23 julio 1999

Muere el pintor Antonio Saura fundador del prestigioso grupo ‘El Paso’ e innovador de la plástica de posguerra

Hechos

El 23 de julio de 1998 falleció D. Antonio Saura.

Lecturas

La desaparición de Antonio Saura supone para la cultura y el arte la pérdida de una de las figuras más poderosas, transformadoras y significativas del panorama creativo español de la segunda mitad del siglo XX. Saura fue uno de los artistas que, en pleno franquismo, asumió el reto intelectual y cívico de trabajar desde la modernidad y al mismo tiempo revisar los motivos más eternos de la gran pintura tradicional. Su fundación del Grupo El Paso en 1957 fue uno de los hitos que llevaron al arte español de la posguerra civil el impulso innovador que recogía el testigo de las vanguardias históricas y lo expandía hacia los ámbitos del expresionismo abstracto, la corriente plástica dominante desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta finales de los años 70.

Actividades como las de El Paso, sumadas a las de otros colectivos como el grupo catalán Dau al Set (integrado por Antoni Tàpies, Joan Ponç y el poeta Joan Brossa, entre otros) y a la revelación de creadores como Jorge Oteiza y Eduardo Chillida fueron la inyección de aire fresco que devolvió la creación plástica española a la primera línea internacional. Puede considerarse a Saura no sólo como uno de los grandes artistas españoles del siglo XX, sino también como una de las figuras señeras que, desde el terreno de la cultura, ha contribuido a la evolución del país hacia una sociedad abierta, demnocrática y culturalmente avanzada.

Pero Saura no es únicamente un artista de la modernidad: muchos de sus motivos pictóricos, las series en las que ha venido perseverando desde hace cuarenta años con intensidad obsesiva, constante autenticidad y espíritu audaz (multitudes, damas, retratos históricos, crucifixiones) tienden un puente de siglos y dialogan con el gran arte occidental de todas las épocas. De sus crucifixiones, por ejemplo, se ha dicho que dialogan con las de Giotto, Tintoretto, Durero, Rubens, Rembrandt, Zurbarán o Velázquez, pero también tienen en cuenta las visiones de creadores modernos como Picasso, Matisse, Rouault o Bacon.

Saura ha revisitado esos motivos eternos con una nueva vuelta de tuerca: el aparente y cruel abandono con que el siglo XX ha asistido a sus peores episodios de brutalidad. En este sentido, aunque desde una poética sumamente distinta y acaso más rica en referencias y contenidos, Saura ha sido equiparado a otro gran transformador de la plástica contemporánea que también tuvo la gran pintura española como fuente de inspiración: Francis Bacon.

Antonio Saura, como muchos artistas contemporáneos, fue autodidacta, y en sus inicios, al igual que en los de otros grandes creadores, hay un largo paréntesis de introspección propiciado por una larga enfermedad. Tras sus primeras etapas plásticas más o menos surrealistas y después de una estadía en París a principios de los años 50 durante la que se relacionó con artistas de esa tendencia, Saura sorprendió en 1956 con sus primeras Damas y Autorretratos, en una exposición en la Biblioteca Nacional de Madrid. Al año siguiente fundó el grupo El Paso con Rafael Canogar, Manuel Millares y Luis Feito, y presentó en Barcelona la exposición Otro arte, durante la que entró en contacto con Antoni Tàpies y los demás artistas de Dau al Set.

A partir de finales de esa década, Saura iniciaría una trayectoria artística internacional jalonada por hitos como su primera participación en la Documenta 2 de Kassel (fue en 1959: volvió a ser invitado en 1964 y 1977), la recepción del premio Guggenheim en 1960 y su primera exposición neoyorquina en la galería Pierre Matisse (1961). Por entonces, el artista inició su actividad política, de signo democrático y progresista, que no interrumpiría hasta el final del franquismo y el restablecimiento de la democracia.

En 1965, cuando ya había comenzado a realizar obras en color tras una fase dominada por las telas en blanco y negro, Saura destruyó por propia voluntad más de cien telas en su taller de Cuenca. Poco más tarde, iniciaría su serie de Mujeres con sillas de brazos y posteriormente, entre 1972 y 1975, las series cartones y superposiciones, así como los grandes montajes conocidos como trampantojos, metamorfosis y rompecabezas. La galería Juana Mordó de Madrid acogió en 1972 la primera exposición antológica de su obra. Tres años más tarde, la galería barcelonesa Maeght presentó otra exposición retrospectiva, y en 1979 lo haría el Stedelijk Museum de Amsterdam, con una gran exhibición que después viajó por la Kunsthalle de Düsseldorf, la Casa de las Alhajas de Madrid y la Fundación Joan Miró de Barcelona.

Durante los años 70, Saura sufrió también distintos avatares, como el incendio que en 1974 destruyó el taller de París en donde trabajaba desde mediados de los 60, o el otro siniestro que en 1979 se declaró en su casa de Cuenca, destruyendo una parte de sus archivos y colecciones de arte. En 1977 fue expulsado de Francia por unas declaraciones políticas, pero la medida no se hizo efectiva ante la avalancha de protestas.

Simultáneamente, Saura proseguía su particularísima y fecunda investigación plástica, que le llevó a cultivar prácticamente todas las disciplinas pictóricas y de las artes gráficas. Grabados, aguafuertes -como la serie de 1977 titulada La cámara ardiente o los amores célebres- óleos y litografías jalonan su obra de aquellos años junto a trabajos especiales como el espacio escénico del espectáculo de danza Carmen de Antonio Gades y Carlos Saura, o la escenografía de Peces abisales, un montaje de Joan Baixas y el Teatre Claca.

En 1985 realizó un conjunto de grandes pinturas que se exhibieron en las antiguas abadías francesas de Montmajour y Sénanque. En 1987, la Diputación de Huesca, su ciudad natal, le encargó la realización de un gran mural de veinte metros de ancho por diez de alto, que se tituló Elegía y que figura entre sus obras más celebradas.

Residente entre París y Cuenca, con algunas largas estancias en La Habana, Saura combinó la pintura con las actividades cívicas -presidió en París el comité de la organización de artista de todo el mundo contra el apartheid- y con ensayos como su celebrado panfleto Contra el Guernika (1982) o sus críticas a la limpieza y restauración de Las Meninas, de las que dijo que el trabajo de limpieza había arrebatado al cuadro su misterio.

Destacó también en sus trabajos de ilustración para libros de bibliófilo de diferentes autores, como las 69 litografías en negro que realizó en 1988 para la edición de los diarios de Franz Kafka, o su ilustración de la edición de Don Quijote de La Mancha, realizada en 1987 para el Círculo de Lectores. En 1990 ilustró la obra El Criticón de Baltasar Gracián, un Poemario de San Juan de la Cruz y una edición del Pinocho de Collodi.

Antonio Saura era possedor de la orden de Chevalier des Arts et des Lettres, otorgada por el Gobierno francés y en 1982 recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes.

Navarro Arisa