11 junio 1984

Muere Enrico Berlinguer, el líder del Partido Comunista de Italia, que pasó de aliado de la URSS a romper con Moscú para crear el ‘eurocomunismo’

Hechos

El 11 de junio de 1984 murió Enrico Berlinguer.

10 Junio 1984

Un gran político europeo, un lider comunista

Santiago Carrillo Solares

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Cuando escribo estas líneas, Enrico Berlinguer yace gravemente enfermo y existen fundados temores por su vida. Sin embargo, soy incapaz de imaginar la desaparición prematura de un hombre, un amigo, del que todavía esperamos mucho -no puedo hablar en pasado-; y digo prematuro porque, para un político, Berlinguer está todavía lejos de la vejez. Acabo de formular votos, junto con cientos de comunistas santanderinos, por que se recupere. Berlinguer es una de las personalidades políticas europeas más importantes de los últimos 20 años. Tuvo ya antes un papel muy destacado en el movimiento juvenil italiano y mundial, en el que se formó como dirigente. Fue uno de los diputados más jóvenes de Italia. Pero cuando se impone como gran político es al ocupar la secretaría general del PCI, sucediendo a figuras como Grainsci, Togliatti y Longo.Puedo imaginar que al lado de los Amendola, los Pajetta, los Buffalini e Ingrao, los Natta, de toda esa pléyade de notabilidades de la vida política italiana, los primeros pasos de Enrico, pese a tener ya una experiencia considerable, debieron estar marcados por una gran prudencia. Encabezar un equipo de esa magnitud, afirmarse sin ser ensombrecido ni hacer sombra a ninguno de ellos, no debió ser cosa fácil. No sé si es de ahí de donde le vendría a Berlinguer el remoquete -nació en Cerdeña- de sardo mudo. En todo caso, estimo que su primera cualidad es la prudencia y la firmeza políticas.

El nombre de Enrico está relacionado en un primer tiempo a la idea del compromiso histórico, idea que entroncaba con la concepción, tradicional en el PCI del bloque histórico, que en un país como Italia no era concebible sin la participación del pueblo católico. Más tarde reemplaza a esta estrategia la de la alternativa de izquierdas en el intento de superar la barrera que, sobre todo, tras el asesinato de Moro, representaba la Democracia Cristiana para realizar un cambio de fondo en la política italiana. Porque a través de ambas fórmulas, la voluntad que subyace es acumular las fuerzas necesarias a una auténtica transformación.

La política de Bettino Craxi torna muy dificil la segunda variante. Pero el obstáculo más fuerte con que tropiezan Berlinguer y el PCI es el veto norteamericano al acceso de los comunistas al Gobierno; veto que bloquea, cada vez más gravemente, el funcionamiento de la democracia en Italia. El empantanamiento de la vida política y las instituciones, la proliferación de los hábitos de corrupción en los partidos políticos -hábitos de los que sólo se salva el PCI-, los escándalos constantes que se convierten en rutina son el precio que paga Italia por ese veto. Y, sin embargo, siguiendo la pauta trazada ya por Togliatti, Enrico Berlinguer consigue que su partido sea un partido de Gobierno aun estando en la oposición, que influya considerablemente en la dirección del país aun sin tener ministros, sea una pieza esencial de la vida política, social, cultural italiana.

La superación de todas esas lacras actuales es inconcebible sin Berlinguer y su partido. El voto comunista italiano, además de un voto de clase, es el voto de la ética, del adecentamiento; expresa el deseo de probidad, de un nuevo renacimiento moral de la política.

Berlinguer es conocido por su papel en el lanzamiento de la tendencia que posteriormente fue bautizada con el nombre de eurocomunismo. Esa tendencia primaba el criterio de independencia de cada partido comunista, la inexistencia de un centro dirigente mundial, la vía democrática al socialismo, el respeto al pluralismo político e ideológico. Concebía la lucha transformadora no sólo en el terreno nacional, sino también en el europeo, concediendo gran importancia a la cooperación de la izquierda en nuestro continente.

El eurocomunismo no ha significado en ningún momento el abandono de la lucha de clases, de la voluntad de transformar la sociedad capitalista; no ha sido una caída en concepciones socialdemócratas, sino el comienzo de un esfuerzo para poner al día el proyecto comunista de transformación social.

Yo he tenido la satisfacción de firmar con Berlinguer, hace 11 años, en Livorno, la declaración en la que esas ideas se proyectaban hacia Europa y de haber mantenido una colaboración estrecha con él durante largo tiempo. Un momento importante de esa colaboración fue el encuentro que ambos, junto con Georges Marchais, celebramos en Madrid a principios de 1977, cuando el PCE no era todavía legal. Era el comienzo de la transición y las libertades apenas empezaban a abrirse. Estábamos como sitiados en un hotel madrileño. Fuera había una custodia, que más que tal era una vigilancia, que nos impedía reunirnos más de 20 personas, incluso para comer. Nos costó mucho que alfinal se autorizase una conferencia de prensa; la autoridad pretendía que nos reuniéramos con los periodistas por turno, en pequeños grupos. Sin embargo, por encima de tales barreras, aquella reunión era seguida con esperanza -o cuando menos, con expectación- en toda Europa.

Hoy, ante el lecho del dolor de Enrico Berlinguer, puede surgir la interrogante de si todo aquello fue fructuoso. Yo creo que hasta ahora lo ha sido sólo parcialmente. La grave crisis económica, la situación de guerra fría que soporta el mundo ha influido decisivamente en la reducción de las grandes expectativas abiertas entonces. Pero si se supera la tensión actual, si se evita la guerra, habrá un nuevo renacer de todo aquello.

En todo caso, lo que está fuera de duda es el alto prestigio que su labor ha dado internacionalmente a Enrico Berlinguer. Me dicen cuando escribo estas líneas que Sandro Pertini, el venerable y admirado presidente de la República italiana, ha ordenado que le preparen una habitación contigua a la que presencia el duelo de Berlinguer con la muerte. Sandro, velando por la vida de Berlinguer, ayudándole moralmente en esta desesperada batalla -¡ojalá no sea la última!-, nos representa a todos cuantos en Italia y en el mundo seguimos con angustia y en vela la suerte del gran dirigente comunista.

15 Junio 1984

Después de Berlinguer

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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LA REACCIÓN provocada por la muerte de Enrico Berlinguer probablemente no tiene antecedentes. Ha sido más impresionante, más grandiosa que la que se produjo en los funerales de Palmiro Togliatti. No sólo se han producido manifestaciones de cariño, admiración, respeto, que han abarcado a la casi totalidad de la población italiana, sino que, en un terreno más directamente político, todos los partidos, incluso los más opuestos al comunista, han querido asociarse al homenaje a la figura de Berlinguer. En el plano europeo e internacional han coincidido en el entierro delegaciones de la máxima relevancia. Quizá el hecho más notable haya sido la presencia de delegaciones de casi todos los partidos socialistas europeos, y el discurso pronunciado por Dankert, presidente del Parlamento Europeo.Berlinguer ha sido un innovador; cuando llega a la máxima dirección del PCI, éste, y otros partidos comunistas occidentales, han condenado ya la intervención soviética en Checoslovaquia en 1968. Pero se había creado así una situación contradictoria: la identidad comunista se basaba en preconizar para todo el mundo los cambios revolucionarios realizados en la URSS; a la vez, la realidad demostraba que la URSS pisoteaba los principios en nombre de los cuales había hecho la revolución. Dos presiones se ejercían sobre los partidos comunistas: volver a la fidelidad tradicional hacia la URSS, considerando errores secundarios lo que era indefendible en la conducta soviética, o ir rompiendo los lazos ideológicos, que les ataban desde su fundación con la II Internacional, a la experiencia soviética. Ello implicaba, sin renunciar a tradiciones gloriosas, en particular de la lucha contra el fascismo, buscar, inventar una nueva identidad comunista a partir de las necesidades objetivas de transformación y progreso que dimanaban de las sociedades occidentales. Berlinguer ha conducido al PCI con inteligencia y audacia por este segundo camino. Esto quedará como su obra histórica. Lo ha hecho conservando y ampliando la fuerza electoral del PCI, manteniendo su unidad. En los años setenta, este nuevo camino que emprendía el PCI fue decisivo para despertar en diversos partidos comunistas de Europa occidental una tendencia, un proyecto al que se dio el nombre de eurocomunismo, que fue introduciendo concepciones que rompían con la tradición: independencia de la Unión Soviética, aceptación de las formas democráticas para la lucha por el socialismo y de un modelo de socialismo pluralista. En cuestiones internacionales, las diferencias con la URSS se agrandaban, ya que los partidos eurocomunistas se pronunciaban contra los dos bloques militares, por la construcción de Europa y por un papel autónomo de ésta que la permita contribuir a la paz y al desarme. Una de las características más acusadas de la personalidad de Berlinguer era la de que nunca se doblegaba a las exigencias de la táctica política. Era, sin duda, un parlamentario eficaz. Pero siempre conservaba una perspectiva a largo plazo. Eso se puso de relieve en su actividad internacional. Por encima de las diferencias con los socialistas italianos, muy fuertes en diversos momentos, Berlinguer consideraba siempre esencial el acuerdo en un plano europeo con los socialistas.

Ya en los años setenta se empezó a abrir un abismo entre un PCI que lograba avanzar en su proceso renovador, consolidando con ello sus fuerzas, y lo que ocurría en otros partidos comunistas europeos, que habían aceptado el eurocomunismo más bien en el terreno de la propaganda, pero que no podían plasmarlo en algo capaz de ocupar un espacio en la vida política y cultural de sus países. Se hacía sentir la fuerza de las viejas tradiciones, del mito de la URSS como modelo universal; actitud estimulada por la persistente actividad del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), con diversas formas en unos y otros países, por aislar y derrotar las posiciones heterodoxas. Como fenómeno europeo, el eurocomunismo ha dejado de existir. El PCI se ha convertido en un caso excepcional. Pero quizá lo haya sido siempre. En realidad, Berlinguer ha podido realizar una profunda renovación, sin ruptura interna, porque el PCI estaba, en cierto modo, preparado para ello. Gramsci fue el primer pensador marxista que ha tenido la concepción de un camino diferente para ir al socialismo en el occidente de Europa. Las raíces dejadas por sus ideas han sido esenciales. Cuando el PCUS denunció, en su XX Congreso, los crímenes del stalinismo, Togliatti fue el único dirigente comunista que se atrevió a hablar de «degeneración del socialismo».

Los funerales de Berlinguer han demostrado la enorme simpatía que sienten grandes masas humanas, no sólo por la persona del dirigente, sino por las ideas que encamaba. Ello confirma que, en las condiciones de Italia, será cada vez más difícil gobernar, sobre todo en una etapa de crisis, sin alguna forma de participación de los comunistas. Por otra parte, no parece dudoso que la sucesión de Berlinguer se hará en un sentido de plena continuidad. El estilo de éste era particularmente dialogante; necesitaba tener en tomo suyo a un equipo para discutir antes de tomar la decisión. Su obra de renovación no ha sido personal, sino de equipo. Por eso parece seguro que será continuada. En el plano europeo, por el contrario, no se ven actualmente otros partidos comunistas capaces de convertir en factor político efectivo esas ideas nuevas del comunismo que Berlinguer ha representado en una etapa de Europa.