2 octubre 1985

Su actor de doblaje en España, Simón Ramírez, se confiesa impactado

La muerte del actor de cine norteamericano Rock Hudson por SIDA aumenta la concienciación con esta nueva enfermedad

Hechos

El 2.10.1985 falleció por la enfermedad del SIDA el actor norteamericano Rod Hudson, tras haberse reconocido homosexual.

Lecturas

Roy Harold Scherer, Jr.  conocido como Rock Hudson, fue un prolífico actor de cine estadounidense famoso por sus papeles de galán del cine clásico moderno estadounidense. Hudson tiene el triste hito de haber sido el primer caso publicitado de SIDA en alguien considerado como célebre en los Estados Unidos, en los inicios de la pandemia, a principios de la década de 1980.

SIMÓN RAMÍREZ: «SE SIENTE ALGO ESPECIAL CUANDO MUERE UN ACTOR AL QUE DOBLAS»

 D. Simón Ramírez

En la revista ¡HOLA! en un número especial sobre la muerte de Hudson incluyeron una entrevista al actor de doblaje al castellano, D. Simón Ramírez. que ha sido uno de los que se ha encargado de doblar en nuestro país la voz del actor fallecido:

¿Has lamentado la muerte del actor que tenía tu voz?

Claro, después de ser su voz durante muchos años se le llega a coger cariño, te sientes bien dentro de su piel y él con tu voz. En los 39 años que llevo como doblador he sido Laurence Olivier, Mel Ferrer… A Hudson le doblo en dos populares series de televisión.

¿Cuál destacarías como su mejor cualidad artística?

Quizá la naturalidad. Era un buen actor y eso siempre facilita el doblaje.

Es un actor que no volverás a doblar, ¿se siente algo especial?

Yo particularmente sí: era de mi edad, doblándole he sentido las pasiones y los odios de su personaje…, tengo la esperanza de poder prestarle mi voz alguna vez más, cuando se trate de alguna película antigua que sea necesario doblar.

Se dice que los dobladores sois actores frustrados…

Muchos se molestan cuando nos llaman dobladores en vez de actores de doblaje, yo ya estoy acostumbrado. Me considero un actor, lo fui cuando era delgado, joven y con pelo.

¡HOLA!

03 Octubre 1985

La gloria imprevista de Rock Hudson

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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AL FINAL de su vida, Rock Hudson ha tenido una gloria extrañamente ligada a su carrera. En torno a su larga y ejemplar agonía se ha organizado la campaña de solidaridad con los enfermos del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), y ha surgido de Hollywood, con toda la fuerza de irradiación que tiene ese nombre todavía mítico, un aliento de rechazo a la discriminación y un enfrentamiento a la utilización de una moral falsa que sinuosamente mezclaba comportamientos o hábitos sexuales con una especie de castigo divino.No es indiferente la personalidad de quien ha creado en torrip suyo este movimiento. Rock Hudson era un actof de personajes de vida dura, pero mitigada por una suavidad de formas y una jovialidad que se acentuó en la edada madura. Paralelamente, fuera del escenario y las cámaras, el difícil mundo de vanidades y envidias de Hollywood fue siempre amistoso para él, y seguramente este ambiente benévolo le animó a continuar relacionándose socialmente hasta muy cerca de su muerte. Con la fatal enfermedad a cuestas, no abandonó su vida profesional. En los últimos meses rodó siete episodios de la serie Dinastía, voló a la Casa Blanca para asistir a una fiesta presidencial y no rehuyó la comp arecencia pública, aun cuando los admiradores le veían poco a poco convertirse en el espectro de sí mismo. Seguramente este modo de relacionarse con la enfermedad fatal que los norteamericanos han venido aprendiendo en la última década a partir de una desinhibida convivencia con el cáncer, se ha constituido en un fenómeno distintivamente norteamericano. Ahora la muestra de este aprendizaje se ha extendido también a las víctimas del SIDA. Vivir sin apenamiento visible y sin reclusión, antes y después de saberse sentenciado, es una nueva manera de heroísmo. Y, como en el caso de Reagan o en el de Rock Hudson, un comportamiento convertible, por los medios de comunicación, en paradigma.

Nadie puede dudar del beneficio psicológico y social que para los norteamericanos afectados por el SIDA se ha derivado de la representación que de él ha hecho Hudson en el último personaje de su vida. Cuando la actriz Lynda Evans se descompuso porque había sido besada profesionalmente por Rock Hudson y comenzó histéricamente a reclamar certificados de salud para los actores, fue rápidamente acallada. Ese censo hubiera supuesto ya un principio de discriminación, y Hollywood no lo aceptó. La ciudad de Los Ángeles, de la que formó parte el actor, dictó ordenanzas prohibiendo toda discriminación no sólo de homosexuales, sino de enfermos con SIDA, en los lugares públicos. El mes pasado se celebró un festival, a 500 dólares la entrada, para ayudar al plan de la ciudad en favor de las víctimas de la enfermedad. Por su parte, Hudson se había prestado a probar el HPA32, creado por el Instituto Pasteur. Un medicamento dudosamente eficaz, pero cuya experimentación podría ayudar a salvar otras vidas. Howard Rosenman, productor cinematográfico, ha definido su conducta de los últimos tiempos diciendo: «Galvanizó a las gentes del cine. De pronto, cada uno de nosotros dijo ‘es uno de los nuestros’, y todos acudimos a ayudar a uno de la familia».

22 Junio 1988

En el límite de lo humano

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA EXPANSIÓN del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) -unida a una masificacíón incontenible- amenaza con convertir las prisiones españolas en lugares de exterminio más parecidos a guetos o a campos de concentración que a centros penitenciarios propios de sociedades desarrolladas. El informe del anterior defensor del pueblo sobre la situación de las cárceles, recibido con animosidad y silencio por el Gobierno, fue un aviso autorizado de lo que está ocurriendo en el interior del mundo carcelario. Otros documentos más recientes abundan en la gravedad de una situación que, por más esfuerzos que se hagan desde los estamentos oficiales para ocultarla, no por ello deja de existir. El miedo a las palabras no debe impedirnos calificar en sus verdaderos términos lo que está ocurriendo, por mucho que la expresión «exterminio» esté siendo utilizada alevosamente en los últimos meses por los corifeos de quienes están más lejos de sufrir esa situación: los presos etarras, tratados con una consideración mayor que la que merecen otros delincuentes menos organizados.Con ocasión de la IV Conferencia Internacional sobre el SIDA, celebrada hace días en Estocolmo, se ha hecho público que las cárceles madrileñas de Carabanchel (hombres) y Yeserías (mujeres) contienen el mayor porcentaje (44%) de reclusos infectados de entre todas las prisiones de un numeroso grupo de países fuertemente afectados por la enfermedad. El dato no es nuevo, pero su publicación en tan importante foro internacional y científico tal vez consiga lo que no han logrado las denuncias anteriores: inquietar a los responsables de tanto dolor y miseria. No es casualidad ni mala suerte, ni son los hados del destino los que han hecho que la situación llegue a este límite de inhumanidad. Es el Gobierno socialista el que ha contemplado esta degradación sin atajarla.

El tiempo urge, porque cada nuevo dato que se conoce sobre el deterioro asistenclal y sanitario en las prisiones españolas revela que nos encontramos ante una situación límite. El médico de la prisión de Basauri (Vizcaya) reconoce que el 70% de los 254 ínternos de este centro están afectados por el virus del SIDA, y un informe de la Asociación de Colaboradores con las Presas (Acope) admite que el 80% de las 500 reclusas de Yeserías -población que supera con mucho la- capacidad teórica del centro- son consumidoras de drogas y, por tanto, fáciles presas del contagio por vía intravenosa.

Todos estos datos constituyen irrebatibles testimonios de que la política de reinserción social del recluso con la que los socialistas iniciaron su gestión es hoy poco más que un recuerdo. Tras la eclosión reformista de la época de Martínez Zato al frente de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias (1983-1985), en la que se mantuvo poco menos que a punta de lanza la defensa de los derechos legales de los presos, la política practicada por los socialistas ha ido de mal en peor, atrapada en las contradicciones por las que ha discurrido la actitud global del Gobierno ante el orden público y la seguridad ciudadana. Resultado de todo ello es que las cárceles españolas están ahora más atestadas que nunca (30.054 reclusos a mediados de este mes), lo que hace materialmente imposible poner en práctica en su interior los principios recogidos con énfasis en la Constitución y en las leyes penitenciarias. Pero no por eso la seguridad ciudadana ha mejorado. El triunfo de las teorías de Barrionuevo frente a las de Ledesma ha propiciado así la extensión de la delincuencia, el aumento de la marginación social, el deterioro del orden público y la conversión de las cárceles en verdaderos guetos.

No parece que la reacción de los responsables de tan catastrófica situación vaya más allá de reforzar aún más las medidas de silencio con que pretenden poner sordina a los gritos de angustia que vienen de las cárceles. Es la inevitable secuela de una concepción del manten.imiento del orden público tan vergonzantemente represora como espantosamente inútil.