27 septiembre 1991
Muere en la cárcel el antiguo oficial nazi Klaus Barbie
Hechos
El 27.09.1991 se hizo pública la muerte de Klaus Barbie.
27 Septiembre 1991
Radiografía de la crueldad
El perverso círculo se cerró el miércoles a las nueve de la noche. Klaus Barbie encontró la muerte en la misma ciudad en donde se ganó el apodo de «el carnicero de Lyon» y se dio tristemente a conocer por sus monstruosas actividades al frente de la Gestapo durante la segunda guerra mundial. Condenado a cadena perpetua por el Tribunal del Rhone el 4 de julio de 1987 por «crímenes contra la humanidad», el más «famoso» de los responsables de las matanzas de judíos durante el nazismo falleció, a consecuencia de la leucemia que padecía desde el año pasado, en el hospital penitenciario de «Jules Courmont», en donde se encontraba internado desde el 9 de septiembre. Siendo todavía un adolescente, a los veinte años de edad, Klaus Barbie comienza a labrarse el más funesto de los destinos entrando en las juventudes hitlerianas en 1933. Un año después, tras la muerte de su padre, abandona su educación tradicional en Bad-Godesberg, cerca de Bonn, y decide ingresar en una escuela paramilitar para seguir avanzando en su fulgurante y fascista carrera. En 1935, Klaus entra en los cuerpos de élite de las SS, y presta juramento ante su amado «Führer» el uno de octubre. Su frialdad, su crueldad y su falta de -escrúpulos debían ser marcas de nacimiento, ya que dos años después de adherirse al partido nazi fue ascendido a oficial de las SS. Se ganó a pulso la confianza de todos sus superiores, que le calificaban de «antijudío convencido» y «militante irreprochable». La primera etapa en su recorrido criminal transcurrió en Amsterdam, ciudad en la que se encargó de la detención de 300 judíos, así como de su inmediato traslado al campo de concentración de «Mathausen» en dónde les aguardaba la muerte. Al llegar a la treintena, con la sonrisa más marcadamente cruel y los ojos más fríos que nunca, Barbie fue de nuevo ascendido. Sus méritos en la sección antijudía le condujeron a Lyon, en donde amplió su terrible lista aniquiladora, ya como jefe de la Gestapo, a 4.342 «ejecuciones», 7.591 deportaciones y millares de torturas. Poco antes de la liberación, Barbie fluyó en el último convoy que abandonó Lyon y recibió una triunfal acogida en su país, ascenso incluido. Por si fuera poca la suerte de escapar de su pasado, los servicios secretos norteamericanos le contrataron en 1945 para participar en sus actividades anticomunistas. En 1951 llegó su hora en Alemania, pero consiguió evadirse de nuevo a la justicia y viajar a Italia, en donde encontró refugio en un convento de franciscanos de Roma, haciéndose pasar por un cristiano austríaco hasta que consiguió un pasaporte de la Cruz Roja Internacional. Su frialdad, su astucia y su inteligencia le acompañaron durante los siguientes treinta y tres largos años en los que encontró siempre la manera de escabullirse de los franceses, de los «cazanazis» como Simón Wiesenthal, y de todas las organizaciones judías. El dosier sobre los crímenes de Barbie, elaborado por las autoridades francesas de posguerra, ocupaba 100.000 folios. La condena le alcanzó sólo cuatro años.
El Análisis
En 1991, Klaus Barbie murió en su celda en Francia. Tenía 77 años, estaba enfermo y gastado, convertido en un anciano irrelevante para el presente… pero no para la memoria. Su muerte cierra, de manera definitiva, un capítulo oscuro que se había prolongado mucho más allá de 1945: el de un jerarca nazi que durante la ocupación alemana en Francia encarnó el terror, la tortura y la deportación de cientos de personas.
El hombre que fue temido por miles, que se paseaba arrogante con el uniforme de la Gestapo por las calles de Lyon, murió en una soledad discreta, sin los honores ni la camaradería que un día le ofreció el Reich. Y sin embargo, a diferencia de Hitler, Himmler o Goebbels, Barbie conoció la humillación pública de un juicio, la voz de los testigos, el peso de las pruebas, la condena a cadena perpetua y la certeza de que no saldría vivo de prisión. Fue, para las víctimas y sus familias, un raro acto de justicia: ver al verdugo en la misma tierra donde había sembrado el miedo, pero esta vez sin poder alguno.
Su vida y su final resumen una paradoja: un anciano deteriorado, que ya no suponía amenaza, seguía siendo el símbolo viviente de un horror que la humanidad juró no olvidar. Murió pagando, hasta el último día, por crímenes cometidos cuarenta años antes, en un tiempo en que el mundo estaba sumido en atrocidades y el genocidio se institucionalizó desde el Estado. Que Hitler se suicidara para huir de cualquier juicio y que tantos otros escaparan del banquillo convierte la muerte de Barbie en una anomalía en la historia: la de un criminal nazi de alto rango que, aunque tarde, fue alcanzado por la justicia y obligado a afrontar su culpa hasta el último aliento.
J. F. Lamata