15 agosto 2006

Colaboró en medios del franquismo como PUEBLO o ARRIBA y con la democracia se alineó con posiciones más progresistas

Muere el histórico columnista progresista Carlos Luis Álvarez ‘Cándido’ presidente de la Asociación de Periodistas Europeos

Hechos

El 15.08.2006 falleció el periodista y columnista D. Carlos Luis Álvarez ‘Cándido’

16 Agosto 2006

Cándido, uno de los grandes

Miguel Ángel Aguilar

Leer

«No tengo dolores, pero me estoy extinguiendo», así hablaba, con la implacable lucidez de siempre, Carlos Luis Álvarez Cándido cuando los colegas de la Asociación de Periodistas Europeos le visitaban en su casa a finales de julio, antes de salir de vacaciones, sin saber que lo hacían por última vez. «Era uno de los grandes», decía ayer al conocer la noticia un periodista que había coincidido con él durante décadas en la redacción del diario Abc. «Parece que sólo se mueren los mejores», comentaba un enviado especial destacado estos días en Beirut.

Carlos Luis había llegado a Madrid desde su Oviedo natal, en cuyo registro civil figura inscrito el 14 de enero de 1928, en los primeros años cincuenta para estudiar derecho y periodismo. En 1956 sentó plaza más o menos precaria en el periódico de los Luca de Tena, cuando lo dirigía Luis Calvo quien, sabedor de que el recién llegado quería ser escritor, le dio dos encomiendas iniciales relativas a las inclemencias térmicas y a los sucesos.

Estos inicios excéntricos, el trato en aquella redacción con gentes atrabiliarias y cultas, su entrega a la lectura, su dedicación a algunos maestros como Ramón Pérez de Ayala y la precariedad resultante, que le obligó a depositar en una casa de empeño su propia máquina de escribir, fueron algunos de los factores que terminaron por aguzar con máxima finura su talento natural.

En periodismo Carlos Luis, como los buenos del cante, supo tocar todos los palos. En aquella redacción del Abc de la calle de Serrano, de la que se fue para volver al menos tantas veces como Azorín, se ocupó de la meteorología, de los sucesos, de la crónica municipal, de la crítica teatral, fue editorialista, enviado especial a la India y columnista de opinión. Allí recibió los máximos premios del periodismo de entonces. En 1961 el Luca de Tena por un editorial y en 1976 el Mariano de Cavia.

Prefería firmar con sus heteróni-mos, sobre todo Cándido y algunas veces Arturo.Hizo para La Hoja del Lunes la crónica parlamentaria de las Cortes Constituyentes que nos dieron la Carta Magna de 1978. Pasó por la colaboración en los diarios Pueblo y Arriba. Fue subdirector de la revista Índice y dirigió la última etapa de la revista satírica La Codorniz antes de sumarse al grupo inicial de Hermano Lobo junto a Chumy Chúmez y El Roto. También escribió de manera regular en el semanario Interviú y casi hasta ayer mismo en el semanario Tiempo.

En 1981 Carlos Luis Álvarez fue uno de los impulsores de la Sección Española de la Asociación de Periodistas Europeos, de la que asumió, desde su origen en la notaría de Félix Pastor Ridruejo hasta el día de hoy, la Presidencia. Debates, cursos, seminarios, encuentros, aquí y en tantos otros países de nuestro continente, en Marruecos, en toda América, han sido tribuna reiterada para sus reflexiones a propósito de la construcción de la unidad europea y de la libertad de expresión, coordenadas invariables de la APE.

Muchos años de trabajo, de discusión intelectual y de búsqueda de los apoyos necesarios para llevar a cabo todas esas convocatorias. También algún reconocimiento de primera magnitud, como cuando el Príncipe de Asturias aceptó la Presidencia de Honor que Carlos Luis le ofreció. O cuando le fue concedida este mismo año la Medalla de Oro del Trabajo y la Gran Cruz del Mérito Civil. Distinciones que le impusieron los ministros Jesús Caldera y Miguel Ángel Moratinos.

Cándido publicó entre otros libros Un periodista en la dictadura en 1976 yMemorias prohibidas en 1995 para dejar testimonio lúcido, con elegancia y desgarro de unos años airados y aportar si hiciera falta la prueba de que la ola de memoria histórica que ahora nos invade viene de mucho más atrás. A Cándido iremos para evitar que como repetía «la actualidad enmascare la realidad».

16 Agosto 2006

Un cronista en busca de utopías

Felipe Sahagún

Leer

Murió como vivió: tratando de hacer el menor ruido posible, sin molestar, un 15 de agosto a las cinco de la madrugada, por un cáncer de cólon, en el hospital de la Moraleja de Madrid.

Siempre he creído que los periodistas merecedores de un obituario deberían dejarlo escrito ellos mismos para no hacernos sufrir a los amigos, pero ninguno me hace caso. Con Carlos Luis Álvarez (Cándido por el personaje de Voltaire) compartí durante más de 20 años el Consejo de la Asociación de Periodistas Europeos, durante otros tantos años el jurado de los premios anuales de redacción de Coca-Cola y, durante sólo cuatro meses, entre 1982 y 1983, responsabilidades en RTVE.

Desde que el rictus cerebral, complicado por su vieja diabetes, le apartó casi del todo de este mundo en octubre del año pasado, Cándido siempre respondía igual cuando le preguntábamos cómo se encontraba: «Aquí, extinguiéndome». Miguel Ángel Aguilar, su mejor amigo, le consiguió (en España, por merecimientos propios, que a él le sobraban, no se consigue nada si no tienes amigos) al final de su vida dos nuevos premios: la Medalla al Mérito del Trabajo y la Gran Cruz del Mérito Civil. Al entregársela, el ministro de Exteriores, Moratinos, recuperó una cita de las memorias de Eduardo Haro Teglen sobre su amigo: «Tiene una cultura, un conocimiento sagrado de clásicos y modernos, los romanos o los asturianos, Cicerón o Pérez de Ayala, un giro latino, una lectura particular y misteriosa de lo sagrado, un fondo milenario de sefardita, y escribía con todo ello».

En su respuesta, Cándido se declaró «un creyente en las grandes utopías que buscan las dimensiones perdidas del hombre… desde Campanella a Bacon, desde Tomás Moro a Platón». Y concluyó: «La pregunta amarga es de qué nos han servido los Estados y el Derecho Internacional a los hombres del siglo XX… Espero que los hombres del siglo XXI lo hagan mejor».

Nacido en Oviedo en 1928 e hijo de periodista, en su libro autobiográfico Memorias prohibidas (1995) cuenta su primera salida en tren de los valles y montañas asturianos, con 13 años, para estudiar en Madrid y la impresión del paisaje que vio al entrar en Tierra de Campos: «Nunca había visto tan lejos. Me sentí abandonado, era como una pérdida del centro… Abandonaba la posguerra asturiana para ingresar en la posguerra de Madrid».

A partir de ahí, la Facultad de Derecho, la Escuela de Periodismo de Juan Aparicio y su primer trabajo en ABC, en 1955, en la sección de Local. No dejó ABC definitivamente hasta 1982, pero en esos 27 años fue también subdirector de la revista Índice, redactor de Pueblo o la Hoja del Lunes, director de La Codorniz en su última etapa y cofundador de Hermano Lobo.

«Buena gente, gran maestro y periodista excepcional», dijo de él ayer en Radio 1 Antonio Fraguas (Forges). «Cuando el cuerpo te pedía gritar, él mantenía que se podía decir todo si se decía bien. Lo mejor es releer sus crónicas parlamentarias». Algunas de las mejores están recogidas en otro de sus libros, Setenta y cuatro artículos de Cándido en ABC.

Ningún género le fue ajeno, aunque la columna es el que le dio más fama. Martín Prieto, en su serie Las mujeres de mi agenda, al retratar a Carmen Rigalt, distingue a los periodistas de telescopio como él y a los de microscopio y de miniatura, entre los que incluye a Carlos Luis Álvarez y a Carmen Rigalt. «Siempre le admiré desde que, adolescente, leí un artículo suyo que sólo relataba sus reflexiones viendo por una ventana a un obrero apaleando arena… Era un folio, pero para escribir aquello era requisito previo haber leído a Heiddeger», señalaba Martín Prieto.

Tras su efímero paso por la dirección de comunicación de RTVE, se incorporó al Grupo Zeta, en cuyas publicaciones ha continuado escribiendo prácticamente hasta el final de su vida. «Fue uno de los periodistas literarios más brillantes», dijo ayer Diego Carcedo, asturiano como Cándido y amigo. «Uno de los grandes periodistas españoles del siglo XX».

Hasta de negro le tocó hacer en sus comienzos profesionales. Maestro de la ironía, con gran sentido del humor, varias veces escuché de sus labios cómo, en 1956, por 25.000 pesetas, escribió en 370 páginas 20 biografías de supuestos mártires de la Guerra Civil muertos por la fe. El libro, firmado por el abad Justo Pérez de Urbel, del Valle de los Caídos, lleva por título Los mártires de la Iglesia y hast el L`Osservatore Romano hizo grandes elogios de él. Como le faltaba información, se inventó a unos cuantos mártires plagiando, sobre todo, Checas de Madrid, de Tomás Borrás.

Nunca lo contaba como un mérito. «La miseria fue moral, social, de todo orden», repetía al hablar aquellos años. «Los 25 o 30 años siguientes a la Guerra Civil fueron dramáticamente empobrecedores. Varias generaciones no hemos tenido maestros. La libertad fue casi una cosa artificial».

En los últimos años del franquismo y durante la Transición se convirtió en uno de los periodistas que más impulsaron la democracia. Aparte de sus crónicas, reportajes, entrevistas, críticas y columnas, nos ha dejado en forma de libro Las ciento y una últimas horas de Cándido, La rueda, Miseria y explendor de la India, Penúltima hora, Azorín ante el cine, Caperucita y los lobos, Pecado escarlata, Un periodista en la dictadura, La sangre de la rosa, De ayer a hoy y el ya citado, su biografía, Memorias prohibidas.

Entre los numerosos premios que jalonan su carrera destacan el González-Ruano, el Luca de Tena, el Mariano de Cavia, el Periodista del Año (1968), el Premio Foro Teatral a la mejor crítica de teatro, el Premio Europeo de Periodismo y el Javier Bueno. Desde su fundación, en 1982, ha presidido la Asociación de Periodistas Europeos de España.