30 diciembre 2014

Muere Eugenio Suárez Gómez, que trató de crear un imperio de revistas en torno a EL CASO y acabó arruinado por sus pleitos maritales

Hechos

El 30 de diciembre de 2014 fallece D. Eugenio Suárez Gómez.

Lecturas

EUGENIO SUÁREZ.

Casi desconocido hoy por las generaciones actuales de periodistas, este asturiano genial merece figurar en cualquier historia de las revistas por su importante pionera contribución a la modernización del medio.

Construyó un verdadero imperio periodístico sobre la base de un primer semanario, EL CASO, revista que logró en su época llegar a los lugares más recónditos de España y que fue la única lectura de millones de personas. Yo la dirigí y aprendí con ella lo que es sentir de cerca el aliento de los lectore, porque nunca estuve en una publicación que mantuviera contacto más estrecho con su público.

Además de EL CASO, Eugenio Suárez fundó SÁBADO GRÁFICO, VELOCIDAD, TU SALUD, EL COCODRILO LEOPOLDO y otras publicaciones menores.

Eugenio Suárez protagonizó muy sonadas historias tanto profesionales como personales, y me voy a permitir contar alguna fiándome de mi memoria. Entre las que mayor impacto me causaron figura la del dispositivo que preparó para cubrir en SÁBADO GRÁFICO – entonces semanario del corazón, reconvertido luego en información general – la boda de Fabiola con el rey Balduino de Bélgica.

Habida cuenta de la escasez de medios, pero deseando a toda costa ser el primero en ofrecer las fotos de esa ‘boda del año’, Eugenio se permitió el dispendio de alquilar una avioneta privada para traer las fotos. No había vuelo directo de Bruselas a Madrid y, para ahorrar dinero, el chárter cubrió el trayecto Bruselas – París, enlazando allí con un vuelo regular a Barajas. En el aeropuerto madrileño, el coche de Eugenio, un enorme Dodge Dart furgoneta, había sido equipado con una cubeta de revelado de fotos. Ahorrar cualquier minuto era esencial.

Cuando coche, tripulantes y fotos llegaron a la imprenta Rivadeneyra, donde se imprimía SÁBADO GRÄFICO, en la puerta esperaba el redactor-jefe de la revista exhibiendo un pliego de ¡HOLA! (que también utilizaba la misma imprenta entonces) donde aparecían ya fotos de la boda de Fabiola. ¿Cómo era posible que se hubiera adelantado la competencia? Sencillamente porque habían utilizado un nuevo aparato que estaba en prueba y se llamaba telefoto, que Eugenio Suárez desconocía.

Blandiendo una llave inglesa de la caja de herramientas de su coche, Eugenio Suárez entró en la imprenta y conminó a los operarios a que pararan la rotativa donde se imprimía el ¡HOLA! para que empezaran a imprimir la suya, SÁBADO GRÁFICO.

Hacia las siete de cada tarde, sonaba el teléfono interior de mi cubículo y la voz de Eugenio Suárez me decía: “son las whisky o´clock”. Era la señal de que acudiera a su divertido despaco para recibir a colaboradores y tomar con ellos un whisky, o dos, o tres. Por ahí aparecían regularmente escritores de la talla de José Bergamín o Antonio Gala, columnistas asiduos de la revista.

Digo que su despacho era divertido no sólo por las cosas que pasaban – desde tiros (Eugenio Suárez tenía una pistola en su mesa) hasta secretarias que se arrodillaban – sino por cómo estaba decorado. De un perchero colgaban doce sombreros diferentes, una teja sacerdotal, un casco de bombero, un tricornio, etc. Y en una enorme pecera nadaba un cocodrilo cuya alimentación y limpieza costaban más que la nómina de un redactor.

Eugenia Suárez tenía la costumbre de comer en los mejores restaurantes de Madrid (había que ser visto en los buenos sitio, decía) y una vez a la semana me llevaba a Horcher. En el trayecto y sin cortarse lo más mínimo por la presencia de su chófer, me instruía: “tú comes lengua, que es el plato más barato de la carta”. El tomaba lo que más le apeteciera.

Eugenio tenía la costumbre de comer en los mejores restaurantes de Madrid (había que ser visto en los buenos sitios, decía) y una vez a la semana me llevaba Horcher. En el trayecto, y sin cortarse lo más mínimo por la presencia de su chofer, me instruía: “tú comes lengua, que es el plato más barato de la carta”

Y cuando se nos complicaban los cierres y había que permanecer en la redacción durante la hora del almuerzo, pedía al botones que bajara al bar de la esquina a por dos bocadillos de jamón. “El mío, advertía, con doble ración de jamón”. Luego, me miraba y se justificaba: “Es que a mí no me gusta el pan”.

Pero todo eso, y más, podía perdonársele por el ingenio que derrochaba a raudales. Lo que no tiene perdón es que haya terminado teniendo que ir en metro porque no puede pagarse un taxi cuando su piso dúplex de la calle Serrano, situado encima del que poseía Paco Camino, era una de las propiedades más codiciadas de Madrid. Y, sobre todo, cuando sus publicaciones, hoy todas tristemente desaparecidas, fueron líderes en sus segmentos y sirvieron para escribir la prehistoria del periodismo de revista de hoy en día.

Juan Caño

Caso Cerrado

Eugenio Suárez

2005 (Memorias)

Leer

En 1980 ya tirábamos EL CASO en una imprenta de Guadalajara y se vendía a 25 pesetas, con las 16 páginas del gran formato. Perduraban los viejos reporteros, capitaneados por Margarita Landi, que más tarde ficharía por otra casa donde la pagaban mucho más. Y el veterano Mariano R. Box que empezó en Murcia como colaborador, donde realizó un valioso y tenaz trabajo sustituyendo a Enrique Rubio que emprendió otros y exitosos derroteros. En esa época lo dirigió Cándido Calvo, una de las personas más eficientes y bondadosa que he conocido. Gente joven como Vicente Díez-Hernández, Carlos Aguilera, Delfín Rodríguez. El escritor Jesús Ynfante frecuentó aquellas páginas por esas fechas.

Volvió a editarse en Madrid y cuando mi vida particular era un epítome de problemas y sobre la empresa se lanzaba la segunda esposa y algunos colaboradores que deseaban apoderarse de ellas, la confié in extremis al último director contratado Joaquín Abad, que poseía una imprenta en Almería, impresora de un diario dedicado a la política local. Era la única salvación transitoria, donde EL CASO pasó varios años descuidado y en decadencia hasta su desaparición llegó en 1987 [su último número es publicado el 24 de septiembre de 1997].

(Pag 337) Derrumbada mi empresa, me encontré completamente arruinado. Quiero decir, sin una peseta. Y con deudas, con la Seguridad Social, por ejemplo, que mantuvo sus reclamaciones hasta que el expediente cayó en su extinción. Fue un problema personal, pues a mi nombre estaban las publicaciones y, por tanto, de mi responsabilidad eran sus compromisos.

EL CASO, acosada la titularidad en los tribunales por parte de la segunda esposa y de algún empleado que creyó haber hecho su fortuna reclamándolo, había sido puesto a salvo cuando le propuse al último director contratado, Joaquín Abad, que lo imprimiera en unas máquinas de su propiedad que editaban un pequeño diario en Almería. Pero cualquier periódico, y con mayor motivo un medio popular, requiere una dedicación y entusiasmo que no supieron o pudieron darle. Fue decayendo, cada vez peor hecho, alejándose sus lectores y muriendo, sin gloria y con mi pena, en algún momento del año 1997 [su último número fue publicado el 24 de septiembre de 1997 siendo su último director Manuel Bretone Martínez]. Había vivido 45 años y murió casi olvidado, como en un asilo. Del esplendor de su historia quedó el último aldabonazo: caso cerrado, fin, kaput. Años después, alguien me sugirió que donase las colecciones de cuando promoví a un centro universitario, para que estuvieran al alcance de los estudiosos en las materias. Regalé los tomos encuadernados – más de 400 – de todas las publicaciones que edité, a la Facultad de Periodismo de la Universidad San Pablo CEU y en ella se encuentran a disposición de los interesados.

Aún me consideraba útil, tenía poco más setenta años, y pedí trabajo en cuantos sitios suponía que era posible alcanzarlo. No vi más que espaldas y, en el mejor de los casos, disculpas y golpecitos en el hombro. Me dirigí a un hombre [Jesús Polanco] con quien había tenido encuentros casuales, siempre muy gratos. Él había empezado, como yo, desde cero, vendiendo enciclopedias, libros de otras editoriales, casa por casa, en las librerías y grandes almacenes. Habíamos compartido manteles y viajes colectivos en alguna ocasión. Se perfilaba como un gran editor de repetido éxito. Fui a ofrecerle mi trabajo para la Cadena SER – mundo este, el radiofónico, casi desconocido para mí – e inmediatamente me encontré en un programa de Radio Madrid, confiado a las manos de Augusto Delkader, su director general, en 1989. He trabajado a las órdenes de Daniel Gavela, Mariano Revilla, Goyo González y Sergio Ramiro. Escribía mi colaboración y la leía dentro del espacio designado. Luego, cuando el diario EL PAÍS inauguró el suplemento dedicado a la capital de España, volví a dirigirme al amigo ofreciéndome como viejo escritor y peatón que circula por las calles de la ciudad donde ha vivido siempre. Comencé en noviembre de 1992, con tan buena fortuna que presenté mi primer artículo firmado al premio González-Ruano, creado por Mapfre y me lo concedieron. Diez años antes había logrado el Luca de Tena, del diario ABC. Tenía dos trabajos, de los que estoy viviendo estos últimos años. No dispongo de otro medio de expresar mi gratitud a Jesús de Polanco que dedicar este libro a su fuerte mano amigo. Como remate, el año 2003, la Asociación de la Prensa de Madrid me otorga el Premio Rodríguez Santamaría, honorífico, como reconocimiento a una vida dedicada a este oficio.

EL CASO tuvo un fin inmerecido. Casi cuarenta años batiéndose bravamente para un fin imprevisto. Un caso perdido y cerrado, eso es lo que fue y da título a estas páginas. Cuando digo que soy un antifranquista arrepentido quizá quiera expresar que estoy descontento, no de mis apreciaciones de aquellos tiempos, sino por la forma en que se tratan, enjuician y explican los avatares por los que pasé yo, y treinta o cuarenta millones de españoles, durante casi cuarenta años. Yo no soy antifranquista a moro muerto, lo fui de aquel peligroso señor.

¿Arrepentido? El tránsito es demasiado breve para desaprovecharlo en inútiles lamentaciones. Venturas y desventuras, allá se anduvieron. Hoy continúo en escena, gano mi pan, conservo afectos terminales, hijos, nietas y un bisnieto. La única persona que hubiera querido a mi lado en este último recorrido ha sido Marichu, mi primera esposa, cuyo afecto intenté rescatar, pero lo inevitable se me adelantó. Murió a finales del año 2003. He jubilado las animadversiones y no me da la gana de mirar el reloj que marca el tiempo que resta. La creciente sordera amortigua el estrépito en que han transcurrido muchos de mis tiempos. Tampoco quiero saber si el eco de esa campanada es el penúltimo. Ultima necat.