16 agosto 2021

Regreso a la situación que había en el país antes de la invasión de EEUU en 2001

Los Talibán recuperan el poder de Afganistán nada más retirarse las últimas tropas norteamericanas deponiendo al presidente Ashraf Ghani Ahmadzai

Hechos

El 16.08.2021 fue depuesto el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani Ahmadzai.

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Lecturas

13 Agosto 2021

Anatomía de un fracaso

ABC (Director: Julián Quirós)

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La catastrófica retirada de las tropas norteamericanas y de la OTAN de Afganistán constituye el colofón de una pesadilla que pasará a la historia como un grave error cuyas consecuencias afectarán a toda la región y probablemente al mundo entero. Las fuerzas occidentales fueron a Afganistán prometiendo que sacarían al país del abismo en el que le habían sumido décadas de guerra y de barbarie islamista y se van sin haber podido mantener su promesa de paz y prosperidad, después de dos décadas de impotencia. Hace tiempo que ya era evidente que sin el apoyo militar aliado el Ejército Nacional Afgano (ANF) no podría sostener el embate de los terroristas. El plan de programar la retirada para septiembre tenía como objetivo permitirles mantener al menos las líneas del frente de guerra hasta la llegada del invierno, para proporcionar un poco más de espacio y tiempo a las autoridades de Kabul. Sin embargo, una retirada no es algo que se pueda hacer de forma ordenada cuando el enemigo sigue acechando. Que lo último que los norteamericanos están negociando con los talibanes sean garantías de que respetarán su Embajada en Kabul, equivale a decirles a los soldados afganos y a sus actuales gobernantes que en Washington también asumen ya que no hay más desenlace posible que su derrota, lo que significa que no les queda más remedio que huir para intentar salvarse. Por desgracia, las vidas que dejaron allí miles de soldados, incluidos un centenar de españoles, y el billón de dólares largo gastado del que hablaba el presidente Biden, todo ha sido en vano.

No es la primera vez que una potencia externa fracasa en su intento de conquistar este indómito territorio. Antes que Estados Unidos y sus aliados ya fueron derrotados allí los soviéticos y los británicos. La diferencia es que en esta costosa operación se les había prometido a los afganos un futuro al menos razonable y esa promesa ha sido dramáticamente incumplida.

También es cierto que al menos una parte de la sociedad afgana ha jugado a dos bandas y ha compatibilizado su simpatía con sus opresores y con las potencias que prometían liberarlos. Tan afganos son los talibanes como los soldados costosamente adiestrados y armados por la OTAN, la diferencia es que los primeros mantienen la determinación inquebrantable de la que carecen los segundos. Pero siendo cierto que los afganos también tienen que asumir su propia responsabilidad sobre su destino, no lo es menos que los occidentales no podemos ignorar la nuestra. En efecto, una vez que ya no hay más remedio que constatar que las cosas van a volver al mismo espeluznante estado en que se encontraba el país hace dos décadas, con las mujeres esclavizadas, los niños adoctrinados con el veneno de una visión medieval de la religión islámica y todo el país encerrado en una mazmorra, con los ríos de heroína fluyendo de nuevo hacia el resto del mundo y los terroristas más siniestros campando a sus anchas, nosotros pagaremos el doble precio de asumir estas consecuencias y las del descrédito que lleva consigo aparejado. La más que probable llegada masiva de refugiados volverá a poner a prueba -sobre todo en Europa- las costuras de nuestra actitud moral y de nuestra capacidad para compensar al menos en parte los errores propios. Repatriar a los traductores y otros trabajadores afganos que han servido a España es el mínimo gesto que se puede esperar después de esta desastrosa aventura que termina muy mal para todos.

17 Agosto 2021

Salida amarga de Afganistán

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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Las imágenes de cientos de personas invadiendo la pista del aeropuerto de Kabul mientras los aviones militares tratan de abrirse paso para salir del país perseguirán al Ejército de Estados Unidos mucho tiempo y marcarán en buena medida la presidencia de Joe Biden. Son escenas de desesperación, momentos que el mundo no olvidará. Las comparaciones con la huida de Saigón en 1975, tras el fracaso de Vietnam, han quedado obsoletas. La caótica huida de Kabul de estos días, tras la debacle de un Estado supuestamente construido durante dos décadas, tiene desde ahora su propio lugar en la historia de la humillación militar de Estados Unidos.

“Es muy improbable que los talibanes se hagan con todo el país y tomen el poder”, dijo Biden el 8 de julio. Aunque se intuye la necesidad de vender políticamente la retirada, sus palabras lo perseguirán para siempre. El domingo, tras solo un mes de ofensiva, los talibanes daban un discurso desde el despacho del fugado presidente Ashraf Ghani, después de tomar Kabul en cuestión de horas. Las instituciones de Afganistán eran un cascarón vacío. En un mensaje a la nación, Biden calificó las imágenes de “dolorosas” y “devastadoras”.

Resulta oportunista criticar en retrospectiva la retirada en sí. Si bien el sustrato de la decisión era la melancolía del esfuerzo inútil, Biden se echó a la espalda una responsabilidad que han eludido tres presidentes para asumir él una decisión que contaba con un amplio consenso desde hacía años. La cúpula militar le había propuesto mantener un pequeño retén en el país, pero Biden lo rechazó, quería que el final fuera definitivo. Lo que no está tan claro es que la Casa Blanca hubiera previsto el actual escenario de caos. De hecho, ha tenido que enviar nuevas tropas para proteger a las que se van. Es ahí donde se le debe exigir más claridad a Estados Unidos. Biden culpó veladamente a la promesa del Gobierno afgano de plantar cara a los talibanes. En el mejor de los casos, se trata de un error de cálculo incomprensible para un Ejército que lleva 20 años sobre el terreno. Algo no ha salido como estaba previsto y corresponde a EE UU explicar qué y por qué. El caos no ha puesto solo a sus soldados en peligro: España tiene que improvisar en horas una repatriación de medio millar de personas. El debate ya ha estallado en Washington. Los republicanos, tras un periodo de silencio distraído (el pacto de convivencia pacífica con los talibanes fue firmado por Trump en 2020 y vendido como la llave para la retirada) ya han comenzado a elevar acusaciones de incompetencia.

Pero cualquier análisis político palidece ante la situación que se abre para los afganos que no se suban en esos aviones, especialmente las mujeres. Lo urgente es articular el operativo y la logística para atender a cuantos padezcan la violencia si los talibanes dan por finalizado este periodo de gracia en el que su prioridad es, aparentemente, mantener el orden sin venganza. Hace al menos una semana que se hizo evidente la dirección en la que se movían los acontecimientos. Son urgentes compromisos concretos de ayuda por parte de la UE y EE UU.

La retirada completa de Afganistán siempre fue un gambito de alto riesgo en el que Estados Unidos se jugaba su prestigio internacional como socio militar. Los afganos se jugaban la vida. Ambas cosas se encuentran ahora a merced de la magnanimidad de una banda de fanáticos.

17 Agosto 2021

Humillante derrota de EEUU en Afganistán

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

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LA PRECIPITADA retirada de las tropas en Afganistán se ha convertido en el primer gran fracaso de Joe Biden desde que llegó a la Casa Blanca. El presidente de EEUU ha sufrido un revés cuya onda expansiva, a expensas de futuros movimientos en el tablero, aún no es posible de calibrar con exactitud. En su comparecencia de ayer, Biden admitió errores de cálculo, pero culpó a las autoridades afganas de «huir» ante el ataque talibán y de «no estar dispuestos a luchar por su propio país» pese al respaldo militar, económico y logístico prestado durante las dos últimas décadas. El mandatario estadounidense fue incapaz de explicar los graves errores de una operación que ha resultado humillante para EEUU. El personal diplomático ha tenido que ser evacuado de urgencia, las autoridades afganas firmaron la rendición -cuando lo que estaba previsto es que se produjera una negociación- y se ha desatado el caos en el aeropuerto de Kabul hasta el punto de suspenderse todos los vuelos civiles y militares; y de registrarse, al menos, cinco muertos. La desgarradoras escenas de pánico muestran en toda su crudeza lo que significa el terror talibán.

Dado que no se ha librado una batalla, técnicamente, no puede decirse que Washington haya sufrido un castigo militar. Sin embargo, el hecho de que los talibán, desalojados del poder por los estadounidenses hace 20 años, hayan recuperado el control de Afganistán constituye una derrota geopolítica sin paliativos. El fiasco de la misión iniciada en 2001 cabe imputarlo a cuatro presidentes: comenzó con Bush, siguió con Obama y Trump -ambos firmaron un pacto con los talibán para combatir al Estado Islámico y Al Qaeda-, y ha culminado con Biden. Más allá de las razones de política interna y económicas que subyacen en el fondo de esta decisión, las oprobiosas condiciones de la retirada son responsabilidad exclusiva de Biden. Resultan inexplicables los fallos estrepitosos tanto de los planes de la Casa Blanca como de los servicios de inteligencia, incapaces de calcular la rapidez de la ofensiva insurgente. El escarnio es máximo teniendo en cuenta que quien podría liderar el Emirato Islámico es el mulá Abdul Ghani Baradar, ex preso en la cárcel de Guantánamo liberado por EEUU. La responsabilidad hay que extenderla también a la ONU, que vuelve a actuar tarde y mal, y a los países que participaron en la coalición internacional que debía facilitar la democracia en Afganistán.

Los talibán conforman un abyecto grupo de extremistas responsable de ejecuciones públicas, castigos corporales y una represión feroz contra las mujeres. El riesgo ahora, además del incremento de la inestabilidad en la región, es que se desate una crisis de refugiados. De ahí la frivolidad mayúscula de Podemos, que ya ha pedido acoger civiles por «responsabilidad directa». En el caso de España, resulta pertinente la exigencia de Casado para que Sánchez comparezca en aras de ofrecer explicaciones sobre la repatriación del personal en Afganistán. La evacuación debe hacerse de la forma más rápida y segura posible.

17 Agosto 2021

El patético Biden

Francisco Marhuenda

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Biden ha hecho lo mismo que Chamberlain cuando se humilló frente a Hitler en Múnich. Es un político al que le venía grande el cargo y lo ha demostrado

Fue una de las intervenciones más lamentables que he visto nunca. Un comandante en jefe que se ha rendido protagonizando una de las retiradas más bochornosas del ejército estadounidense. Es incluso peor que Vietnam. Biden es, simplemente, patético. Es difícil sentir respeto por alguien que no está a la altura de su responsabilidad como presidente. La culpa es de los soldados y políticos afganos. Nada tiene que ver la huida precipitada y desordenada. Lo normal es que se hubiera disculpado y asumido los errores cometidos. No fue así.

Ahora hemos descubierto que «el objetivo nunca fue construir una nación, sino luchar contra el terrorismo». Es decir, fue un simple acto de venganza que ha costado decenas de miles de muertos y billones de dólares. El cobarde de la Casa Blanca, hay que definirlo con claridad, justifica su rendición frente al fundamentalismo islámico con argumentos pueriles e inconsistentes. En lugar de organizar el proceso de forma ordenada, ha preferido regalar el país a los talibanes y abandonar a su suerte a la población civil. La democracia muchas veces se tiene que defender, ha sido así a lo largo de la historia, con el uso de la fuerza frente a los intolerantes, los terroristas y los totalitarismos.

Biden ha hecho lo mismo que Chamberlain cuando se humilló frente a Hitler en Múnich. Es un político al que le venía grande el cargo y lo ha demostrado. No sé cómo le defenderán nuestros progres a partir de ahora. Los talibanes han impuesto un emirato islámico, lo que significa que regresa la brutalidad y el integrismo. Las mujeres serán marginadas, limitados sus derechos y convertidas en meros objetos al servicio de los hombres. Esto será posible por culpa de la incompetencia y cobardía de un presidente de los Estados Unidos.

La invasión de Afganistán en 2001 consiguió un total apoyo de las democracias, porque se tenía que combatir a un régimen autoritario que promovía y amparaba el terrorismo. Biden estuvo al lado de la decisión de su presidente. Por tanto, no tiene ninguna excusa para justificar sus actos. EEUU entró en una guerra difícil de ganar, pero al menos cabía esperar que sentara las bases, junto a sus aliados, para vencer a los talibanes. Al final, el resultado ha sido tan patético como el propio Biden.

17 Agosto 2021

Biden se mancha las manos de sangre en Afganistán

OKDIARIO (Director: Eduardo Inda)

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Con su precipitada decisión de retirar las tropas de Estados Unidos de Afganistán, Joe Biden ha demostrado ser un auténtico incompetente. A sus 78 años, el presidente norteamericano no ha tenido los reflejos suficientes para diseñar una evacuación «ordenada y segura» -como él mismo había prometido- que no dejara a la población afgana a merced de los salvajes talibanes. Hasta los propios medios de comunicación que encumbraron su figura se frotan los ojos incrédulos ante este fiasco monumental tras la guerra más costosa y duradera de Estados Unidos. «Sea visto como justo o injusto, la historia recordará que Joe Biden fue quien presidió la humillante conclusión de la experiencia estadounidense en Afganistán, tras 20 años de guerra», sentenció David Sanger en The New York Times, un medio hasta ahora rendido a los pies del líder demócrata.

Pensando más en la propaganda que en los hechos, Biden quiso apresurar la salida de Estados Unidos para ser recordado como el presidente que trajo a los soldados estadounidenses a casa antes del vigésimo aniversario de los ataques del 11-S. Era una maniobra pensada para ganar votos de cara a las elecciones legislativas del próximo año. Una jugada descabellada por simple cálculo electoralista. Con ínfulas de estadista, Biden mintió ante los periodistas al afirmar que la victoria de los talibanes «no era inevitable» y que no habría fotografías al estilo de Saigón de helicópteros despegando del techo de la embajada de Estados Unidos en Kabul. No sólo las hubo sino que fueron incluso peores como la de los desesperados afganos cayendo al vacío desde el cielo al intentar escapar de Kabul sujetados a las ruedas de un avión militar norteamericano.

Biden tuvo el cuajo de criticar a los líderes y fuerzas de seguridad afganos: «Les dimos todo lo que necesitaban. Les pagamos el sueldo. Lo que no pudimos darles es la voluntad de luchar por su futuro», afirmó en una rueda de prensa desde Washington en la que no aceptó preguntas después de sus declaraciones. Que el presidente de los Estados Unidos haya acusado a los afganos de cobardes y traidores refleja la catadura moral del inquilino de la Casa Blanca. Porque aquí el único que ha sido incapaz de aplastar a un ejército de desarrapados apenas equipado con armas ligeras ha sido Biden. Decir que las tropas americanas «no deberían participar en una guerra que las fuerzas afganas no quieren luchar por ellas mismas» son excusas de mal perdedor de un líder que ha claudicado ante el terrorismo islámico de forma humillante. Biden se ha manchado las manos de sangre dejando al pueblo afgano abandonado a su suerte. La factura de su cobardía moral la tendrá que asumir todo Occidente.

17 Agosto 2021

Afganistán no es país para cobardes

David Jiménez

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Las potencias occidentales, con sus miles de millones invertidos, sus armas y trajeados diplomáticos, nunca fueron competencia para una banda de iluminados fundamentalistas que al menos creía en lo que hacía

El 23 de febrero de 2008 se organizó en Paracuellos un homenaje a los soldados españoles desplegados en el extranjero. Pero a Rubén López y Julio Alonso, que acababan de regresar de Afganistán mutilados, se los llevaron a un patio trasero y les colgaron las medallas a escondidas. Las familias preguntaron por qué: «Nos dijeron que quedaban dos semanas para las elecciones [Zapatero se jugaba la reelección] y que no podían salir ahí».

He utilizado a menudo la escena relatada en su día por Pedro Simón en ‘El Mundo’ para explicar por qué Estados Unidos y sus aliados, incluida España, nunca ganarían la guerra. Afganistán no es país para cobardes. Y los líderes occidentales lo han sido: desde el día que ordenaron la invasión hasta su humillante retirada de estos días, 20 años después.

Los arquitectos del desastre nunca se merecieron a los soldados que enviaban a una misión imposible ni a los afganos que decían querer rescatar, y que forman uno de los pueblos más nobles. Durante los 10 años que cubrí el conflicto, entre 2001 y 2010, en pocos sitios me sentí más protegido que en esos hogares donde te daban las buenas noches con un: “Eres mi invitado y no dejaré que nada te pase”. Esa es la condición de la hospitalidad afgana: haber sido invitado.

Una parte de la población, especialmente en las grandes ciudades, extendió la invitación a las potencias extranjeras en los primeros momentos tras la caída de los talibanes. El infierno vivido bajo su totalitarismo teocrático hizo que dejaran de lado su nacionalismo feroz —¿qué otro pueblo puede decir que derrotó a los imperios británico, soviético y estadounidense?— y dieran una oportunidad a sus últimos invasores.

En tres meses, los aliados la habían malogrado.

George W. Bush, primer comandante en jefe del plan, decidió invadir el país con las mínimas fuerzas y riesgos políticos. El Pentágono no quería una repetición de esas imágenes de soldados regresados de Vietnam en bolsas de plástico que tanto hicieron por volver la opinión pública en contra de la intervención en Indochina. El despliegue, pues, se limitó a Kabul en un principio y se extendió a otras zonas de forma ridículamente lenta e insuficiente. Con gran parte del país sin asegurar, los talibanes aprovecharon el vacío para reconstituirse y lanzar su paciente reconquista.

Los errores iniciales fueron aceptados con sumisión por los europeos, mientras las voces disidentes y autorizadas fueron ignoradas. Recuerdo que por entonces andaba por allí Frances Vendrell, representante de la Unión Europea en el país asiático y el español que mejor conocía la situación. Era un tipo calmado, pero desesperaba ante la ineptitud general y la ignorante soberbia con la que se perpetraban los mayores desatinos. La reconstrucción del país fue liderada por gente que no conocía nada del país. Sin que tampoco les importara.

Los estadounidenses y sus aliados optaron por combatir la insurgencia desde el aire para evitar bajas. A veces daban en el objetivo; otras masacraban a los invitados de una boda o los empleados de una fábrica. El número de bajas civiles aumentó, los progresos de reconstrucción se vieron ralentizados en zonas clave y los talibanes recibieron la munición que necesitaban para avanzar. Al afgano no le gusta que lo maten, pero le gusta todavía menos que lo haga un extranjero. La invitación había expirado.

Los talibanes aumentaron sus ingresos según ganaban territorios y establecían el cobro de “impuestos islámicos”, incluidos los generados por el cultivo de opio. Poco a poco, con la ayuda de sus viejos aliados en la inteligencia pakistaní, se hicieron más fuertes. La voluntad de los aliados, cada vez más débil, tomó el camino inverso.

La última vez que viajé a Afganistán, hace ya 10 años, ninguno de los periodistas o diplomáticos que seguían en el país creían que se ganaría. Tampoco los generales de la OTAN o los gobernantes occidentales lo pensaban. Pero decidieron ocultárselo a la opinión pública. Todos conocían la tragedia que acompañaría a la derrota. Los avances logrados en educación, mejora de los derechos de las mujeres, democracia… se perderían en favor de un califato de fanáticos. Quienes tuvieran medios huirían, dejando detrás a los demás. La represión regresaría, en toda su brutalidad. Y Afganistán volvería al olvido y la indiferencia, su destino en pocos días.

Las potencias occidentales, con sus miles de millones invertidos, sus armas de última generación y sus diplomáticos trajeados nunca fueron competencia para la banda de iluminados, ignorantes y desarrapados que forman el movimiento talibán: ellos conocían el campo de batalla y los otros no; ellos creían en lo que hacían y los otros no; ellos estaban dispuestos a morir por su visión fundamentalista de Afganistán y nosotros… Nosotros escondíamos a los heridos que volvían del frente con su verdad incómoda: el sacrificio estaba siendo en vano. La guerra, olvidaron decirnos, estaba perdida desde el mismo día que comenzó.

16 Agosto 2021

Todos contra las mujeres en todo el mundo

Cristina Fallarás

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Sabemos lo que les sucederá, lo que les ha empezado a suceder a las mujeres en Afganistán. Sabemos qué son los talibanes, pero a menudo se alude a ellos en abstracto, como si fueran un mal abstracto con víctimas abstractas. Y no. Sus principales víctimas son las mujeres. Su siniestra ideología está construida contra las mujeres. Así de simple. Tienen muchos más frentes, por su puesto, pero ellas están en el centro de la devastación. Dejarán de existir como seres humanos, como lo que aquí consideramos seres humanos. Se les negará el derecho a ser personas. Serán cuerpos cubiertos con telas, en cárceles individuales cuya única celosía minúscula les permite no chocar con objetos y muros, nada más. Mirar desde detrás de su celda hecha manto. No podrán trabajar, por descontado, ni estudiar, ni llevar una vida fuera de sus domicilios, donde se acatará tales condiciones. Las niñas serán forzadas a matrimonios antes de su primera regla, las reventarán a la segunda con embarazos que sus menudos cuerpos son incapaces de soportar, serán violadas sin haber aprendido a jugar. Las mujeres serán asesinadas por pensar, por tratar de vivir, por respirar sacando la cabeza de cualquier sitio, de cualquiera. Su cabeza será objeto de violencia exterior e interior. Su desesperación valdrá menos que la orina de un perro y por ella perderán la vida.

Pero no se trata solo de Afganistán, no seamos cínicas, cínicos. Y para no herir las susceptibilidades de los idiotas, utilizaré a partir de ahora el término «inmensa mayoría». Cada uno interprete lo que crea.

En la inmensa mayoría de los países asiáticos, las mujeres son ciudadanas de segunda, si es que son ciudadanas. Sus derechos están recortados, si es que existen. Las niñas dejan de serlo con la primera violación. Las ancianas, despreciadas y echadas al moridero.

En la inmensa mayoría de los países africanos y el sur del Mediterráneo, las mujeres son ciudadanas de segunda, si es que son ciudadanas. Se ejerce contra mujeres y niñas una violencia de afilado metal y penetración a palo y machete. Sus derechos, su mera posibilidad despierta un desprecio sin disimulos. O directamente no es algo que se pueda plantear.

En la inmensa mayoría de Latinoamérica, las mujeres son ciudadanas de segunda, si es que son ciudadanas. Son violadas y asesinadas camino de las maquilas, son víctimas de esterilizaciones forzosas, son violadas antes de menstruar, sufren una violencia machista crudelísima, física, económica, sanitaria, educativa, política.

En la inmensa mayoría de los países de Europa y los estados de EEUU, las mujeres padecemos una violencia machista constante que, además, se minimiza con la excusa de medidas que no funcionan y el victimismo de unos hombres incapaces de mirar a la cara su masculinidad levantada sobre las agresiones habituales, cotidianas contra nosotras. En «Occidente», las mujeres y niñas violadas se cuentan por millones. Aquí surgen y medran cada vez más partidos de ultraderecha cuya principal base es la discriminación de las mujeres, la lucha por recortar nuestros derechos, el sometimiento de nuestros cuerpos y la negación de la violencia que se ejerce contra nosotras.

En la inmensa mayoría de los países del mundo.

El mundo entero ve extenderse y afianzarse un odio contra las mujeres que resulta aterrador. No es Afganistán, no son solo los talibanes. Si coloreáramos con un velo gris los territorios donde se ejerce violencia habitual contra las mujeres y las niñas, aquellos donde ni siquiera se nos considera sujetos de derechos, aquellos donde sencillamente nuestra vida vale menos que la de un animal, si lo hiciéramos, una atroz sombra cubriría la inmensa mayoría del mundo que habitamos. ¿Son los hombres conscientes de esta salvajada? ¿Son conscientes de que participan de ella?

Lamentablemente, se seguirá hablando en abstracto de una u otra ideología, de uno u otro régimen levantado contra los derechos humanos en abstracto.

En todas partes.

En el mundo entero.

Contra las mujeres cubiertas con el burka de la abstracción.