21 julio 2007

Será reemplazado en la presidencia por su hijo, Ignacio Polanco, aunque se acrecienta el poder del Consejero Delegado, Juan Luis Cebrián

Muere el Presidente del Grupo PRISA, Jesús Polanco, el principal magnate de los medios de comunicación de España

Hechos

  • El 21.07.2007 falleció el Presidente del Grupo PRISA (propietario, entre otras cosas del diario EL PAÍS, la emisora Cadena SER y las cadenas de televisión CUATRO, LOCALIA y CNN+), D. Jesús Polanco.

Lecturas

El 21 de julio de 2007 fallece D. Jesús Polanco Gutiérrez, presidente y fundador del Grupo PRISA. Es reemplazado por su hijo D. Ignacio Polanco Moreno cuya familia, a través de la sociedad Rucandio (Grupo Timón y PROPUSA) controla el 70% del capital de la compañía. D. Ignacio Polanco Moreno también asume la presidencia de El País como Presidente de Diario El País S. L.

AMPLIO ECO EN EL GRUPO PRISA A LA MUERTE DE SU PRESIDENTE:

zap_muertePolanco Los informativos del canal CUATRO, el canal del Grupo PRISA, dedicaron amplio espacio a informar del fallecimiento del presidente y accionista mayoritario del grupo.

zap_IgnacioPolanco D. Ignacio Polanco, hijo de D. Jesús Polanco, fue designado nuevo presidente del Grupo PRISA y prometió que su gestión sería ‘de continuidad’, aseguró que habría estabilidad accionarial y que mantendría el plantel de profesionales dirigido por D. Juan Luis Cebrián que garantizaba un futuro de éxito.

zap_muertePolancoCebrianGabilondoEl canal CUATRO emitió un documental de homenaje a D. Jesús Polanco en el que el presentador estrella del Grupo PRISA, D. Iñaki Gabilondo realizó una amplia entrevista al CEO del Grupo PRISA, D. Juan Luis Cebrián, para que analizaran toda la trayectoria del fallecido Sr. Polanco y del propio Grupo PRISA. El Sr. Cebrián mostró su convencimiento de que a PRISA le esperaba una etapa aún más fructífera.

 zap_muertePolancoVargasLlosaEl escritor D. Mario Vargas Llosa intervino por teléfono para elogiar a D. Jesús Polanco por haber entendido que en el mundo actual no debía de haber fronteras y que acertó con su visión sobre la evolución de nuestro tiempo.

zap_muertePolancoAlierta El presidente de Telefónica, D. César Alierta, que fuera primero rival y luego socio de PRISA en DIGITAL PLUS, también dedicó palabras de elogio al fallecido Sr. Polanco en CUATRO.

zap_muertePolancoGodo El presidente del Grupo Godó (dueño de LA VANGUARDIA), D. Javier de Godó Conde de Godó socio del Grupo PRISA en Unión Radio elogió el carácter trabajador del Sr. Polanco.

zap_muertePolancoBotin  El presidente del Banco Santander, D. Emilio Botín, que fuera socio de PRISA en CANAL PLUS vía Bankinter, mostró su pesar por la muerte del Sr. Polanco, amigo de la familia Botín desde hacía años, puesto que ambos eran cántabros.

En el homenaje de CUATRO al Sr. Polanco no participaron representantes del resto de diarios de ámbito nacional: los periódicos EL MUNDO (Unidad Editorial), ABC (Vocento) o LA RAZÓN (Grupo Planeta) que en distintas etapas de su trayectoria mantuvieron de una manera u otra fuertes enfrentamientos con el presidente del Grupo PRISA.

INDIGNACIÓN EN PRISA POR EL TRATAMIENTO MEDIÁTICO DE EL MUNDO

Si al morir D. Antonio Asensio, ya hubo en el entorno del Grupo Zeta mucha indignación con el artículo obituario que publicó EL MUNDO, mucho mayor fue la indignación en el Grupo PRISA por el tratamiento de EL MUNDO a la muerte de D. Jesús Polanco. Los periodistas y directivos de PRISA no prestaron mucha atención al artículo de D. Jesús Cacho (ex periodista de PRISA) en EL CONFIDENCIAL, pero sí a los artículos en EL MUNDO de D. Víctor de la Serna y, en especial, de D. José Luis Martín Prieto (también ex periodista de PRISA). D. Carlos Llamas respondería al día siguiente.

22 Julio 2006

Tres mensajes de futuro

Javier Moreno

Leer

El primer mensaje de Jesús lo recibí una mañana de febrero de 1992, en la Universidad Autónoma de Madrid, pero sólo muchos años después, cuando almorcé por primera vez a solas con él, comprendí hasta qué punto su vida había pivotado sobre esa idea, sencilla, terca, pero tan eficaz como necesaria para la democracia y las libertades en la España que comenzó a nacer en 1975.

Era el primer discurso que yo le escuchaba, y la primera vez que le veía. La información, dijo, es un derecho de los ciudadanos y no una prerrogativa propia de los periodistas; la prensa es más un límite social a la arbitrariedad y al abuso de poder que un poder en sí misma. Y concluyó con un consejo: si como jóvenes periodistas que nos disponíamos a ser queríamos influir en la sociedad, una cosa había de quedar clara: los datos son más tercos que las opiniones y, a la larga, más eficaces.

No era poca cosa. En ese momento comenzaba a cristalizar en España una preocupante indefensión de los ciudadanos ante los abusos y la corrupción de algunos medios, que continúan hasta hoy empeñados en quebrar al mismo tiempo, y sin excepción alguna, todas las normas de la deontología profesional y todas las pautas de convivencia democrática entre los españoles. Las palabras de Jesús resultaron proféticas, aunque sólo hoy, 15 años después, comencemos a atisbar de qué son capaces.

El segundo mensaje, decisivo en mi relación con Jesús, me llegó durante un almuerzo en su casa. Yo llevaba unas semanas en la dirección de EL PAÍS cuando me llamó para invitarme a compartir mesa, cambiar impresiones y preguntarme por mis planes al frente del periódico. Tuve en aquel momento la sensación, de una forma u otra, de que le importaba ratificar el pacto que selló un día de 1976, antes del nacimiento del periódico, con Juan Luis Cebrián, su primer director, y que ha mantenido con todos los que hemos ejercido o ejercemos la máxima responsabilidad en un periódico cuya primera tarea ha sido la modernización de este país y la consolidación de la democracia, lo que le ha acarreado no pocos enemigos, que lo son a la vez de EL PAÍS y de lo que éste simboliza: una sociedad abierta, moderna y avanzada.

Para hacerles frente ha resultado siempre imprescindible el compromiso de Polanco con la independencia del periódico, su defensa intransigente ante los ataques a la redacción, sus responsables y su línea editorial, bajo la forma que éstos hayan querido adoptar: sea de gimoteo falsamente dolido en sus oídos, acostumbrados ya a distinguir con rapidez el grano de la verdad de la paja interesada; en los tribunales, como conjunción de jueces prevaricadores, periodistas corruptos y políticos traidores a su compromiso con la democracia; o también, finalmente, en forma de ataques travestidos de boicoteo mezquino, perfectamente inútiles por lo demás.

Él era consciente de todo ello. Frente a un plato de cuchara desgranó con precisión las ideas que le escuchara yo aquel día ya lejano de 1992, cuando comencé mi andadura en la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS. La insistencia en la independencia del periódico ante el poder político y los gobiernos -todos los gobiernos-; la obsesión por la calidad profesional de sus redactores, yo diría incluso que por su calidad moral, una moral amplia, ciudadana, democrática, generosa; el gusto por el trabajo bien hecho; la exigencia del rigor; el destierro de la autocomplacencia: todo lo que le ha caracterizado en su vida profesional, y también personal, reapareció como por ensalmo aquel mediodía. Ésa era la clave de bóveda de una empresa de modernidad y conquista del futuro cuyo espíritu fundacional no ha cambiado desde 1976: la confianza de Jesús en los equipos profesionales que han conformado EL PAÍS desde los primeros días de su éxito temprano.

Le parecía a él que mucho de ello se resumía en el simple hecho de que me había elegido como director sin siquiera haber almorzado ni cenado nunca a solas conmigo, lo que venía a demostrar, dijo, su confianza en los profesionales de EL PAÍS y, en última instancia, su convicción de que los periódicos los han de hacer los periodistas. Socarrón, inclinándose hacia adelante, me dijo:

-Algún día habrá que contarlo. No se lo creerá nadie.

Pero así es. Creo que estaba orgulloso de ello. Y por eso lo cuento aquí. Nada de eso cambió el miércoles pasado, cuando mantuve la última conversación con él, más bien al contrario. Como con los anteriores directores del periódico, Jesús sostenía frecuentes conversaciones conmigo, y más que del contenido detallado del periódico, de su primera página o de sus editoriales, gustaba de informarse sobre cómo iban las cosas.

Pero el miércoles el dolor le quebró. Le había llamado para charlar con él a última hora de la tarde. Cuando colgó el teléfono no sonó a despedida, pero lo fue. También había un último mensaje: lo que Jesús ha encarnado para la democracia y las libertades en este país no muere con él. El espíritu de un empresario independiente o de una familia que, en última instancia, garantiza que los valores periodísticos permanezcan en el corazón del negocio pervive en sus hijos. El compromiso de esta redacción es, desde hoy, continuar la tarea que él lideró durante 30 años, probablemente los más fecundos de la historia reciente de España.

23 Junio 2007

Jesús

Juan Luis Cebrián

Leer

En estos días atrás, el dolor era tan insoportable que ni siquiera leía EL PAÍS. Cuando me lo comentaron sus hijos comprendí que su estado tenía que ser peor de lo que aparentaba, pues renunciar a la lectura del diario, su diario, era un signo inequívoco de que había comenzado a desinteresarse por la vida. Todos sabíamos que pertenecía a la estirpe de los que mueren con las botas puestas. Por eso, frente a las insidias de la enfermedad y el sufrimiento luchó por mantenerse erguido y activo hasta el último minuto.

Conocí a Jesús en el invierno de 1975, a los postres de una conferencia pronunciada por Francisco Fernández Ordóñez en el Club Siglo XXI. Paco y yo habíamos contribuido, cada uno a nuestra manera, a la tímida apertura política que intentaron tras el asesinato de Carrero Blanco algunos franquistas deseosos de convertirse a la democracia con la complicidad, más o menos evidente, de sectores de la oposición. Por aquel entonces Jesús acompañaba en su andadura política a Dionisio Ridruejo, el único auténtico referente ideológico que ha tenido en su vida. Tras la conferencia, se me acercó y me dijo escuetamente:

-Tenemos que hablar de EL PAÍS.

Ahí comenzó una relación que ha durado treinta y dos años.

Jesús Polanco ha sido, sin género de dudas, la persona con la que he hablado más horas en mi vida, y yo debo ser también con quien más tiempo ha pasado él conversando desde aquel encuentro en Madrid. Pese a nuestra diferencia de edad, mantuvimos una amistad profunda marcada por el respeto mutuo, la coincidencia de criterios y la persecución de objetivos comunes. Durante más de tres décadas, sus enemigos y los míos, y los enemigos de lo que EL PAÍS representa en la sociedad española, pugnaron repetidas veces por romper los lazos que nos hermanaron en tantas cosas. Nunca consiguieron generar entre nosotros la más mínima grieta. Eso no significa que no discutiéramos, incluso con acrimonia, en multitud de ocasiones. Jesús era un dialéctico por naturaleza y gustaba de cuestionarse hasta sus propias afirmaciones, expresadas muy a menudo con total rotundidad. Sobre todo en los años difíciles de la Transición, no era infrecuente que discrepáramos con acaloramiento. Pero habíamos sellado entre nosotros una alianza de sangre en torno al propósito fundacional de EL PAÍS. Éste es el único secreto, un secreto a voces, de nuestra estrechísima relación que nunca se vio enturbiada por la sospecha propia ni la maledicencia ajena. Así se lo expliqué una vez a Ignacio Polanco, que me apuntaba lo peculiar y admirable de la amistad entre los dos. Es muy fácil, le dije, se llama lealtad mutua. Él me permitió hacer el periódico que yo quería y lo defendió ante los numerosos ataques que recibíamos. Sin él, EL PAÍS no habría existido, no como lo conocemos. Por eso era tan mal signo el que hubiera decidido dejar de leerlo.

El primer juramento de esa alianza lo rubricamos en un restaurante de Madrid en marzo de 1976. Le invité a comer después de un encendido debate que habíamos tenido con nuestro presidente respecto a la gobernanza de la redacción del periódico, cuya absoluta responsabilidad yo reclamaba para el director. Yo no te fallaré, le dije, y para mí el único interlocutor en la empresa eres tú, como consejero delegado. Me contestó que su único interlocutor en el diario sería yo como director. Este pacto lo mantuvo luego con cuantos han ejercido la máxima responsabilidad en el periódico.

A él le gustaba recordar que cuando EL PAÍS tuvo el inicial éxito fulgurante que ni siquiera nosotros esperábamos empezaron todos nuestros problemas, fácilmente resumibles en uno: cómo defender la independencia del diario frente a las presiones y ambiciones de todo tipo que conspiraban contra ella. Jesús Polanco jugó un papel esencial en ello. Gracias a su éxito empresarial en Santillana pudo aportar el pulmón financiero que nos permitió a los periodistas respirar con libertad. Él avaló personalmente la primera rotativa de EL PAÍS, pagó de su bolsillo la nómina de la empresa un mes antes de que apareciera el diario, creyó en el proyecto cuando nadie creía y no se cubrían las ampliaciones de capital, amparó como editor la línea progresista del periódico, lideró la empresa, apostó por su futuro y se embarcó en la navegación acompañado de un equipo humano que dirigía alguien que apenas acababa de cumplir los 31 años. Tantas muestras de lealtad hacia los profesionales explican mejor que nada su manera de ser y de hacer como empresario.

Jesús Polanco solía insistir en la peculiaridad de PRISA como grupo de empresas. Su objetivo, como el de cualquier otra actividad productiva, es ganar dinero, pero sus motivaciones son más amplias y esenciales. EL PAÍS nació para contribuir a la construcción de la democracia y a la modernización social de España. Eso es algo que él tuvo siempre muy claro, y no cesó de recordarlo en intervenciones públicas y privadas. La última de éstas, muy sonada, fue en la Junta General de Accionistas de PRISA el pasado mes de marzo. En respuesta a preguntas de un asistente insistió en la independencia del periódico, mencionó los frecuentes problemas que tiene con el poder constituido, y reclamó al tiempo una derecha más democrática y constructiva, menos mirando hacia el pasado. Sus palabras no gustaron al principal partido de la oposición que no sólo declaró un boicot a las empresas presididas por Jesús sino que le distinguió con ninguneos y ausencias inmerecidas para quien tanto ha contribuido a la cultura y la información en nuestro país, y a la presencia de lo español en toda la América Latina.

Polanco fue un empresario de éxito y un hombre influyente, quizás hasta poderoso. Pero era difícil reconocerlo en los perfiles y retratos que con insidiosa inquina prodigaban de él algunos de sus competidores y adversarios. Jesús comentaba jocoso que estaba deseando conocer a ese Polanco tan denostado del que hablaban en la radio, pues a juzgar por lo que le atacaban le parecía que debía ser alguien interesante. Nunca se comportó como el magnate a lo Ciudadano Kane con quien trataban de identificarle. Siempre contempló sus empresas como el fruto de la actividad de un grupo de amigos que nos dedicamos a hacer cosas que nos divierten. Su legado principal es un ejemplo de trabajo y honestidad, por lo que tampoco permitió jamás que el éxito económico y la adulación barata le condujeran por un camino equivocado. Comedido y austero, disfrutó de la vida sin abusos, luchó contra la soledad inevitable que rodea a los triunfadores y soportó con admirable estoicismo el dolor que durante meses le anunciaba lo cercano de su fin. Este país, esta España terrible de las dos Españas que algunos persisten en querer resucitar, le dio mucho menos de lo que él le había entregado. Nuestra democracia tiene una deuda con Jesús Polanco.

22 Julio 2007

El editor del poder

Víctor de la Serna Arenillas

Leer

Jesús de Polanco Gutiérrez, presidente del grupo Prisa, el hombre más poderoso de la historia de los medios informativos en España y el único ciudadano particular que año tras año ha superado a los gobernantes más destacados en las listas de los españoles influyentes, acaba de fallecer a los 77 años, víctima de la enfermedad cancerosa que había ido minando su salud durante los últimos años. Polanco deja como legado el grupo de comunicación más potente y rico del mercado español, un grupo que a lo largo de los años ha llegado a quedar virtualmente identificado, para bien y para mal, con el Partido Socialista.

Según la lista de la revista estadounidense Forbes (marzo de 2007), Polanco ocupaba el puesto 287 entre los hombres mas ricos del mundo, con una fortuna estimada el año pasado en 2.200 millones de euros.

Un sentido agudo de los negocios, que le llevó a acertar en la apuesta más importante de su vida -por el recién nacido diario El País, con cuyo control se fue haciendo paulatinamente, sin pausa ni tregua, cuando su accionariado era aún un mosaico de personalidades e ideologías- se unía en Polanco a un sentido aún más agudo del poder. Del poder ejercido, como demostró obteniendo una licencia de televisión de pago en un concurso sobre cadenas «de servicio público» o expulsando de la carrera judicial al juez que se permitió poner en solfa la financiación de, precisamente, esa cadena. Y también del poder político utilizado para beneficio propio a través de contactos estratégicos, explotados implacable y constantemente a lo largo de toda su carrera.

Polanco ha sido «un profesional del ventajismo, muy mal acostumbrado a tener ministros en su nómina», según escribió de él el periodista José Luis Martín Prieto, miembro de la Redacción fundacional de El País y habitualmente muy crítico con esa empresa, que abandonó hace dos decenios.

Nacido en Madrid en el seno de una familia de militares de origen cántabro, varios de cuyos miembros destacaron en la Guerra Civil y durante el franquismo, Polanco -quien hasta muchos años más tarde no agregaría la partícula de a su apellido- quedó huérfano muy pronto. Según sus biografías oficiales, en 1947 «comienza a trabajar en actividades editoriales» para ayudar a su familia. Tenía 18 años, recién terminado su bachillerato. La pequeña historia precisa que esas actividades consistían inicialmente en vender enciclopedias de puerta a puerta. Logró simultanear ese trabajo con sus estudios de Derecho, que terminó seis años después sin relumbrón académico en la Complutense.

El abogado Rafael Pérez Escolar, en sus Memorias (Ed. Foca, Madrid, 2005), ha glosado así la juventud falangista de Polanco: «Jesús Polanco era un joven de baja estatura y fuerte complexión, macizo, con el pelo rapado. De no haber existido el Frente de Juventudes lo hubieran tenido que crear expresamente para él, porque daba a la perfección el perfil del enérgico muchacho dedicado a respirar a pleno pulmón el aire impoluto de los campamentos y a nutrir firmemente su ideología en los principios inmutables del Movimiento Nacional y su revolución pendiente, la doctrina que en Covaleda impartía con unción ante la centuria de instructores Sancho el Fuerte».

Polanco permaneció en el Frente de Juventudes, según señala Pérez Escolar, mucho más allá de sus años juveniles. Trabajó para la Editorial Escelicer, vinculada a la Secretaría General del Movimiento, antes de participar en 1958 en la fundación de Editorial Santillana, una empresa modestísima con un solo empleado en su oficina junto a la Puerta del Sol madrileña.

La actividad de esta empresa -inicialmente especializada en textos jurídicos – fue más que discreta hasta la llegada al Ministerio de Educación Nacional, en octubre de 1969, de José Luis Villar Palasí, en la crisis provocada por el escándalo Matesa. Villar quería modernizar la enseñanza española, y su empeño se tradujo en la nueva Ley General de Educación, aprobada en julio de 1970. Su reglamento apareció en septiembre, disponiendo su aplicación inmediata.

Aquí empezó la fortuna de Polanco. Su pequeña editorial había obtenido antes que nadie detalles esenciales del nuevo -radicalmente nuevo- plan de estudios y fue la única capaz de tener miles de libros listos para el inicio del curso 1970-71. Años más tarde, los periodistas Ramón Tijeras y José Díaz Herrera identificaban en su obra El dinero del poder (Historia 16, Madrid, 1991) al subsecretario de Educación, Ricardo Díez Hochleitner, como la clave de aquella filtración que convirtió a Polanco, de la noche a la mañana, en magnate del libro de texto. Hochleitner demandó a los periodistas por intromisión en su honor, y ganó en todas las instancias, incluido el Supremo. Ingresó en el grupo de Polanco como vicepresidente de Santillana en 1981.

La contratación de personas que habían mantenido estrechas relaciones con su grupo mientras fueron altos cargos de la Administración fue una constante a lo largo de la vida empresarial de Polanco. Miguel Gil, secretario general de la Oficina del Portavoz del Gobierno de Felipe González, fue nombrado director de Desarrollo y Estrategia del Grupo Prisa tres meses después de la derrota electoral de González en 1996. Con Gil en el cargo, el Gobierno socialista había favorecido a Polanco bendiciendo la alianza de su Canal Plus con Telefónica para crear un monopolio de la televisión por cable, y aprobando la concentración de su Cadena Ser con Antena 3 de Radio.

Poco después de aquella derrota socialista se incorporaba igualmente al grupo Enrique Balmaseda, ex director general del Instituto de Cinematografía, quien había mantenido excelentes relaciones con Sogetel, empresa de Polanco dedicada a la producción cinematográfica.

Antes, a lo largo de la etapa González, Polanco había incorporado a directivos como Miguel Satrústegui, ex subsecretario de Cultura, mientras que Juan Arenas pasó de la presidencia de la empresa pública Focoex, de fomento de la exportación, a Eductrade, compañía de Polanco dedicada a la exportación de material escolar. Las actividades de Eductrade y Focoex han dado lugar a polémicas y a investigaciones públicas en países como Chile y Uruguay.

APUESTA IBEROAMERICANA

Tras el éxito inicial de Santillana, Polanco se lanzó con su editorial a una fructífera invasión del mercado iberoamericano y, en 1972, funda el Grupo Timón, donde iría integrando las editoriales de creación propia, como Santillana o Altea, las que va adquiriendo, como Taurus o Alfaguara, y negocios como las librerías Crisol o la empresa de sondeos Demoscopiaa

En ese mismo momento se estaba esbozando el proyecto de nuevo diario liberal El País, promovido por personalidades como José Ortega Spottorno, hijo del filósofo, el periodista conservador Carlos Mendo o el economista -entonces- comunista Ramón Tamames. Polanco se incorporó en 1973 al proyecto en la tercera ampliación de capital, de 150 millones de pesetas -aportando medio millón- de Promotora de Informaciones (Prisa). Poco después era nombrado consejero delegado. Con Mendo en Londres de consejero de prensa en la embajada llevada por Manuel Fraga, fue seleccionado como director in pectore un joven de 28 años, Juan Luis Cebrián, subdirector entonces de Informaciones.

El problema insoluble durante aquellos últimos años de vida de Franco era la imposibilidad de obtener la licencia de publicación. Cebrián optó por dirigir los Informativos de TVE, y los socios se plantearon incluso disolver Prisa. Pero resistieron y El País fue el primer diario nuevo que pudo ver la luz tras la muerte del dictador, en mayo de 1976. Su principal rival, Diario 16, no saldría hasta meses más tarde y su editor, Juan Tomás de Salas, solía quejarse de la «ventaja decisiva» que para el periódico de Polanco había supuesto ser el primero, cronológicamente, del posfranquismo.

Ya a partir de la junta general de accionistas de abril de 1977 se empezó a librar la larga y cruenta batalla entre, por un lado, los socios liberales y conservadores (con el periodista Darío Valcárcel, primer subdirector del diario, a la cabeza) y el grupo que apoyó a Polanco, por otro. Ortega, presidente de la sociedad, y Cebrián, director del diario, fueron, junto a personajes como el empresario Diego Hidalgo, adalides de ese grupo frente a Valcárcel y a su valedor en la sombra, el abogado Antonio García-Trevijano, eterno conspirador de la época. El grupo de derechas se oponía a lo que veía como creciente tono izquierdista impuesto por Cebrián. La batalla terminó en 1983 con la victoria total de Polanco.

El País había crecido lenta pero constantemente durante su primer quinquenio, con un formato muy frío y anglosajón, pero fue tras el golpe de Estado del 23-F cuando se disparó a un liderazgo que nadie le ha disputado ni de lejos hasta el actual acercamiento de EL MUNDO. Su respaldo fue uno de los factores primordiales del espectacular triunfo del PSOE en las elecciones de 1982. A lo largo de este cuarto de siglo, la sintonía entre el diario de Polanco y el Partido Socialista se ha mantenido o ha crecido.

El momento crucial fue posiblemente el referéndum sobre la OTAN en 1984 -coincidente con el nombramiento de Polanco a la Presidencia de Prisa-, cuando Felipe González pasó del «de entrada, no» al «sí» y El País le respaldó sin fisuras. El periódico pasó de puntillas por los crímenes de los GAL y la corrupción gubernamental. Y en todas las elecciones generales ganadas por el PSOE de 1982 a 2004, la ceremonia del nombramiento de numerosos periodistas de El País para altos cargos ha sido una constante.

A partir de ese periódico y del Grupo Timón, la actividad de Polanco se extendió rápidamente por el mundo de la comunicación y la cultura en España e Iberoamérica. Los negocios de creación propia, como Radio El País o la revista El Globo -dos fracasos rotundos- funcionaron en general peor que los adquiridos, como las cadenas de radio Ser y Antena 3, esta última comprada en 1992 con la colaboración de Mario Conde y del entonces propietario, el conde de Godó, cuando era líder nacional de audiencia. Polanco la cerró, en aquel famoso antenicidio que debió ser corregido según sentencia del Supremo que ningún Gobierno, ni popular ni socialista, se ha atrevido a hacer cumplir. Fue el más notable fruto del pacto de los editores firmado en 1991 entre Polanco, Conde y los grupos catalanes Godó y Zeta.

Con todo, las actividades de Polanco en Iberoamérica han sido fundamentales, según afirmaba Jesús Cacho en su libro El negocio de la libertad (Ed. Foca, Madrid, 1999): «Parece que en el juego de la exportación, con sobrefacturación, de libros desde España a Colombia y desde Colombia a Estados Unidos está el origen de la verdadera fortuna de Polanco, fortuna muy superior a los relativamente modestos dividendos anuales del Grupo Prisa».

En España, la hábil política de captación de las élites culturales progresistas a través del único periódico nacional de izquierdas y de su entramado editorial se consolidó definitivamente con el incremento de la producción cinematográfica y televisiva del grupo a través de Sogetel y de Sogecable. Con sus tentáculos alcanzando todos los rincones de la vida nacional, el grupo de Polanco podía proyectar a sus protegidos a la fama y condenar al cuasianonimato a quienes le disgustaban. Empezó a cundir la impresión de que una secta se había adueñado de la cultura y la comunicación. Y, al oír a Polanco (o a Cebrián) emitir sus famosas y frías sentencias -«ése no es de los nuestros»-, se hacía difícil soslayar esa impresión.

La televisión privada, introducida en 1989, reforzó todo ese entramado y dio lugar a la más conocida y lucrativa serie de favores políticos a Polanco. Tras largas dudas, cuando se rumoreaba que al editor no le convencía el negocio televisivo, un grupo liderado por Prisa se incorporó en el último instante al elenco de pretendientes a las tres cadenas que, según la ley, debían participar desde el capital privado en el «servicio público» de la televisión. Para pasmo de sus competidores, Prisa se había aliado a Canal Plus Francia para pedir una cadena de televisión codificada de pago, lo cual no parecía ajustarse a la ley.

Entonces fue cuando se atribuyó a Polanco -ya conocido popularmente como Jesús del Gran Poder- aquella célebre frase, «no hay cojones en España para negarme una televisión», que según unos autores fue lanzada a voz en grito en el restaurante Jockey de Madrid, y según otros es apócrifa. El caso es que no sólo se le concedió, sino que se le dieron 10 meses más que a las otras dos cadenas para empezar a emitir: el proyecto, prendido con alfileres, estaba lejos de poder convertirse en realidad.

Más adelante, un intento de monopolio Sogecable-Telefónica en la televisión por cable quedó abortado por el resultado electoral de 1996.

Sin embargo, el Gobierno del PP le permitiría quedarse con la plataforma de pago rival, aquella Vía Digital creada por Telefónica con la bendición del propio PP, y restablecer así un muy discutido monopolio en la TV de pago por satélite. Y, ya en 2005, otro Gobierno socialista le daba luz verde para transformar Canal Plus en cadena en abierto. Lo que fuera un gran negocio se había convertido, por los onerosos contratos con las majors de Hollywood y por la incapacidad de hacer crecer el número de abonados, en una rémora.

En el camino se había quedado también la carrera del juez Javier Gómez de Liaño, quien a mediados de los 90 investigó si era acorde a la ley la financiación de Sogecable, tras admitir una querella según la cual los 23.000 millones de pesetas que los suscriptores de Canal Plus habían abonado como depósito por los descodificadores fueron utilizados «indebidamente para la financiación de sus actividades». El juez retiró temporalmente los pasaportes a Polanco y Cebrián. Tras querellarse éstos contra Liaño, el Tribunal Supremo acabó condenando a este último por prevaricación, sin aportar ninguna prueba de ello, e inhabilitándole durante 15 años

Estancados los buques insignia de su flota -El País y Sogecable-, los resultados del grupo en el último año no han sido brillantes y su cadena de pago está oficiosamente en venta. Justamente en la junta general de este año que aprobó esos resultados, Polanco hizo unas manifestaciones que, aunque confusas en la expresión -nunca tuvo facilidad de palabra-, son de las más cristalinas que el empresario haya pronunciado en su vida sobre el Partido Popular, el enemigo de siempre.

«MIEDO» AL PP

No se puede ser neutral -vino a responder a un accionista- con un partido que alienta la guerra civil, que es franquismo puro y duro y que si volviera a recuperar el poder vendría con ganas de revancha, lo que a Polanco le daba «miedo». No contento con ello, lanzó su particular delenda est PP: «Si pudiéramos colaborar para que en España hubiera un partido de derechas moderno y laico, lo apoyaríamos». Esa penúltima comparecencia -aún recibiría un premio de la Asociación de la Prensa- aclaraba una especie que le persiguió durante 30 años: la de que era conservador o apolítico, interesado sólo por el negocio, y dejaba a Cebrián y demás ad láteres definir la línea ideológica. Martín Prieto se ha declarado «convencido de que Polanco no leía los libros que editaba ni, presumiblemente, los editoriales de su propio periódico». Al menos parece claro que los respaldaba.

Junto a sus negocios editoriales, Polanco poseía una floreciente cadena hotelera con sede en Canarias. Estuvo casado dos veces, y dos veces se divorció. De 1957 a 1989, con Isabel Moreno, madre de sus cuatro hijos (Ignacio, Manuel, Isabel y María Jesús): las condiciones económicas del divorcio fueron entonces la comidilla de Madrid. De 1992 a 2005 estuvo casado con Mariluz Barreiros. Su hijo mayor, Ignacio, fue designado hace pocos meses vicepresidente de Prisa y sucesor de su padre.

23 Junio 2007

En la muerte de Jesús Polanco

Alberto Recarte

Leer

Durante unos años, entre 1978 y 1994, tuve una buena, aunque superficial, relación con Jesús Polanco. En los años de la transición en los que trabajé con Adolfo Suárez, como miembro de su gabinete y después como consejero económico, la colaboración con El País, incluso con discrepancias, fue estrecha en defensa de la democracia. De hecho, la primera noticia sobre la conspiración de Armada se recibió en la Moncloa, hasta donde yo sé, a través mío, directamente de Javier Pradera, en el mes de julio de 1980.

En años posteriores, entre 1989 y 1994 escribí con frecuencia en El País, en un tono acusadamente crítico, básicamente sobre la política económica de los sucesivos gobiernos del PSOE, y nunca se me censuró una sola línea. Dejé de escribir en ese periódico cuando llegué a la conclusión de que sus posiciones políticas eran sectarias y negativas para la consolidación de la democracia en España. Y esa opinión se ha convertido, para mí, en una certeza. No se puede entender los problemas del nacionalismo secesionista ni la radicalización del PSOE de Rodríguez Zapatero sin el apoyo ideológico de la enorme empresa en la que se ha convertido PRISA.

En lo personal, lamento, por su familia y amigos el fallecimiento de Jesús Polanco y aprovecho estas líneas para trasladarles mi pésame.

 Y también en lo más íntimo debo decir que, como persona interesada en mucho de lo que atañe a la sociedad española, que Jesús Polanco, como político y empresario, se fue convirtiendo, a lo largo de su vida, efectivamente, en Jesús del Gran Poder. El poder corrompe. Punto. A casi todos, políticos, empresarios, periodistas o intelectuales. En mi vida sólo he conocido a una persona con auténtico poder que no se corrompiese con él. Me refiero a Adolfo Suárez, que asistía, alucinado a veces, asqueado otras, desesperado otras muchas, a los destrozos que el ansia de poder y el poder mismo causaban entre amigos, colaboradores y adversarios. A él, los cinco años de Presidencia del Gobierno le marcaron con una depresión de la que nunca se curaría, porque para él el poder era, básicamente, servicio. Una afirmación que imagino le habría gustado leer como corresponde a lo mejor de su joseantonianismo.

A Jesús Polanco, con el que hace muchos años que no había hablado, el poder le venció. Y al final de su vida todavía más. Él no era, en mi opinión, un cínico, como lo son muchos de los que constituyen el equipo directivo de PRISA, que actúan empresarialmente sabiendo que tienen una audiencia cautiva a la que pueden vender y venden todo tipo de productos. Él era, probablemente, un hombre convencido de tener la verdad. Convencido de que sólo él sabía lo que convenía a España. Convencido de que el poder era para usarlo. En los tribunales, en los gobiernos, en las empresas, en la sociedad.

Sus últimas declaraciones públicas, en las que decidió que el PP era un partido fascista y en las que poco menos que anunciaba una nueva guerra civil si el PP volvía a tener la mayoría, resumen mejor que ninguna otra hasta qué punto el poder corrompe. Y nos recuerdan, a todos, que si queremos vivir en una sociedad democrática y libre tenemos que evitar el poder sin límites; de los políticos en primer lugar, pero también de los empresarios, en particular de los que lo son en sectores especialmente sensibles e influyentes como los medios de comunicación. Y la única forma de defendernos de los abusos de unos y otros es la separación de poderes, una justicia independiente y una Constitución que ampare los derechos de las mayorías y de las minorías.

Alberto Recarte

22 Julio 2007

El pacto de Sacha

Jesús Polanco Gutiérrez

Leer
Reflexiones inéditas de Jesús de Polanco sobre el nacimiento y la vida del diario EL PAÍS

«A estas alturas de la vida puedo decir que me siento, más que orgulloso, satisfecho de algunas de las cosas que he ido haciendo, siempre en compañía de otros, y de esas cosas que he hecho creo que la que más satisfacción me produce es haber contribuido a construir, en tiempos bien difíciles, pero ilusionantes para el conjunto de nuestra generación y de nuestro país, lo que hoy es el Grupo PRISA.

Hablar de ello es relativamente fácil, porque no se trata, al hacerlo, de hablar de mí mismo, sino del trabajo de un conjunto de personas que en un momento determinado de la vida creyeron que era necesario un periódico que hiciera frente de una forma moderna y adecuada a la España que iba a empezar después de la muerte de Franco.

En mi caso particular, PRISA refunda, visto el grupo desde hoy, las dos aventuras empresariales que me han motivado más a lo largo de la vida: la editorial Santillana y el lanzamiento de ese periódico, EL PAÍS.

EL PAÍS nació como idea empresarial cuando yo tenía una vida muy consolidada el frente de Santillana. La editorial se había fundado cuando yo era muy joven, y ya avanzaba como si tuviera puesto el piloto automático. Funcionaba bien en España, funcionaba bien en América Latina, que fue desde siempre un objetivo que tuvimos muy claro, y en esas circunstancias la aparición de la idea de que contribuyera al nacimiento del nuevo periódico me resultó muy atractiva, me sedujo mucho…

Cuando, en junio de 2000, PRISA y Santillana se fusionaron fue como si ambas aventuras hubieran confluido, y eso produce una satisfacción muy grande, para qué negar que aquella ocasión parecía el resultado de algo que ya estaba en germen en 1972, cuando me ofrecieron la oportunidad de integrarme… Obviamente, ni por asomo tenía ninguno de nosotros idea de que algún día esto pudiera suceder, pero lo cierto es que pasó, así que, visto desde hoy, a alguno le resultará factible hacer esa reconstrucción de objetivos. No estaban en mi mente, pero ahora estaban en la realidad, y desde ese punto de vista es lícito interpretarlo como resultado de un pensamiento más elaborado en el origen…

Lo cierto es que PRISA nació de EL PAÍS, y cuando en PRISA se integró Santillana se integraban en un solo grupo las dos principales actividades profesionales de mi vida… Eso, claro, produce una honda satisfacción, porque en definitiva fui la persona que puso en marcha ese colectivo de personas que dieron impulso al Grupo PRISA… Es un colectivo de gran riqueza profesional, que tiene delante una tarea que apasiona, y en ese sentido mi tarea también resulta apasionante y muy satisfactoria… (…)

La verdad es que desde el primer contacto con Cebrián hubo buena química entre nosotros… Hablamos del proyecto, le comuniqué cómo lo veía, y él a su vez me comunicó con toda confianza cuál era su perspectiva del asunto… Evidentemente, yo procuraba expresar criterios empresariales, sin entrar en los periodísticos, y un día hicimos un pacto…

Ese pacto, en cierto modo, dura hasta hoy mismo, cuando ya han pasado tantos años y tantas vicisitudes periodísticas y empresariales, y cuando ya el propio Cebrián ha demostrado tan ampliamente sus propias dotes empresariales…

El pacto del que hablo surgió en la prehistoria del periódico, antes de su salida, y se produjo en una situación muy especial, tras una discusión un poco agria producida en las oficinas fundacionales, en la calle de Núñez de Balboa…

Esa discusión se produjo entre Ortega y yo, con Cebrián como testigo… Discutíamos sobre lo que más diferíamos entonces, y que ya quedó señalado anteriormente: pautas a seguir a la hora de constituir la Redacción, cómo encontrar los redactores adecuados, de qué manera debía controlarse su trabajo…

Terminada aquella discusión, Cebrián me propuso que nos fuéramos a comer juntos al día siguiente… Y fuimos a un restaurante, Sacha, que aún hoy existe, en la zona de Juan Ramón Jiménez… En aquella comida nos dijimos que había que seguir adelante, contrastando entre nosotros los criterios que debíamos cumplir, sin romper nunca la solidez de las relaciones con los accionistas… «Vamos a hacer un frente común», eso fue lo que dijimos, y ese frente común nació aquel día y dura, como digo, hasta ahora mismo. Y de su cumplimiento yo no tengo la menor queja…

Fue un pacto vital entre dos personas. Entonces yo tenía 46 años y Cebrián tenía 31, nuestra diferencia de edad es de 15 años. Y era evidente, como lo es ahora, naturalmente, aunque Cebrián ha crecido también mucho en otras direcciones, que Cebrián era el periodista y yo era el empresario, y que sobre esa base debíamos actuar. Nuestro compromiso era que entre nosotros dos resolveríamos siempre las diferencias, tratando por encima de todo de conseguir que el periódico estuviera siempre bien hecho, y con ello garantizar su independencia. Nosotros queríamos hacer un periódico independiente, serio y solvente, y estábamos convencidos de que en aquel momento ésas eran las armas profesionales con las que había que jugar.

Y, dígase lo que se diga, eso es algo que hemos conservado. Antes, después y ahora mismo, y esa es la base del éxito de EL PAÍS y de las empresas que se fueron haciendo, creando o adquiriendo, posteriormente. Sin aquel espíritu, sellado en aquel momento, no hubiéramos hecho nada, o en todo caso hubiéramos hecho cualquier otra cosa, y a eso ninguno de los dos estábamos dispuestos.

Además, EL PAÍS no nació contra nada ni contra nadie; no se propuso defender o atacar una ideología; desde el primer editorial, se propuso defender una idea de España enlazada con Europa y con el mundo, moderna y progresista… Algunos pueden decir que EL PAÍS se despegó de la línea que se trazó… Depende de cómo se mire… Yo creo que no, pero admito que muchos piensan que sí… Siempre he dicho, y se puede constatar, en la lista de accionistas, en las hemerotecas, que el grupo fundador procedía de un sector de la derecha liberal… Pero ni ese sector ni ninguno impuso en EL PAÍS la línea que siguió el periódico… En las mismas hemerotecas y en la colección de editoriales, que en un tiempo se publicaron en libro, puede comprobarse hasta qué punto EL PAÍS se atuvo a una línea profesional, periodística, que heredó la esencia de su primer número… Normalmente, la gente ignora, acaso porque le conviene, cuáles son las reglas del juego en un medio de comunicación… Por lo que me ha sido dado ver durante esta ya larga experiencia como empresario de medios de comunicación, un periódico tiene una mecánica sui géneris… Los periodistas mandan en ellos, mandan sus lectores, y manda la inercia con la que la actualidad o las convicciones profesionales van marcando el conjunto del diario…

Quienes quieren entrar en un periódico para controlarlo se equivocan; pueden intentarlo, y pueden tener la ilusión de haberlo logrado, pero se equivocarán siempre… En mi opinión, que sólo está avalada por esta experiencia, un medio de comunicación que se imponga como referente en una sociedad tiene que cumplir con una tarea profesional y especializada… (…)

Cuando EL PAÍS empezó, en aquella España posfranquista, a llamar a las cosas por su nombre, y le dijo al pan pan y al vino vino, muchos se rasgaron las vestiduras porque el periódico aludía a cuestiones que rechinaban en aquella sociedad: había estamentos, desde el financiero al religioso, que no estaban acostumbrados a que nadie pisara sus predios, y EL PAÍS lo hizo, con profesionalidad, con documentación, con buena información contrastada: ésos eran sus presupuestos profesionales, estaban todos en el Libro de estilo, nuestros lectores sabían a qué atenerse cuando leían EL PAÍS, sabían en qué acertábamos y en qué nos equivocábamos, porque éramos transparentes, e incluso, algo insólito entonces y también ahora, rectificábamos abiertamente cuando nos equivocábamos…

El primer efecto de la reacción de determinados sectores de la sociedad con respecto a EL PAÍS fue la guerra por el poder en el periódico a la que ya he aludido… Desde fuera, como he adelantado, se podía pensar que esa guerra era contra Cebrián, por la línea que marcaba en el periódico, pero esa guerra fue claramente contra mí… Cebrián era el que daba la cara, el que viajaba, el que firmaba, el que recibía los palos públicos, pero debajo había una larvada campaña contra mi persona… para que al final el poder cambiara de manos… Yo tenía el poder, prácticamente desde el principio, pero no tenía la propiedad; era un accionista como los otros, pero tenía delegado el poder ejecutivo, y de ése me querían desposeer… Si me desplazaban a mí era más fácil manejar la línea del periódico, influir sobre el equipo profesional…

Pero este equipo profesional se dio cuenta y reaccionó a tiempo, expresándome su apoyo en manifestaciones diversas, algunas de las cuales, bastante expresivas, vinieron de quienes hoy son mis críticos habituales, que se han ido a otros periódicos y que podrían avergonzarse si vieran de nuevo las cosas que me escribieron para halagarme en aquel entonces…

Lo cierto es que, como queda dicho, resistimos aquella guerra; no sé si la ganamos, pero lo cierto es que la perdieron los otros, y gracias a ello EL PAÍS se convirtió en una de las aventuras periodísticas más importantes que se han llevado a cabo en España en toda su historia… (…)

Visto desde ahora, yo creo que la clave del desarrollo de EL PAÍS fue su lucha por la autosufiencia, por depender de sí mismo, por zanjar cuanto antes las deudas con los bancos, con cualquier organismo que le pudiera influir en la independencia que juzgábamos esencial desde el principio para que la empresa fuera destinada exclusivamente a hacer un periódico… En medio de esa lucha no te das cuenta verdaderamente de lo que ocurre alrededor, ni siquiera del poder de influencia que está adquiriendo el medio al que dedicas tantos esfuerzos… Estábamos en la pelea por la autosuficiencia…

Y esa pelea yo la conocía bien… Personalmente, desde que tengo uso de razón, una de mis obsesiones ha sido la de mantener la independencia, ésa ha sido la constante de mi vida… Hasta el punto que inicié mi propia aventura empresarial, con los libros, haciendo de todo en ese sector, en unas circunstancias muy difíciles… Pero siempre fui muy consciente de que, para mí, la independencia era una condición básica para la realización de mis objetivos, incluidos, cómo no, los objetivos personales… Y he llegado hasta aquí, a lo que son las empresas que he fundado o impulsado, siendo una persona absolutamente independiente…

Esto de la independencia crea muchas reticencias y muchas resistencias, y comprendo que mi independencia al frente de EL PAÍS, que es la más importante de las empresas en las que he trabajado, ha creado muchos quebraderos de cabeza a quienes les hubiera gustado verme más domeñable…

Esa que buscaba, en este caso, no era mi propia independencia, sino la del medio… Y había que buscarla de acuerdo a criterios profesionales… Algunos creían que desde fuera se podía dirigir la línea editorial del periódico, y reitero que están equivocados los que tengan esa sensación… Esa frase que refiero a veces, que se dijo en un Consejo y que explicaba que el barco había sido lanzado para ir a Nueva York y en realidad nos estaba llevando a Buenos Aires, es de Julián Marías, un hombre sin duda brillante, que creyó, seguramente con la mejor buena voluntad, que en efecto él podía marcar la línea de ruta de EL PAÍS… Él estaba en el Consejo que creó Ortega y desde esa posición trató de liderar intelectualmente la operación de EL PAÍS… Pero ese Consejo no lideraba intelectualmente nada, no tenía por qué hacerlo… EL PAÍS, repito, era consecuencia del trabajo de un equipo de profesionales, con un director al frente, y éste y no ningún otro era el que tenía la responsabilidad de llevar el periódico a puerto, al puerto que él decidiera… Y, además, como le decía Jesús de la Serna a Juan Luis Cebrián, «tenía que comer solo en su camarote»…

Es esa imposibilidad de compadecer su idea con la realidad la que fue distanciando a Julián Marías de EL PAÍS, incluso de sus páginas, que abandonó… Me parece que tampoco entendió nunca cómo funcionaba un periódico, y eso fue lo que le llevó a aplicar a nuestro derrotero aquel símil marino… Aquellos planteamientos de desviacionismo a los que él dio nombre provocaron su ruptura y su salida, y ya después no quiso seguir vinculado al periódico… Así fue la historia… (…)

EL PAÍS, esta apasionante aventura, me hizo pasar de ser un editor de libros, con lo que eso significaba de mayor pausa, de una vida relativamente más reposada, a estar al frente de la empresa periodística más influyente de España… Claro que eso, con ser interesante e incluso placentero, afectó a mi vida anterior, a mi ejecutoria como empresario de los libros… El trabajo en EL PAÍS la verdad es que me sirvió para entender mejor mi labor como editor, y acaso esa fusión que se fue produciendo entre mis intereses profesionales es la que queda simbolizada, casi treinta años después, en la propia fusión de PRISA y Santillana, que convierten en una empresa global dos empresas que antes se miraban de lejos…

Pero, claro, mi pertenencia a EL PAÍS afectó en muchos momentos al desarrollo de Santillana… Posiciones del periódico con respecto a la Iglesia católica condujeron a sectores de ésta a montar maniobras para influir en el ámbito de la enseñanza religiosa para que no se compraran en los colegios los libros educativos que nosotros editamos… No eran maniobras de clérigos, sino más bien de ese mundo extraño que se mueve alrededor de la Iglesia, que mezcla sus intereses religiosos o patrióticos… Su argumento era que comprando los libros de Santillana incrementaban las arcas de EL PAÍS, dando así armas al periódico enemigo de la Iglesia… Ni EL PAÍS iba contra la Iglesia, ni las ventas de Santillana iban a incrementar las arcas del periódico…

Resistí esos embates, y resistí otros, porque, y esto lo he dicho alguna vez, no me arredran las dificultades, sino más bien me estimulan; me sucede eso que se suele decir: el que me busca, me encuentra… Acaso ese carácter de resistente me viene de mi propia complexión física: suelo decir que si los bajitos abrimos un poco las piernas y nos asentamos así sobre el suelo podemos resistir todo el viento que nos echen…

Y esos que cuento fueron años de mucho viento, de mucho temporal, y por tanto de mucha resistencia… Años muy intensos: había que trabajar mucho y había que hacerlo con mucha pasión, porque lo que sucedía en este país era apasionante…

A veces me preguntaba si me considero protagonista, de algún modo, de lo que sucedía entonces y de lo que sucede ahora… Estaba tan contento de participar en aquella vida desde dentro que nunca me di cuenta de ser protagonista de nada… El protagonismo era del colectivo, y a mí me tocaba lo que me tocara…

Claro que leyendo todo lo que se publica sobre mí, pero ante todo sobre lo que representa la empresa que presido, nadie diría que yo no era el protagonista… Ese protagonismo que se me otorga viene en realidad cuando mis colegas pensaron que para atacar venía bien calumniarme a mí… Consideraron que la calumnia era válida, la pusieron en marcha, y cada día se sumó uno más a esa especie de feria en la que a mí me convirtieron en el pim pam pum… Lo bueno es que a cada uno que entra en el circo se añade un infundio más, y como yo no me he encargado de desmentir las calumnias, porque entonces sería el cuento de nunca acabar, cada vez que se une uno nuevo al carro, arrastra todas las anteriores calumnias y las va sumando… Para estos oficiantes de calumniadores resulta más fácil meterse con una persona que con un colectivo… (…)

La relación de EL PAÍS con el poder político, cualquiera que fuera éste a lo largo de su historia, ha tenido sus altibajos, pero nuestra obligación ha sido mantener una relación adecuada en todo momento, teniendo en cuenta que el periódico nació con la voluntad de contar este país y de contar en este país… Así que era imprescindible mantener contactos, Juan Luis tenía los suyos y yo tenía los míos, por referirme a las dos principales cabezas responsables del diario… Siempre nos hemos coordinado muy bien, no ha habido nada que yo sepa que Cebrián no lo supiera enseguida y no ha habido nada que él supiera que no pasara a ser también una información mía…

En nuestra relación eso ha tenido un poder fundamental, y lo hemos cuidado con mucho esmero porque es, en gran parte, la clave del éxito de nuestra empresa… Y cuando empezamos a trabajar juntos una de las cosas que le dije a Juan Luis era que necesitábamos que las fuerzas políticas conocieran lo que queríamos hacer… Debíamos ser transparentes con ellos si queríamos conseguir lo mismo como contrapartida… Una empresa de comunicación no puede estar encerrada en sí misma, esperando tan sólo que le vengan a contar, tiene ella misma que salir a contar lo que va a hacer…

Y sobre esa filosofía montamos nuestros contactos.

Y antes de que saliera EL PAÍS, en 1973, tuve mi primer encuentro con Felipe González, que aún se llamaba Isidoro. Fue en una cena celebrada en un restaurante que había en la antigua calle del General Mola, hoy Príncipe de Vergara, a la altura de la plaza del Perú… Estábamos con Felipe, Jesús Aguirre, que luego sería duque de Alba, Pancho Pérez González, alguien más que ahora no me viene a la mente, y yo mismo… Pancho se tuvo que ir pronto de esa cena, y luego nos marchamos a un apartamento que tenía Jesús Aguirre cerca de allí, en la colonia de El Viso… Y allí nos contó Felipe sus planes, aún como Isidoro…

Nosotros éramos más jóvenes, todo nos interesaba y de todo hablábamos, hacíamos planes… Había una efervescencia muy especial en aquella España que ya se aprestaba a celebrar el final del franquismo… En ese contexto, Felipe nos hablaba de la fuerza real que tenía el socialismo en ese momento, nos hacía recuento de la cantidad de militantes de que disponían, y que pagaban sus cuotas, algo de lo que él se enorgullecía. ¡Y eran muy pocos militantes!

En esa ocasión no hablamos tanto del periódico, cuya salida todavía se presumía lejana… De EL PAÍS hablamos en una cena que se produjo más adelante, a la que ya fue Juan Luis y en la que también estuvo Alfonso Guerra… Fue en 1975, en un restaurante que hay en Diego de León… No sé si ya había muerto Franco, pero lo cierto es que ya estábamos preparando EL PAÍS… Hablamos de lo divino y lo humano, pero era más una conversación entre amigos que una toma de contacto de carácter político… Felipe, en concreto, contrastaba con nosotros algunos conocimientos que ya había hecho en Madrid, y nosotros le poníamos al tanto de nuestros planes…

Felipe siempre me pareció un seductor, y la verdad es que con él mantuve una buena relación desde el primer día, siempre nos hemos llevado bien, a pesar de los altibajos que se han ido produciendo, siempre por razones profesionales, a lo largo de los años, en la larga época en que él fue presidente del Gobierno. Pero cuando salió del Gobierno intensificamos nuestras relaciones y ahora somos grandes amigos… Le tengo afecto y para mí es uno de mis amigos personales…

Esa relación, por supuesto, no tuvo nunca una base ideológica, sino personal, afectiva; yo nunca me he sentido proclive al socialismo tradicional… En los tiempos del franquismo me consideré socialdemócrata, mis amigos de entonces estaban en esa zona ideológica, y así lo declaré a princpios de los setenta en una entrevista que me hicieron para un libro que publicaron en Alemania los periodistas Walter Haubrich y Carsten Moser… En un momento determinado de esa entrevista, los autores me dijeron:

-Pero, en este país, todos os declaráis socialdemócratas…

Y era verdad. En mi caso, yo me sentía socialdemócrata, pero no socialista… Y la amistad con Felipe era posible, y es posible, al menos en ese sentido de las relaciones que nosotros mantuvimos entonces y mantenemos ahora, porque él jamás les ha pedido a los que tiene a su alrededor que piensen como piensa él o que se hagan activistas de sus propias ideas… Al menos, a mí no me lo pidió nunca… Yo creo que, más bien, él siempre fue un hombre pragmático, que siempre esperó que los demás fueran lo que eran, ni más ni menos, y desde ese respeto se construyó una relación que tuvo algún altibajo bastante grave…».

22 Julio 2007

Canonizador de demócratas

Iñaki Gabilondo

Leer

Pero, ¿cómo voy a ser yo de izquierdas? Se reía al decirlo, muy divertido de que este país desmesurado hubiera fijado semejante disparate. Lo cierto es que Jesús de Polanco siempre ha provocado grandes paradojas y ha descubierto la extraña cartografía política de nuestra derecha. El primer fenómeno de que fui testigo se produjo con la llegada de PRISA a la SER. De pronto, los anteriores propietarios aparecían convertidos en demócratas fervientes, víctimas de un azote totalitario llamado Polanco. Yo llevaba 15 años en la empresa y hasta ese día no había percibido el vigor de esas convicciones, ni había oído hablar de ellas. Antonio Garrigues, Ramón Varela, etcétera, eran desde luego demócratas de verdad. Pero la actividad se desarrollaba confortablemente, sin que la política ocupara ni poco ni mucho y se evitaran cualesquiera problemas con el poder. Nosotros creíamos que con PRISA llegaba a la SER el nuevo modelo de gestión, el periodismo moderno. Pero descubrimos el gran poder de Polanco: canonizar demócratas. Desde entonces ha habido muchas más canonizaciones y a medida que su empuje empresarial llevaba más y más lejos sus proyectos era más cruelmente denostado. Y quienes le atacaban se autocondecoraban como verdaderos liberales, verdaderos defensores del mercado, y de la verdad, y de la decencia. Un interesante comportamiento que no nos dice gran cosa de Jesús pero sí mucho de nuestra derecha. Porque de ese sector procedían los principales reproches. No hemos logrado saber por qué milagro quienes han tenido tanta misericordia para, por ejemplo, las andanzas de Berlusconi en nuestros medios se han mostrado tan brutales con todas las actuaciones de Jesús.

Al comienzo de la transición, los periodistas lamentábamos que no hubiera muchos y grandes empresarios en nuestro oficio, luego hemos visto cómo ha sido tratado el que más lejos llegó. Los que hemos tenido el honor de trabajar con él, los que le hemos visto sorprenderse de que le hayan empujado a la izquierda, hemos comprobado una vez más cómo las gasta el rancio españolismo con los que se esfuerzan por introducir en nuestro país el pensamiento ilustrado y la modernidad. Sus últimas declaraciones, que provocaron tan formidable escandalera y tanto enfado, deberían ser escuchadas nuevamente y con más calma, y se comprobaría cuánto le apenaba cierta contumacia de la derecha española y hasta qué punto lo consideraba una anomalía histórica. Por cierto, nunca me dijo lo que yo tenía que decir, nunca me dijo lo que a él le gustaría que yo dijera, nunca un profesional pudo trabajar con más libertad. Y, finalmente, el hombre al que más se ha insultado gratis tuvo la elegancia asombrosa de no contestar jamás.

22 Julio 2007

EL HOMBRE QUE HIZO DE LA LIBERTAD UN NEGOCIO

Jesús Cacho

Leer
Víctima de insalvables contradicciones, como la que hoy representa EL PAÍS convertido en un simple periódico de partido, siendo así que el líder de ese partido ha decidido montar su propio grupo de comunicación amigo [LA SEXTA], Jesús Polanco Gutiérrez ha sido un hombre que ha hecho mucho daño a España.

Ha vivido el tiempo justo que la práctica médica concede a los enfermos con mieloma múltiple, o cáncer de médula ósea: 3/4 años”. Así se expresaba ayer un oncólogo madrileño al referirse al fallecimiento de Jesús Polanco Gutiérrez, presidente del Grupo PRISA, y sin duda alguna el hombre que ha dispuesto de más Poder, con mayúscula, en los últimos 30 años de vida española. Tras una larga guerra de guerrillas con la enfermedad, que incluyó un trasplante de médula en Estados Unidos, el editor entregó ayer la cuchara en la Ruber Internacional abordando la barca de Caronte que a todos, ricos y pobres, poderosos y desvalidos, conduce a la otra orilla. Sic transit gloria mundi. Vaya desde aquí el sentido pésame de quienes hacemos EL CONFIDENCIAL a la familia del finado, sumida hoy en el trance por el que pasan todas las familias que pierden un ser querido. Dicho lo cual, que nadie espere de nosotros que nos incorporemos al coro del general elogio que en España suele acompañar los restos de aquellos que, con algún renombre, dicen adiós al mundo, aunque su vida no haya sido precisamente ejemplo de virtudes personales y cívicas. Nadie nos hallará en el muro de las lamentaciones del cinismo generalizado que caracteriza a una sociedad española, tan refractaria a la verdad. Estamos aquí para decir lo que pensamos, lo cual, por otro lado, es lo que hemos dicho y pensado siempre, a riesgo de parecer injustos a pusilánimes de turno, tan abundantes por estos pagos. Decir algo nuevo sobre Jesús Polanco a estas alturas no es tarea fácil, porque todo, o casi, está dicho. Cabe, sin embargo, insistir en la singularidad política de un Polanco convertido en metáfora o quintaesencia de la doliente democracia española. Miembro en su juventud del Frente de Juventudes (centuria García Morato) franquista, Polanco hermanó de forma natural con aquellas Cortes camisa azul que, en virtual harakiri, fueron capaces de saltar de la dictadura a la democracia sin solución de continuidad. Lo extraordinario de este hombre bajito, de ademanes rudos, dotado de una gran inteligencia natural, apasionado del dinero y poco cultivado, es que iba a darse cuenta muy pronto de que aquella democracia sin demócratas, fieles seguidores de la servidumbre voluntaria que decía Etienne de la Boétie, en cuya cúspide se instaló un Rey ungido por el dedo de Franco, iba a convertirse en lo que, 30 años después, lamentablemente es: una democracia meramente formal carcomida por la corrupción más espantosa, con una Justicia domesticada por el poder político, unos medios de comunicación al servicio de los negocios del editor de turno, y un horizonte donde todo está en almoneda, empezando por la propia la idea de España tal como se ha conocido en los últimos siglos. Muy pocos de los que le acompañaron en la aventura del Grupo PRISA fueron capaces de intuir que aquel hombre iba derecho a convertirse en el hombre más influyente del país, un verdadero poder fáctico catapultado por los ancestrales miedos de la inexistente sociedad civil española, miedos genuflexos renovados cada día ante el altar de ese cañón Bertha –“Este va a ser mi cañón Bertha”, había dicho muchas veces a sus socios, antes de que los enviara a todos al infierno- que es EL PAÍS. Ese ha sido el gran secreto de Polanco: haber utilizado el diario como arma disuasoria capaz de infundir miedo y respeto –particularmente entre la clase política y los poderosos de la comunidad empresarial y financiera- a una sociedad acollonada por el franquismo, que sigue lejos de las pautas de comportamiento que distinguen a toda sociedad abierta.

Prototipo de empresario franquista

Hombre con pocos escrúpulos morales (“el que se me enfrente que se vaya de España”), el epitafio de Jesús Polanco podría resumirse en una frase un tanto lapidaria pero real como la vida misma: “Hizo de la libertad un negocio”. Utilizó las libertades surgidas tras la muerte de Franco para construir, al amparo del Gobierno de turno, el mayor emporio de comunicación y entertainment de habla hispana. Siempre a la sombra de Moncloa, fuera socialista o popular su inquilino. Forzando la Ley hasta donde fuera menester. Su último y alegal capricho, años después de aquel majestuoso “en este país no hay cojones para negarme a mí una televisión”, ha sido La Cuatro, esta vez con el plácet del Gobierno Zapatero. Jesús Polanco no hizo nunca un solo negocio respetando las reglas de un mercado abierto y en libre competencia. En este sentido, Polanco ha sido el prototipo de empresario franquista, típico ejemplar de economía intervenida donde negocios y licencias dependen del favor del Poder político. Lo explicó un día –junio del 92- en su finca de Valdemorillo, ante una taza de porcelana inglesa de humeante café:

-Es que estoy negociando la compra del paquete que me falta para hacerme con el 100% de la SER, y Solchaga se está poniendo muy pesado con el precio. Ya verás como con unos cuantos editoriales entra en razón.

Entró. Y es que una de las singularidades de la vida española ha sido -sigue siendo- el extraño maridaje, incomprensible en cualquier democracia occidental, existente entre el Partido Socialista y uno de los hombres más ricos del país, hasta el punto de que continúa siendo un enigma inescrutable la vieja propuesta de si Prisa es del PSOE o es el PSOE de Prisa. El PSOE en un puño y en el otro una cuña, ratos y gallardones, que llega hasta el corazón mismo del PP. Ese patronazgo sobre el 100% del partido del poder y el 50% sobre el primer partido de la oposición es entente contra natura, inaceptable en términos de un Estado de Derecho, que hoy se yergue como uno de los grandes obstáculos para la renovación del socialismo y la regeneración de nuestra democracia. Fue Mari Luz Barreiros la que ayudó a este hombre “todo rencor y todo vanidad”, según definición que de él hiciera García Trevijano, a entrar en los salones de la nobleza madrileña. Él no conocía a nadie en ese mundo, y para eso sí valió la niña de la dulce sonrisa. De meterlo en Palacio se encargó Mario Conde, otrora amigo, cuyas cenizas esparció luego en plaza pública. “El que me echa un pulso, lo pierde”. Don Jesús se convirtió después en uno de los grandes amigos del Monarca -nunca, cierto, en amigo de francachelas-, el primero en felicitarlo tras el discurso de Navidad, pero al tiempo la primera amenaza de desestabilización que se yergue frente a Palacio.

Más abogados que periodistas a su servicio

Hay quien dice que el ocaso de nuestro Ciudadano Kane, que presumía de tener a su servicio “más abogados que periodistas”, comenzó a perfilarse el día, finales de 2003, en que Mari Luz Barreiros decidió coger el portante y abandonarle. “Estoy con Mari Luz porque es la única de la que me consta que no le interesa mi dinero: tiene tanto como yo”. Las cuitas hablaron de “problemas insalvables de comunicación”. Suprema ironía tratándose del primer editor del país. Como dice el protagonista de Los Buddenbrook, “sé que con frecuencia los indicios del encumbramiento aparecen cuando en realidad todo camina ya hacia el ocaso”. Una bofetada que dejó profunda herida en el orgullo del hacedor de famas. Mari Luz terminó por entender que “no hay vacaciones posibles en el amor”, que dijo Marguerite Duras, y decidió abandonar su jaula de oro y emparentar de nuevo con la cultura y el refinamiento, dispuesta a vivir “más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios” (Borges). En busca del tiempo perdido. En los últimos tiempos, don Jesús se fue convirtiendo en un tipo con tendencia a los ataques de cólera, como bien sabe Mariano Rajoy, tan culturalmente limitado como siempre, pero más convencido que nunca de que en esta democracia sin demócratas el pavor a las negritas es un tipo de interés que cotiza muy alto en la bolsa de valores del miedo a la libertad. Alejado de sus amigos de juventud, perdió la cabeza convencido, tras ganar su particular pulso con Aznar -que acabó por servirle en bandeja el monopolio de la televisión digital-, del poder de fuego de los diversos Berthas que integran su parque mediático. Víctima de insalvables contradicciones, como la que hoy representa EL PAÍS convertido en un simple periódico de partido, siendo así que el líder de ese partido ha decidido montar su propio grupo de comunicación amigo, Jesús Polanco Gutiérrez ha sido un hombre que ha hecho mucho daño a España. Entendámonos: a esa nación liberal que durante un tiempo pareció haber superado la dramática fractura de Las dos Españas, a la España abierta reñida con la corrupción, regida por el principio de la igualdad de todos ante la Ley (él, que reclamó Justicia y Fisco aparte), la separación de poderes, la radical delimitación entre lo público y lo privado, la solidaridad entre los españoles, etc. Una sola palabra suya hubiera sido suficiente para impedir la deriva de este Gobierno hacia la balcanización, a plazo fijo, de España. Prefirió seguir medrando, a la sombra del inmenso poder de intimidación acumulado, convencido él y los suyos de que sus negocios seguirán viento en popa con dos, doce o veintidós países en la Península Ibérica. “España le debe mucho a Jesús Polanco”, escribía ayer su eximio capataz, Cebrián, adalid del “hay que caminar decididamente hacia el Estado federal o confederal”. Justo lo contrario: es Jesús Polanco quien se lo debe todo a España. Descanse en paz.

Jesús Cacho

22 Julio 1992

Amigo, socio, líder

Iñaki Gabilondo

Leer

Rompo mi silencio en las páginas de EL PAÍS para expresar públicamente el dolor por la muerte de quien ha sido para mí un amigo, un socio, un líder.

El día que nos conocimos, casualmente, en un almuerzo organizado por Joaquín Oteiza, fue tan agradable el diálogo y fueron tantas las coincidencias que descubrimos en nuestros propósitos como editores y en nuestras aspiraciones, como españoles, de un futuro colectivo mejor que prolongamos la conversación, mientras paseábamos, a lo largo de más de siete horas. Fue el comienzo de una intensa colaboración y de una natural, y eficaz, complicidad. Desde entonces, los proyectos compartidos, la complementariedad en el trabajo y el acuerdo en lo fundamental han sido la sólida base de una confianza enorme, de una relación fraternal. Ese largo recorrido juntos y los lazos profundos entre nuestras familias hacen que la pérdida de Jesús Polanco me haga sentir huérfano.

En un día como hoy, quiero subrayar que nuestra unión como socios -primero, en los inicios de editorial Santillana y después, en todas las empresas de este grupo- ha permanecido fuerte, e ininterrumpida, más de cuarenta años. Se comprenderá que la duración, poco frecuente, de ese tándem me llene de orgullo y suscite en mí el mayor de los agradecimientos hacia Jesús Polanco. Él ha sido quien ha pilotado todas las aventuras en las que nos hemos embarcado -con ayuda de nuestros colaboradores-, entre las que sobresale la de haber llevado a este periódico a ser un referente internacional de periodismo de calidad. Y, hay que decirlo, Jesús Polanco ha sido también el muro que ha soportado en primer término el embate de las adversidades.

Como español, contribuyó desde el principio a la transición a la democracia y luego ayudó siempre a su consolidación, combatió los intentos desestabilizadores y apoyó el desarrollo de un sistema de convivencia que compatibilice la ampliación de las libertades, el progreso económico y el vigor cultural.

Esa vida plena y fecunda, que ha merecido mi máxima lealtad, deja una huella limpia, un camino bien trazado y de largo recorrido por el que seguiremos avanzando con la misma vocación emprendedora y de sintonía con el interés general.

22 Julio 2007

Un pacto de hierro

Augusto Delkáder

Leer

La noticia de la muerte de Jesús de Polanco sobrecoge y sorprende a todos los profesionales del grupo, por lo que significa la desaparición del creador y constructor, en sólo 30 años, de la primera empresa de comunicación de habla española.

Sobrecoge porque Jesús fue siempre, y sobre todo en las circunstancias difíciles y adversas, el mayor apoyo con que contamos los periodistas para resistir las presiones y acometidas de los poderes, deseosos de configurar la realidad a sus intereses.

Respetuoso de la actividad de los profesionales, apoyó decidida e imaginativamente el desarrollo de PRISA como un conglomerado multimedia al servicio de los lectores, oyentes y telespectadores.

Como periodista y testigo de la historia de este Grupo, puedo certificar que su pacto de hierro y el de sus hijos, como referentes de la propiedad y la empresa, con el equipo profesional, simbolizado en la figura de Juan Luis Cebrián, fue, es y será la clave de este éxito vertiginoso que, partiendo de la editorial Santillana y la fundación de EL PAÍS, deja hoy como legado de emprendedor.

Su visión de futuro, proyección latinoamericana y el compromiso férreo con el progreso y modernización de la sociedad española constituyen algunas de las claves de nuestra manera de ser.

Jesús fue un hombre de convicciones, que las defendía con pasión y firmeza, pero siempre tendía a comprender las razones y planteamientos de los demás. Su figura arbitral ha sido en PRISA impagable, poco conocida, y en muchas ocasiones injustamente recompensada.

La sencillez de sus costumbres, la sobriedad de su forma de vida y la autoexigencia que se imponía en su trabajo como presidente del grupo, constituían toda una declaración de intenciones, que impregnaba de arriba abajo la práctica cotidiana de los medios de PRISA y el comportamiento deseable de sus profesionales.

En muchas ocasiones, de broma, solía decir que ese Polanco, ladinamente dibujado por algunos difamadores, él no le conocía y, por tanto, debía ser otro.

Su pasión vital se desbordaba en el trabajo al desarrollo de la empresa y continuaba en todos los aspectos de su existencia, por lo que los tiempos de ocio resultaban con él inolvidables.

A los profesionales del Grupo su desaparición también nos sorprende, porque hasta el último día estuvo al frente de PRISA, como si nada ocurriera, y nunca pudimos sospechar que el final estaba tan próximo.

Un sentimiento de soledad y orfandad recorre la vida de nuestro grupo. Su figura ha impregnado estos más de 30 años de una manera indeleble y es la herencia más preciada que recibimos para recorrer el horizonte de oportunidades y retos que su obra encara. La solidez de su legado no permite dudas del éxito del futuro. Quienes hemos trabajado y aprendido con él exhibimos hoy este compromiso público, por agradecimiento a su figura y responsabilidad ante la sociedad española.

22 Julio 2007

La dignidad

Juan Cruz

Leer

Cuando Aznar decidió obedecer la consigna de algunos de sus periodistas afines y comenzó la persecución de Jesús de Polanco y del equipo directivo que estaba al frente de PRISA, en 1997, era todavía el mes de febrero; la televisión estatal que controlaba el Partido Popular desde el Gobierno repitió hasta la saciedad la imagen de Jesús, abrigado con su abrigo de color beis, sacando del bolsillo interior de la chaqueta su carnet de identidad; de manera implacable, e innecesaria, la televisión gubernamental y los otros medios afectos -y, al frente, el que publicó las normas para perseguir a PRISA a partir del llamado caso Sogecable- repitió esa imagen como si estuviera ejerciendo una ejecución pública sumarísima.

El delito de Polanco, y de los suyos, había sido consolidar una empresa periodística de firme implantación profesional, dotada de todos los contrafuertes éticos que eran inéditos en España, con un buque insignia, EL PAÍS, que llenaba de orgullo al empresario y que constituía, y constituye, una contribución de primera magnitud a la modernización y la democratización política de este país.

En función de esa manera de estar en la empresa y en el periodismo, con un respeto absoluto por la dignidad de los profesionales, EL PAÍS y las empresas de PRISA habían informado y seguían informado de un modo que unos y otros -los que estaban en el poder, los que estaban en la oposición- siempre hallaban incómodo. Había pasado con el Gobierno socialista de Felipe González, que no soportó las posiciones de este periódico con respecto al referéndum de la OTAN y declaró una guerra sorda y también explícita hacia lo que representaba y lo que hacía EL PAÍS, y sucedió con el Gobierno naciente de Aznar; en la creencia de que la conducta de este periódico y de las otras empresas de PRISA había impedido un más temprano acceso al poder del Partido Popular, este partido y sus huestes afines instruyeron una causa general contra Polanco.

El empresario fue zaherido primero y encausado luego; el final de aquel proceso, que acabó con el juez prevaricador Javier Gómez de Liaño procesado y condenado (le dijo a un escritor premiado el director de El Mundo: «Nos ha costado más tu premio que el indulto de Liaño»), fue una victoria de la dignidad y del rigor empresarial, frente a la maledicencia y a la maldad, que afectó no sólo al empresario y a sus principales directivos, sino también a los numerosos trabajadores del Grupo PRISA.

Pero en Polanco aquella persecución tuvo el efecto de una enorme herida moral, que mostró con melancolía y extrañeza. Pasó aquel invierno terrible en que las imágenes le hacían subir y bajar virtualmente por las mismas escalinatas obsesivas, y vino una primavera en la que él que tuvo la solidaridad de algunos amigos muy fieles (y todos los que tuvo lo fueron), que acudieron a su lado, en Tenerife, a ayudarle a vivir, sin duda en silencio, porque Polanco era un hombre reservado en sus éxitos y en sus fracasos, aquel periodo de falaz incertidumbre. Recuerdo allí, en el hotel Jardín Tropical, junto a Leopoldo Rodés, a Carlos Fuentes, a Plácido Arango…, en su rincón favorito, frente a La Gomera, en medio del mar de la primavera isleña, cómo aquel hombre vital y luchador, sandunguero cuando tocaba, cantante cuando la ocasión lo merecía, bailón hasta el amanecer, adormecía las horas de su extrañeza con un semblante de hondo pesar, el pesar y la rabia de los que asisten perplejos a la persecución que no entienden.

Me senté a su lado y le hice alguna pregunta, esbocé alguna frase con la que quería indagar en su estado de ánimo. Él era solícito; decía que estaba un poco sordo, siempre lo estuvo un poco, decía, y por tanto adelantaba su oído y su cuerpo para escucharte, así que en ese momento volvió a indagar sobre mi pregunta y mi frase, y después respondió, la cara como ensimismada aún:

– Ya ves, aquí. Jamás podrán contra este paisaje.

Le vi muchas veces, en alegría y en perturbación; le vi enrabietarse por la falta de rigor y también por la falta de respeto; y fui testigo, en incontables ocasiones, de cómo salvaba las calumnias para preocuparse de las grandezas, que en su caso eran también las cosas a las que otros no daban importancia; era un hombre de detalles, un hombre digno que no permitía que nadie se aprovechara fraudulentamente de los medios que él ayudó a construir; su indignación, las veces que la percibí, venía de ese uso irrespetuoso del poder de la prensa y de los medios, realizado por periodistas propios o ajenos. Y cuando le vi alegre seguramente era porque alguien de su entorno tenía un éxito; entre sus momentos más amargos se contaban los que afectaban a otros; pedía perdón por estar mal, y eso hizo en su última aparición pública, en la Embajada de Chile, cuando el Gobierno chileno le otorgó su más alta distinción… Le vencía el dolor que le acompañó implacable en los últimos momentos de su vida, pero él pedía disculpas por dolerse así en público.

Era digno y pudoroso; he encontrado a lo largo de mi vida a alguna gente así, y ahora que ya escribo de él en pasado siento que alguien mucho más cercano, más íntimo, que un empresario que hizo tanto por las empresas que creó, y por los que trabajamos con él, se está yendo definitivamente. Se está yendo alguien mucho más íntimo, cuyo ejemplo civil es mucho más largo, sin duda, que ese dibujo mezquino que este país, que alguna gente de este país, quiso hacer de él.

El último viernes por la mañana le escribí una nota personal; ya no respondía al teléfono, y debía ser para él, tan atento comunicante siempre, una enorme tristeza dejar así de atender a sus amigos o a sus conocidos; y le escribí una nota en la que le contaba una reunión muy emocionante a la que yo acababa de acudir, con su hija Isabel, que está al frente de Santillana. Allí estaban algunos de los autores de su grupo, desde Javier Marías a José Saramago, y había un buen grupo de editores de América Latina y de España, que construyeron juntos un conglomerado editorial al que yo pertenecí una vez. Con el orgullo de los buenos recuerdos, le agradecía a Polanco que una vez y muchas veces apoyara la locura que significó creer que la literatura de las dos orillas se encontrara para reivindicar la creación en español.

Era un apunte de felicidad y de orgullo; mientras iba escribiendo la carta, y su apostilla, «ojalá nos veamos en verano en Tenerife», me fui dando cuenta de que también estaba ensayando, fatalmente, una despedida que deja en mi semblante aquella melancolía rabiosa que él mismo exhibía allí, en mi tierra que él consideró suya siempre, ante el mar inquieto de la primavera del sur.

Lo siento de veras, y siento de veras que tanta gente se haya quedado sin saber qué español, qué gran tipo, qué ciudadano digno acaba de desaparecer. Y qué rabia da saber cuál es el origen y el fin de los que trataron de nublar, con tanta contumacia como injusticia, la dignidad con la que fue haciendo su vida Jesús de Polanco.

22 Julio 2007

Así era él

Daniel Gavela

Leer

Una tarde de finales de abril de 1991, Jesús de Polanco me invitó a bajar a su despacho de Méndez Núñez, como le gustaba hacer tantas veces para finalizar la jornada en una conversación informal.

Aquél no era un día cualquiera. Jesús acababa de regresar de uno de sus largos viajes por América Latina y, en su ausencia, la SER había provocado un incendio informativo de los que hacen época, difundiendo las famosas cintas de Benegas.

La publicación de la noticia generó un cataclismo político y mediático que, entre otras cosas, se llevó por delante la venta a PRISA del 25% que el Estado poseía en la radio, dentro del plan de privatización de medios escritos y audiovisuales que Felipe González puso en marcha. Aquel ejercicio de independencia tampoco esta vez fue gratis, ya que la SER hubo de pagar 2.400 millones de pesetas, por lo que podía haber adquirido por 800 millones dos años antes, de no haber difundido aquel testimonio fehaciente de la profunda crisis de confianza entre el presidente González y su vicepresidente, Alfonso Guerra. Y con todo, éste no fue el precio más alto que Jesús de Polanco ha tenido que pagar para hacerse perdonar.

Este solo dato bastaría para definir el sentido de la independencia que el presidente de PRISA inculcaba a sus medios y a sus profesionales. Pero todavía tiene más significación el hecho poco conocido de que esa noticia se diera no sólo en su ausencia, sino también sin su conocimiento previo.

Un encadenado de circunstancias, motivado con su presencia en Buenos Aires camino de Chile, y una huelga de teléfonos en España, llevó a que el presidente de la SER no conociera hasta las seis de la tarde, hora española, lo que su cadena estaba dando desde las ocho de la mañana. Juan Luis Cebrián había dejado la decisión a tomar a la autonomía profesional de Augusto Delkader, en tanto que director de la cadena, sabiendo ambos que, fuera cual fuera, merecería su apoyo.

De regreso a España, y todavía en medio del fuerte oleaje, aquella tarde Jesús me hablaba con pasmosa tranquilidad: «Yo estoy aquí para compartir los aciertos y los errores de los profesionales en el ejercicio de su independencia. Esta vez me cabe la satisfacción de haber podido felicitar a la SER por su trabajo».

Cuando hace apenas dos semanas le oí decir que «PRISA no está aquí para ganar dinero, ni poder ni posición, sino para seguir siendo una empresa de comunicación con vocación de ganar en tamaño y calidad desde la garantía de la unidad familiar y la solvencia de los profesionales», no sabía que asistía a una declaración final, pero sabía que lo decía a conciencia.

Pasé seis años a su lado como director de comunicación y otros muchos en tareas por él encomendadas, la última en Cuatro, objeto de nuestra última conversación, tan llena de optimismo por su parte sobre el futuro de la cadena. Hablamos del 10% de audiencia como objetivo y, aun sabiendo que no estaba lejano, me dijo: «Daos prisa, que a lo mejor no lo veo». Lo verá.

Del Jesús humano, cercano, discreto, puntual, del hombre que siempre devolvía las llamadas y respondía la correspondencia de su puño y letra, del que siempre cedía el paso y siempre apagaba la luz, tal vez no han oído hablar, a pesar de tanto como se ha escrito y se ha dicho sobre él, pero doy fe que ése y no otro era el verdadero Jesús de Polanco. No será un grande de España, pero España es un poco más grande después de él.

22 Julio 2007

El día del adiós

Felipe González

Leer

«En realidad sólo soy un vendedor de libros». Así se definía cada vez que lo llamaban Jesús del Gran Poder, o le proponían algo que le parecía que desbordaba su capacidad de emprendedor nato, o lo perseguían con saña o lo adulaban sin recato. Era su forma machadiana de ajustarse a su dimensión íntima.

Y también era un vendedor de libros. Viajero incansable por la piel de América, de la América que compartía nuestra lengua, cargado de libros de texto o de literatura hispana, hasta que se tropezó con la aventura mediática en las postrimerías del franquismo o en los albores de la democracia. He conocido a pocos españoles, empresarios, políticos o intelectuales, que conocieran tan bien el espacio Iberoamericano y, por ello, que conocieran y quisieran tanto esta pequeña porción de ese mundo de la lengua que llamamos España.

Javier Solana me decía, dos horas antes de su muerte, que estaba desapareciendo una generación clave para comprender lo que somos y donde estamos, y me interpelaba con urgencia para decidir qué hacer. Estaba en Madrid para asistir a las honras fúnebres de Rodrigo Uría y le conmocionó la información de la gravedad de Jesús. ¿Qué podemos hacer Javier? Es así.

En estas horas pensaba que efectivamente pertenecíamos a la misma generación, que no se mide por la edad sino por la experiencia vital que se comparte. Nunca logré explicar esa sensación para que se entendiera, hasta que pensé en los veteranos de las mismas batallas, los que compartieron trincheras aunque los separaran una docena de años.

Siempre sentí la amistad tierna y áspera de Polanco. Sus detalles de cortesía según la tradición, que contestaba a las cartas a mano, que no olvidaba cumpleaños y que sentía que olvidaran los suyos, junto con sus rebotes cántabros de frases cortas y duras de las que se arrepentía un minuto más tarde, pero no podía evitar.

Con esa personalidad nunca aceptó la prisión de la imagen en la que lo encerró su proyección pública. Antes y después de su muerte se dirán las cosas que lo perseguían para bien y para mal y que él encontraba siempre exageradas, distorsionadas por el foco que manejaban otros.

El vendedor de libros era un hombre de cultura, capaz de comprender la otredad del mundo hispánico en el que nos reflejamos. Su vida estaba unida al soporte papel, a los libros primero, y al buque insignia del periódico más tarde. De ahí surgió todo, incluida esa nueva dimensión de gran emprendedor de medios de comunicación que le costaba aceptar en su dimensión real y que le fascinaba.

Con Juan Luis Cebrián, cuando era tan joven que parecía imposible darle tanta responsabilidad, y un equipo de hombres y mujeres, marcó el espacio de la libertad de expresión que contribuyó a forjar la España democrática que vivimos. Creó un grupo independiente en el mejor sentido de la palabra. Y contra viento y marea lo mantuvo y desarrolló.

Se dirá muchas veces que el Grupo PRISA es el más importante o el más grande del espacio que compartimos, pero no sé si es cierto. Al decir de Jesús no era verdad. A mi juicio, no importa. Lo que importa es que creó y desarrolló medios que se convirtieron en los más influyentes, los más determinantes para conformar la opinión y la imagen de España, dentro y fuera de nuestras fronteras.

A los que lo persiguieron con ahínco debo agradecerles que fortalecieran nuestra amistad. Pero eso lo contaré más tarde. Hoy es el día del adiós, cuando se siente el desgarro del vacío y se acumulan impresiones que darán paso a los recuerdos.

22 Julio 2007

El juicio del corazón

Alberto Ruiz-Gallardón

Leer

Si la profunda tristeza que me ocasiona la muerte de Jesús de Polanco no llega a convertirse en abatimiento, es sólo gracias al consuelo de poder sentirme seguro, y agradecidamente orgulloso, de la naturaleza esencial que alimentaba la relación que durante tantos años mantuvimos: una auténtica y siempre correspondida amistad, más allá de circunstancias y avatares. Porque Jesús y yo fuimos amigos en unos años apasionantes de la historia reciente de España, como lo hubiéramos sido en cualquier otra, pero sometiendo en todo caso esa amistad a las dos únicas pruebas que determinan la viabilidad a largo plazo de este sentimiento: el tiempo y las diferencias ideológicas. A ambas se impuso, y por encima de ellas construyó una realidad mejor y más reconfortante, que ahora queda y se hace sentir aun cuando falte su presencia.

No es casualidad que siendo aún muy joven heredara la amistad de Jesús, de quien antes que yo la había disfrutado mi padre, José María Ruiz-Gallardón. Al fin y al cabo, fue él quien me enseñó que no vale la pena ninguna idea que exija el rechazo personal de aquellos que legítimamente discrepan de nosotros, y, más aún, quien me hizo ver que el sentido de la lucha política que entonces se libraba era precisamente definir una sociedad distinta, a partir de una premisa inversa de respeto y entendimiento. Una sociedad, en fin, como la que Jesús quería, y por la que trabajó con tesón y talento junto a tantos otros de su tiempo, para que el debate político quede acotado al ámbito de la razón y las instituciones que ésta articula, y los corazones sean al mismo tiempo libres para encontrarse, reconocerse y acercar a los hombres. Si algo tiene que significar nuestro sistema democrático y liberal, es precisamente eso, como bien sabía, por ejemplo, un Raymond Aron a la hora de defender su «extraña» amistad -¿cuál no lo es?- con un muy distinto Jean-Paul Sartre.

Pero que nadie piense que esta amistad se construía únicamente a contracorriente de la discrepancia. Eran muchas también las coincidencias, como la pasión y la entrega con la que ambos vivíamos nuestros respectivos compromisos con una determinada manera de entender cómo incorporar nuestro país a la modernidad, ya fuera política, en mi caso, o cultural y económica, en el suyo. Por lo que a él respecta, lo hizo de modo brillante, otorgando solvencia empresarial al gran proyecto periodístico inicialmente concebido por José Ortega Spottorno para EL PAÍS, y superando así por primera vez la tradicional fragilidad y contingencia que, salvo alguna destacada excepción, han venido aquejando a las empresas editoriales y periodísticas españolas. La creación del que hoy es el mayor grupo de comunicación nacional a partir de ese esfuerzo de Jesús demuestra que el sueño que anotó en un cuaderno antes de cumplir los treinta años era más que factible -en un momento en el que pocos se hubieran atrevido a soñar tanto-, pero, sobre todo, revela que la confianza que los dos teníamos en las posibilidades de nuestro país para afrontar ambiciosos proyectos de renovación y crecimiento eran fundadas.

Con todo, más que un visionario, Jesús era un editor minucioso y conocedor de su oficio, y por tanto consciente de que, siendo importante la eficacia del canal, nunca lo es más que la calidad de los contenidos y los profesionales que los elaboran. La modernidad que él aportó a la industria de la comunicación está relacionada con esa verdad de fondo que a veces hace olvidar el espectáculo tecnológico. Supongo que de ahí procedía su actitud de permanente respaldo a los profesionales de los que se rodeó, además de brotar, claro, de un innato sentido de la fidelidad que él hacía extensivo a cuantos estuvieran dispuestos a aceptar su afecto sobrio y hondo. Por eso Jesús de Polanco consagró su vida al Grupo PRISA, como yo a mis ideas y mi Partido, desde puntos de vista distintos y a veces incluso divergentes, pero en un simétrico ejercicio de lealtades lo suficientemente intenso y sincero como para permitirnos a ambos enriquecerlo con la lealtad añadida que nos profesábamos mutuamente. Por encima de dificultades, tensiones y hasta incomprensiones, a partes iguales repartidas, nunca dejamos que esa tarea común que ambos respetábamos tanto y en la que consistía nuestra amistad sufriera erosión alguna. Quizá porque ésa fue la enseñanza de la generación de mi padre y de la de Jesús, como yo quiero que sea la de ésta. O quizá, simplemente, porque, tratándose de personas, siempre es más fácil errar desde la apreciación subjetiva de las ideas que confiando en el juicio claro del corazón.

22 Julio 2007

Garante de la independencia

Jesús Ceberio

Leer

Conocí a Jesús de Polanco en México, en los primeros años ochenta. Ya era presidente de PRISA, pero seguía viajando al menos una vez al año a la capital mexicana para ocuparse de la marcha de Santillana, su primer empeño empresarial que casi desde sus comienzos tuvo una vocación global en el territorio del español. Yo trabajaba como corresponsal de EL PAÍS y me citaba en el hotel Camino Real para compartir a solas un desayuno o un almuerzo en el que, aparte de interesarse por mi bienestar personal, me asaeteaba a preguntas sobre el laberinto político del PRI, del que tenía información de primera mano pero que deseaba contrastar con el corresponsal de su periódico. Tal vez para examinar mis conocimientos de la materia. Escuchaba siempre con interés y preguntaba con intención.

Durante mis 12 años largos como director de EL PAÍS tuve ocasión de apreciar estas dos cualidades suyas. Ha sido un editor exigente y respetuoso de la autonomía de los periodistas, en los que apreciaba el rigor informativo y aborrecía la fatuidad de quienes creen saberlo todo. Decía, con razón, que no se reconocía en el Polanco que retrataban algunos medios y que en realidad era un acrónimo al que atribuían un perfil que poco o nada tenía que ver con el suyo.

La ficción más injusta que se ha fabricado de él en estos años es la del editor que controlaba hasta el último rincón del diario con voracidad intervencionista. En mi etapa de director solía hablar por teléfono con él al caer la tarde -no todos los días, seguramente menos de los que él hubiera deseado- para informarle sobre los temas más relevantes que llevaba en la primera página del diario y, muy ocasionalmente, comentar algún editorial del día siguiente. Casi en los primeros tiempos de EL PAÍS había ordenado que no le llevaran el diario a su casa por la noche y lo leía, con mucha atención, cuando ya había sido distribuido en los quioscos. Esto es, cuando ya no había marcha atrás. Seguramente a Felipe González le costó admitir en su día que Polanco no conociera previamente un duro editorial que publicamos a principios de 1995 en el que planteamos la necesidad de abrir el proceso de sucesión al frente del PSOE. Lo mismo cabría decir de tantos otros personajes que siempre quisieron ver su mano sobre lo que era una decisión profesional autónoma, acertada o no.

Daba confianza y exigía responsabilidad. Disculpaba los errores, pero era implacable con la desidia y la mala práctica profesional. Depositario de muchas de las innumerables quejas que provoca un periódico, transmitía únicamente aquellas en las que entendía que había habido un trato injusto o equivocado. Defender la autonomía de EL PAÍS le costó no pocos amigos y un proceso judicial doloso alimentado desde el Gobierno de Aznar. A pesar de ese tremendo coste personal, siempre creyó que EL PAÍS era la principal obra de su vida y lo defendió a tiempo completo durante más de treinta años frente a quienes intentaban destruirlo o simplemente usarlo en beneficio propio. Primero como consejero delegado y luego como presidente fue el primer garante de su independencia.

22 Julio 2007

El pasado lunes

Joaquín Estefanía

Leer

El lunes por la mañana hablé con Jesús. Sandra, su secretaria, me dijo alegre: «Está en su despacho, trabajando», y luego me lo pasó. «Estoy mejor, aunque me duele la espalda. Mañana nos vemos», aludiendo a la reunión del consejo editorial del Grupo, a la que Jesús, durante muchísimos años, no faltó nunca. Fijamos para el 9 de octubre el patronato de la Escuela de Periodismo, ya que la otra fecha factible le venía mal porque quería pasar la primera semana de septiembre en Tenerife.

La conversación fue muy cálida, entre dos personas que llevan más de un cuarto de siglo trabajando juntos, cada uno en su sitio pero muy cerca. Toda una vida, recordó las pasadas navidades cuando me entregó un obsequio por mis 25 años en EL PAÍS. Un periódico no es una empresa cualquiera sino una actividad intelectual, y las relaciones no se circunscriben a las tradicionales en una sociedad mercantil sino que están preñadas de afectos, amistad, disgustos, victorias y derrotas… Sólo con esa amalgama de sensaciones es posible sobrevivir trabajando tantas horas, y encontrar una cierta coherencia en lo que se hace. Un periódico es un núcleo de complicidades profesionales e ideológicas, pero también personales. Jesús era un patrón muy exigente y un amigo muy entrañable. Además, ha conseguido que esa relación de complicidad vaya más allá de su persona y se haya trasladado a sus hijos.

Nuestras relaciones profesionales se circunscribieron sobre todo al diario EL PAÍS y a la Escuela de Periodismo. En 1988 me nombró director del periódico. Durante esos años, el último teléfono que sonaba cuando acababa el día era el suyo, para preguntar con qué mandábamos (en la primera página) y qué editoriales llevábamos. De las muchas conversaciones que recuerdo, hay una que se repite: la credibilidad. No se puede hablar de democracia en ausencia de una prensa que no tenga las garantías suficientes para desarrollar su labor; los periodistas ejercéis (tenía pudor en hablar en segunda persona del plural al hablar de los periodistas) la libertad de expresión y el derecho a la información en nombre de nuestros lectores, y ello os obliga ante la sociedad en una medida más amplia que el estricto respeto a las leyes, que debéis acatar como el resto de los ciudadanos; cuando los periodistas exigís información, contraéis una responsabilidad moral y política, además de jurídica. Esa responsabilidad proporciona la credibilidad.

Para ejercer la dirección de EL PAÍS, Jesús me dio apoyo personal, tiempo y medios económicos. Ello no significa que siempre estuviésemos de acuerdo y que no se produjesen las tensiones habituales entre un editor y el director de un periódico. Asumió las razones que le di para abandonar voluntariamente la dirección del periódico seis años después, y fue él el que se empeñó en que así constase en el comunicado que se dio. Al día siguiente de dejar el despacho, la primera llamada telefónica que tuve fue la suya, para saber cómo me sentía y si necesitaba algo. Me concedió la dirección de la Escuela de Periodismo UAM/EL PAÍS para dedicarme a otra de sus obsesiones: la democracia necesita de periodistas con una firme deontología y una formación continua que les permita entender lo que luego han de transmitir con eficacia a sus audiencias. La Escuela ha sido uno de los proyectos estratégicos que Jesús ha mimado más en sus 21 años de existencia.

Ahora sólo puedo tener presentes los buenos recuerdos y su grandeza singular para resistir las presiones cuando se atacaba a sus colaboradores. Tengo pruebas personales de ello. Al final, el balance más objetivo que se puede hacer es éste: la España del siglo XXI es mejor, más libre y más justa que la anterior, entre otras cosas porque algunos inventaron EL PAÍS y lo hicieron posible. Entre ellos, el querido Jesús.

23 Julio 2007

Coraje y honor

Javier Pradera

Leer

Escribe Aurelio Arteta en su ensayo La Mejor de las Miradas (Claves, número 174) que la admiración moral es una emoción nacida del deseo de emular la excelencia ajena, fruto de la educación de los sentimientos y de la puesta en práctica de las estrategias así aprendidas para superar las pruebas de la vida. Esa capacidad de admiración moral es seguramente la principal escuela donde se forman desde la adolescencia los rasgos fundamentales del carácter, que no hacen sino afianzarse a lo largo de la existencia, y el repertorio de las virtudes, que orientan el comportamiento humano. Me pregunto cuáles serían los arquetipos que Jesús Polanco -nacido en 1929- tomó de modelo en aquella desgarrada y empobrecida España recién salida de la Guerra Civil, espectadora de un pavoroso conflicto mundial y asfixiada por el nacionalcatolicismo construido al alimón por la dictadura y por la Iglesia. Aunque la empatía generacional pudiera darme algunas pistas para responder parcialmente a esa interrogante, me limitaré a constatar que los patrones de excelencia moral a disposición hoy de los españoles -unas veces ampliamente referibles y otras bastante peores- son diferentes a las propuestas del pasado.

Fuesen cuales fueran las fuentes familiares y amistosas, cinematográficas y literarias, de esos modelos de conducta a imitar (de forma voluntaria o inconsciente), Jesús Polanco interiorizó esos rasgos de carácter elegidos hasta hacerlos idiosincráticamente suyos. Por ejemplo, el coraje a la hora de tomar decisiones empresariales arriesgando no sólo el prestigio profesional, sino también el patrimonio personal en el envite, marchó siempre en paralelo con su prudencia para analizar los proyectos y para arbitrar entre puntos de vista conflictivos. La capacidad de liderazgo de Polanco ante situaciones de peligro quedó demostrada con creces la noche del 23-F y durante la persecución político-judicial del caso Sogecable. El cumplimiento de la palabra dada sin reparar en las consecuencias, la calidez en el trato personal y la generosidad para prestar atención a quien se la reclamaba fueron otras tantas manifestaciones de su gran capacidad de amistad. La dignidad de Jesús Polanco para rechazar las amenazas, las presiones y los chantajes del poder (sobre todo, pero no sólo, político) reveló en esos momentos de grave tensión su sentido del honor.

La mirada de admiración moral que Jesús Polanco dirigió durante su etapa de educación de los sentimientos hacia los comportamientos de otros puede proyectarse ahora de manera reflexiva sobre los rasgos de carácter presentes a lo largo de su vida. ¿Cómo explicar, entonces, los estereotipos que ensuciaron su nombre durante años y que le han perseguido incluso hasta el día siguiente a su muerte? Probablemente Arteta tiene razón cuando analiza el desprecio, la indiferencia, la envidia y el resentimiento como manifestaciones de las miradas que nos empeoran. Pocas personas han sido más denostadas y calumniadas que él por políticos reaccionarios, empresarios competidores y periodistas de calzón corto. La circunstancia misma de que Jesús Polanco estuviese al frente del grupo de comunicación más importante de España no sólo no le proporcionaba defensa, sino que le desaconsejaba la respuesta que hubiese desatado la espiral amarillista provocada por periodistas venales y tertulianos procaces. A la lentitud de los procesos judiciales para la protección del honor, la intimidad y la propia imagen, o contra la injuria y la calumnia, se une en España el temor de muchos magistrados a ser linchados por libelistas que campan por sus respetos en periódicos y radios como supuestos monopolistas de la libertad de expresión.

Aurelio Arteta describe la envidia como adversaria temible y a la vez vecina de la admiración moral: «La diferencia sustancial no radica en el objeto, sino en la virtud de sus sujetos: unos pueden admirar lo que otros no pueden más que envidiar». Porque la envidia se entristece con lo mismo que la admiración se congratula.

23 Julio 2007

Vale una vida entera

Soledad Gallego-Díaz

Leer

Al entierro de Jesús de Polanco asistieron, sobre todo, periodistas. Había también, sin duda, muchos empresarios, políticos y gente del mundo de la edición y de la cultura, porque Polanco fue un gran editor y un hombre que se movió siempre en el mundo de los libros y de sus autores. Pero había sobre todo periodistas porque Jesús de Polanco fue, por encima de todo, el empresario que levantó EL PAÍS y que comprendió y modernizó las relaciones entre la propiedad de un diario y la dirección y redacción del mismo.

Todos los periodistas que estábamos ayer en La Almudena sabíamos que asistíamos a su entierro porque Polanco supuso un enorme cambio en nuestra profesión, en nuestro trabajo y en el futuro del periodismo español. Algunos, además, le profesábamos afecto y un gran respeto personal, pero le conocieran o no, cualquier profesional de este oficio que no sea mezquino o ignorante tendrá que reconocer que Polanco revolucionó en este país, primero el mundo de los periódicos, y luego el mundo de los grupos multimedia, y que fue capaz de colocar a una empresa española, por primera vez, en hit parade mundial de los medios de comunicación.

Sin Polanco, sin su fuerza, su valor y astucia empresarial, sin su reconocimiento a la separación de poderes entre su papel como propietario y el del director del periódico, sin el pacto que firmó con Juan Luis Cebrián, las empresas periodísticas españolas serían distintas y el periodismo que se practica en este país seria diferente, y peor. Las cosas son como son. EL PAÍS es una obra de la que estar orgulloso, un periódico que vale una vida entera y ayer varios centenares de periodistas le rendimos homenaje póstumo por ello.

En el entierro de Adoph Ochs, creador de The New York Times, que murió también a los 77 años, se pusieron de manifiesto muchas cosas: su temperamento, sus días más duros y sus momentos más oscuros, pero, sobre todo, su capacidad para hacer algo difícil: proporcionar una estructura empresarial muy sólida y muy independiente a lo que nacía como un simple diario.

Nadie le podrá negar a Jesús de Polanco ese mismo mérito. Las únicas broncas que se le han escuchado en la redacción de este periódico, casi desde el primer día, han sido por no cumplir los objetivos de difusión. No habían pasado ni cinco meses desde la salida del periódico y convocó a la redacción. Los periodistas más jóvenes nos preocupamos: ¿querrá llamar la atención por algo publicado? En absoluto. Jesús de Polanco nos abroncó por no haber llegado, ya, a los 100.000 ejemplares. Y después del enfado, llegaron los ánimos, algo que también sabía dar, con discreción, y muchas veces, en privado. Al final, el periódico consiguió colocarse a la cabeza de la difusión en España Lo logró, les guste o no a sus críticos, simplemente porque tenía las mejores noticias, la mejores fotografías y los mejores artículos. Quizás podíamos ser algo pesados, pero Polanco jamás nos reprochó en aquellos tiempos difíciles otra cosa que la falta de ambición (quería llegar cuanto antes al medio millón de ejemplares) y las lagunas de calidad. «Los médicos entierran sus errores; los abogados, los cuelgan. Y los periodistas, los colocáis en primera página», bromeaba.

Cuando anunció al staff la salida a Bolsa de PRISA le expresé mis preferencias por las empresas periodísticas familiares, historicamente mucho más respetuosas con el trabajo profesional que los insaciables fondos de inversiones. A la salida, hizo un aparte: «Me ha hecho mucha gracia que te gusten las empresas familiares. Aquí, en privado, te diré que tienes razón en una cosa: siempre será más fácil convencerme a mí o a mi familia de reinvertir en corresponsalías que a un agente de bolsa».

Dicen que a Polanco le atacó mucha gente. Es cierto; incluso se vió sometido a un proceso aberrante, pero también es verdad que cuando lo necesitó tuvo mucha gente a su lado. Sobre todo, la que le conocía de verdad. Quieran o no sus detractores, la historia del periodismo está de su lado: fue él quien enterró una manera caduca de ser empresario y quien alumbró el nuevo modelo. Eso no se puede cambiar.

23 Julio 2007

La ilusión liberal

Manuel Varela Uña

Leer

Conocí a Jesús de Polanco, presentado por José Ortega, en los primerísimos tiempos de la aventura de EL PAÍS, antes de la aparición de éste. Desde entonces formo parte del Consejo de Administración de PRISA, que primero presidió José y desde hace tantos años ha presidido Jesús de forma inolvidable. Se da además la circunstancia de que soy el consejero de mayor edad. Creo que estas dos condiciones me autorizan a omitir la expresión de mis sentimientos profundos -que me parecen propios de la intimidad- y limitar el homenaje a su persona al campo restringido de mi relación con él en el Consejo de PRISA.

Ajeno siempre por vocación y por decisión personal a las actividades empresariales, económicas y de los medios de comunicación, consideré justificado hacer una excepción cuando Ortega me ofreció que participara en lo que parecía entonces un intento, de éxito incierto, para hacer realidad un conjunto de ideas, aspiraciones y sentimientos a los que, por tres generaciones, habían estado estrechamente vinculadas mis dos ramas familiares, ambas muy afines a la Institución Libre de Enseñanza en la que yo mismo me eduqué.

Desde muy pronto comprendí y sentí que Polanco tenía la ilusión, la voluntad y las condiciones personales precisas para convertir en realidades la ilusión que nos unía y que podría resumirse en dar nueva vida a la tradición liberal de nuestro país: en esencia, más educación, más tolerancia, más apertura a otros horizontes y más libertad.

Su nítida visión de los problemas, su decisión para resolverlos, su sólida firmeza en lo fundamental, su flexibilidad y tolerancia en lo contingente, su universal curiosidad, su interés por lo nuevo, su constancia en el esfuerzo, su rigor en la calidad del trabajo, su respeto a la verdad, su capacidad de trabajo en grupo, su espíritu de tolerancia y de conciliación y la ejemplaridad de su conducta son la base de la cadena de aciertos y éxitos en que se resume el resultado de su trabajo.

Los Consejos -a partir del momento en que con tanto acierto supo resolver los graves problemas de los primeros años- han sido siempre un ejemplo de buena información, de general buen criterio, de gran armonía y de exquisita corrección. Yo personalmente le debo el haber aprendido en el Consejo que en la vida empresarial hay con frecuencia más talento, más rigor en el trabajo, más espíritu crítico y más sentido de la realidad que en los medios académicos.

Al despedirlo pienso en lo que nos deja y en lo que se lleva.

Nos deja un grupo extenso y sólido de personas en condiciones muy favorables para contribuir con eficacia al mejor desarrollo de las ideas esenciales que dieron vida a EL PAÍS y a PRISA.

Se lleva sus mejores virtudes: la ambición sin codicia y su excepcional capacidad de liderazgo.

No se lleva, en la medida merecida, lo que con frecuencia se escatima entre nosotros y que con tanta vileza se le negó a él: respeto y gratitud.

23 Julio 2007

El sello de la libertad

Matías Cortés

Leer

Hace años que repito a los amigos que tienen la paciencia de escucharme, que hay tres grandes españoles que han modificado de tal manera con sus actividades empresariales la vida diaria de todos nosotros, haciéndola más rica, más libre, más moderna, que merecen nuestro reconocimiento lleno de respeto, admiración y de gratitud. Hace apenas un par de horas he acompañado a su familia y a tantos amigos a dar sepultura a uno de ellos. Cada día, cientos de millares de lectores, de oyentes de la radio, de televidentes, de estudiantes, de amantes de la literatura y del pensamiento, se informan, se forman o se divierten conviviendo con la obra diversa, incisiva y bien marcada por el sello de la libertad y de la calidad, surgida de las empresas creadas y dirigidas por Jesús de Polanco. Durante decenios hemos vivido con un vecino invisible, pero tenazmente presente. Se nos colaba por todas las rendijas de nuestra inteligencia y de la sensibilidad. Unos con satisfacción, otros con rechazo, con mayor o menor intensidad hemos sido receptores de su obra. A mi entender, esa potente diseminación de ideas y de imágenes estaba presidida por un criterio abierto y democrático, que ha luchado durante todos estos años para que la pluralidad de ofertas culturales, impidiera el establecimiento de ningún monopolio y mucho menos de experiencias dictatoriales.

Siempre he tenido claros estos hechos, seguramente obvios; pero confieso que sólo al final de su vida me ha permitido asumir su obra en toda su amplitud y profundidad. A veces, hasta los compases finales de una interpretación magistral de la sinfonía no somos capaces de entenderla en todo su valor. A mí me parece que hasta hoy no he entendido verdaderamente a Jesús de Polanco: he estado tan cerca de él durante decenios que sólo la separación terrible que produce la muerte me ha permitido ver el cuadro completo y complejísimo de su obra.

Para mí ha sido un amigo y de eso me impide hablar un seguramente viejo sentido del pudor.