4 marzo 2020

Sectores radicales de la derecha le acusan de ser un obispo próximo al independentismo catalán por haber aceptado mediar entre Oriol Junqueras y el Estado

La Conferencia Episcopal elige al cardenal de Barcelona Omella como nuevo presidente y a Carlos Osoro como Vicepresidente

Hechos

El 4 de marzo de 2020 se hizo pública la elección de D. Juan José Omella como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal.

Lecturas

El cardenal arzobispo de Barcelona, D. Juan José Omella Omella, es elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española, organismo del que depende el Consejo de Administración de la Cadena COPE y del operador de televisión Trece.

El Sr. Omella sustituye en el cargo a D. Ricardo Blázquez, cuyo segundo mandato se inicio el pasado marzo de 2014 y a finalizado ahora para dar paso a esta nueva etapa.

El mandato del Sr. Omella se mantendrá hasta marzo de 2024, cuando será reemplazado por D. Luis Argüello.

03 Marzo 2020

Juan José Omella, un prelado catalán con mando en Madrid

Juan G. Bedoya

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Los obispos han apostado por un prelado con mando en Cataluña como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Es la primera vez que ocurre. Se verán los resultados. El cardenal Juan José Omella (Cretas, Teruel, 1948) llegó a Barcelona con polémica y tiene allí una tarea sin concluir, incluso en la gestión de la Conferencia Episcopal Tarraconense, en la que los obispos independentistas o “neutrales ante el procés” (así les gusta que se les vea) lo tienen por un obstáculo, incluso como un adversario. Tampoco cuenta con la unanimidad entre el resto de sus pares. Son muchos los obispos que, en la estela del cardenal de Valencia, Antonio Cañizares, o el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, han pedido rezos por la unidad de la nación, que ven en grave peligro, y también oraciones en previsión de las acciones del nuevo Gobierno de coalición, al que aprecian claramente como un enemigo a combatir.

Omella es dialogante, suave de modales (aunque enérgico actuando) y partidario de implicarse en los conflictos con la intención de suavizarlos. No va a cambiar. Lo dijo hace tres años en el Vaticano, apenas 24 horas antes de recibir del papa Francisco la birreta cardenalicia y consciente de haber llegado a donde no esperaba. “A los 71 años el arbolito está hecho, y no voy a cambiar. Sigo llevando la cartera, salgo con la bolsa de plástico del Corte Inglés. No entiendo el cardenalato como un ascenso de categoría. Yo quería ser misionero en África, y lo fui un año, o cura de pueblo y lo fui 20 años. Ser obispo ni lo busqué ni lo pedí”. También reiteró entonces su programa (digamos) político: “Hay que avanzar por el camino del diálogo. El diálogo es fundamental en una familia, en la sociedad y en la política. Evitemos los enfrentamientos y busquemos el bien común”.

En su ascenso a Barcelona se habían implicado el Gobierno, la Generalitat de Cataluña y los distintos sectores eclesiásticos. A la polémica ya clásica del “volem bisbes catalans” (queremos obispos catalanes), se añadía entonces la disputa sobre si el candidato a sustituir al cardenal Lluís Martínez Sistach, que llevaba cuatro años esperando el relevo, debía ser favorable, contrario o neutral ante el debate independentista suscitado en toda la provincia eclesiástica catalana, que funciona como conferencia episcopal sin serlo formalmente.

En apenas dos años, Omella había saltado desde un sencillo pontificado en la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, donde fue obispo durante más de una década, a convertirse en príncipe de la Iglesia y cardenal arzobispo de una de las grandes archidiócesis del catolicismo europeo. Antes pasó tres años como auxiliar en Zaragoza del arzobispo Elías Yanes, entonces presidente de la CEE, y tres más como prelado de Barbastro-Monzón, actuando también como administrador apostólico de Huesca y Jaca. Se ha dicho que fue en febrero de 2014, durante una visita al Papa de todos los obispos españoles (conocidas como visita ad limina) donde Omella deslumbró a Francisco. De aquellas conversaciones sacó el Pontífice argentino el convencimiento de que debía promocionarlo a más altos encargos, y pensó lo mismo del entonces arzobispo de Valencia, Carlos Osoro, que ascendió poco más tarde a la sede de Madrid y al cardenalato.

En el caso de Omella, su salto a Barcelona fue sobresaltado. Los recelos del Gobierno de Mariano Rajoy ante algunos de los candidatos del Papa para ese cargo, rechazados por el Ejecutivo con sigilo no disimulado, convirtió de pronto en alternativa al obispo de Calahorra. Lo que se dijo entonces parecía una broma: el aragonés Omella hablaba catalán.

Han pasado cinco años y aún permanecen los recelos. Lo cierto es que Omella medió entre Rajoy y Carles Puigdemont, reuniéndose por separado con los dos, y que salió escaldado de las dos gestiones. “Hice lo que podía, hablé con unos y otros en esos momentos de tensión”. Había afrentas sin cicatrizar. El presidente de la Generalitat le había “abroncado” (fue el verbo preciso que usaron entonces los medios independentistas radicales) porque, según el ahora fugado a Waterloo, Omella lo había tratado con desprecio cuando solo se refirió a él como “autoridad autonómica” y sin citarlo por el nombre, en la misa celebrada en la Sagrada Familia en memoria de las víctimas de los atentados terroristas en Las Ramblas y Cambrils, en presencia de las principales autoridades de España. También le afeó haber pronunciado la homilía “en el idioma español”. Efectivamente, el arzobispo se había ceñido al estricto protocolo: saludó primero al Rey, después al presidente del Gobierno, por último a un genérico “autoridades autonómicas y locales”. Irritó también al independentismo que no hiciera “ninguna mención a los Mossos d’Esquadra en el capítulo de agradecimientos”, y sí a un genérico “Fuerzas de la Seguridad del Estado”.

Desde entonces, los católicos que han abrazado la religión de la independencia por encima del cristianismo consideran a su cardenal un pastor ajeno “por su falta de sensibilidad hacia la realidad catalana”. Así lo cree el colectivo Església Plural, muy activo, escrito en un solemne comunicado. La frase “la unión nos hace fuertes mientras que la división nos corroe y nos destruye” le pareció entonces “palabras sacadas de cualquier discurso de Rajoy”. Y peor aún: cuando otro grupo de sus fieles, Cristians per la independència, le exigió que cediese locales de la Iglesia católica para votar en el referéndum ilegal, Omella guardó silencio pero contempló, también en silencio, cómo lo hacían muchos de sus párrocos y algunos de los obispos de la Tarraconense.

Tampoco habían entusiasmado enfrente algunos posicionamientos del nuevo líder del episcopado. Por ejemplo, a Omella le pareció excesiva la prisión preventiva de los líderes independentistas condenados ya en firme por sedición. Dijo: “Lo mejor sería hacer el juicio con la máxima celeridad o que, como mínimo, estuvieran tan cerca de Cataluña o en su casa esperando esa fase procesal”.

Con estudios en el seminario de Zaragoza y con los Padres Blancos en Lovaina (Bélgica) y Jerusalén, Omella es sacerdote desde 1970 y fue muchos años párroco rural. En la CEE presidió algunos años la comisión de Pastoral Social.

05 Marzo 2020

Bendice, señor

Arcadi Espada

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¿QUÉ HIZO la Iglesia católica en Cataluña durante el Proceso? Alentarlo. En grados diversos, claro está, tratándose de una comunidad plural. Hubo capellanes que colgaron la bandera estrellada en su campanario, como el de Jafre, en el Bajo Ampurdán; obispos, como el de Solsona, que aseguró que la Virgen María habría apoyado el referéndum del 1 de octubre; o párrocos, como el de la conocida y burguesa iglesia de San Galinsoga –también llamada de San Ildefonso–, que imprimió un cartelito con el nombre del delincuente Joaquim Forn, en el banco que suele ocupar en sus rezos, para que nadie depusiera allí su culo. Y luego estuvieron, están, los omellas, que adoptan tal patronímico del nuevo responsable de la Conferencia Episcopal española, y que forman la mayoría del clero regional.

Entre 2013 y 2020, los peores siete años de la historia reciente de Cataluña, los omellas no se vieron impelidos en ningún momento a reclamar el restablecimiento de la paz civil en Cataluña, rota por la actitud de un gobierno sedicioso que no respetó los elementales derechos de los ciudadanos. Y no lo hicieron, a pesar de que en la parte de los humillados había tantos o más católicos que en el bando de los humilladores.

Un asunto espinoso, si se piensa que detrás de semejante indiferencia cómplice está, como no puede ser de otro modo, el Espíritu Santo. Ayer el nuevo sumo sacerdote se apuró a presentar cartas credenciales ante la emisora RAC1, en una entrevista altamente feligresa y cooperativa. Pero que tuvo también su parte de picante cuando el locutor le reprochó que no hubiera hecho lo que el resto de obispos catalanes, que era visitar a los presos políticos en las cárceles. La respuesta de Omella fue de una gran categoría clerical: «Es que en mi diócesis no había cárceles». ¡Como si no hubiera diocesanos, y ese Forn de San Galinsoga, el primero! Pero, enseguida, temeroso de dios, respondió con ácimo misterio que sí había tenido contactos con ellos, lo que ya dejó tranquilito al locutor.

A este equidistante entre la ley y el delito, a este obispo con sus cinco sentidos centrados en el poder, es decir, que cerró los ojos ante la utilización de locales y logística eclesial para la celebración del referéndum y al que no se le oyó nunca una palabra en defensa y consuelo de la parte de la comunidad catalana intimidada por la acción ilegítima e ilegal de la Generalidad, a este convencional principesco premian ahora los obispos españoles, en sintonía servil con un Gobierno que necesitaba a un reverendo que le bendijera la mesa.