8 septiembre 2022

Muere la reina de Inglaterra, Isabel II, Jefa de Estado del Reino Unido y cabeza de las monarquías de todo el mundo

Hechos

El 8 de septiembre de 2022 fallece la reina del Reino Unido, Dña. Isabel II.

08 Septiembre 2022

El adiós de una Reina

ABC (Director: Julián Quirós)

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La muerte de Isabel II ha sumido en una profunda conmoción al Reino Unido, setenta años después de iniciar un reinado marcado por éxitos de la Corona y zozobras personales

EL fallecimiento de la Reina Isabel II ha sumido a todo el Reino Unido en una profunda conmoción, que rápidamente se extendió por todo el planeta desde el mismo instante en que la televisión oficial británica, la BBC, decidió suspender su programación habitual y sus presentadores aparecían en pantalla vestidos de luto. El de Isabel II es el adiós de todo un símbolo con una innegable dimensión histórica de dignidad, aplomo y representatividad para todas las Monarquías del mundo. Tuvo la virtud de reinar durante siete décadas, viendo pasar ante sí a dieciséis primeros ministros del Reino Unido, desde Winston Churchill en la etapa más dramática de «sangre, sudor y lágrimas» para los británicos, hasta la recién designada, Liz Truss, pasando por Harold Macmillan, Margaret Thatcher, John Major, Tony Blair o Boris Johnson. Isabel II ha jalonado la trayectoria de más de setenta años vida pública en el Reino Unido, y sobre su fuerte presencia institucional y su capacidad de influencia social, política, cultural o religiosa, se ha fortalecido la democracia de la Europa occidental saliente de la Segunda Guerra Mundial. Durante los últimos meses, su estado de salud, cada vez más delicado, fue agravándose y fue ella misma quien decidió pasar sus últimos días en la residencia escocesa de Balmoral, donde falleció a los 96 años de edad.

En su reinado, Isabel II vivió tantos momentos de satisfacción como de zozobra institucional y personal. Alcanzó el trono en 1953, después del fallecimiento de su padre, el Rey Jorge, quien a su vez había sido coronado tras la renuncia de su hermano, Eduardo VIII. Antes, la Reina ya experimentó la dureza de sus obligaciones asumiendo funciones públicas durante la Segunda Guerra Mundial, cuando participó de las labores del sector femenino del Ejército británico. Eso marcaría el férreo, incluso distante, sentido institucional del que dotó a todo su reinado. El historiador Charles Powell recordó en estas páginas que la Monarquía británica siempre permanecerá indisolublemente unida al recuerdo de aquel conflicto bélico como experiencia colectiva, y a la nostalgia que suscita lo que Churchill definió como el ‘finest hour’ jamás protagonizado por sus conciudadanos. Después, la construcción europea, el proceso de descolonización en diversos países que habían pertenecido a la Commonwealth, la guerra fría, la caída del Muro de Berlín, o más recientemente el Brexit que tanto daño ha hecho a toda la Unión, han ido marcando cada tramo de un reinado marcado por severas dificultades.

Sin embargo, es en el ámbito familiar donde más sufrió Isabel II los rigores de su Corona y su exigencia de compatibilizar su papel de hija, hermana y madre con el hieratismo y la frialdad institucional inherente a su propia condición de sangre. No puede decirse que la Familia Real británica haya facilitado a Isabel II el poso y el sosiego necesario que requería su labor. Siempre resultó una tarea muy difícil de conciliar todos los intereses en juego: mantener a salvo la dignidad de la institución y no alejarla emocionalmente de la sociedad británica, garantizar la estabilidad de la Monarquía frente a episodios reiterados de antipatía o rechazo ciudadano, y mantener a raya los complejos equilibrios familiares, a menudo rotos con sonoras disputas internas, separaciones matrimoniales, vidas amorosas paralelas y escándalos varios. La trágica muerte de Diana de Gales hace veinticinco años marcó significativamente su reinado. La reacción de la Familia Real mostrando indolencia emocional hacia una mujer, convertida en un fenómeno de masas que había contribuido a humanizar a la Corona y a generar empatías que superaron las previsiones de Isabel II, obligó a la Corona a reiniciar un proceso de acercamiento a la ciudadanía. En aquel momento, la Monarquía tomó conciencia de que si bien es cierto que su futuro no podía depender solamente de su popularidad, tampoco ya era posible reinar de espaldas a las preocupaciones y aspiraciones de los británicos.

Isabel II vivió aclamada por una inmensa mayoría de su pueblo, incluso cuando en momentos duros, y fueron muchos, la Corona cayó en descrédito. Pero también vivió bajo críticas feroces que trataron de combatir su legitimidad histórica bajo la idea de que algunos valores y comportamientos de la liturgia regia habían quedado desfasados, o de que representó valores elitistas y privilegiados ajenos a la meritocracia. Isabel II siempre lo superó y en sus últimos años trabajó para recomponer la confianza de los británicos en una Monarquía encarnada en toda una seña de identidad patriótica, orgullo y tradición. Con Isabel II se marcha la Reina más longeva de la historia británica, y una de las que más tiempo han reinado en el mundo. Ahora, el Príncipe Carlos debe asumir un reto dinástico histórico.

09 Septiembre 2022

Isabel II, un siglo de monarquía

EL PAÍS (Directora: Pepa Bueno)

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Durante más de 70 años la reina mantuvo la neutralidad que garantizó la continuidad de la Corona británica

Con la muerte de Isabel II, el Reino Unido y la comunidad internacional asisten a la desaparición de una figura que ha atravesado desde un lugar privilegiado las grandes etapas de la segunda mitad del siglo XX y casi del primer cuarto del presente siglo. Su larguísimo reinado (cerca de 71 años) ha sido el más longevo de la historia británica, y ha abarcado desde la reordenación global del mundo tras la II Guerra Mundial hasta el desmoronamiento de algunos de sus actores principales como la Unión Soviética. Desde la pérdida del Imperio Británico hasta el papel que debía jugar la monarquía en esa nueva realidad.

Coronada en febrero de 1952 a la edad de 25 años, a Isabel II le tocó presidir la desaparición definitiva del Imperio Británico, que ya había perdido en 1945 bajo el reinado de Jorge VI su territorio más preciado, la India. El Reino Unido pasó en pocas décadas de superpotencia mundial a potencia importante, un cambio aceptado con pragmatismo por la soberana fallecida para quien lo más importante siempre fue, por encima de todo, e incluyendo a su propia familia, la continuidad de la Corona.

También fueron sustanciales los cambios en el interior de su país. En el transcurso de siete décadas conoció a 15 primeros ministros que encontraron a una reina que mantuvo la distancia institucional. El abundante anecdotario sobre sus opiniones privadas forma parte de la recreación más o menos ficcionada pero quedó fuera del alcance de la opinión pública, a excepción, quizá, de una relación cuando menos tirante con Margaret Thatcher. Sufrió en su propia familia el terrorismo del IRA con el asesinato en 1979 de Lord Mountbatten, pero respetó los Acuerdos de Viernes Santo de 1998 y en 2012 estrechó la mano y conversó con el excomandante de esa organización, Martin McGuinness, en su calidad de vice primer ministro de Irlanda del Norte. El exlíder terrorista alabó en público a la reina por su apoyo al proceso de paz y ante el referéndum en 2014 por la independencia de Escocia, Isabel II se declaró “neutral”.

Tal vez los mayores quebraderos de cabeza hayan venido de los avatares familiares y los interiores laberínticos de Windsor. Poco antes de ser coronada, su hermana le anunció que se casaba con alguien que no era de sangre real. Algunos de sus hijos siguieron el mismo camino para escándalo anacrónico de una familia de rígidas tradiciones. Pero sin duda la persona que pudo llegar a desestabilizar de forma más evidente a Isabel II fue la compleja y dolorosa relación de la familia real con Diana de Gales. La fría reacción de la reina ante el fallecimiento hace ahora 25 años de Lady Di evidenció una distancia inédita entre buena parte del país y su reina. Con un alto coste de imagen y mucho tiempo después, Isabel II logró suturar esa herida volviendo a su impávida institucionalidad, pese a los avatares amorosos, financieros y penales que han afectado en los últimos años a sus hijos y nietos. La inverosímil edad a la que llega su hijo Carlos (73 años) y su mujer y reina consorte, Camila de Cornualles, a la transmisión de la Corona hace un poco más enigmática la forma de continuidad que encontrará una institución que vive, precisamente, de su capacidad autosuficiente de garantizarla.

 

09 Septiembre 2022

La reina más reina

Jaime Peñafiel

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Su Graciosa Majestad la reina Isabel II de Inglaterra podía considerarse, con todo derecho, como la reina más reina del mundo, admirada y reverenciada no solo por su pueblo sino por todos los soberanos y soberanas de las actuales monarquías.

La propia Reina Sofía lo ha reconocido con una anécdota elocuentemente expresiva. Sucedió durante una visita del real matrimonio a Londres donde se hospedaron, por invitación de la prima Lilibeth, como familiarmente la llama su primo el rey Juan Carlos, en Buckingham. Y una noche, cuando se disponían a salir para cenar, se cruzaron, en uno de los corredores del gigantesco edificio, con una señora con la cabeza cubierta por un pañuelo, botas de agua y rodeada de una serie de pequeños perros colghi quien, al cruzarse con ellos, ¡con sus primos!, simplemente les dijo: «Good night», continuando su camino. Doña Sofía, sorprendida, le musitó a don Juan Carlos: «¡Juanito, Juanito, es la reina!».

Esto es un ejemplo de la existencia de un verdadero foso entre la vida cotidiana de todo el mundo, incluidos los demás reyes, y la reina de Inglaterra para quien, como reconoció Beltrand Meyer, uno de sus biógrafos, «no atravesaríamos jamás el espejo: el outside world no existe para ella sino como virtualidad. Su realidad es la vida de palacio, la vida del castillo».

La monarquía británica sabe que su supervivencia depende del apego y la estima que le demuestra la nación. De ahí la doble necesidad de parecer accesible a sus súbditos, guardando, no obstante, las distancias, la actitud y el mínimo de pompa, sin las cuales el respeto declina. La reina Isabel mantenía inalterables dos normas que regían los comportamientos de su vida. No se trataba de simples formalidades: «Never complain, never explain» (Nunca lamentarse, nunca dar explicaciones). También: «Nunca delante del servicio».

La Reina Isabel era una mujer flemática y firme, constante y diligente que a lo largo de su reinado se mantuvo fiel a sus señas de identidad, como son su famoso bolso Launer, una especie de código cifrado con el que advertía a sus escoltas y a sus damas de compañía que le ayudaran a dar por finalizada una conversación con un interlocutor pesado o que ya estaba lista para marcharse si el bolso cambiaba de una mano a otra o si lo colocaba sobre la mesa o en el suelo.

El contenido del bolso de la reina era algo así como un secreto de Estado. Pero, durante una recepción, un invitado se aproximó a la soberana y cuando ésta abrió el bolso descubrió, con estupor, que en el interior no había nada mas que galletas para sus perros.

Y no viajaba jamás sin su tetera, su jarra, su agua de Malverne para las indisposiciones estomacales, su azúcar Barley para las náuseas, sus píldoras homeopáticas, su almohada de plumas y su rosco para el váter. Y, por supuesto, toda la vestimenta de su modisto, sir Norman Hartnell. Elizabeth escribía con pluma Parker, bebía whisky Haig y para el desayuno gustaba de los copos Kellogs. La elección de los colores en su ropa y en sus sombreros, respondían a un solo imperativo: hacerse identificable de inmediato en medio de una multitud. A diferencia de Letizia, a quien Felipe prohibió, desde el mismo día que se casaron, que escribiera un diario, la Reina Isabel, antes de acostarse, anotaba muy puntillosamente sus impresiones en un diario que vale oro. Dicen que Laurence Olivier necesitaba horas para desembarazarse de Hamlet. A Lilibeth le hacía falta otro tanto para desearle buenas noches a la Reina de Inglaterra.

09 Septiembre 2022

Una reina ejemplar

Francisco Marhuenda

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Isabel II era la soberana de uno de los países más importantes del mundo. Inglaterra y luego Gran Bretaña, tras la unión de los diversos territorios que conforman las islas británicas, ha tenido un papel histórico decisivo no solo en Europa sino en el mundo. En el siglo XVIII ya era un gran imperio que supo aprovechar su condición de archipiélago para ser una talasocracia perfecta. Ese aislamiento del continente resultó decisivo, pues la última invasión que sufrió fue la de Guillermo el Conquistador, el primer rey normando de Inglaterra, en 1066. Los ingleses supieron aprovechar el mar para expandirse por el mundo y conseguir un poder marítimo impresionante, así como territorios en todos los continentes. No hay duda de que Isabel II tuvo siempre muy presente ese amor por su patria y el peso de su responsabilidad histórica. Una gran nación debía tener una reina ejemplar. Sus privilegios como jefa del Estado eran un enorme honor que merecían una entrega absoluta a su pueblo y la institución. Por ello, he sentido siempre una gran admiración por una mujer que estuvo a la altura de las circunstancias. No tengo la misma opinión de otros miembros de su familia o de otras casas reales.El nacer en un estatus privilegiado tiene que ser un acicate para buscar esa ejemplaridad. El penoso espectáculo que han dado algunos reyes y príncipes, tanto de familias reinantes como de otras que perdieron la Corona, es lamentable. Esa utilización de su condición que ha conducido a la soberbia, la arrogancia o los escándalos son un demérito. La jefatura de un Estado, ya sea una monarquía o una república, debería conllevar un comportamiento que condujera a ser un referente ético y moral. En el caso de los reyes y las reinas se añade la dificultad de la larga duración de su magistratura. No importa. Tienen que seguir el camino de Isabel II, que aprendió desde niña que su estatus no era un privilegio sino un deber. Hay miembros de familias reales, como sucede con la británica, que producen vergüenza. No aprendieron nada de esa gran reina. Hay que esperar que Carlos III y su consorte sigan sus pasos. En nuestro caso, Felipe VI y la reina Letizia han situado muy alto el listón de la Monarquía.

09 Septiembre 2022

Ayuso y Moreno se equivocan

ABC (Director: Julián Quirós)

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No hay ninguna razón solvente para decretar luto oficial autonómico por el fallecimiento de Isabel II

Nunca, salvo en los casos de dos Papas, se ha decretado en España un luto oficial por la muerte de un jefe de Estado extranjero. Por eso no se entiende bien que tanto la Comunidad de Madrid como la de Andalucía hayan decretado, respectivamente, tres días y un día de luto en esas autonomías por el fallecimiento de Isabel II. No hay ninguna razón solvente para que así sea, ni siquiera dejar en evidencia a Sánchez por la falta de una respuesta similar del Gobierno de la nación al óbito de la Reina británica. Sánchez ya da suficientes motivos de inacción o torpeza institucional en tantos asuntos y este de poner de luto a parte del Estado no está entre ellos. Tanto Ayuso como Moreno tienen a su disposición formas institucionales suficientes, y más acordes al acontecimiento, para mostrar en las Comunidades que presiden el duelo por la muerte de un personalidad de una relevancia histórica y unos méritos incuestionables. Cualquier sobreactuación en este terreno no solo deja en evidencia al jefe del Ejecutivo sino a sus propios compañeros de partido que gobiernan en otras regiones.