1 julio 1974

Será sustituido por su viuda María Estela Martínez de Perón, más conocida como Isabel Perón

Muere el presidente de Argentina, el General Juan Domingo Perón, mitificado por sus seguidores

Hechos

  • El 1.07.1974 se conoció la muere del Presidente de Argentina, General Juan Domingo Perón, que fue reemplazado por su viuda, la vicepresidenta Dña. María Estela Martínez (‘Isabel Perón’) se convirtió en la Presidenta de Argentina reemplazando a su difunto marido D. Juan Domingo Perón.

Lecturas

Con la muerte del general Juan Domingo Perón, ocurrida este 1 de julio de 1974 en Buenos Aires, se cierra un capítulo de la historia de Argentina y se abre otro poblado de incógnitas y de amenazas. 

Oficial de artillería, Perón había fundado en 1945 un movimiento populista que posibilitó la integración de los trabajadores en la vida política nacional. Con ayuda de su esposa, la mítica Eva Perón ‘Evita’, triunfó en las elecciones de 1946 y fundó un régimen cuya columna vertebral era la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT).

Depuesto por los militares, su movimiento consiguió volver al poder en las elecciones de septiembre de 1973, tras años de luchas entre los militares (tiempo en el que Perón estuvo en España protegido por la dictadura franquista de ese país). 

isabelperon_001 «Ruego a amigos y adversarios que depongan las pasiones personales en bien de una patria libre, justa y soberana», dice en su primer discurso la primera mujer que ocupa la jefatura del Estado en Argentina.

Isabel Perón sólo aguantará en la presidencia hasta marzo de 1976 tras dos años de violencia y caos.

   La noticia fue portada en la prensa argentina y en todo el mundo.

02 Julio 1974

Perón

Emilio Romero

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Conocí a Perón intensamente en su largo exilio de Madrid. Una ‘portugalización política ‘ – Ejército, socialistas y comunistas le habían provocado la salida del país, y el destierro. La imagen política de Perón es que había nacionalizado a los pobres. Llegó un día a España con Isabel Martínez y Américo Barrios. Durante mucho tiempo, mientras se sucedían los Gobiernos de circunstancias en Argentina. Perón era solamente un recuerdo sin esperanza en Madrid. Pero resultaba imposible gobernar o conciliar o avenir, sin Perón: resultaba imposible alcanzar la estabilidad política y se agotaba el crédito de la llamada ‘Revolución libertadora’, que derrocara a Perón en 1953.

El exiliado de Puerta de Hierro acentuaba el desgaste de la clase gobernante con textos y grabaciones. Perón abría silenciosamente, tenazmente la tumba de sus adversarios. Al final Puerta de Hierro era un jubileo para la gran conspiración del regreso. Me recordaba un día aquello de Martin Fierro: “El zorro que ya es corrido desde lejos la olfatea: no se apure quien desea hacer lo que le aproveche, la vaca que mas rumea, es la que da mejor leche”. Sabía el proceso de los pueblos jóvenes hacia la justicia y la libertad: y atizaba esta hoguera. Guiñaba un ojo frecuentemente y se reía con malicia insuperablemente y se reía con malicia insuperable. De las lealtades políticas tenía una opción lúcida y sobrecogedora. Me confesó que la mejor manera de guardar la lealtad de un hombre leal era ponerle otro cerca que le vigilara. Era fabulosamente ingrato, encantadora amable, soberbiamente escéptico, jovialmente cínico. Amaba a sus perros y era amado por una gran parte del país. ME escribía desde Caracas, un año después de su derrocamiento, y me decía: “El epílogo será que los imperialistas de mi país tienen un derecho de elección que nadie puede negarles, o les colgamos los justicialistas, o les colgarán los comunistas”. Cuando regresó, muchos años después, a Argentina, no colgó a nadie: el peronismo era ya un patrimonio nacional. De Puerta Hierro había salido Perón no ya para hacer una revolución, sino para contenerla. Perón estaba ya más cerca de la filosofía que de la política. Y le satisfacía hacer ‘Libros Rojos’ desde la ribera del Manzanares. Lo primero que tenía que hacer era el proceso constituyente de un Estado moderno, y ya no había plazo. Sabía que no tenía ilusión, ni salud, ni gente de quien fiarse. Se dejó llevar. “El zorro que ya es corrido desde lejos la olfatea…”.

El peronismo, sin Perón, es solamente un sentimiento con variados y contradictorios acordes. No es una armonía. Perón tiene su historia más humana, más literaria, más triste, y más histórica, en Puerta de Hierro. Algo se podría contar de esto. No ahora. Los que lo saben plenamente, ahora tienen pleno derecho a tener miedo. Fuera Perón de la escena, la Historia de Argentina tiene otro caminos. No habrá sucesores, sino que la vida sigue.

Emilio Romero

05 Julio 1974

Perón

José María de Areilza

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El Perón que yo conocí durante los años 47 al 50 era un hombre en la flor de la edad, de buena planta, corpulento, de traza atlética, fornido de armazón, piel colorada, ancha sonrisa y una mirada de felino astuto que revelaba un poderoso entendimiento en perpetua e inquisitiva alerta. Hablar con Perón era hablar de política y hablar de manera excluyente. Era un estratega de la batalla civil, de la conquista y manejo del Poder y de la manipulación adecuada de las masas populares. Llevó de Europa a su tierra la imagen de los fascismos de los años treinta, cuando, agregado militar en el Viejo Continente, conoció de cerca aquellos movimientos y la génesis compleja que los encumbró al triunfo. Su planteamiento fue adecuado al contexto social de la Argentina de los años cuarenta y la gran tarea de incorporación sindical de los sectores laborales a las responsabilidades de Gobierno fue un acontecimiento sin precedentes en la historia de la República. Perón tenía en aquellos años el apoyo mayoritario del censo electoral. Ganó las elecciones con sólidas votaciones que le daban dominio de Cámaras y Gobiernos provinciales. Practicaba una táctica de movimiento continuo para mantener la iniciativa y desconcertar al adversario. Respetó – al menos formalmente – los derechos civiles y de expresión de las minorías disidentes, aunque su predominio ejerciera de hecho notable presión sobre la posición. Era demagogo y socializante, pero inyectó una dosis considerable de nacionalismo a su política, que era intrínsecamente argentina, frente a la sombra invasora del poderío económico norteamericano.

Perón quiso librarse del encuadramiento ideológico de la guerra fría, que consideraba simplista y sometida en el Continente americano a los dictados de Washington. Intentó, al menos ne propósito una tercera posición ajena a los bloques rígidos del maniqueismo. Este-Oeste. En ello fue un predecesor de lo que doce años más tarde propugnaría De Gaulle, cuando ya en la guerra fría declinaba, había desaparecido Foster Dulles y se iba alcanzando el equilibrio nuclear entre los supergrandes. La tercera posición era también, en alguna manera, un anticipo del tercer mundo, tan visible en la América hispanoparlante de aquella época con sus impresionantes estadísticas de pobreza analfabetismo y enfermedad, sus tasas de crecimiento demográfico y el secuestro monopolístico de sus primeras materias o del comercio exterior de sus monocultivos. En esto Perón vio largo y con acierto y la miopía de los que lo combatieron desde fuera no llegó a entender que la fórmula peronista con todas sus discutibles características, no iba más allá de la reforma social y la redistribución de rentas sin cruzar el Rubicón auténticamente revolucionario, como lo iba a hacer Fidel Castro en Cuba diez años después. A Perón lo derrocaron en 1955 con un golpe militar tras del que se amparaban seguramente notables intereses conservadores y muy probablemente la ostensible simpatía de Norteamérica. Pero aquella sublevación exitosa que lo empujó al exilio no logró dar a la Argentina una estabilidad política, sino que puso la vida pública bajo la tutela castrense durante un largo periodo hasta que, al fin, el Ejército se decidió a asumir directamente las responsabilidades del Poder con absoluta y visible ineficacia.

Perón, en su largo destierro de 17 años, pasado gran parte en su residencia madrileña, no dejó nunca de interesarse y de maniobrar a distancia la política de su país. Era, y seguía siendo, la fuerza mayoritaria, y cualquier elección libre lo demostraría sin lugar a dudas. Recuerdo la impresión de sorpresa que el presidente Kennedy, durante su visita a París en 1961 se llevó cuando yo le expresé esa opinión en una breve entrevista que mantuvimos. Ni la Casa Blanca ni el Departamento de Estado creían que el retorno ni en la supervivencia de Perón y del peronismo, mientras se afanaban en conocer la última combinación de los golpistas. Perón, en cambio, tenía la certeza de que llegaría a puerto. Sus informaciones, copiosas y exactas, le daban una panorámica cotidiana o semanal, de la que sacaba consecuencias favorables: radiografía de la pampa. Desde su quinta de Puerta de Hierro analizaba, discutía y más tarde impartía directivas y consignas a sus lejanos y fieles partidarios. las dos o tres veces que lo visité en Madrid lo encontré, activo, lúcido, físicamente bien conservado y siguiendo con minuciosa atención los problemas mundiales. Me habló largamente de China y de la India y de Indira Gandhi, mujer a la que admiraba profundamente. La superhegemonía de los grandes estaba dando la razón, de un modo dramático y tardío a su ‘tercera posición’ de los años 40. Había muchos millones de gentes en el mundo que no estaban ni con Washington ni con Moscú. Pero su obsesión era el tiempo. El gran factor desconocido de la política. El que todo lo puede favorecer o cambiar, según coincida o no con los esquemas teóricos de cada planteamiento. Se le veía luchar con el tiempo. Se veía a sí mismo envejecer. Y contemplaba igualmente los indudables signos de deterioro de la situación militar y el lento pero inevitable proceso de maduración de su retorno. Era una carrera entre el reloj existencial de su vida y el calendario confuso pero implacable del retorno a la vida democrática y constitucional de la nación.

Volvió en 1972. La Argentina había cambiado. El peronismo también. Y él era un hombre enfermo que tenía que asumir una difícil, compleja y exhaustiva tarea: la de rehacer la unidad de su hueste, infiltrada por los extremos radicalizados, como ocurre siempre después de un largo período de resistencia en la clandestinidad. Perón seguía siendo el gran maniobrero táctico y su mítica aureola servía ahora a muchos sectores, incluso del conservatismo para aferrarse a ella como prenda de futura estabilidad. Muchos de los que en 1955 contribuyeron a su caída buscaban en su persona un término medio de compromiso social que realizase el cambio sin llegar a la ruptura revolucionaria.

No sé si lo hubiese conseguido en un par de años de mandato. Las corrientes telúricas de mutación son muy profundas en Sudamérica y el proceso se acelera por momentos. Norteamérica juega sus cartas, unas veces como siempre y otras cambiando el dispositivo en apoyo de ciertos esquemas de crecimiento macroeconómico controlado. Perón era consciente de ese aislamiento en que trataban de dejarle y por eso buscaba apoyos en el neocapitalismo europeo de los precios del petróleo dejó a este último fuera de combate. Pero hasta en su más reciente acción internacional demostró Perón su gran instinto político llevando a cabo un acuerdo de intercambio de información nuclear con la India, país del Tercer Mundo que acaba de lanzarse a los ensayos atómicos de orden militar hace pocas semanas. Un agudo comentario de Washington escribió simplemente al conocer la noticia: «Ello podría cambiar el entero equilibrio del Contienente meridional». A ese poker jugaba el presidente fallecido con maestría insuperable.

Perón ha entrado ya en la leyenda americana, en el Olimpo de los gauchos, en el templo de los diones de Plata. Y ha muerto como el caudillo de su mesnada: a caballo y con las botas puestas.

José María de Areilza