LA SEXTA paga a Kiko Rivera Pantoja ‘Paquirrín’ para que realice una serie de piezas con Ángel Martín y Dani Mateo en las que hable de su vida personal y realice gags

Pocas cosas hacen más evidente el paso del tiempo que observar cómo crecen los niños. Ese proceso mágico que convierte al frágil y enternecedor bebé en un adolescente vago, respondón y onanista. Observen a Paquirrín. ¿A que parece que fue ayer cuando era una bolita de sebo que, de la mano de su madre, se comía los mocos en la portada de las revistas del corazón? Pues ya es un mozo. Y una estrella de la televisión. Concretamente de ‘Sé lo que hicisteis’ (LA SEXTA), el programa más hipócrita del momento, el mismo que prometió convertirle en monologuista.

Pareja ¿de cómicos?

«No hemos fichado a Paquirrín para reírnos de él», advirtieron innecesariamente desde La Sexta. ¿Cómo puede haber alguien tan depravado como para pensar semejante maldad? Si rastreamos los percentiles del hijo de la Pantoja, y los comparamos con los de Stephen Hawking o Fernando Savater, nos daremos cuenta de que están prácticamente calcados. Ficharon a una estrella, pero también, por qué no decirlo, a un intelectual de ideas tan sorprendentes como explosivas. ¿Recuerdan el vídeo en que este hijo de tonadillera y torero se daba cabezazos contra la persiana metálica de una tienda? Pues eso.

Con el fichaje y utilización de Paquirrín, ‘Sé lo que hicisteis’ se quita definitivamente la careta y muestra todas sus miserias. La falta de talento, la dependencia de la porquería ajena. Ya lo advertimos: un contenedor de basura solo es una muy grande y variada basura. Por una vez, y sin que sirva de precedente, tengo que darle la razón a Ramoncín: «‘Sé lo que hicisteis’ es el Tomate de los progres».

«Los programas de cotilleo me aburren muchísimo y me ponen de mal humor», decía Ángel Martín en una entrevista en EL MUNDO. Hastiado y de muy mala leche debe encontrarse, por tanto, el presentador del programa, compañero de correrías de ese cacho de carne llamado Paquirrín. Sobre todo porque han pasado ya varias semanas y la presencia del hijo de la Pantoja sigue sin aportar absolutamente nada digno a ‘Sé lo que hicisteis’. Ni monologo ni gaitas. Apenas unos reportajillos cutres, chuscos, lamentables, decadentes.

Además, no es la primera vez que Kiko Rivera colabora en un programa de televisión. Sus mejores momentos interpretativos se pueden disfrutar en estas imágenes de archivo…

Javier Pérez de Albéniz

Nuestro pequeño del alma. Con su piel de canela. Muta Paquirrín, nuestro pequeño del alma con su piel de canela en monstruo enorme y fondón que se devora a sí mismo. Marinero de luces sin luces. Pájaro bobo que se sube ahora al escenario para hacernos reír con el relato de sus catastróficas desdichas. Todo por la pasta. O lo que es lo mismo, por la audiencia. Porque lo de anoche en La Sexta fue de vergüenza ajena. Se veía venir. Y vaya si llegó.

Paquirrín, monologuista. Cero a la izquierda del humor. Ya huele. Apesta. Lo apadrinan los graciosetes de La Sexta: Dani Mateo y Dani Martín. No saben que reírse del tonto del pueblo es algo que está mal, pero que muuuuuuy mal. Nos vuelven a endosar, sin comprimir, todo lo ya emitido en ‘SLQH’ durante meses. Ni que fuera Arte y Ensayo. Es el triunfo de la memez, de la nadería. Qué ejemplo para nuestros chavales. Un tipo sin oficio ni beneficio que saca pasta a raudales por el simple hecho de haber nacido en el seno de una familia de lo más folclórica.

Alargan el chiste hasta la extenuación. Ni puta gracia. Pinchan en el hueso de esa aceituna chunga que es Kiko. Una espontánea le suelta la verdad del barquero: «Lo que tienes que hacer es como tus hermanos; ser normal y trabajar». A lo que alega el propio Paquirrín: «Yo quiero que la gente me quiere». Y ahí sí que se equivoca el pollo. Paquirrín, quien, por pasta, es capaz de operarse las almorranas en directo. Eso sí, el monólogo de mierda lo dejaron para la semana que viene.

Se suma esta lapidación pública al humorista sin puñetera gracia, al amateur, al listillo que, tras la chapuza, se lo lleva muerto, a la nueva tele de moda. Han reconvertido el patio celtibérico que hay al otro lado de la pantalla en una perpetua bronca sin sentido. El insulto. La salida de tono. El mugido. La estafa. La bajada de sujetador en riguroso directo. El puñetero exceso. ¡Sálvanos, programador, de la ‘ristada’ homófona de turno! ¡Líbranos de la provocación preparada y gratuita! ¡Concédenos algún minuto de televisión inteligente! «Lo políticamente correcto no es el mejor consejero», reconocen los ‘expertos’ de Telecinco. Lo que se traduce en: ¡Más madera! ¡Esto es la guerra! Y, para nuestra desgracia, el fin televisivo -es decir, usted y yo, señora, la puta audiencia- justifica cualquier desmán.

Quiero creer que aún existe un lugar donde los excesos y desfases de Risto Mejide, Paquirrín, Kiko Hernández o Karmele Marchante esté penado por ley. Países en los que la ética aún se mantenga por encima de cualquier tipo de abuso estético o eroticofestivo. Países los que los telespectadores no empiecen a babear frente a la constante presencia vespertina del pezón de Yola Berrocal. Quiero creer. Pero me falta la fe necesaria para ello. Amén.

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…» «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía…» Les suenan estas palabras, ¿verdad? Son las primeras frases de obras maestras del lenguaje que forman parte de nuestra memoria, de esa reserva cultural que nos ayuda a pensar, a soñar, a ser menos ignorantes, más humanos. Mejores. Supusieron el comienzo de fascinantes viajes iniciáticos, de irrepetibles descubrimientos, de increíbles exploraciones. Pues están de suerte, queridos lectores. Pongan en marcha esa memoria desactivada por el consumo abusivo de televisión, activen esas neuronas anestesiadas por la lectura de periódicos, porque hoy tienen la ocasión de recordar otra frase inicial condenada a convertirse en un clásico: «Me llamo Francisco Rivera Pantoja, otros me conoceréis como Kiko, otros como Paquirrín y otros como el vago de los cojones que se enrolla con tías de tetas grandes».

Es evidente que ha merecido la pena esperar semanas, el tiempo que La Sexta ha estado mareando a los telespectadores con un monólogo aculebronado que nunca llegaba. Y lo ha merecido sólo por esa frase tan brillante como original y creativa. Sin duda el momento cumbre de la actuación de Paquirrín. La confirmación definitiva de que la carrera como humorista del hijo de la Pantoja tiene muy, pero que muy buena pinta.

Y es que Paquirrín estuvo genial… No vocaliza demasiado bien, para qué vamos a engañarnos… pero, coño, ¿y el gracejo con que se encasquilla? ¿Y esa mirada ovina? ¿Y ese uso perfecto del taco y la grosería? No tenía fácil superar a sus maestros: «Esa tía tiene unas manos preciosas… quedarían de miedo sujetando mi polla», dijo Ángel Martín en uno de los monólogos de calentamiento. Pero les superó, porque Paquirrín es el nuevo amo, el caricato destinado a actualizar y dar una nueva dimensión al agotado mundo del monólogo. Estuvo inconmensurable riéndose de sí mismo con chistes de vagos, puteros, borrachuzos, irresponsables e imbéciles. «Con una copa se supera todo», aseguró, ofreciendo su receta para enfrentarse al escenario.

Si no hubiese sido hijo de la Pantoja, Paquirrín habría hecho el monólogo de igual manera, no lo duden. Por eso no acabo de entender las palabras del director de programas de Globomedia durante la presentación del engendro: «la intención de la cadena no es reírnos de él, sino conocerle mejor».

Conocerle mejor. ¿Quién no ha soñado alguna vez con poder conocer mejor a Paquirrín? Muertos Darwin, Borges y Antonio Machado, irascibles y huraños J.D. Salinger y Bob Dylan, enfermo Mandela, inaccesibles Obama y Stephen Hawking, sin duda Paquirrín es la persona de la que todos queremos saber un poco más.

Anoche La Sexta vivió su momento más bajo (si exceptuamos cada vasallaje a Florentino Pérez). Fue la culminación de un esperpento que se ha prolongado durante varias semanas agotadoras, primero desde el programa ‘Sé lo que hicisteis’ y después con dos especiales patéticos. Un Paquirrín que quiso lavar su imagen de zángano, bolinga y putero. Y una televisión que quiso aprovechar el tirón comercial de un famosete habitual en la prensa del corazón. El resultado de esta acumulación de malas ideas estiradas de manera antinatural fue un programa absurdo, largo, engañoso, y por momentos insoportable y hasta sórdido.