7 abril 1946
Juicio de Nüremberg, Wilhelm Keitel mantiene un tenso diálogo con el Fiscal soviético Rudenko: «Firmó el asesinato de miles de prisioneros»
Hechos
El 6 de abril de 1946 se produjo el interrogatorio al acusado Wilhelm Keitel en el juicio de Nürenberg.
Lecturas
FRASES DEL ENFRENTAMIENTO:
Fiscal – ¿Recuerda usted una orden en la que se autorizaban las más crueles medidas porque la vida humana no valía absolutamente nada en los territorios orientales?
Keitel – Sí.
Fiscal – ¿Firmó usted es orden?
Keitel – Sï. Era el hecho conocido de que las vidas no eran respetadas en los territorios orientales y soviéticos.
Fiscal – Leo «Las tropas tienen el derecho y del deber de tomar cualquier medida, sin restricción, contra las mujeres y los niños».
Keitel – Está bien. Era así.
Fiscal – ¿Considera usted justificada esa orden?
Keitel – Sí; pero, desde luego, ningún soldado ni oficial alemán pensó jamás en matar mujeres y niños.
Fiscal – Pues hubo casos de éstos a millones.
Keitel – No lo creo.
Fiscal – Hemos leído una carta del almirante Canaris en la que este protestaba por los asesinatos en masa de prisioneros rusos por parte del ejército alemán.
Keitel – Yo compartía su opinión.
Fiscal – Pero usted le respondió con una nota en la que le decía «Estas indicaciones corresponden a su concepto militar de la manera de hacer la guerra como un caballero; pero no corresponden con la nueva idea de esta nueva guerra. Por lo tanto apruebo tales medidas y las apoyo».
Keitel – Sí; he escrito eso.
Fiscal – Entonces usted que se ha llamado mariscal de campo, que se llamaba soldado, usted, por su propia resolución, en 1941, aprobó y autorizó el asesinato de soldados enermes e indefensos, cogidos por ustedes como prisioneros.
Keitel – Firmé esos decretos y asumo la responsabilidad.
Fiscal – ¿Está en armonía con el credo de un soldado el dar semejantes órdenes sobre los prisioneros y la población civil?
Keitel – ¡Sí, por lo que se refiere a las represalias, durante agosto y septiembre, cuando oídos lo que ocurría con los soldados alemanes en combate, cuando encontramos centenares de ellos en montoness, asesinados!
Fiscal – Basta, acusado Keitel. Puede usted hablar de prisioneros alemanes asesinados, pero usted ha reconocido en este momento que antes de la guerra con nosotros, en mayo de 1941, firmó usted las instrucciones para el fusilamiento de los prisioneros soviéticos.
Keitel – Sí; las firmé antes de la guerra, pero no contenía la palabra ‘asesinato’. He sido un leal y obediente soldado para mi jefe. No creo que haya soldado en la Rusia soviética que no quiera obedecer al mariscal Stalin.
Fiscal – ¿Puede usted imaginar algo más despreciable que el castigar a una madre por ayudar a su hijo a escapar con el fin de ir a luchar con los aliados de su país?
Keitel – He perdido a mis hijos en la guerra.
Fiscal – Pues bien, si ha sido así, usted lamentará tales hechos. ¿No es cierto?
Keitel – Sí, lamento con toda mi alma que algunas familias sufriesen por las malas acciones de los hijos.
Fiscal – Está bien. Si usted considera que eran malas acciones, no discutiremos más.
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El Análisis
Wilhelm Keitel no se creía inocente pensando que se había limitado a ejercer como «buen soldado» a obedecer las indicaciones de su dictador, Adolf Hitler. Quien menos podía reprochárselo sería un representante de la Unión Soviética, donde sus soldados obedecía de manera igual de ciega al suyo, Stalin. Pero Keitel con esa misma lógica debía de ser consciente de una realidad histórica en cualquier campo de batalla: la historia la escriben los vencedores y su país había perdido.
Keitel había firmado órdenes brutales sobre la forma de tratar a los prisioneros, autorizando asesinatos en masa. Y ni él mismo lo negaba. Su única justificación era refugiarse en: «ellos también lo hicieron». Quizá en el campo de la justicia pura utópica esa excusa pudiera valer algo, en el campo de la realidad había una diferencia clara. Los aliados habían ganado la guerra y los alemanes la habían perdido, eso permitía que los crímenes de los ganadores quedaran impunes y los de los perdedores fueran purgados.
Keitel no era ningún mártir. Era corresponsable de la tragedia en la que había caído sus hijos, y era un criminal de guerra. Que pudieran serlo aquellos que le sentenciaban no borraba su responsabilidad para la historia.
J. F. Lamata