30 octubre 1993

ETA secuestra al ingeniero donostiarra Julio Iglesias Zamora

Hechos

El 30 de octubre de 1993 fue liberado por ETA D. Julio Iglesias Zamora después de haber pagado un rescate.

05 Agosto 1993

Cautivo de ETA

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

EL SECUESTRO del ingeniero donostiarra Julio Iglesias Zamora ha cumplido un mes. Y ha coincidido con el reconocimiento explícito de ETA de ser la autora de la fechoría. Explícito, pues desde el principio existían indicios más que fundados de que el hecho llevaba la inconfundible marca de la organización terrorista. Y que poco tiempo después se convirtieron en pruebas irrefutables, cuando en el entorno de los terroristas se mantuvo un silencio cómplice e incluso se justificó lo que entonces aparecía como una hipótesis -pero quizá un hecho consumado, conocido como tal, para algunos de los que callaban o comprendían- frente al clamor que comenzó a surgir en los más diversos sectores de la sociedad vasca contra ese cruel y brutal atentado contra la libertad de una persona.Salvo el efecto tranquilizador que ese reconocimiento explícito aporta sobre la suerte del secuestrado, nada hay en el comunicado de ETA y en la forma de darlo a conocer a través del periódico (si es que así puede llamarse a ese altavoz de chantajes) Egin que merezca la atención. La misma terminología hueca, ridículamente pretenciosa y alejada de la realidad -llamar «arresto» a lo que constituye una absoluta y continuada situación de falta de libertad de una persona-; los mismos clichés ideológicos para justificar sus crímenes; la misma forma de poner en marcha los mecanismos de la extorsión… Quizá sea el patético anacronismo de ese modo de actuar -aparte de su maldad intrinseca-, cada vez más extraño al sentir y a los afanes de la sociedad vasca, deseosa sobre todo de progresar en la consolidación de sus instituciones y en la solución de sus problemas económicos, lo que explica la creciente beligerancia social, pacífica pero activa, que se manifiesta contra esa panda de orates.

Si quienes marcan los derroteros actuales de la organización terrorista -lo que Arzalluz califica de casta- tienen un mínimo contacto con la realidad del pueblo vasco y quieren respetar sus deseos, en lugar de usarlos exclusivamente como pantalla y pretexto para seguir matando y secuestrando, ya saben lo que tienen que hacer: restituir la libertad a quien han desposeído de ella alevosa y cobardemente. La sociedad vasca se ha manifestado inequívocamente: organizaciones cívicas, grupos pacifistas, instituciones públicas, compañeros de trabajo del secuestrado, fuerzas políticas democráticas representativas de la inmensa mayoría de la población vasca… Todos reclaman a ETA la libertad de Julio Iglesias Zamora. ¿De qué sofismas y mentiras no deberá echar mano una organización que dice pretender la liberación del pueblo vasco para desafiarlo tan frontalmente e imponer su voluntad sobre la suya? Quien reivindique la libertad del pueblo vasco que empiece por no secuestrársela a los ciudadanos vascos.

31 Octubre 1991

De julio a octubre

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

AUNQUE LA satisfacción por la liberación de Julio Iglesias sea unánime, no lo son sus motivos. Los secuestradores y sus jefes, y cuantos en el mundo de intereses formado en tomo a ETA esperan recibir algo del rescate, se alegrarán de haber conseguido cobrar, pero lamentarán todo lo demás. El resto, la mayoría, lamenta que ETA y sus paniaguados dispongan de fondos para organizar nuevos secuestros y asesinatos, y para justificar los unos y los otros Oralmente y por escrito, pero se alegran de todo lo demás: de que Iglesias esté sano y salvo con los suyos y de que a lo largo de estos 117 días la solidaridad con el secuestrado haya dado ocasión a que miles de ciudadanos vascos se sumasen a quienes desde hace años vienen expresando públicamente su rechazo a los terroristas: a sus medios mafiosos y a unos fines inseparables de esos medios.La pasividad y resignación de la mayoría ha sido sustituida esta vez por su movilización. Por eso ahora nadie ha hablado de «final feliz», la expresión que tan felices hacía a los terroristas al final de otros secuestros. A esos miles de vascos que quizá por primera vez han levantado su voz contra ETA nadie podrá convencer ya de que sus propias aspiraciones y las de los terroristas son en el fondo coincidentes. Como dijo por televisión un futbolista miembro de Iniciativa Ciudadana -el colectivo que asumió la convocatoria de la manifestación del 12 de septiembre en San Sebastián-, «cuando das el primer paso ya no retrocedes». Es en ese sentido que este secuestro ha sido un fracaso de ETA y de HB: su capacidad de intimidación sólo alcanza ya a sus propias filas. Ayudar a esas personas a superar su miedo es una de las tareas de los demócratas vascos. Pero ello implica eliminar cualquier equívoco sobre el carácter mafioso de sus ídolos, cualesquiera que sean los pretextos que aleguen.

02 Noviembre 1992

Contra el chantaje

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

SI FUERA cierto que todavía quedan por pagar a ETA 200 millones de pesetas por el rescate del ingeniero Julio Iglesias Zamora, no cabe ninguna duda de que las fuerzas de seguridad tienen el deber de impedir que esa importante cantidad llegue a manos de los terroristas. Ese deber no ha dejado de existir a lo largo de los 117 días que duró el cautiverio; lo que ocurre es que su cumplimiento planteaba a la sociedad y al Estado un serio conflicto moral: la posibilidad de que los terroristas llevasen a cabo sus criminales propósitos sobre la vida del secuestrado si se frustraba el objetivo económico de conseguir un precio por él.Tras la liberación de Julio Iglesias Zamora, el escenario ha cambiado radicalmente. Es indudable que todavía pesan riesgos sobre su vida en el supuesto de que queden pagos aplazados a cuenta de su rescate. Pero las fuerzas de seguridad están ahora en condiciones de conjurarlos. Su deber de impedir que sigan llegando a manos de la banda terrorista fondos con los que organizar nuevos secuestros y asesinatos es plenamente compatible, en estas circunstancias, con el de proteger de una manera efectiva a la víctima de la extorsión.

Esa actuación policial, junto a la investigación rápida y exhaustiva de las circunstancias del secuestro y de las vías de intermediación en el pago del rescate, hacen todavía posible que lo que ha sido un éxito táctico de ETA -eludir el cerco policial y obtener una parte del precio de su extorsión- se convierta muy pronto en un fracaso, poniendo a los extorsionadores y a sus cómplices a disposición de la justicia.

A quienes impúdicamente han avalado el chantaje de ETA («¡Julio, paga!») y cínicamente jaleado sus inhumanos efectos sobre la víctima («¡Gracias, Julio!») hay que hacerles ver dos cosas: que estos métodos mafiosos han dejado de producir rédito alguno en el seno de la sociedad vasca (su repulsa activa del secuestro ya lo puso de manifiesto) y que, más bien pronto que tarde, quienes los ponen en práctica pagan por ello. Ha sucedido otras veces y no hay razón para dudar de que en muy breve plazo así sucederá también ahora.