20 abril 1994

Muere el ex presidente de los Estados Unidos de América, Richard Nixon, tras un mandato caracterizado por el caso Watergate

Hechos

El 22 de abril de 1994 falleció Richard Nixon.

24 Abril 1994

Un hombre de poder

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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LA MUERTE de Richard Nixon priva al mundo de uno de los más experimentados analistas de los acontecimientos internacionales, uno de los grandes actores de la guerra fría, un precursor de una política de entendimiento entre los antiguos bloques y un visionario en el papel que correspondía otorgar a China. Sin embargo, el recuerdo de Nixon no evoca inmediatamente el reconocimiento de sus indiscutibles méritos como dirigente con perspectiva universal, sino el gran cataclismo que en la política norteamericana supuso el episodio del Watergate. Nixon se convirtió, ciertamente contra su voluntad, en el gran paradigma del hombre de poder que, brillante y lúcido, convencido de poseer un derecho superior, viola las reglas del Estado que representa. Ética y poder, un dilema muchas veces, conflicto siempre, que ocupa y preocupa a los hombres desde que se constituyeron las más primitivas organizaciones comunitarias y Estados embrionarios.Richard Nixon fue seguramente el presidente de más talla intelectual y de más pura estirpe política que EE UU ha tenido en la segunda mitad del siglo. Junto a su secretario de Estado, Henry Kissinger, formó el mejor tándem que pueda recordarse en análisis y acción de la política internacional. Sus viajes a Moscú y Pekín, sus éxitos en la negociación de acuerdos armamentísticos con la Unión Soviética, así como la decisión de retirar a su país de la guerra de Vietnam, pusieron de relieve sus virtudes como gobernante y le dieron un margen holgado para su reelección en 1972.

Pese a ello, la figura de Nixon está salpicada de puntos oscuros como para eclipsar sus méritos. Nixon fue el producto puro de la guerra fría, de una época en la que la política se entendía como el arte de la conspiración, la presión y el reparto de poder.

Mandó espiar las actividades del Partido Demócrata, utilizó al FBI y a la CIA para protegerse, y mintió y ocultó datos, después, para esquivar la justicia. Pagó por ello con su dimisión y con su retiro de toda actividad política durante varios años. Pese a su virtuosismo político y sus éxitos, cayó en medio del estrépito y la ignominia. Y sin embargo, hasta su muerte ayer, logró volver a erguirse y recuperar una respetabilidad que nadie le hubiera augurado años antes. Ha muerto, en fin, un hombre de poder que concibió éste como un príncipe del Renacimiento, y que, en una democracia, se encontró con unas reglas que despreció. Por ello su pueblo le despreció también. Tan cierto es esto como que era un hombre brillante. Tan brillante que él mismo se cegó. Es ése un peligro constante en el juego de poder de los hombres.