29 marzo 1930
Heinrich Brüning es nombrado por Hindemburg nuevo canciller de una Alemania asolada por la crisis económica
Hechos
El 29 de marzo de 1930 Heinrich Brüning tomó posesión como canciller de Alemania.
Lecturas
Con la toma de posesión de su cargo de canciller de Alemania el 29 de marzo de 1930, para el que fue nombrado por el Jefe de Estado, el presidente Paul von Hindemburg, Heinrich Brüning inició una etapa de inestabilidad en la República de Weimar, el sistema democrático parlamentario que regía a Alemania.
En los años que siguieron al final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos no sólo financió la reconstrucción de Alemania, sino el despegue económico en toda Europa. Cuando la economía estadounidense empezó a sufrir un periodo de recesión debido a los tipos de interés cada vez mayores, a la superproducción y a los problemas agrícolas, el 25 de octubre de 1929 se produjo el denominado viernes negro, en el que las cotizaciones en la Bolsa de Nueva York se derrumbaron. Debido a ello se interrumpió el flujo de capital estadounidense hacia Europa, lo que supuso una catástrofe sobre todo para Alemania. Hubo empresas que quebraron y bancos que cerraron sus oficinas.
El número de desempleados aumentó, entre 1929 y 1931, de 1.600.000 a 4.300.000. Mientras los países vecinos se recuperaban paulatinamente del crack de la Bolsa, la crisis económica, en una Alemania ya inestable políticamente, desembocó en una crisis de gobierno. Desde los inicios de la República de Weimar, los círculos nacionalistas de derechas se habían opuesto al nuevo régimen democrático, y con las dificultades económicas empezaron a propagar un estado de ánimo catastrofista y a promover una gran agitación social. «¡Hay que acabar con el sistema!», era el lema de los grupos sociales radicalizados de la clase media.
En el ámbito parlamentario, tras una serie de gabinetes minoritarios, gobernaba desde 1928 una gran coalición de partidos burgueses liderada por el socialdemócrata Hermann Müller. Pero el gobierno no pudo hacer frente a la crisis económica. Mientras asociaciones políticas paramilitares como la Liga Comunista de los Luchadores del Frente Rojo, el Estandarte del Reich Republicano y las tropas nacionalsocialistas de las Secciones de Asalto (S. A.) se entregaban a combates callejeros, el gabinete fracasó en la política presupuestaria. Müller presentó su dimisión el 27 de marzo de 1930.
Dos días después, el presidente del Reich, Paul Von Hindemburg, nombró nuevo canciller a un político centrista, Bruning, sin la intervención del Reichstag. Al frente de un gabinete minoritario, Bruning inició un periodo en el que otorgó un amplio poder político de caracter autoritario al Jefe del Estado. El parlamento fue casi totamente excluido, tanto Bruning como sus sucesores Franz von Papel y Kurt von Schleicher gobernaron eludiendo a las mayorías del Reichstag y casi exclusivamente con la ayuda de decretos ley de urgencia. Teniendo como objetivo lograr el anhelado final de pago de las reparaciones de guerra, Bruning llevó a cabo una brutal política deflacionista con la cual la coyuntura económica empeoró y el desempleo aumentó. Ambas cosas favorecieron la ascensión del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, el partido nazi de Adolf Hitler. Según sus dirigentes era el único partido capaz de poner fin a la miseria y conducir a Alemania a una nueva grandeza.
La fuerza de los nazis quedará reflejada en las elecciones legislativas de 1930.
El Análisis
El nombramiento de Heinrich Brüning como canciller de Alemania el 29 de marzo de 1930, por designación directa del presidente Paul von Hindenburg, marca una nueva etapa de desesperada incertidumbre para la República de Weimar. La crisis económica mundial, tras el crac bursátil de 1929, ha golpeado con especial virulencia a una Alemania que aún se tambalea bajo el peso de las reparaciones de guerra y la inestabilidad política. La república parlamentaria, que nació de las ruinas del Imperio con promesas de modernidad y progreso, es hoy vista por amplios sectores de la población como un régimen impotente, atrapado en el laberinto de las coaliciones frágiles y los discursos vacíos. La esperanza democrática se disuelve en el hastío.
En este clima de escepticismo generalizado, sólo parecen encontrar eco los discursos radicales. Por un lado, los comunistas del KPD, cada vez más dependientes de la línea estalinista, predican la necesidad de una revolución social para derribar el “capitalismo decadente”; por otro, los nacional-socialistas del señor Hitler ofrecen una restauración autoritaria y militarizada de la nación, al estilo del modelo fascista italiano. Ambos bloques se detestan, pero en lo esencial coinciden: quieren liquidar el sistema parlamentario y sustituirlo por una dictadura de partido único. Así se estrecha el cerco sobre una república que, sin aliados claros, se tambalea al borde del colapso institucional.
Brüning, político católico del Zentrum y economista prudente, asume el cargo en medio de esta tormenta, sabedor de que su margen de maniobra será mínimo. Si no logra estabilizar la economía y restaurar un mínimo de confianza en el sistema, el bloqueo parlamentario entre comunistas y nazis obligará a nuevas elecciones, muy probablemente fatales para la democracia alemana. Su gobierno, nacido más del temor que de la esperanza, puede ser el último intento serio de salvar la legalidad republicana antes de que el péndulo se incline, de forma irreversible, hacia uno de los extremos. Alemania, una vez más, se asoma a su encrucijada trágica.
J. F. Lamata