12 mayo 2003

Le sustituirá como presidente su hijo José Manuel Lara Bosch, que ya dirigía el grupo desde su cargo de Consejero Delegado

Muere José Manuel Lara Hernández, fundador del imperio editorial Grupo Planeta cuando esta empieza a entrar en el sector medios

Hechos

El 12 de mayo de 2003 falleció D. José Manuel Lara Hernández, presidente del Grupo Planeta.

13 Mayo 2003

Lara

Luis María Anson

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Es uno de los grandes de España del siglo XX. Partió de la nada para construir el mayor imperio editorial en lengua española, uno de los tres o cuatro más importantes de todo el mundo. Era tenaz, trabajador, lúcido, imaginativo, original. Su valor personal y empresarial erizaba el vello hasta la escarpia. Más de cuarenta años de amistad con él, sin baches, me permiten añadir que, además era sensible, enamorado de la familia, solidario y cariñoso. Su capacidad para la ternura rozaba a veces la conveniencia del negocio editorial. Pero así era Lara: Gran conocedor de la condición humana, de sus debilidades, soberbias y vanidades, estaba más cerca del hombre, que del libro.

Su bondad no admitía ofensa a esa dignidad inalterable que mantuvo toda su vida. A Fraga le escribió una carta, que se hizo pública, en la que le decía: “Tú sabes mejor que nadie que mi militancia en el partido al que perteneces no ha sido teórica. Siempre he estado dispuesto a contribuir con cantidades económicas a veces muy copiosas y, lo que me parece más importante, con mi actitud pública que ha arrastrado tanto en Sevilla como, sobre todo, aquí en Barcelona, muy numerosos votos en favor de la opción que representas. No te voy a especificar las desatenciones y descortesías, cuando no vejaciones, que  he recibido en los últimos tiempos de un partido al que de forma tan desprendida y generosa he servido desde su fundación”. Total, que se dio de baja de Alianza Popular cuando el partido iniciaba la escalada.

Quien no le falló nunca fue el Rey. El marquesado de Pedroso de Lara vino a subrayar para él y sus descendientes el reconocimiento de la Corona y del pueblo a la obra gigantesca de un español singular. Su espíritu liberal le hacía reconocer el mérito allí donde se producía. En diciembre de 1972 me escribió: “El ministro Sánchez Bella me contó que un general te había puesto verde por colocar en la portada del suplemento de ABC una fotografía de Pablo Neruda. ¡Qué le vamos a hacer! No sé si estarás enterado de que Neruda quería que yo le publicase sus obras selectas, que Rosales hiciese el prólogo y la selección y que estaba dispuesto a venir a España para la firma de ejemplares. Yo considero que eso sería un éxito para España, pero el ministro no tiene la misma opinión”. ¡Dios mío, qué tiempos aquellos!

Forcejeamos, en fin, por mi libro Don Juan. El editor se dio cuenta, con su sagacidad habitual, del éxito que podía alcanzar y en carta que conservo me ofreció cien millones de pesetas de anticipo. Yo había dado mi palabra a Plaza, así que no pudo ser. Desde los últimos años de Franco quería que publicáramos un periódico juntos. Hizo incluso tanteos para adquirir ABC. Ya enfermo tuvo la satisfacción de desembarcar en LA RAZÓN en un momento decisivo, cuando Antonio Asensio maniobraba para convertir este periódico en una publicación del Grupo Zeta.

Se me enturbia la pluma, en fin, al recordar la amistad y el magisterio de este hombre irrepetible, de frases y gestos que se han hecho místicos, y que deja oquedades y orfandades imposibles ya de cubrir.

Luis María Anson

13 Mayo 2003

Un franquista pragmático

Rafael Borrás

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En la primavera de 1973 le propuse a José Manuel Lara Hernández publicar en Planeta la colección Espejo de España, que con el tiempo, hasta su clausura en mayo de 1995, tras mi salida de la editorial, se convirtió en un referente imprescindible, con 178 títulos en la calle, de lo que supuso la esperanza, frustrada, de la Segunda República, los horrores de la Guerra Civil y sus consecuencias, las arbitrariedades del franquismo, y sobre todo -cosa que ni Lara ni yo podíamos prever en aquellos momentos-las servidumbres de la transición de una dictadura a un sistema democrático de libertades formales.

Firmé con Lara, como director de Espejo, un contrato de prestación de servicios que no tenía carácter laboral vinculante, pero le pedí que me habilitara un despacho en el que sólo necesitaba una mesa, una máquina de escribir y un teléfono; así lo hizo, y me ubicó en una planta baja de un edificio propiedad suya, en la misma calle donde Planeta tenía su sede; allí estaban instalados Fernando Lizcano de la Rosa y Negrevernis, responsable entonces de las Relaciones Públicas, y Francisco Ortega, maestro de correctores.

Lizcano de la Rosa era hijo del capitán laureado del mismo nombre que en Barcelona se había sumado a la sublevación militar contra la República el 19 de julio de 1936; tras ser juzgado por un Consejo de Guerra con todas las garantías jurídicas de la época, había sido condenado a muerte y ejecutado en el castillo de Montjuic; parece ser que le pidió a Jaume Muravitlles, responsable de los servicios de Propaganda de la Generalitat de Lluis Companys, que asistiese a su fusilamiento, que afrontó con gran dignidad.

Lizcano, hijo, tras su intento fallido de ingreso en la Academia General Militar de Zaragoza, se dedicó a las Relaciones Públicas -que a mí me parecían muy alejadas de las llamadas virtudes castrenses-, por las mañanas en la Diputación Provincial de Barcelona, donde creo le había situado Mariano Calviño, y por las tardes en Planeta; Ortega era un viejo malagueño que compaginaba sin problemas su acendrado catolicismo con su militancia azañista de antes de la Guerra Civil. Pensé que José Manuel Lara Hernández, sin él tal vez advertirlo, por puro instinto más que por cálculo deliberado, estaba propiciando una pacífica convivencia en la vida real que en la vida oficial -1973- el sistema se negaba a reconocer.

Meses después, en septiembre de aquel año, José Manuel Lara Bosch me ofreció la Dirección literaria de Planeta, que acepté no sin ciertas resistencias por mi parte, como explico en La batalla de Waterloo, mis memorias de una etapa editorial que verán la luz con los amenes de mayo o el inicio de junio. Ello me permitió, hasta abril de 1995, en que cesé en mis funciones, ser testigo de excepción de un hecho tal vez poco valorado: el viejo Lara era un franquista convencido, posiblemente sujeto a nostalgias, pero sin complejos; estuvo encantado de que a finales de los 70, dos años después de la muerte del general, se alzasen con el premio Planeta de novela, en tres convocatorias sucesivas Jorge Semprún, Juan Marsé y Manuel Vázquez Montalbán. Por lo que atañe a Espejo de España, recuerdo que cuando en 1993 me presenté en el despacho de Santiago Carrillo para solicitar la edición de sus memorias, el ya ex secretario general del Partido Comunista me dijo:

– Esperaba su visita. Este libro mío sólo puede publicarse en la colección que usted dirige.

Porque allí, en Espejo, habían visto la luz innumerables testimonios de la época del general, desde Mis conversaciones privadas con Franco, de su primo y confidente Franco Salgado-Araujo, hasta las memorias de Ramón Serrano Suñer, Pilar Franco Bahamonde, Vicente Gil, Vicente Pozuelo, José Antonio Girón o José Utrera Molina. Pero se habían publicado, también, entre otros, los testimonios de Claudio Sánchez Albornoz y de Salvador de Madariaga, de Niceto Alcalá-Zamora y de Diego Martínez Barrio, de Manuel Tagüeña y de Dolores Ibarruri. El pragmatismo de José Manuel Lara Hernández, pese a su franquismo, permitió que hoy dispongamos de un corpus documental cuya utilidad histórica los hispanistas han sido los primeros en valorar.

Al acierto de José Manuel Lara Hernández de haber patrocinado la colección Espejo cabe añadir, en esta hora de balances urgentes, otros dos: la edición española de la Gran Enciclopedia Larousse, con un equipo muy amplio en el que contaba, por encima de todo, la valía intelectual de sus miembros, más bien escorados a la izquierda, y la creación y la continuidad del Premio Planeta de novela, que ha servido, como el mismo Lara explicó tantas veces, si no para descubrir nuevos valores sí para aportar nuevos lectores.

14 Mayo 2003

Alejandría de clase media

Francisco Umbral

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A José Manuel Lara se le reprochó mucho que fabricase libros para los pobres, para la clase media baja con una cultura también baja. Si hubiera hecho solamente libros exquisitos a Lara le hubieran reprochado la exquisitez: «Qué tío, así cualquiera, sólo hace libros para los ricos, cosas de lujo, cómo no se va a hacer millonario».

Quiere uno decir que el español siempre tiene reproches para el que triunfa. A las familias humildes, como la de Lara, se les reprocha su humildad, su pobreza, su falta de clase. A las familias bien, como la de Aznar, se les reprocha el oro que les viene desde el siglo XVIII o antes. En un sentido o en otro, aquí siempre se critica al que destaca en solitario o en grupo.A José Manuel Lara, que tenía un fino deje andaluz para torear estas cosas, le dijeron de todo, pero él seguía a lo suyo. Hoy ha quedado como un gran hombre que hizo una biblioteca como una Alejandría de clase media. Pero es justo al revés, fue la biblioteca la que hizo al hombre, ya que Lara compró los fondos de una editorial arruinada y luego encontró una manera de vender el libro, ese extraño objeto, uno a uno, cuando lo que da rentabilidad es comprar en bloque y vender por unidad. Esto es un principio clásico del comercio y con ello no descubro nada. Pero lo clásico está olvidado y Lara, que era un clásico con acento de Pedroso, lo volvió a inventar.

Entre los muchos negocios que se traía salió bien lo de los libros, pero igual podría haber salido otra cosa. Lara tenía el fino instinto mediterráneo del vendedor y este instinto se le afinó en Barcelona, donde no dan puntada sin hilo. A más a más, Lara casó con una mujer excepcional, María Teresa, que era la conciencia literaria de la editorial. A mí siempre me decía «qué ganas tengo de darte el premio». Pero ya estaba en marcha la Factory Planeta y las cosas iban por otro lado, encrispándose de gerentes y alejándose lo inevitable del costado literario de aquella mujer.

Se dice también de Lara que es un editor muy moderno, así como muy americano, pero uno cree, por el contrario, que Lara había creado un tronco familiar de donde brotaban hojas y libros todos los días. Su conciencia familiar pasaba a los libros y por eso solían ser novelas muy españolas y familiares que llegaban poco a poco a la conciencia sentimental de la vieja que hilaba el copo. Ahora que Planeta se ha convertido en una empresa internacional, que lo abarca todo dentro y fuera de la cultura, uno se siente incapaz de explicar ese laberinto que no entiende. Tengo cierta intimidad con la Casa pero es como si me pidieran que escribiese un artículo sobre la General Motors metiendo toda la General en dos folios.

A medida que Lara le perdía el miedo al esnobismo de la cultura, la cultura le perdía el miedo a Lara, que editaba y edita libros de vanguardia españoles y extranjeros. Lara tenía una simpatía sobria pasada por el sol entrefino de su acento andaluz y su ironía. Pasamos algunas jornadas charlando en la gran rotonda del Palace de Madrid. Había llegado a tal acumulación de memoria y olvido que no había sino dejarle hablar y aprender de él. Yo creo que fue paternal conmigo y sorteó bien mi incurable esnobismo de autor culto y de estilista. Conocía mi costado comercial mejor que yo, que no lo he descubierto todavía. Eso le debo y tanto más.