4 mayo 1981

Los GRAPO reaparecen asesinando al general Andrés González de Suso y al cabo Ignacio García que trató de detener a los asesinos cuando escapaban

Hechos

El 4 de mayo de 1981 se produjo un nuevo atentado reivindicado por los GRAPO.

Lecturas

El general Andrés González de Suso salió de su portal en el número 78 de la calle Hermosilla a las 9.30 del 4 de mayo de 1981, y se subió al asiento trasero del coche oficial que le esperaba para llevarle al trabajo. No había ni cerrado la puerta cuando se le acercaron dos jóvenes con pistolas, y uno de ellos le pegó un tiro en la cabeza. El conductor rápidamente trasladó al general hasta el hospital más cercano, sin saber que Andrés González ya estaba muerto. Los terroristas, por su parte, salieron corriendo, y en la calle Hermosilla se toparon con un vehículo de la Policía Nacional que cumplía servicio por la zona. El cabo Ignacio García García trató de detener a uno de los terroristas e incluso, según declararían los testigos, llegó a golpearle en la cabeza con la culata del revólver. El segundo terrorista aprovechó ese instante para disparar contra el agente y, posteriormente, lo remató en el suelo.

05 Mayo 1981

Los GRAPO

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera Cortázar)

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LOS ASESINATOS de ayer en Madrid y Barcelona parecen una de esas sangrientas resurrecciones a las que nos tienen acostumbrados los GRAPO.Todos los crímenes de todas las bandas terroristas producen las mismas reacciones de rechazo y de horror y suscitan idénticos sentimientos de dolor y de solidaridad con los familiares, amigos y compañeros de las víctimas. La fanática violencia que atenta contra el derecho humano fundamental -el derecho a la vida- y que trata de destruir el marco civilizado de convivencia, basado en el respeto a las libertades y en las instituciones democráticas, por un escenario dé muerte y de fratricidio, ha sembrado el luto en sectores sociales y en instituciones de todo tipo. En ese sentido, la condición civil o militar, así como el grado dentro de las Fuerzas Armadas, de quienes son inmolados por la barbarie terrorista queda homogeneizada, en una perspectiva puramente humana, por el hecho desnudo e irreductible de la desaparición absurda y gratuita de una existencia.

Sin embargo, la estrategia de esos bandidos, que descansa sobre la provocación al Ejército y las fuerzas de seguridad, obliga forzosamente a destacar tanto la condición militar de las víctimas como su lugar en la cadena de mando. La elección de un general como blanco de un atentado constituye, en las actuales circunstancias de graves tensiones dentro de las Fuerzas Armadas como consecuencia del golpe frustrado del 23 de febrero, una cualificación política de significación evidente.

No deja de ser notable que el general Andrés González de Suso, al que los periodistas tuvimos ocasión de conocer y de apreciar como primer jefe de la oficina de Prensa del Ministerio de Defensa, cuando fue designado para ese cargo por el teniente general Gutiérrez Mellado, uniera a sus virtudes castrenses firmes ideas liberales y constitucionalistas. También en el caso del asesinato de Miguel Cruz Cuenca por los GRAPO pudo pensarse que la víctima fue abstractamente elegida como representante de la carrera judicial. Pero no resulta fácil desconocer que el magistrado inmolado por los terroristas era, al igual que el general Andrés González de Suso, un hombre conocido por su talante abierto y dialogante.

Por otra parte, en repetidas ocasiones hemos señalado que la condena de la violencia es un principio básico de la convivencia democrática y que, en consecuencia, tan criminales son los pistoleros de ETA como los del Batallón Vasco Español o de los GRAPO. Ahora bien, mientras las acciones de ETA y de la ultraderecha tienen marcos ideológicos, apoyos externos y bases sociales identificables, los orígenes, las vicisitudes y las conexiones de los GRAPO se mueven en un ámbito tan cargado de sospechas y de misterios que casi todas las interpretaciones son posibles.

Desde su sangrienta aparición, en 1975, al perpetrar cuatro asesinatos en Madrid mientras se celebraba una manifestación de adhesión a Franco en la plaza de Oriente, estos llamados Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre han golpeado a las Fuerzas Armadas y a los cuerpos de seguridad en momentos especialmente difíciles para la estabilidad democrática.

Los GRAPO han sido varias veces desarticu lados -de manera definitiva, según responsables de la policía-, para rearticularse milagrosamente poco después, merced a fugas rocambolescas; otras veces, los GRAPO -o algunos de sus miembros más famosos- han sido localizados y liquidados en tiroteo. Esa extraña organización, en la que, según declaró el comisario Ballesteros al diario Abc el domingo, hay posibilidad de realizar infiltraciones policiacas, carece de base social (aunque sus orígenes en Vigo puedan darle en la región gallega una materialización menos fantasmal), posee una infraestructura propia de aprendices, no acabó de probarse que esté relacionada con otras bandas terroristas españolas o extranjeras -pese a que se ha asegurado que mantiene contactos con ETA- y ofrece un diseño ideológico y político tan crudo y primitivo que todo hace pensar en una macabra imitación. Mientras ETA encuentra complicidades y simpatías en sectores del País Vasco, dispone de santuarios en el sur de Francia, tiene un campo de reclutamiento de nuevos activistas en los jóvenes nacionalistas radicales, maneja abundantes fondos procedentes de los chantajes revolucionarios, tiene un parque de armamento nada desdeñable, generaliza una experiencia organizativa de más de diez años y apela a mitos y delirios elaborados durante un largo período, los GRAPO parecen definirse por carecer de cualquiera de esas notas. No hay duda de que los crímenes de ETA son provocaciones orientadas a cumplir su terca estrategia de la espiral acción-represión-acción, que apuesta por la dictadura como ámbito propicio a sus fines y que se propone hacer inviable el reformismo democrático y el desarrollo de la autonomía vasca. Pero las provocaciones de los GRAPO, formalmente idénticas a las etarras, dan pie para la sospecha, repetidas veces denunciada, de que nos encontrarnos ante un montaje en toda regla. La cuestión está en saber quién ha sido su arquitecto.