13 noviembre 1993
Discusión en torno a los 'lazos azules' contra el terrorismo
Estalla un enfrentamiento entre los columnistas de EL PAÍS, Fernando Savater y Eduardo Haro Tecglen, por sus distintas visiones sobre el terrorismo de ETA y el País Vasco
Hechos
- El 13 de noviembre de 1993 el diario EL PAÍS publica un diálogo entre D. Fernando Savater y D. Eduardo Haro Tecglen.
Lecturas
D. Eduardo Haro Tecglen es el único columnista diario del periódico EL PAÍS, pero D. Fernando Savater era una firma de prestigio, especialmente por su compromiso contra el terrorismo, por lo que un enfrentamiento entre ambos era delicado para EL PAÍS. A pesar de los intentos del periódico de zanjarlo con un coloquio, la enemistad entre ambos continuaría y volvería aestallar en 2001.
Una entrevista de Dña. Mercedes Milá a activistas e intelectuales que rechazaban el terrorismo de ETA como D. Fernando Savater, colaborador del diario EL PAÍS, causó una crítica dura por parte del columnista diario de ese mismo periódico D. Eduardo Haro Tecglen, que acusó a estos activistas de manipular en el tema de la situación en Euskadi, de justificar los excesos policiales y reprochó la actitud de los ‘lazos azules’ en un artículo titulado ‘La Coincidencia’ y publicado en el periódico el 29 de septiembre de 1993.
D. Fernando Savater respondió con una tribuna, también publicada en EL PAÍS, el 16 de octubre de 1993, en la que calificaba de ‘infamia’ de su acusación por atacar a las víctimas de ETA.
EL PAÍS trató de zanjar el enfrentamiento entre sus dos colaboradores publicando el 13 de noviembre de 1993 un debate-coloquio entre ambos realizado por el periodista D. Javier Goñi, cuya transcripción fue la siguiente:
DOS VISIONES ENFRENTADAS
El uno, Fernando Savater, es catedrático de Ética en la Universidad del País Vasco, en San Sebastián, ciudad en la que nació en 1947; el otro Eduardo Haro Tecglen (Madrid, 1927) no es catedrático de Ética, sino periodista. Savater sabe, por oficio, éticas y morales; Haro Tecglen también. No hace mucho se enzarzaron en un debate a cuenta de la oportunidad o no del lazo azul como protesta cívica ante el secuestro de Julio Iglesias Zamora. Savater escribió acerca del ‘culto a las zozobras del ego de rebelde’, el de Haro Tecglen, se entiende, y este habló de ética personal, de moral de perdedor. Babelia los ha reunido a los dos, ante un cocido (Haro Tecglen gusta de comer la impedimenta sólida del racial plato encima del resto de la sopa iniciadora del rito. Savater, no, se deja que le cambien el plato). Y entre plato y plato hablaron de sus cosas, de éticas y morales, de lazos azules y de compromisos, de triunfos y de supervivencias. El resultado es el que sigue (por más que se empeñe un adicto foráneo a la leyenda negra, dos españoles, ante un plato de garbanzos, discurren, no desfallecen, no holgazanean).
EL PAÍS – ¿Hay dos clases de ética? Una, general, asumible por todo el mundo, y una personal, de la que hablaba Haro Tecglen en su columna y con la que le discutía a Savater.
Haro – No sé si hemos discutido…
Savater – Pero podemos discutir ahora.
Haro – Yo hablo de ética personal en el sentido de que hoy estamos algunas personas sobrantes, personas que debemos refugiarnos en nuestra manera personal de ver las cosas, mientras que hay una ética general que es gubernamental, estatal, como quiera Savater. En mis tiempos la ética, realmente, se identificaba con la moral católica. Nosotros, los de una cierta edad, de una cierta época, pedíamos un cambio de la ética, una ética republicana que es una forma de ética muy concentrada.
Savater – Sí, es una palabra muy bonita, Eduardo, pero toda ética es civil, es republicana. No hay más ética que la personal, porque la ética sólo se ocupa de las opciones o de lo que uno hace con su propia libertad. No conocemos a ningún sujeto, desde el punto de vista de la libertad, más que a nosotros mismos. A los demás los conocemos siempre por sus defectos. La ética no es una forma de censura ni una moralina, sino una reflexión sobre la propia libertad. La ética no tiene más sentido que hacer vivir mejor al que la aplica. Así que, Eduardo, todas las éticas son personales.
Haro – Para nosotros, la ética republicana estaba relacionada con la lógica, la diosa razón, entronizada, ya sabes, y lo que hoy veo es que la lógica y la ética son otra cosa, se ha independizado. Se han independizado porque tienen más porvenir como carrera. Se corre más por la psicología que por la ética. Tú te has equivocado; tú, que eres una persona interesada por tus libros, hubieras ganado mucho más yendo por la psicología.
Savater – Soy interesado, pero no sólo por el dinero…
Haro – Las personas de mi edad no tenemos más ética que la nuestra, más lógica que la nuestra, más moral que la nuestra; estamos verdaderamente desamparadas, y vosotros nos tenéis que enseñar, y no nos enseñáis.
Savater – Hombre, yo no creo que la ética sea mucho de enseñar. Estas cosas se plantean en interrelaciones; vosotros, que dices, las personas de más edad, que tampoco sois homogéneas, ¿eh?, ya me dirás el Papa y tú que tenéis que ver… Pero, bueno, quiero decir que cada generación debemos guardar una cierta reflexión hacia adelante y hacer atrás. No se trata, pues, de enseñar o no enseñar. En el fondo, la ética es la actitud del hombre en sociedad y, bueno, hay cosas gubernamentales, pero decirlo no es ni bueno ni malo. La abolición de la pena de muerte o la reimplantación de la misma pueden ser decisiones gubernamentales, pero uno no puede decir que las dos cosas son igualmente malas.
Haro – Pero puede ser una postura ética la decisión de reimplantar la pena de muerte.
Savater – Sería una cuestión política. Todo lo que se convierte en una institución ya no es una cuestión de tipo ético, sino política. Si tu sacas un decreto contra la pena de muerte, es una cuestión política, pero si tú decides matar a tu vecino porque consideras que es nocivo para la humanidad o para ti, eso sí es una actitud moral.
Haro – Yo lo he pensado muchas veces, pero mi ética me ha contenido en matarle; la ética o esa cosa. Pero decir ‘yo deseo la pena de muerte’ es una actitud política, ¿no? Luego viene un presidente como Carter, en 1976, y la restablece. Y yo todavía no sé si en este régimen se va a conseguir la pena de muerte… quiero decir este Gobierno…
Savater – Yo no creo que eso vaya a ocurrir. Pero sería importante que hubiera debates éticos con estas cuestiones como el que está ocurriendo ahora en Inglaterra con esos niños de 10 años acusados de matar a otro de os. Parece rechazable para nosotros esa idea de que un niño de 10 años sea responsable de una atrocidad como esa, en ese sentido que se le puede condenar toda la vida; pero, por otra parte, hay esa cosa anglosajona de responsabilizar a la gente, incluso a los niños de 10 años, de sus acciones. Se piensa ante cosas así que son horribles, por supuesto; que la culpa la tiene la sociedad. En España es una actitud normal; siempre que se quiere disculpar algo – salvo que digamos que Felipe González tiene la culpa de todo – hay una tendencia a que todos seamos culpables para que nadie lo sea; a no poder señalar una responsabilidad real, sino simplemente difuminarla siempre en esto de todos estamos determinados, arrastrados por las circunstancias, la libertad siempre es una ilusión…
Haro – Es que lo es.
Savater – Pero una ilusión real, como lo son los vasos, los ceniceros. Por eso hay derechos, como en el anglosajón, que le dan una importancia a los individuos hasta tal punto que, por exceso, un niño de 10 años también es responsable. Pero no hay que olvidar la parte buena que tiene eso, que responsabiliza al individuo.
Haro – Pero eso es un problema del destino, es el individuo permanente; desde que nace hasta que muere está predestinado para lo que sea. A mí, esto no me parece lógico, que se mantenga esa predestinación.
Savater – Me parece una monstruosidad que a un niño de 10 años se le condene. Pero lo que quiero decir es que además, insisto, de parecerme una barbaridad, ahí se revela un aspecto importante de la mentalidad anglosajona: que los responsables tienen carne, huesos, ojos, etcétera, y que no hay responsabilidades difusas en el sentido de que todos somos culpables… Estalla una bomba, ¿todos somos culpables? No, es culpa del que la puso…
Haro – El que mata es el responsable directo, sí, y no culpamos a la historia.
Savater – Ya, pero si tú suscitas un debate verás cómo surge la idea de que nadie es culpable de nada, que esos niños no son culpables como si fueran adultos. Me parece peligrosa la idea de que nadie es culpable, y, por tanto, es inútil la legislación, es inútil responsabilizar a las personas de las cosas. Nadie es adulto nunca. Yo tengo miedo de que esta sociedad nos esté tratando como si no fuéramos adultos nunca. Yo quiero ser adulto.
Haro – ¿Y no lo has conseguido todavía?
Savater – Estoy luchando desesperadamente por serlo. Dejame que lo sea.
EL PAÍS – Hablando de penas y perdones, cuando Haro escribe que ya le ha perdonado a Savater, ¿lo hace desde una comprensión moral y ética, de ética republicana, o desde el perdón cristiano?
Haro – Yo comprendí que estaba perdonando unos insultos…
Savater – Bueno, el día que te insulte entenderás la diferencia… Yo sólo mostré mi desacuerdo con tu valoración de la resistencia cívica del lazo azul. Tal vez porque estaba más concernido que tú, y las personas más concernidas solemos ser más escrupulosas. Lo que ha estado ocurriendo este verano en el País Vasco ha sido importante, había gente que se estaba arriesgando mucho, de alguna manera. Y que la misma opinión que suele dar EGIN te la leyera a ti, Eduardo; hombre, pues no, qué quieres que te diga; tu opinión me interesa, no la de EGIN.
Haro – No soy responsable de mis coincidencias; yo acepto la crítica, salvo el malicioso tono que adoptáis los académicos con la palabra ego, un hombre de tal soberbia, de tal vanidad… pero, en fin, esto no tiene un interés público grande, tal vez lo del lazo sí lo tenga.
Savater – No se trataba de convertir en dogma el lazo. Tú decías que tu opinión es libre, como la de los otros.
Haro – Como la de EGIN.
Savater – Claro, en eso estamos; el problema es si la opinión es desacertada o no. El hecho que yo te reprocho no es que discreparas de un grupo, eso es absurdo, sino que, considerándote dentro del marco mental y valorativo en el que estábamos los del lazo azul – es decir, creyendo en los valores o la actitud de pasar de lo puramente declamatorio a los cívico, republicano, lo que se hace en la calle – tú dijeras que eso es una manipulación.
Haro – Soy un aguafiestas, es un papel que me ha tocado… Pero cómo no voy a pensar que los que organizáis, te meto a ti también, estas cosas, no las organizáis para salvar a un hombre de una catástrofe, sino para aprovechar una situación determinada a favor de una tendencia política en la que yo creo, por otro lado.
Savater – Para acabar, Eduardo, con una catástrofe en la que hoy estaba un hombre y mañana habrá otros 10.
Haro – Yo creo que hay que acabar con ETA, con sus asesinatos premeditados. Insisto en que el responsable de la bomba es el que la pone, claro, pero este no es ahora el problema. Si no hay una persona sometida a unos individuos implacables, utilicemos esa palabra, cuando matan, matan; cuando secuestran, secuestran. Entonces, el desafío a los implacables es diciendo yo salgo a la calle. He visto esas manifestaciones, eran impresionantes; ciertamente, ese ir en silencio por el paseo tanta gente me parece impresionante, ya digo, pero también me parece grave. Si yo estuviera en el pellejo de ese hombre, que estaba metid en ese zulo horrible, como hemos sabido después y me dicen ‘mira lo que estás haciendo’, pues a mí me horrorizaría; yo diría: “Por Dios, que paguen”. Y no hay aquí síndrome de Estocolmo…
Savater – Frente al implacable no se puede intentar la seducción de las lágrimas, sino, de alguna manera, la demostración de la firmeza. Hay que decirle: “Usted cree que siempre va a encontrarse personas doblegadas, usted se encuentra ahora con personas que n se doblegan” y que esto sea así puede hacerle desistir, no por bondad, que no se le supone, sino por interés propio de una determinada actitud. Pero, insisto, si tú hubieras explicado que temías por ese hombre, que tal vez todo eso fuera contraproducente, pues no habría nada que objetar. Muchos íbamos a esas manifestaciones pensando si acertábamos o no… Pero uno no hace las cosas por buena conciencia.
Haro – Yo rechazo la idea de conciencia.
Savater – Pues yo la acepto, por lo menos como acicate.
Haro – Como quieras; cuando tú eras un nietzscheano, la rechazabas.
Savater – No, la rechazaba como un planteamiento de autoidentidad establecido de antemano, sí; pero como un punto de acicate, de inquietud, no, no la rechazo.
Haro – Bueno; como sea, insisto que creo que aquello estaba organizado y ha dado un cierto resultado para decir la sociedad vasca por fin se subleva; pero a mí, aprovechar ese impulso a costa de una persona que en su agujero…
Savater – Pero tú sabes lo importante que es que en San Sebastián alguien se atreva a ponerse en desacuerdo, a vender en una tienda, a repartir las botellas de leche, a atender en un restaurante, etcétera, con un distintivo que de alguna manera le está comprometiendo; eso, dentro del contexto del País Vasco, es un paso adelante…
Haro – Eso me parece perfecto, siempre que no haya nadie en el zulo, haberlo hecho en el vacío; no hay necesidad de buscar una víctima.
Savater – Hombre, hay la necesidad, porque eso golpea; hay una esperanza de decir que si este hombre muere, el conflicto va a ser de un nivel como no ha sido nunca – es decir, este hombre no está sólo, está respaldado por la sociedad – pues creo que hay una diferencia.
Haro – Pero el hecho es que la familia lo que pensaba era que había que pagar.
Savater – Nosotros salíamos a la calle por la persona, sabiendo que la persona debería salvarse por sí misma…
Haro – Y mientras había miserables que firmaban la pintada ‘Paga, Julio’.
Savater – Claro, ese regodeo existe, pero nunca hasta este verano había habido esa actitud de grupo de los contrarios, que, a su vez se sintieron concernidos a intervenir, a la contra, también en grupo; esto no había ocurrido antes.
EL PAÏS – Frente a una postura racionalista au ltranza puede oponerse tal vez un relativismo cultural extremo: cada grupo, cada cual, tiene su verdad, su razón. Y si esto fuera así, ¿estarían en su razón, en su verdad, tanto los del lazo azul, como los del ‘gracias, Julio’ o ‘paga, Julio’?
Savater – No, para nada. Cada uno tiene sus argumentos para justificar lo que hace; pero, hombre, los valores también pueden argumentarse. No creo que los valores sean puramente intuitivos ni que sea absolutamente imposible justificar las opciones. Dirá Eduardo que para eso me pagan y que para eso está la cátedra. Lo acepto. La cátedra está para cumplir, para razonar y justificar los valores.
Haro – Éste es un tema que no puedo discutir con Fernando; yo no soy más que sujeto de la ética.
Savater – Y yo soy objeto de ética ¿no? Su usufructuario…
Haro – Estamos hablando de una época, igual que todas, no nos equivoquemos, en que los valores han desaparecido.
Savater – Están en crisis, pero siempre lo han estado. El valor es señal de una crisis- Hay una separación entre el ser y el deber ser; entre un ideal que se anhela, que se dibuja como proyecto colectivo soñado, y una realidad.
Haro – La ética es una definición de soledad. El poder dice esto está bien y está mal…
Savater – Pero ¿poder en qué sentido?
Haro – El poder de las cárceles, el de la policía…
Savater – Y las columnas de los periódicos y las páginas de opinión… ¿Cómo que no, Eduardo? Así no juego. Si el poder es sólo Corcuera, no lo es; sí lo es si lo somos Corcuera, tú y yo.
Haro – Pero cómo podría explicar que el poder es una institución constituida, que tiene códigos…
Savater – Entonces, el discurso ético siempre se ha enfrentado con ese poder, desde nuestro padre Jesucristo, nuestro padre Sócrates…
Haro – Ésos tenían su ego rebelde.
Savater – Y Sartre, Camus y Russell, y hoy todas las personas que ponen en cuestión algún tipo de cosas. El ego rebelde es el que saca el lazo azul… Y no creo, Eduardo que el Gobierno influya más en los valores morales de esta sociedad que los periódicos o la televisión. Yo creo que hoy tienen más poder los periódicos que el señor que cobra los impuestos. Los valores, en definitiva, se han hecho desde el poder y la resistencia al poder.
Haro – Es una cuestión de jueces y víctimas
EL PAÍS – ¿Existe, Haro, una moral de perdedor?
Haro – En todo caso sería la contraria que la de Savater, que es la del ganador. Rosa Luxemburgo decía que el camino del socialismo está empedrado de derrotas.
Savater – De derrotas en derrotas hacia la victoria final.
Haro – Hombre, Fernando, pobrecita Rosa, la mataron ¿verdad? Sí es cierto que hay un progreso que se va haciendo según le van a uno arrebatándole, apaleándole, matándole; bueno, ésa puede ser la moral del perdedor. Yo no la reivindico, me encuentro en ella. Yo preferiría ser Savater… He conseguido moverme, sobrevivir, pero siempre tengo la impresión de que alguien va a venir y me va a decir: “Fuera de aquí”. Dice Umbral que eso es moral judía, será; pero ésa es la sensación…
Savater – La moral no es más que la alegría de vivir. El único valor para mí fundamental es la alegría.
Haro – El triunfador no percibe la derrota…
Savater – Me pregunto qué compensaciones hay en esa moral de perdedor, que las habrá… ;por eso yo hablaba, en el caso de Eduardo, de ‘las zozobras del ego rebelde’, esa idea de que el ego rebelde se define por sus zozobras, que yo veo en tu planteamiento. EL miedo del ego rebelde se revela, con uve, porque se rebela con be. Me parece que desde el punto de vista psicológico y literario hay mucho más fuego. Es decir, prefiero leer un libro escrito desde la zozobra del ego rebelde que la historia de un señor que te cuenta cómo llevó a la tierra prometida a sus fieles.
Haro – Por eso yo prefiero comer el hígado de un pato que ha sufrido que el de uno que no ha sufrido.
Savater – Lo admito; por ahí, de acuerdo; pero sí en general triunfador quiere decir hacerse las cosas fáciles, subirse en la ola sin más, ahí no estoy de acuerdo. Si de lo que se trata es que cueste, estoy seguro de que mi reflexión cuesta tanto como la stuya; si se trata de que duela, entonces te concedo que la tuya duela más.
Haro – Si la mía no me cuesta nada, a mí me arrojan hacia un sitio yo caigo en ese sitio.
Savater – Yo intentaría resistirme.
EL PAÍS – ¿Se puede salir de ese sitio o quedarse en una actitud ética?
Haro – Se puede salir, pero no se sabe que se ha salido. A lo mejor yo he salido y no lo sé. A lo mejor yo no estoy hoy en la situación del sufriente dolorido, perdedor, pero yo no lo sé. Yo sigo creyendo que he perdido.
Savater – Pero ¿eso no es un refugio? Hay gente que ha adoptado la actitud del exiliando profesional fuera de España, el que va dando conferencias, yendo a universidades extranjeras, cuando ya no hay exilios…. Y se acaba siendo un turista con conciencia de exiliado. Y a mí me asusta que una persona influyente, distinguida, respetada, con cierto poder, con perdón, en la sociedad como tienes tú, a lo mejor tenga moral de vencido.
Haro – Creo que me estáis confundiendo. Yo no tengo influencia ninguna; en todo caso, la que tenían los folletinistas: la capacidad de consuelo.
Savater – Eso es influencia.
EL PAÍS – Luego está la moral numantina de las personas decentes, según frase de Haro, pero ¿no sería esta moral la del perdedor?
Haro – Ser un numantino es ser una víctima. Nadie quiere que le arrojen a las llamas quiere que entre el enemigo, ver cómo aguanta y seguir viviendo. Es el dirigente el que le arroja a las llamas, el del lazo azul.
Savater – Y dale con el del lazo azul.
Haro – El del lazo azul quiere que ocurra la tragedia…
Savater – El del lazo azul no quiere la tragedia, si lo planteas así, podría decir yo que el de la moral del perdedor es el que busca el desastre incluso donde no lo hay. Si planteas que para mantener la ética no gubernamental, la denuncia del desastre allá donde lo hay y del desastre posible donde no lo hay y el triunfo que en sí mismo es un desastre, allá donde parece que no hay ni desastre, ni posible, ni futuro, entonces sí has ganado… el perdedor, entonces, es el que gana siempre.
Haro – Yo no quiero que me echen al fuego, y no os preocupéis por mí, ya encontraré mi camino, el que sea. Yo acepto la moral del sobreviviente, yo no soy el elemento sacrificial, yo no soy el hombre que dice: “Prefiero morir en pie que vivir de rodillas”, no, déjeme usted vivir de rodillas, que ya me levantaré.
Savater – Pero por qué es eso la moral del vencido. Canetti decía que el superviviente es el inventor del triunfo, porque verdaderamente el auténtico triunfo está en vivir. La moral no es el arte de imponer a los demás los valores, sino ir defendiendo el espacio de libertad que tiene uno en su supervivencia.
Haro – Eso te lleva a una mística peligrosa, porque te arrojan a las llamas.
Savater – Hombre, sí, pero como a Giordano Brunoo, dejando bien claro que tú querías irte a tu casa a leer, pero puesto que tu oponente se lo toma tan a la tremenda, pues que quede claro que me quema ese señor y no yo; que es lo único que puede quedar claro al final.
EL PAÍS – ¿Se puede, Haro, escribir desde el resentimiento, se puede o se debe?
Haro – ¿Y por qué me lo preguntas a mí? Estás suponiendo que estoy escribiendo desde el resentimiento… yo escribo desde la extrema bondad. Tengo, eso sí, una cierta nostalgia, una cierta idea de que el mundo iba a ser de otra manera, y no me refiero a la Unión Soviética, como está pensando ahora Savater, lo sé. Ha habido ciertas épocas del mundo…; mira, la República no podía ser más burguesa, Azaña n podía ser más burgués, Kennedy no podía ser un hombre más de derechas… Pero claro, los que han venido después ya no son de derechas, sino bárbaros. Yo me refiero a la idea que yo he tenido en distintos momentos de mi vida de que el mundo podía empezar a ser de otra manera; esto era una utopía, una inexactitud, tal vez, pero esto no implica un resentimiento personal, no, creo yo; no sé qué pensará Savater…
Savater – No creo que haya que escribir desde el resentimiento, para sí desde la inquietud; uno no tiene una idea tan clara de lo que el mundo debía ser, uno apoya aquellas cosas que le parecen que son mejores que las que hay. Una vez escribí un artículo que titulé ‘Lo posible y lo probable’, y, bueno, dije que había cosas que son probables y que desgraciadamente las probables tienen estadísticamente más posibilidad de cumplirse que las posibles. Yo siempre he defendido lo posible frente a lo probable; nunca he llegado a defender lo imposible.
Haro – Bueno, es una posición remunerativa, bien está, como la de tantos otros pensadores.
Savater – Hombre, remunerativa como la de todos; nos pagan un sueldecito igual que a ti… Cuando uno siente la angustia de ser y no ser más que eso, te dices: “Hombre, he hecho esto, digo esto”; eso nos consuela a ti y a mí; es remunerativo para todos por igual.
Haro – Yo, la angustia la tengo siempre, cuando no duermo por la noche y cuando me despierto…
Savater – Bueno, yo duermo bien, la verdad…
Haro – Es la moral del triunfador.
16 Octubre 1993
MEMORIA DEL VERANO AZUL
Uno va ya a pocas manifestaciones: en mi caso, dejé de frecuentarlas desde que se puso de moda corear lemas que riman en pareado («el pueblo unido / jamás será vencido» me parece que inauguró la serie hoy inacabable). Uno casi nunca ha llevado emblemas políticos, o religiosos, o cívicos en la pechera, y ahora menos que nunca, salvo por ironía: ¡qué otro remedio queda, cuando los pins de Lenin o las calaveras tipo SS son atrezzo de discoteca, cuando hay quien se sujeta el moño con una peineta del Che Guevara! Este verano, sin embargo, he asistido puntualmente en San Sebastián a bastantes manifestaciones. Por fortuna no se han dado en ellas gritos, ni rimados ni en verso libre. Y he llevado -llevo también ahora mientras escribo- un lacito de cinta azul prendido en la camisa a la altura de la tetilla izquierda: mínimo escapulario que no funciona como detentebala, seguro, y ojalá no sirva para lo contrario. Este cambio de hábitos va acompañado, en mi caso, de cierta indudable sensación de incomodidad.Primero, el malestar de tener que manifestarse otra vez por la calle, contribuyendo así a denunciar la insuficiencia de los cauces democráticos de expresión política y reforzando indirectamente a quienes se complacen en ventilar sin tregua tal defecto, casi nunca por afán de mejorar la democracia y a veces con el propósito de sustituirla por algo más eficaz, más unánime. Malestar además porque esas manifestaciones no intentan doblegar la obstinación injusta de un interlocutor válido pero descarriado, sino persuadir a un voluntariado terrorista del cual sólo puede uno reconocer la mera existencia, no ya injusta, sino también injustificable. ¿No servirán las movilizaciones en pro de la libertad de Julio Iglesias para promocionar el decaído cartel de ETA, dando a entender que se trata de un poder como los otros y que si abusa de su jurisdicción es porque admitimos que la tiene? Hacer rogativas pidiendo bonanza al santo puede ser ingenuo, pero hacerlas pidiéndoselas al diablo resulta blasfemo. Por último, el malestar de la memoria. Nos manifestamos miles por el industrial donostiarra secuestrado, pero la concentración silenciosa que protesta por el asesinato del guardia civil, por el coche bomba en Madrid o Cataluña, por el supuesto traficante de droga ajusticiado, sólo reúne a unas pocas docenas de ciudadanos. El liberador «basta ya» a la violencia etarra… ¿nos lo dicta primero la decencia moral y la cordura política o más bien la preocupación económica ante la situación del País Vasco?
Y, sin embargo, hay que asistir a esas manifestaciones. Son buenos los escrúpulos, pero no si obligan a vivir agazapado. Los motivos a favor en el presente caso pueden con los remilgos. Para empezar, la actitud de los trabajadores de lkusi. Sus comunicados fueron ganando en lucidez semana tras semana: han tenido la gallardía insólita y humilde del sentido común. En sus contestaciones individuales a las provocaciones y censuras que se les dirigieron (réplicas a las cartas aparecidas en Egin acusándoles de apoyar a los capitalistas, o la de un miserable que predecía, fingiendo tristeza, el cierre de la empresa, ya que los trabajadores perdían el tiempo manifestándose en lugar de hacer horas extras) han logrado parecer ese intelectual colectivo que hace años los teóricos amigos del proletariado tanto echaban en falta. Por otra parte, me reconcilió con esas manifestaciones el tipo de gente que asiste a ellas. Abundan los jóvenes, desde luego, pero son mayoría las personas de cierta edad. Cierto racismo cronológico, muy de la época, minusvalora las demostraciones cívicas que no están predominantemente compuestas por el mocerío. Sospechoso juvenilismo, que denuncia una mentalidad caudillista. Los jóvenes son preferibles como fuerza de choque porque tienen más capacidad de intervención física: los ejércitos se reclutan entre ellos, no entre los jubilados. Dan más miedo, luego son más útiles para quien desea. asustar, no persuadir. Pero además los jóvenes, antes o después, necesitan jefes maduros: hay quien se entusiasma al verlos desfilar porque sabe que ya puede aspirar a un puesto de mando. La gente mayor, en cambio, es más coriácea a la movilización total y suele tener esa experiencia que desanima a los sargentos. Por ello me resultó estimulante ver muchas canas darse cita cada jueves en las calles de San Sebastián, así como el sábado 11 de agosto.El debate que compara la manifestación de ese sábado con la que tuvo lugar una semana después me parece mal planteado. La clave del asunto no está en cuál de las dos fue más numerosa: como sabe cualquier testigo presencial, la primera desbordó ampliamente a la segunda, y no por 4.000 o 5.000 asistentes, según se ha dicho bobamente. Pero la segunda no fue un fracaso, como también se dijo: fue un espanto. Y eso porque la primera manifestación no transcurrió entre vivas a la tortura, ni a la pena de muerte, ni a ningún ejército; la segunda, en cambio, no cesó de vitorear a ETA horas después de su último crimen. No falta quien la vea como un signo de que en Euskadi no padecemos la tan remachada crisis de valores. ¿No suele decirse que los jóvenes ya no piensan más que en el consumo y el dinero, que no creen en utopías, que se pliegan sin rechistar al orden mundial del capitalismo liberal? Pues los vascos, nueva reserva espiritual de Occidente, tenemos guerrilleros desprendidos, insobornables, combativos, anticapitalistas y solidarios hasta la extremaunción. Un documento de KAS habla con arrobo milenarista del hilo rojo que une todas las utopías desde tiempos de Espartaco y no oculta su proyecto a largo plazo de lograr, no ya una Euskadi independiente, sino 11 una nueva especie humana». Como dicen que queda poca gente así, quizá pudiéramos exportarla. Sería una alternativa a nuestra decadencia industrial que podría interesar a otro López de Arriortúa…El verano acabó con las sospechosas muertes de dos detenidos en Madrid y Bilbao. No, ciertamente: no todo es lícito para acabar con el terrorismo. No está permitido comerse a los antropófagos, ni mucho menos a simpatizantes del canibalismo. Quienes hemos escrito a lo largo de los años bastante más contra la tortura que contra ETA volvemos a repetir lo de siempre: que los cinco días de incomunicación de la ley antiterrorista son un disparate, que cada detenido debe estar sometido a control judicial directo desde el primer minuto de su detención, que los culpables de torturas o malos tratos deben ser castigados de modo ejemplar y no ascendidos. Es obvio que hay en esas dos muertes signos inquietantes, cuando menos, de negligencias: si no se encuentra ningún responsable de lo ocurrido y por mucho que se encrespen Corcuera y el ABC, mal asunto. Pero reclamar escrupuloso respeto para los derechos de cualquier preso no significa, claro está, justificar sus acciones o sus ideas. La tortura envilece a quien la practica y a quien la consiente, pero no beatifica a quien la sufre. Lejos de quedar deslegitimado el lazo azul por esas muertes, se revela como más necesario que nunca: contra la lógica perversa de la violencia que puede llegar a convertir la libertad y el orden en motivo de brutalidad ciega; y contra los rentistas de la tortura, siempre dispuestos a sacar provecho ideológico de ello. Por eso resultó tan doloroso leer el exabrupto de Haro Tecglen contra los invitados de lazo azul» del programa de Mercedes Milá: «Están manipulando el encierro y la tortura de un inocente, retrasando su libertad». ¿Cómo puede Haro decir semejante infamia de Xabier Gereño, de José Mari Calleja, de los militantes de Gesto por la Paz, de cualesquiera de los allí presentes? ¿Qué consejo genial guarda para los ciudadanos vascos ante los secuestros y los crímenes? Por lo visto, el culto a las zozobras del ego rebelde, su tema habitual, obliga a veces a inmolar alguna realidad o algún esfuerzo en el altar de la propia rectitud para verificarla. Qué estafa. Y ya hemos dejado otro verano atrás, cara al largo otoño y al temible invierno.
Fernando Savater