28 agosto 2007
Pedro J. Ramírez anuncia que, como homenaje, su página será ocupada durante los próximos 100 días por una centena de comentaristas diferentes
Muere Francisco Umbral, el columnista estrella del diario EL MUNDO

Hechos
El 28.08.2007 murió D. Francisco Pérez Martínez, que firmaba una columna diaria en EL MUNDO con el ‘pseudónimo Francisco Umbral’.
Lecturas
Tras una oferta a D. Alfonso Ussía, que ha optado por permanecer en LA RAZÓN, el diario dirigido por D. Pedro J. Ramírez ha anunciado que el encargado de hacer la columna de la última página reemplazando al Sr. Umbral será D. Raúl del Pozo.


29 Agosto 2007
Umbral inmortal
Con la muerte de Francisco Umbral, todos los mundos hemos perdido. Sin Umbral, este periódico se siente hoy, cómo no, huérfano del amigo, del prosista rotundo, del mejor escritor de periódicos de la Historia del siglo XX. Al mundo literario le falta desde hoy un maestro esencial, porque se ha ido el dueño de un lenguaje y un estilo tan personal como irrepetible. El mundo social, el político, el sentimental, todos los rincones de la vida española echarán de menos a su más lúcido, original e implacable memorialista.
¿Cómo condensar en unas líneas la estatura literaria de uno de los grandes creadores españoles del último siglo? Poseído por los demonios de la escritura, que no le abandonaron nunca, Paco Umbral es autor de un centón de libros: ensayos, novelas, memorias, algunos tan míticos ya como Mortal y rosa, La noche en que llegué al Café Gijón o Un ser de lejanías, celebrados por la crítica como cumbres de la narrativa y el ensayismo contemporáneos.
Había sido siempre, desde niño, un profesional de lo suyo y nunca pensó en dedicarse a otra cosa, nos contó en Amado siglo XX, y llegó pronto a maestro de las nuevas generaciones, que se reconocían en su talento impertinente y admiraban su dominio de orfebre del castellano. Cela lo dijo: «Umbral es el mejor escritor vivo de España». Y ni los premios (y los tuvo todos, desde el Nadal en 1975 al Príncipe de Asturias de las Letras en 1996 o el Cervantes en 2000) ni el éxito como articulista lograron amansarlo ni arrebatarle su desesperado amor por la palabra.
Porque Umbral era, como lo fueron Larra o González Ruano, alma y carne del papel prensa. Unido a nuestro periódico desde su fundación, en 1989, su columna Los placeres y los días se convirtió pronto en una referencia inexcusable de lectores y políticos, a menudo noqueados por su pluma libérrima e incisiva. Cada mañana, desde su atalaya en la contraportada del periódico, Umbral daba cuenta y razón de lo que pasaba en la calle, con más poesía, inteligencia, violencia ideológica y belleza de lo tolerable para muchos biempensantes.
Por sus columnas se pasearon desenmascarados y desnudos presidentes de gobierno y animales sagrados, anarquistas y diabólicas. Unos días eran Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez, y otros Rajoy y Zapatero, Polanco y Azorín, y la Pantoja e Ibiza, y Caballero Bonald y Castro, y Suárez, y el Papa, y la derechona y Tierno Galván… Siempre beligerante, libre, inmisericorde. Sólo los peores mordiscos de la enfermedad podían retrasar su cita con los lectores, aunque el escritor se empeñara siempre en volver al trabajo antes de lo pensado. Hasta ayer.
Adiós, pues, a un prosista excepcional. Sin sus novelas y ensayos, sin su acerada memoria de niño de la posguerra y de protagonista de la Transición, sin sus columnas de El MUNDO sería imposible comprender los gozos y alucinaciones de nuestro siglo XX. Umbral cruzó ayer, de madrugada, el umbral de la muerte, pero también el de la posteridad inmortal.


29 Agosto 2007
El solo de violín del periodismo
Empecé leyendo a Francisco Umbral en El Norte de Castilla de Valladolid, cuando yo aún no había llegado a la Universidad y donde él ya trabajaba de reportero casi estrella y entrevistaba a actrices jóvenes y otras famosas futuras. Las entrevistas de Umbral eran refrescantes y originales, y estaban muy bien escritas. No era extraño que Miguel Delibes, alma de El Norte, se hubiera fijado en el joven periodista y le hubiera incorporado a la cuadra de nuevos escritores del periódico, en la que ya estaban el cura Martín Descalzo, una institución en la ciudad, futuro ganador del Nadal, y a la que pronto llegaría el cronista Manu Leguineche, que luego sentó cátedra como enviado especial a las guerras de todo el mundo.
Recuerdo a Umbral con melena y con botines; posiblemente no calzaba aún botines pero yo le recuerdo así, qué le voy a hacer. Se hizo notar muy pronto, no por la melena y los botines, sino por su magnífica prosa, que destacaba sobre la generalmente gris expresión de los diarios. Ya entonces era una delicia leerle, sus entrevistas a las jais y otros periodismos urgentes. En Valladolid se le consideraba de la ciudad y él, que había nacido en Madrid y no era tonto, se dejaba querer y se hacía de Valladolid, patria tenida del mejor castellano.
No había empezado Umbral a escribir columnas, pero le quedaba poco trecho. Posiblemente no le tentara entonces el periodismo de opinión porque quien firmaba artículos por aquellos años era por lo general solemne y pomposo. Había que escribir tesis, a ser posible magníficas, o describir el campo y la ciudad con propensiones de poetas. Era una manera de escapar al control político de la prensa, que odiaba la descripción de la realidad, cuánto más la realidad desagradable, o sea, la que los lectores podían tener ante sus ojos si los levantaban del periódico. Pero el tiempo jugó a su favor y la evolución política permitió que los periódicos se pegaran al terreno. Entonces, el reportero Umbral, que había realizado ya incursiones en la literatura, recaló en la columna periodística y al poco tiempo demostró que su manejo del lenguaje, su desparpajo y su capacidad de observación le iban a permitir remozar el género y revitalizarlo.
Umbral destacó como columnista de periódico por muchos motivos que lo erigen como figura, pero hay dos que me parecen fundamentales. Uno de ellos fue su arquitectura verbal, que lo distinguió toda su vida, desde sus primeras letras en el periódico o en el libro. Inventaba la retórica escrita con la incorporación del lenguaje coloquial, del lenguaje de la calle o del lenguaje reelaborado por él desde la cotidianidad. Siempre fue una sorpresa leer sus textos, en los que era muy frecuente encontrar hallazgos deslumbrantes, o festivos, o burlescos, o irónicos. Así como Valle Inclán, uno de sus venerados antecesores, inventó un lenguaje sudamericano en Tirano Banderas, él reinventaba cada día el castellano popular de hoy. Luego resultó que a Umbral lo rechazó la Academia, como a Valle, esos absurdos que ocurren en la vida de los que nunca nos arrepentiremos lo bastante.
La segunda razón de las que hicieron grande al Umbral columnista fue su independencia de criterio. Me asombraba, sobre todo a medida que pasaban los años, cómo iba despegando sus juicios de la ideología, a pesar de ser en él tan relevante. No siempre se podía estar de acuerdo con él, pero a veces en la discrepancia había que reconocer su autonomía personal, su esfuerzo por analizar sin sumisiones. Siempre se dijo de izquierdas, pero la izquierda no se libró de sus críticas. Elogió, por ejemplo, al Felipe Gonzá-lez de las dos primeras legislaturas y desaprobó sin ambigüedades al Felipe González de las dos últimas. En mi antología del articulismo del siglo XX -Un siglo en cien artículos- incluí uno suyo titulado elocuentemente Glez., que desde la síncopa del encabezamiento era una significativa recusación del ídolo caído por sus errores y sus excesos. Y desde esa misma almena de la izquierda en la que se declaraba situado, no dejó de subrayar elogios, cuando los creyó oportunos, a la derecha, a Mariano Rajoy y también a José María Aznar, a quien algunos escritores de la izquierda radical no han ponderado nunca ni los favores que de él han recibido.
Una vez definió Umbral la columna periodística como «el solo de violín del periodismo», y eso está muy bien dicho. La columna periodística es una labor en solitario en medio de la orquesta del periódico, que ha de destacar a veces sobre ella y que ha de plegarse otras, responder a una frase, subrayar otra, replicar y luego sonar al tiempo con los demás instrumentos, para despegarse de nuevo y oponerse al conjunto si es el caso… Cuando en un periódico hay libertad interna, el columnista lleva también la contraria, no siempre dice amén a la línea editorial, o sea, se erige como solista. Si tuviera que definir a Umbral con una metáfora musical, diría que sonaba como el tercer movimiento del concierto para violín de Max Bruch, el allegro energico, en el que el solista parece ir vigorosamente por libre y vuelve al conjunto de pronto, se emancipa brillantemente pero no deja de lado al resto de la orquesta, emerge con fraseo inesperado hasta que todo confluye en una concertación que hace estallar los aplausos.
Claro que el mejor violinista a veces desafina. De eso no se libró tampoco Umbral. Recuerdo una columna desafortunada sobre la madre Teresa de Calcuta, que le ocasionó muchas críticas y algún disgusto. No sé por qué Umbral la escribió, nunca se lo pregunté, y sospecho que alguna vez se arrepintió de ello. Es posible que hoy, con tiempo y con perspectiva, rectificara otras opiniones y puliera terceras alusiones. Todos, con tiempo, perspectiva y ganas, también rectificamos. Hay impulsos que sólo transitan en las intimidades de la conciencia y sólo uno sabe por qué las hace y por qué las dice, o acaso no, o por qué no debió hacerlas o no debió decirlas.
Me sorprendió ayer la muerte de Umbral en los montes de León, de camino hacia Santiago. Esto no tiene ninguna importancia, pero lo digo porque el día, que era radiante, se me nubló con su recuerdo y con la perspectiva de no volver a leer un hallazgo, una sutileza, una ironía, ni siquiera una nueva línea del maestro. De tanto leerle, pese a las discrepancias, y de verle por ahí, y de recibir siempre un comentario o un gesto de cordialidad -Umbral parecía distante pero era un ser humano entrañable-, tuve de pronto una pesada sensación de pérdida. Dediqué al Santo la etapa de ayer en tu honor, Paco, y espero que hoy te encuentres bien.