7 marzo 2008

Uno de sus hijos es Alonso González de Gregorio Viñamata, atacado desde EL MUNDO

Muere Luisa Álvarez de Toledo Maura, ‘la Duquesa Roja’ tras casarse como lesbiana con su sumisa secretaria

Hechos

Luisa Isabel Álvarez de Toledo y Maura falleció el 7 de marzo de 2008. 

Lecturas

D. Alonso González de Gregorio Viñamata, que tras un largo pleito asumirá los títulos nobiliarios de su madre, protestó por una referencia despectiva hacia él de Dña. Carmen Rigalt en EL MUNDO. 

08 Marzo 2008

La última duquesa roja

Eva Díez Pérez

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Por las venas de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, de la Casa de Medina-Sidonia, corría esa sangre de óleos de galería de ilustres, era grande de España y su linaje se remontaba a Guzmán el Bueno. Sin embargo, el título con el que pasará a la Historia será con el de la duquesa roja, apelativo que se ganó cuando, en 1967, el Tribunal de Orden Público la condenó a un año de cárcel por apoyar a los vecinos de Palomares durante el episodio de las bombas norteamericanas.

Desde aquel lejano 1967, Isabel Álvarez de Toledo siguió labrando su biografía de duquesa roja, de republicana que solía referirse al Rey Juan Carlos como ciudadano Borbón, molestando a los de su clase con sus vehementes argumentos de ácrata, alejándose del perfil lampedusiano de la aristocracia al uso.

La duquesa roja nació en Estoril (Portugal) en 1936. Era hija de Joaquín Álvarez de Toledo y de Carmen Maura, nieta del estadista Antonio Maura. Se casó en 1955 con José Leoncio González de Gregorio y Martí del que se separó tras tener tres hijos.

En los últimos años, Isabel Álvarez de Toledo había seguido batallando, discutiendo, navegando contra corriente desde su palacio de Sanlúcar de Barrameda, convertido en sede de la Fundación Medina Sidonia y donde se guarda el archivo privado más importante de Europa. Precisamente, entre esos legajos, la duquesa articuló algunas de sus sorprendentes teorías históricas. Una de las más polémicas y con la que se ganó el rechazo de muchos historiadores, fue que Colón no descubrió América. La duquesa mantenía, apoyada en algunos documentos de su archivo, que antes que el almirante llegaron otros, por ejemplo, los templarios, los «caballeros de ultramar».

Ese polvillo de legajos parecía teñir su pelo. Cada vez parecía más menuda, más enjuta, casi quijotesca paseando por las estancias de su palacio con olor a libros de siglos, a maderas nobles, terciopelos, brocados y cuadros de antepasados. La polémica aristócrata solía decir que le incomodaba tener antepasados como Felipe II o el duque de Lerma y sobre Guzmán el Bueno, el primer señor de Sanlúcar, aseguraba que «era nieto de una negra» basándose en sus investigaciones históricas.

Precisamente, dedicó gran parte de su vida a desmontar muchas tesis históricas y a polemizar sobre determinados episodios como hizo en Historia de una Conjura que, según manifestaba, quedó mutilado por lo que tuvo que publicar un segundo tomo, El poder y la opinión bajo Felipe IV.

Otras obras de la duquesa roja fueron Alonso Pérez de Guzmán, General de la Invencible, África versus América y No fuimos nosotros, donde desmontaba el capítulo del descubrimiento de América por Colón.

No sólo se dedicó a publicar ensayos -la mayor parte autoeditados- sino que escribió novelas en las que retrataba el caciquismo en Andalucía durante el franquismo como La Greve (La Huelga) o La Cacería -editada por Grijalbo en 1977-. En La Base (1971) reflexionaba sobre el impacto de la instalación de una base norteamericana en un pueblo andaluz y en Palomares, tras cuya publicación tuvo que marcharse al exilio, rescataba el episodio de las bombas atómicas que le había llevado a la cárcel. Precisamente, sobre su experiencia en prisión publicó en el extranjero My prison, una recopilación de los artículos que aparecieron en Sábado Gráfico.

Aunque seguía investigando, llevaba algunos años sin aparecer públicamente. Ella afirmaba que no estaba retirada sino censurada y que vivía «de lo que me dejaron mis abuelitos, de ahorrar y de gastar muy poco». No hace mucho, su palacio había albergado un acto organizado por el Ateneo Republicano de Sevilla. Otro gesto más de rebeldía. «Esta monarquía no me ha dado ningún motivo para cambiar. Siguen censurando, cambiando y manipulando la Historia», afirmaba.

En 1997, el realizador Paco Betriu filmó la película La duquesa roja, que protagonizaba Rosa María Sardá, un sainete de humor esperpéntico en el que una aristócrata denunciaba los desmanes urbanísticos. Muchos vieron un claro trasunto de Isabel Álvarez de Toledo, quien había criticado con fuerza la corrupción urbanística en Sanlúcar.

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16 Marzo 2008

Rojo desteñido

Carmen Rigalt

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Las rojeces palidecen y se destiñen. Días atrás murió Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia para la Diputación General de la Grandeza y duquesa roja para el pueblo. Luisa Isabel tenía «grandeza inmemorial». O sea, era grandísima. Pero en su frágil arquitectura albergaba una energía gigantesca. Plantó cara al franquismo, vivió en la cárcel y en el exilio, llegó a ser juzgada por un tribunal militar a propósito de su novela La huelga y en Palomares, cuando la bomba, encabezó una protesta defendiendo el derecho de los habitantes a recibir una indemnización justa. Tenía títulos por un tubo, algunos de musical prosodia (principessa de Montalbán y Paternó, contessa de Caltabellota, Caltabuturo y Caltaxineta, etcétera), pero su preferido fue siempre el de duquesa roja, que le catapultó a la fama. Era tierna y borde, un poco iluminada, transgresora. Orgullosa y austera. Republicana hasta la médula, aunque mimó el título que le tocó en herencia, tal vez para diferenciarlo de los títulos que concedía Franco durante la dictadura y que a ella le producían gran hilaridad: condesa de Fenosa, duquesa de Carrero Blanco, etc. La mayor parte de su vida la dedicó a catalogar y conservar el archivo de Medina Sidonia, donde yacía un gran caudal de documentos históricos. Aquel tesoro le quemaba en las manos a la duquesa, que peleó sin mucho éxito por darlo a conocer. Nunca arrojó la toalla y mantuvo, ante quien quiso oírla, su contraversión de la historia de España a partir de los legajos que obraban en su poder. El archivo de Medina Sidonia, a través de la duquesa, se alzaba desafiante frente al archivo de Simancas.

Luisa Isabel no desaprovechó ninguna ocasión para divulgar su interpretación histórica. Yo misma, en una de las ocasiones en que la entrevisté, fui invitada a descifrar, con su ayuda, unos documentos que echaban por tierra las fechas oficiales del Descubrimiento. A un lado de la mesa puso un mapa de América anterior a 1492, y a otro, un mapa de la península Ibérica y el norte de África. Las palabras que daban nombre a los accidentes geográficos se repetían fielmente en ambos documentos. Algo no cuadraba. Para la duquesa estaba claro: Colón no fue el primero.

Lo decía sin dejar de sonreír, invadida de complacencia. Ella pasaba horas encerrada con sus documentos, yendo de un rey a otro rey, y de una batallita a otra batallita. Se alimentaba de papeles y tenía la cabeza sumergida en un inmenso puzzle. A su lado, como una sombra dócil, estaba Liliane, la mujer con quien compartía la vida. Le había puesto el cargo de secretaria para no dar explicaciones. Siempre estaban juntas, cruzando sus miradas azules, entendiéndose desde el silencio, amándose.

Auparon la fundación y explotaron una pequeña hostería en el Palacio de Sanlúcar con objeto de rentabilizar algunas de las habitaciones libres. No era un chateaux relais, pero estaba en el epicentro de la historia. Las mujeres cuidaban el negocio primorosamente, enseñaban el palacio y ofrecían mermelada elaborada con sus propias manos. En verano aparcaban los papeles y se mudaban a Zahara de los Atunes, donde tenía una sencilla casa aupada en una loma. También allí las visité un día. Aquella vez noté a la duquesa más protestona e impertinente que de costumbre. Se quejaba de los socialistas y todo le parecía mal. Sólo hallaba la paz en el rostro plácido de Lillian. Pocas horas antes de morir, Luisa Isabel contrajo matrimonio con ella. La duquesa roja ganaba así la batalla principal en la larga guerra de enfrentamientos familiares. Ni Dostoievski lo hubiera ideado mejor.

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APOYO

Cumbres borrascosas

LA VIUDA. Sombría fue la historia familiar de Luisa Isabel Álvarez de Toledo, duquesa de Medina Sidonia y nieta de Antonio Maura. Separada de Leoncio González de Gregorio, fallecido unos días antes que ella, siempre vivió enfrentada a sus hijos por pleitos de herencias. La tensión se mascó hasta el día del entierro: por un lado estaba la viuda, parapetada entre una guardia pretoriana de lesbianas, y por otro los hijos, tratando de imponer el derecho de la sangre. Uno de ellos, Gabriel, se ha despachado esta semana en los medios de comunicación, arrogándose el honor de ser hijo de la primera duquesa lesbiana. La ironía de su comentario, sin embargo, no eclipsa el rencor que alberga hacia su madre. Gabriel es el pequeño y carga también con un matrimonio roto a las espaldas. Dicen que la esposa le pidió el divorcio tras descubrir unas cartas comprometedoras. Usa pelambrera de violinista húngaro y estética de pordiosero pop (pamelas, gafas de pasta blanca, pantalones bermudas y medias de lana verde fosforito). Su look está a mitad de camino entre Jackie Onassis y un muñeco tirolés. En el club Puerta de Hierro dicen que va a ducharse allí para no gastar agua caliente en casa.

La más conocida de los hermanos es Pilar de Gregorio, duquesa de Fernandina. De aspecto convencional y mirada rubia, no parece hija de su madre. Sin embargo, quienes la conocen señalan que su carácter está marcado por las devastadas relaciones entre la familia. Pilar tiene dos hijos: José, habido de su matrimonio con Rafael Márquez, y Tomasito, habido de su matrimonio con Tomás Terry. Actualmente tiene una pareja en consonancia con las anteriores, pero sin institucionalizar. El hermano mayor de Pilar es Leoncio, también de florido currículo. Estuvo casado con Montserrat Viñamatas, hija de los condes de Alba y Aliste y hermana de Conchita Godó (por su matrimonio con el conde de Godó), y es padre del conde de Niebla. A saber: Alonsito, de veintipocos años, un chico mono, dulce y tontorrón que estudia diseño en París y despierta pasiones turbulentas.

21 Marzo 2008

Respuesta por una alusión de Rigalt

Alonso Enrique Glez. de Gregorio Vinamata

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El pasado domingo, día 16 de marzo, Carmen Rigalt se refería a mí en su crónica semanal. Paso por alto el hecho de que me sorprendió que me citara -no tenía noticias de que esta periodista supiese de mi existencia-, pero me llama la atención los términos que utilizó para describirme. Según la señora Rigalt, soy «mono, dulce y tontorrón». No pretendo discutir esos calificativos (en esta vida, todo es cuestión de opiniones), pero sí me sorprende que vengan de una persona a la que no he visto en mi vida.

También dice que «estudio diseño», y ahí tengo que rectificar. Obtuve mi licenciatura en Administración de empresas hace dos años, y actualmente trabajo como ejecutivo en la central de Christian Dior en París. No voy a negar que a veces echo de menos la vida de estudiante, pero no hasta el punto de reenganchar, y menos para aprender costura, pues no tengo habilidad ni talento para ello.

Asimismo, siempre según Carmen Rigalt, «levanto pasiones». Reconozco que esa afirmación me halagaría si viniese de alguien que me conociera. De todas maneras, le agradezco que me haya puesto en antecedentes del efecto que -según ella- causo en los demás, y del que hasta ahora no era consciente.

Alonso Enrique Glez. de Gregorio Vinamata