23 septiembre 1994

Muere el periodista Felipe Navarro García ‘Yale’, padre de la escritora progresista Julia Navarro

Hechos

El 23 de septiembre de 1994 falleció el periodista D. Felipe Navarro García ‘Yale’.

24 Septiembre 1994

FELIPE NAVARRO, YALE

Carmen Rigalt

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Ha muerto un vividor, un hombre que respiró optimismo y vitalidad hasta el último minuto de su existencia. Felipe Navarro, Yale, fue mi primer redactor jefe y ahora, cuando me siento frente al ordenador para entonar un suspiro por su recuerdo, siento que también ha querido ser el último.

La misma persona que un día me ayudó a estrenarme como reportera en el diario Pueblo quiere hoy, desde el silencio, que redacte su propio obituario en EL MUNDO. Estas líneas las hubiera podido escribir Raúl del Pozo, que fue uno de sus mejores compañeros de correrías, pero Raúl es más alérgico a la muerte que yo y cruza los dedos mientras yo entono un padrenuestro.

Yale había desaparecido de nuestras vidas hace ya años, cuando una enfermedad de mal agüero se le cruzó en el camino y le obligó a abandonar la profesión en 1985. Contra lo que siempre fue su deseo, lo devoró el olvido y su figura zascandilona dejó de frecuentar la noche y los lugares de moda. Ya nadie hablaba de Yale ni evocaba sus hazañas de reportero entrometido y audaz. «El periodista tiene que ganarse el pan y el nombre cada día y nada de lo que ha hecho anteriromente puede servirle para el futuro», había escrito poco tiempo antes de caer enfermo. Esa era su máxima y a ella se aferró mientras se lo permitieron sus fuerzas. Yale no quería tener un curriculum vitae. Se sabe que nació en Córdoba en 1930 y que llegó al periodismo a los 17 años, graduándose en la Escuela una década después. Escribió más de quince mil entrevistas y otros tantos reportajes. Perteneció a las redacciones de El Alcazar, Informaciones, Madrid, Pueblo, Nuevo Diario, Hola, Interviú, Sal y Pimienta, El Imparcial y El Periódico de Cataluña, entre otras.

De la Costa Fleming a Vietnam, de Villalobillos a la Argentina de Perón, siempre demostró su casta de reportero nato. Le gustaba definirse como un guerrillero de la noticia, pero la muerte le ganó la batalla ayer, en Toledo. Hoy, sus hijos dan grandeza a la profesión desde la misma trinchera.

27 Septiembre 1994

Yale

Francisco Umbral

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Se llamaba Felipe Navarro y me dice Carmen Rigalt que las nuevas generaciones de periodistas ya no saben quién era. Bueno, pues que acaba de morir y fue el reportero que, en pleno franquismo, más luchó por hacérselo a su aire, como un maquis de la información, como un lobo estepario de la libertad de Prensa, como un violador nocturno de intimidades, excelencias y protocolos. A su manera, volvió del revés la dignidad/indignidad del cuarentañismo, fue el quinqui de la noticia negra y dejó en bragas a casi todas las marquesas de título vaticano.

En su crepúsculo nada sentimental, ya en los ochenta, nos citábamos en «Acuario», Costa Fleming, como la pusieron entre él y Raúl del Pozo, para tomarnos unos whiskies e intercambiar mentiras. El llegaba en silla de ruedas, conducido por alguien de su barroca familia, y luego, cuando los amigos y colegas nos íbamos yendo, se quedaba allí solo, con el último whisky, esperando que vinieran a recogerle, pícaro y patético, prefinal y listo, hasta que, tal que ayer, ha llegado a recogerle la muerte. Tenía la mala leche de los cojos, mayormente Quevedo, e hizo un periodismo bronco, popular, audaz y un poco canalla, que parecía ignorar la circunspección y la mantilla de aquel Régimen que siempre iba de mantilla. «La escuela de Pueblo», sí, la escuela de Pueblo, qué pasa, yo nunca estuve en ella, pero ahí está Emilio Romero, que comprendió bien que sólo sus jóvenes chacales podían meterle un poco de sangre a aquellos periódicos del BOE.

De allí salieron Tico Medina, mi hermano Raúl, Juan Luis Cebrián, Hermida, Olano, José María García, Carril, Amilibia, Yale, la dulce y ácida Carmen Rigalt, y siguen las firmas. Fueron la ronca revolucionaria de un reporterismo que rompía las costuras de papel de los periódicos franquistas y nos daba la cruda y bulliciosa vida española, populosa de Ava Gardner, el Cordobés, Luis Miguel, el lolitismo de Marisol, la capitanía de Gento, los crímenes de la Gran Vía, el caso y El Caso, las putas con antifaz en las tetas y Gregory Peck como eslabón perdido entre nuestra gloriosa autarquía y las democracias corruptas de Occidente. Iban todos a Barajas todas las mañanas a cazar famosos y extranjeras, porque estaban rompiendo a su manera el cerco internacional, para alegría y curiosidad de los españoles prisioneros de su Victoria. El que mejor tiraba de pluma era Tico Medina, y el que levantaba un puñal definitivo, con la sangre de última hora entrando en máquinas, era Yale, el cojo imparable, el genio del ajedrez, a quien los crímenes y los asesinados le caían solos sobre el folio mientras él le daba jaque a la reina de un colega. Por aquel tornado de prosa vespertina nos entraba el mundo real, con sus aluviones de sangre y vino, de dólares y mierda, lejos de la gelidez curial y el editorial marmóreo de los periódicos de la mañana. Yale sabía, a lo mejor sin saberlo, que el periodismo es la situación límite de la libertad, y tenía el cuchillo del escándalo, con el que siempre pillaba un rayo de sol o de luna, para desgarrar los forros a la biuti del estraperlo y los visonazos del INI.

Aquellos chicos, que no se metían en política, porque política no había, sino sólo Orden, desordenaban el Orden todas las tardes, con sus titulares gordos como andamios de la juerga siniestra. El gran Pedro J. Ramírez, en su etapa de Diario 16, fue el último que supo prolongar aquella tradición estrepitosa del escándalo vespertino, aunque pasado ya por la inteligencia, la depuración y el diseño de un periódico democrático en libertad. Pero cuando aún no se podía desvelar al ministro, Yale se las arreglaba con la ministra o con su nueva frontera sentimental. Pasó su época y la historia le trajo una silla de ruedas. Alguna vez la empujé con amor. Me dice Carmen que los jóvenes ya, etc.