado: «En el tema de las escuchas todos mienten, le remito original del documento que se publicó en El Mundo sobre el Gabinete de Escuchas, los originales no se destruyeron como han dicho el Cesid y don Alberto». El texto iba firmado por Viriato. En la misma carta, Perote explicaba a su abogado: «Al mismo tiempo se hace llegar a la prensa esta noticia. Se plantea la aparición de pruebas exculpatorias para el coronel Perote». El coronel señala, asimismo, qué deben declarar los testigos por él propuestos, entre ellos, su antigua secretaria Olga Asenjo. Toda la estrategia consiste en crear una «duda» sobre quién sustrajo los documentos y los entregó posteriormente para su publicación. «Además» —escribió Perote— «esto puede ser una salida para que las cosas se queden donde han llegado. El Cesid no puede negar la aparición de una prueba imputable a cualquiera. Además, está el testimonio de P. J. y los Zipi [Zipi y Zape, el apodo con que se refería, familiarmente, a los periodistas Antonio Rubio y Manuel Cerdán, que estaban en contacto con el coronel]».

09 Junio 1997

Otro ridículo de Ekaizer

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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El extravagante pirotécnico argentino Ernesto Ekaizer ha vuelto a producir otro librito de encargo, esta vez con el significativo título de El Farol. Trata sobre su monotema de siempre: la pérfida conspiración urdida para presentar como corruptos a los angelicales felipistas. Y para no perder la costumbre, coloca a nuestro periódico en el centro de la trama, fantaseando sin ton ni son con el recurrente Mario Conde de por medio. En concreto, cree descubrir la pólvora cuando alega que el agente que hace años nos envió información, bajo el seudónimo de Viriato, sobre el espionaje al que estaba siendo sometido EL MUNDO, no era otro que el coronel Juan Alberto Perote, porque éste menciona ese alias en una carta a su abogado. Olvida que por aquel entonces no conocíamos ni siquiera la mera existencia de tal sujeto y que Perote ni siquiera estaba en el Cesid. Le hubiera bastado cotejar las fechas con nosotros para haberse evitado el patinazo. Pero, claro, a estas alturas de su película él ya no está para comprobaciones. Como el resto de su Farol tenga el mismo nivel de fiabilidad, habrá que reconocer que al menos el libro que ha escrito hace honor a su título.