28 marzo 1958
Como presidente del Presidium, Vorochilov será el Jefe del Estado
Más poder para Nikita Kruschev en la Unión Soviética: suma el cargo de jefe de Gobierno reemplazando a Bulganin
Hechos
El 27.03.1958 Nikita Kruschev reemplazó a Nicolai Bulganin como Presidente del Consejo de Ministros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Lecturas
En 1957 Kruschev había purgado a la ‘vieja guardia’ stalinista encabezada por Malenkov.
A pesar de que como Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Nikita Krushev ya era el dictador absoluto de la URSS desde 1953, como presidente del Gobierno lograba equiparar su poder al de Stalin, que también concentró en su persona aquellos dos cargos.
28 Marzo 1958
El nuevo Stalin en Moscú
En la sesión conjunta celebrada ayer, 27 de marzo, por la tarde en Moscú el Soviet Supremo ha adoptado formalmente importante decisiones políticas.
No consideremos tal, aunque haya que tenerlo en cuenta desde el punto de vista digamos protocolario, la reelección de Klementi Vorochilov como presidente del Presidium del Soviet Supremo, cargo que representa la jefatura del Estado en la URSS. De manera que, contra lo que se había creído en diversas ocasiones, el viejo mariscal seguirá haciendo su papel de figura decorativa e inoperante en la cumbre formal del edificio estatal soviético.
Mucho más importante, obviamente, es la otra decisión adoptada por el Soviet Supremo – siempre por la habitual votación unánime – . Nos referimos a la aceptación de la dimisión de Bulganin como presidente del Consejo de ministros y el nombramiento para el mismo cargo de Nikita Kruschev.
Con ello, por primera vez desde la muerte de Stalin, los cargos decisivos de secretario del PCUS y de jefe de Gobierno se encuentran en manos de una misma persona. Ello, indudablemente, refuerza extraordinariamente el poder de ésta. Y, sobre todo, confirma hasta qué Kruschev ha logrado situarse en la cúspide del poder y reunir todas las riendas del mando entre sus dedos.
La designación de Kruschev como jefes del Gobierno cierra definitivamente y formalmente incluso, el periodo de gobierno ‘colegial’ que siguió a la muerte de Stalin, en marzo de 1953. En sucesivas etapas, y con tanta habilidad como dureza, Kruschev ha conseguido eliminar todos los obstáculos que se encontraban en el camino del poder personal supremo. Primero fue la eliminación de Beria, en la que Nikita jugó, todavía, un papel secundario. Pero, nótese, a las pocas semanas de muerto Stalin, el entonces jefe de Gobierno, Malenkov, abandonaría la Secretaría del partido, traspasándola a Nikita Kruschev. Ya éste no la abandonaría.
De manera que puede afirmarse que este puesto le ha servido, exactamente igual que le sirvió a Stalin para adueñarse del poder personal supremo en el inmenso imperio soviético. Desde la Secretaría, Kruschev ha ido moviendo los hilos y, en sucesivas actuaciones políticas, ha logrado su objetivo. De esas actuaciones, las finalmente decisivas han sido, como todo el mundo sbae, la liquidación del ‘grupo antipartido’ – Molotov, Malenkov, Kaganovich – y la del mariscal Zukov. Después de estos éxitos, la posición interna de Kruschev había ya quedado definitivamente asegurada. Además, se consideraba ya políticamente muerto a Bulganin: en junio pasado, durante la pugna con el trío Molotov, el jefe del Gobierno había cometido el error de vacilar en su fidelidad a Kruschev. Desde entonces estaba condenado virtualmente. La sesión del Soviet Supremo de ayer consagra formalmente, pues, una situación política cuya realidad era ya un hecho.
La decisión del Soviet Supremo, por lo demás, confirman que un régimen como el soviético, y en un país como Rusia, la dictadura no puede ser una oligarquía: exige el poder personal para poder subsistir. El poder personal, pues, lo va a ejercer desde ahora, sin rebozo alguno, este hombre que, pese a sus exuberancias físicas y verbales, no deja de ser un enigma en muchos y vitales aspectos. Y este ejercicio del mando absoluto centrado en una sola persona se va a hacer a cara descubierta, sin el empleo de instrumentos del tipo bulganiano. Jefe del Gobierno y primer secretario del PCUS, Nikita Kruschev afirma así, ante el mundo entero, que la responsabilidad de lo que haga la Unión Soviética de ahora en adelante es suya y sólo suya.
Por otra parte, la unánime votación del Soviet Supremo confirma lo que ya había sido demostrado paladinamente en el caso Zukov: es decir, que en la Unión Soviética, el centro único del poder, allí donde hay que ganarlo y donde se puede perder, es la organización del partido. Desde el puesto de secretario general del mismo, Stalin se impuso, sangrientamente, sobre sus pares, hasta convertirse en el ídolo que todos recordamos. Desde el mismo puesto – aunque bautizado más modestamente como ‘primer secretario’ – Kruschev se ha hecho, también, dueño del poder supremo, aunque haya actuado incruentamente por ahora.
Era de esperar que Kruschev quisiera formalizar legalmente la situación. Tanto más cuanto que esta formación sería susceptible de facilitar la eliminación de las últimas resistencias a su dictadura, si es que las había. Y es de suponer que Kruschev ha querido, asimismo, para la eventualidad de una conferencia ‘de alto nivel’, poder presentarse ante los jefes de Gobierno occidentales no como la ‘eminencia gris’ de un opaco Bulganin, sino con la plenitud de los poderes y en igualdad de posición jerárquica y política que los occidentales.
Todo esto es claro. Hay otra cuestión, en cambio, a la que no se puede contestar por el momento. Es la siguiente: ¿Es tan fuerte el poder de Nikita Kruschev como lo fue el de Stalin? ¿Es tan omnímodo y sin límites ni cortapisas? Las circunstancias son distintas, desde luego, que parecen obligar a tener en cuenta muchos más factores de limitación de los que se opusieron al georgiano. Pero, de esto, no podemos hablar con demasiado conocimiento de causa. Quizá lo que no haga el periodismo podrá hacerlo, algún día, la historia.
El Análisis
Con su nombramiento como Presidente del Consejo de Ministros, Nikita Kruschev ya no es solo el líder del Partido Comunista de la Unión Soviética; es también el jefe formal del Gobierno, acumulando un poder que, desde la muerte de Stalin, se había intentado fragmentar. A partir de ahora, todo en la URSS —desde la economía hasta la política exterior, desde los planes quinquenales hasta la carrera espacial— pasará por sus manos. Kruschev ha completado la consolidación de su mando, y lo ha hecho no sin limpieza interna: en 1957 eliminó del Politburó a pesos pesados como Malenkov, Molotov y Kaganovich, viejos camaradas del estalinismo, en una purga que, paradójicamente, firmó alguien que también fue pieza clave del aparato de Stalin.
Kruschev representa una extraña mezcla de ruptura y continuidad. Condenó los crímenes de su predecesor en su famoso “discurso secreto” de 1956, pero no deja de actuar con métodos típicamente soviéticos: control férreo del poder, eliminación de rivales, culto personal moderado. Su estilo es más rústico y populista que el de Stalin, pero su ambición no es menor. Bajo su mando, la URSS no sólo sigue siendo una potencia nuclear y militar, sino que ha dado un golpe simbólico en la Guerra Fría: el lanzamiento del Sputnik ha situado a la Unión Soviética a la vanguardia de la carrera espacial.
En este momento, el poder de Kruschev parece indiscutible. Mientras consiga sostener el equilibrio entre sus reformas internas —como el lento deshielo cultural o la crítica al terror estalinista— y la exigencia de mostrar firmeza frente a Estados Unidos, tendrá carta blanca para marcar el rumbo soviético. Pero si la historia del Kremlin enseña algo, es que el poder absoluto en Moscú es siempre provisional. Para hoy, Kruschev es el nuevo zar rojo. Para si ocurriera algo que le hiciera parecer débil ante Estados Unidos sus enemigos internos tendrán la última palabra.
J. F. Lamata