16 junio 2017

Muere Helmut Kohl, el canciller que gestionó la reunificación de Alemania

Hechos

El 16 de junio de 2017 falleció Helmut Kohl.

17 Junio 2017

El gigante que cerró la cicatriz de Alemania

Daniel Perla

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Un gigante en lo físico y en lo político. Temblaba la tarima de sala donde entraba, con su 1,93 metros de estatura y sus 150 kilos de peso, que recuperaba en unas semanas, tras la cura de adelgazamiento de verano en Austria.

Católico en un país de mayoría protestante. Duro, directo, con la sagacidad de un campesino de su tierra, el Palatinado, donde nació el 3 de abril de 1930. De lenguaje simple a pesar de su doctorado en Historia por Heidelberg. Kohl reconocía que tenía la suerte de haber nacido tarde; había cumplido nueve años cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, de manera que solo pudo ser alistado como otros miles de jóvenes al final del conflicto, aunque no participó en la guerra. Si hubiera nacido antes hubiera sido un soldado más y quizá habría muerto como su hermano mayor y muchos millones de combatientes.

Entró en la CDU –la recién fundada democracia cristiana alemana– tras el fin de la guerra, con 17 años. Con 39 era el joven jefe de gobierno del Estado federado de Renania-Palatinado. En 1976 fue elegido para el Bundestag y asumió la presidencia de la CDU, en la oposición.

Llegó al cargo de canciller en 1982, no directamente por la urnas sino por la traición de los liberales de Hans Dietrich Genscher, el que fuera tradicional partido-bisagra, que retiraron su apoyo al socialdemócrata Helmut Schmidt para dárselo a la democracia cristiana y a su oscuro presidente.

Durante años fue objeto de críticas y de mofas por parte de la izquierda que se reía de su cara de pera –Birne le llamaban– y de su flojísima tesis doctoral como historiador, sobre el resurgimiento de los partidos tras la guerra. Pero la Historia le aupó entre los más grandes, Adenauer, el padre de la nueva Alemania; Erhard el símbolo del milagro alemán; Brandt, la figura impecable que abrió las ventanas al Este y el siempre frío, hanseático, pero eficaz Helmut Schmidt.

No hizo nada para que cayera el muro, que se le vino encima a Gorbachov por su impreciso proceso de reformas, pero supo aprovechar la oportunidad para erigirse como el canciller de la soñada reunificación. La Historia le colocó en un momento clave de la Europa del siglo XX, que él supo aprovechar con mano maestra. Y se arriesgó, anteponiendo la política a la lógica económica.

Hizo la unificación alemana a velocidad de vértigo, desde la caída del muro –el 9 de noviembre del 89– al 3 de octubre del 90. Los socialdemócratas, dirigidos entonces por Oskar Lafontaine –hoy en Die Linke (La Izquierda)– proponían una fusión lenta, por etapas, no traumática, pero fueron barridos por la urnas en las elecciones del 18 de marzo de 1990, cuando ganó la CDU del Este, hermana de la Federal. En un mitin en Dresde, todavía República Democrática, en las Navidades del 89, Kohl vio a las masas eufóricas ondeando la bandera federal y dijo a sus vecinos en la tribuna: «Esto está hecho». Se refería a la unificación.

Kohl sabía, informado por sus servicios secretos, o intuía con su sagacidad de campesino, que la Unión Soviética de Gorbachov no iba a durar mucho. Había 350.000 soldados soviéticos estacionados en la Alemania del Este. En caso de fragmentación de la URSS, como sucedió en 1991, hubiera sido imposible negociar con la ristra de nuevos estados surgidos: Ucrania, Bielorrusia, los bálticos, Azerbaiyán…

Con la unificación nació un gigante en el corazón de Europa. Kohl, perteneciente a la generación que vivió la guerra, que vio su ciudad natal, Ludwigshafen, convertida en ruinas, sostenía siempre que deseaba una Alemania diluida en Europa, no una Europa dominada por Alemania.

La Francia de Mitterrand tenía miedo. Había que anclar al gigante y surgió la UE y el euro, una reforma que, como ha demostrado la crisis griega, nació coja, no se propuso una Unión política y fiscal y se mezclaron en la moneda países demasiado fuertes con los demasiado débiles.

Se equivocó también Kohl con el futuro de la Alemania del Este para la que prometía en 1990 unos «paisajes florecientes en tres o cuatro años». Su profecía no se cumplió. Hoy, 25 años después, los nuevos Estados del Este alemán, salvo algunas islas, son tierra de emigración.

En 1999, tras perder las elecciones frente al socialdemócrata Gerhard Schröder un año antes, pasó de la cumbre de la historia a las cloacas de la política, en un país donde la corrupción se paga. Y rápidamente. Se descubrió que Kohl había facilitado la financiación ilegal de su partido, sobre todo de la pobre CDU del Este, mediante fondos de una petrolífera francesa y la venta de carros de combate a Arabia Saudí.

Su protegida, la mujer que llegó del Este, Angela Merkel, a la que nombró ministra del primer gobierno de la Alemania unificada, no movió una pestaña al ver la caída de su mentor. Luego, le mató políticamente y pidió su salida de la presidencia del partido, cargo que ocupó ella. Cinco años después llegó a la cancillería, desde la que, como dicen sus críticos, rige los destinos de Europa.

Su esposa Hannelore vivió años recluida en su casa de Oggersheim. Se suicidó en 2001. Sufría una extraña alergia a la luz. Había sido violada por soldados soviéticos, cuando las tropas entraron en Alemania.

En 2008, Kohl sufrió un traumatismo craneoencefálico al caerse en su casa y desde entonces tenía problemas con el habla y paralizado parte del cuerpo. Pero poco después se casó con Maike Richter, 35 años más joven. Cuidó de él, pero le aisló de antiguos amigos, de su fiel chófer con el que había hecho cinco millones de kilómetros por todo el país; incluso de su dos hijos varones. El ascenso y la caída de un gran líder.

Daniel Peral fue jefe de Internacional en TVE y corresponsal en Alemania.

Merkel no movió un dedo para salvarle y luego le ‘asesinó’ políticamente

Se equivocó en su profecía del Este, que 25 años después es tierra de emigración

16 Junio 2017

Muere Helmut Kohl, un europeísta en estado puro

Lluis Bassets

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Helmut Kohl, que ha fallecido este viernes por la mañana en su casa de Ludwigshafen a los 87 años, según ha confirmado su partido, la CDU, ha sido el canciller de la unificación alemana. Sin su claridad de ideas, sin su sensatez y su empeño, también sin su capacidad de decisión y de convicción dentro y fuera de Alemania, tal acontecimiento trascendental en la historia de Europa no se habría producido en el breve plazo de once meses entre el 9 de noviembre de 1989, día en que cayó el Muro de Berlín, y el 3 de octubre de 1990 cuando los seis länder de la vieja República Democrática de Alemania quedaron incorporados en la República Federal e integrados directamente en la que entonces se llamaba Comunidad Europea, culminando así la ampliación más rápida que se ha producido en toda su historia.

Kohl se sitúa en el frontispicio de la historia alemana junto a Bismarck, que hizo la primera unidad en 1871 en Versalles tras vencer a Francia, y junto a Adenauer que construyó la Alemania democrática y la reconcilió con su vecino y enemigo secular francés. De hecho, el mérito de Kohl es todavía mayor, porque su proyecto de unir a los alemanes era solo la otra cara de su proyecto de unir a los europeos y de hacerlo, además, en libertad, no a través de la guerra como Bismarck, ni bajo un régimen de ocupación y división, como Adenauer.

Así, Kohl es también el canciller de la unidad y la libertad europeas, el político del salto hacia delante europeo a partir de la unificación alemana y que ha llevado a la creación de la moneda común, a la ampliación de las fronteras europeas hasta los confines de Rusia con el ingreso de 28 miembros, y a la consolidación de la mayor zona de respeto de los derechos humanos y de las libertades, de estabilidad, seguridad y prosperidad de toda la historia; un balance que en el momento de su muerte todavía se mantiene plenamente, a pesar de los nubarrones que se ciernen ahora sobre Europa.

Para este hombre corriente, vulgar incluso, un gigantón de casi dos metros surgido de la política renana más provincial de una Alemania dividida y ocupada, la libertad y la unidad de los alemanes ha sido desde su misma juventud la otra cara de la libertad y la unidad de todos los europeos. En la caída del Muro encontró su oportunidad, este momento decisivo y excepcional que pone a prueba a quien tiene el privilegio de encontrarla. De no haber sucedido quizás ni siquiera habría ganado las siguientes elecciones y pocos le recordarían en el momento de su desaparición.