4 diciembre 1989
Su renuncia se produce tan sólo un mes después de la caída del Politburó comunista checoslovaco encabezado por Jakes
Gustav Husak dimite como Jefe de Estado de Checoslovaquia poniendo fin al gobierno comunista en ese país y dando paso a la democracia con Václav Havel
Hechos
El 9.12.1989 Gustav Husak anunció su dimisión como Jefe de Estado de Checoslovaquia
Lecturas
La caída definitiva de Husak se produce sólo un mes después que la caída de su camarada secretario general Milos Jakes.
10 Diciembre 1989
El hombre de la 'normalización'
El dimisionario presidente de Checoslovaquia, Gustav Husak, nació en Bratislava el 13 de diciembre de 1913 y ha quedado marcado para la historia como el hombre de la normalización impuesta por Moscú en 1969 para poner fin a la experiencia reformadora de la primavera de Praga.
Miembro activo del Partido Comunista desde 1929, contribuyó durante la II Guerra Mundial a reorganizar a los comunistas checoslovacos y a aglutinar la resistencia antifascista.
A partir de 1948 desempeñó altos cargos en el partido y, dado su cariz liberal, sufrió persecución y encarcelamiento durante las últimas razzias estalinistas en la década de los cincuenta. Rehabilitado en 1963, Husak desempeña diversos trabajos hasta 1968.
Desde un principio formó parte del equipo reformista de Dubcek. Sin embargo, meses después (1969) de la invasión de Praga, Husak fue llamado con el beneplácito de Moscú a la dirección del PCCh. En 1975 fue nombrado presidente de la República, compatibilizando los cargos de jefe del Estado y del partido a la manera que lo hacía en Moscú el gran padrino Leonid Breznev.
Husak es un hombre marcado por el destino de su país en la reciente historia y que estaba llamado a desaparecer de la escena política ante la ola reformista y democrática que desea ir más allá de los ideales de 1968, que él mismo ayudo a sofocar.
El Análisis
El 9 de diciembre de 1989, con la dimisión de Gustav Husak, se cerró oficialmente uno de los capítulos más oscuros de la historia checoslovaca. Aunque la estructura del régimen comunista ya se había derrumbado semanas antes, con la caída de Milos Jakes y la abolición del partido único, la salida del último jefe de Estado del viejo sistema tuvo un valor simbólico definitivo: el comunismo, instaurado tras la Segunda Guerra Mundial e impuesto a sangre y silencio desde 1948, quedaba enterrado.
Husak, pasó de ser una víctima del stalinismo de Novotny a ser el rostro de la llamada “normalización”, eufemismo con el que se bautizó a la purga masiva de políticos y ciudadanos que habían creído en las reformas de Alexander Dubček en 1968. Llegó al poder para garantizar la obediencia a Moscú y mantuvo durante dos décadas un país amordazado, vigilado y sin libertades. Su dimisión, en medio de una Revolución de Terciopelo pacífica pero implacable, es la constatación de que los viejos métodos ya no podían contener las ansias de democracia.
El 28 de diciembre, Václav Havel —dramaturgo, disidente y símbolo de la resistencia cívica— se convirtió en presidente de Checoslovaquia, el primero elegido en un marco verdaderamente democrático. La imagen de Havel jurando el cargo, en el mismo Castillo de Praga que durante décadas había sido sede del poder autoritario, marcó un contraste histórico que parecía impensable tan solo meses atrás.
En un gesto tardío, el Partido Comunista de Checoslovaquia, en febrero de 1990, expulsó a Husak y a Jakes, intentando romper con un pasado que ellos mismos habían encarnado y sostenido. Para Husak, fue el epílogo de una carrera política definida por la represión y el servilismo a Moscú. Se retiró en silencio y murió en 1991, sorprendentemente convertido al catolicismo poco antes de su final.
La Checoslovaquia que hoy despierta no solo deja atrás un régimen, sino que recupera la posibilidad de escribir su propio destino. Y lo hace con una lección que resuena en toda Europa del Este: la libertad, aunque tarde, siempre encuentra la forma de volver.
J. F. Lamata