1 marzo 2019

Fue aliado del PSOE primero, del PP después, para acabar enfrentado con ambos en posiciones afines

Muere Xabier Arzalluz Antia, que fuera Presidente del Partido Nacionalista Vasco (PNV) durante 25 años

Hechos

El 28 de febrero de 2019 falleció D. Xabier Arzalluz Antia.

01 Marzo 2019

La referencia imperturbable

DEIA (Director: Bingen Zupiria)

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CON EL FALLECIMIENTO DE XABIER ARZALLUZ, QUE LIDERÓ LA MODERNIZACIÓN DEL PNV Y DESDE ESA RESPONSABILIDAD CONTRIBUYÓ A LA TRANSFORMACIÓN DE EUSKADI, SE PIERDE UNA PERSONALIDAD POLÍTICA DE INFLUENCIA HISTÓRICA

EN alguna ocasión, en estas mismas páginas, Xabier Arzalluz confesaba que no le resultaba fácil definirse. «Un hombre tiene muchas contradicciones, no es líneal», decía. «Mi vida ha sido dura y en ese sentido soy bastante imperturbable ante las gentes y ante los acontecimientos. Pocas cosas me asustan. Por tanto, no sé exáctamente cómo soy. En todo caso, un saco de sensaciones, de vivencias. No se nos ve como somos…». Sin embargo, definir a Xabier Arzalluz Antia guarda la escasa dificultad de escribir una palabra, jeltzale; otra a lo sumo, abertzale. Porque Arzalluz ha sido, como todo jeltzale de su tiempo, de su generación, ambas cosas a la vez y antes que nada. Resulta más arduo definir, acotar, su importancia en lo que hoy es EAJ-PNV, en lo que hoy es Euskadi, abarcarla en toda su extensión. Ni uno, el partido, ni otra, la patria, podrían entenderse hoy sin la personalidad, la presencia e influencia políticas, enormes, indefinibles en su relevancia, de quien se comprometió con el Partido Nacionalista Vasco en plena dictadura de la mano de Luis María Retolaza y Juan de Ajuriaguerra –desde 1968, ya en 1971 formaba parte del BBB-; lo representó, representando a Euskadi, como diputado (1977-1979) en el Madrid constituyente del que se resistió a formar parte; y lo lideró desde 1980 hasta 2004, tiempo en el que llevó al PNV hacia la modernidad y desde esa responsabilidad contribuyó a transformar la Euskadi resistente, golpeada por la dictadura y la crisis económica, en la Euskadi emergente que recuperaba su identidad, su autogobierno y emprendía el desarrollo socioeconómico necesario ante los desafíos de este siglo XXI. Quizá porque él mismo, Arzalluz, poliédrico en sus capacidades, resultado del niño que correteaba Azkoitia, del jesuita en Alemania y el profesor y político en Bilbao, desdecía con hechos el dibujo inflexible con que algunos pretendieron caricaturizar el carácter imperturbable que él admitía. ¿Cómo iba a serlo quien alcanzó pactos y acuerdos que marcaron la vida política -y social- de Euskadi y del Estado con Felipe González, con José María Aznar y con Arnaldo Otegi y que por hacerlo tuvo que soportar ataques y críticas de todos ellos? Con su fallecimiento, Euskadi y EAJ-PNV, sus dos grandes desvelos, quedan huérfanos de una de sus principales referencias políticas. Xabier Arzalluz, Agur eta Ohore! Egun handira arte!

01 Marzo 2019

Las mil caras de Xabier Arzalluz

Luis R. Aizpeolea

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El exlíder del PNV, que ha muerto este jueves a los 86 años, transitó del pragmatismo inicial al soberanismo

“¿Qué somos? Eso debería tenerlo claro todo el mundo. El PNV es un partido soberanista y va a crear un Estado vasco. Eso es irrenunciable digan lo que digan. Otra cosa es cuándo y cómo. Eso ya lo verá el PNV”. Esta frase pertenece a la última intervención pública de Xabier Arzalluz, que falleció este jueves en Bilbao a los 86 años. Esa última aparición se produjo el 25 de marzo de 2018, en el Teatro Principal de San Sebastián, con motivo de la proyección de un documental con un título revelador: Xabier Arzalluz. Historia política de Euskadi.

En la que puede calificarse como su despedida pública, Arzalluz (Azkoitia, 86 años) solo estuvo arropado por la dirección guipuzcoana del PNV, la más soberanista, y en el documental no ahorró reproches al EBB, su dirección actual, por su pragmatismo y por haber dejado caer al lehendakari Juan José Ibarretxe (1998-2009), al que Arzalluz apoyó en su última etapa al frente del partido.

Arzalluz estaba alejado de la política y dejó de prodigarse en público —se había refugiado en su caserío de Galdakao— desde que en 2004 el tándem formado por Josu Jon Imaz e Iñigo Urkullu ganó las elecciones a la dirección del PNV frente a su candidato Joseba Egibar, representante de la línea más soberanista, y le dio un giro pragmático y en defensa de la pluralidad vasca.

La deriva soberanista de Arzalluz data de los primeros noventa y está ligada a la eclosión que sacudió la Europa central y del este tras la caída de los regímenes comunistas y la aparición de nuevas naciones —bálticas, exyugoslavas…— reconocidas por la UE.

Arzalluz, con aquel referente europeo, apostó por una vía soberanista para Euskadi a la que vinculó a Batasuna, el brazo político de ETA. Se trataba de acabar, conjuntamente, con el terrorismo mediante el reconocimiento del derecho a la autodeterminación por parte del Estado. Aquella estrategia equivocada, que fracturó la sociedad vasca, se plasmó en el Pacto de Lizarra (1998-2000) y, tras su fracaso, continuó con el Plan Ibarretxe (2001-08), una propuesta confederal y un referéndum consultivo, también fracasados.

Arzalluz, en contraste con otros dirigentes más jóvenes, que abandonaron el soberanismo unilateral para sacar al PNV del atolladero, se atrincheró y por ello perdió el Gobierno vasco. Su apoyo a Ibarretxe y su vinculación con Batasuna, unido a la insensibilidad hacia las víctimas del terrorismo, en aquella etapa, le hicieron impopular entre los no nacionalistas vascos y en el resto de España. Buen orador y locuaz, algunas de sus declaraciones de esa época —como “unos mueven el árbol y otros recogen las nueces”— terminaron de arruinar su prestigio.

Pero no hay un único Arzalluz. Su personalidad política fue muy compleja. Si en su etapa final ha representado al soberanismo nacionalista, durante la clandestinidad, la Transición y los años ochenta encarnó el pragmatismo y contribuyó decisivamente a construir el autogobierno vasco y a cooperar con la democracia española, alcanzando mucho predicamento público.

Arzalluz fue un nacionalista singular. De familia carlista, nacido en la Euskadi profunda, en el Urola guipuzcoano, junto a la basílica de Loyola, antes de dedicarse a la política fue jesuita. Estuvo en Alemania, con la inmigración española, y trabajó en las minas de Huelva. Completó su formación como ayudante de Carlos Ollero en su cátedra de Teoría del Estado en la Universidad Complutense y en esa etapa de su vida, en 1968, se afilió al PNV en la clandestinidad.

Figura en la Transición

Encabezó la lista del PNV en el Congreso en las Cortes Constituyentes (1977-79) y participó en los debates más importantes de la Transición. Solía recordar que su mejor intervención parlamentaria fue la defensa de la Ley de Amnistía, en la que abogó por la reconciliación.

Aunque el PNV apostó por la abstención de la Constitución, tuvo un intenso debate interno en el que Arzalluz representó el pragmatismo y Carlos Garaikoetxea el soberanismo. Su gran aportación a la política fue su protagonismo en la elaboración y aprobación del Estatuto de Gernika (1980) que, de algún modo, recuperó la legalidad no reconocida por el PNV por su abstención en el referéndum sobre la Constitución.

En coherencia con su defensa del Estatuto, Arzalluz, en los años ochenta, defendió la pluralidad vasca, la convivencia entre nacionalistas y no nacionalistas, recogida en su “discurso del Arriaga”, que dio cobertura política al nacionalismo en el primer Gobierno vasco PNV-PSE de 1987. Antes, en 1986, fue actor de la gran escisión del PNV en la democracia, en 1986, que enfrentó sus tesis estatutistas a las soberanistas de Garaikoetxea. También defendió y firmó, en nombre del PNV, el Pacto de Ajuria Enea, de 1988, el primer acuerdo político de todos los partidos vascos contra ETA. Con la misma pasión que luego defendería el soberanismo de Ibarretxe, defendió entonces la pluralidad de Euskadi. Incluso, todavía en 1993 y 1996, como líder del PNV, apoyó la investidura de Felipe González y de José María Aznar, respectivamente. Este pragmatismo dejó huella en el PNV, pero Arzalluz ya no la continuó.

28 Febrero 2019

Amnistía como reconciliación

Patxo Unzueta

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De los varios Arzalluz que caben en su biografía hay uno que destaca: el Arzalluz del otoño de 1977, defensor de la Ley de Amnistía como pacto de convivencia entre vencedores y derrotados de la Guerra Civil. Julio Jáuregui, negociador del PNV en el Madrid de la época, explicó en el recién constituido Parlamento que con esa ley se trataba de perdonar y olvidar a los que mataron al presidente Companys y los que mataron al presidente Carrero, a García Lorca y a Muñoz Seca, al ministro de la Gobernación Julián de Zugazagoitia y a las víctimas de Paracuellos… Como se ha dicho con notable deformación de la realidad la Ley de Amnistía no fue impuesta por los antiguos franquistas, sino que fue fruto del consenso entre estos y los antiguos antifranquistas, a iniciativa de estos últimos. En el pleno parlamentario que aprobaría la ley invocó Arzalluz el sentido

En octubre de 2008, a raíz del auto del juez Garzón sobre el franquismo y del recurso contra ese auto presentado por el fiscal general del Estado, estalló en la prensa española una ruidosa polémica en la que se llegó a comparar la Ley de Amnistía de 1977 con la de Punto Final de Argentina y se insinuó que había habido un pacto de silencio que había lastrado de un cierto déficit democrático a la España del posfranquismo. En la reunión semanal del consejo editorial de EL PAÍS celebrada el 21 de octubre de 2008, Javier Pradera, editorialista de EL PAÍS durante los años de la Transición, pidió la palabra para decir que comparar la Ley de Amnistía con la de Punto Final era un disparate jurídico y una ofensa para los antifranquistas que lucharon por ella y cuya aprobación fue considerada una victoria de la democracia y también una norma necesaria para culminar la reconciliación entre los españoles. Tras recordar que su padre y su abuelo, carlistas, habían sido asesinados en San Sebastián en las primeras semanas de la Guerra Civil, a manos de milicianos incontrolados, Pradera invocó los discursos de Arzalluz y de Marcelino Camacho en el debate de 1977. En su discurso previo a la votación de la ley Xabier Arzalluz recordó que hechos de sangre los había habido en ambos bandos y pidió el voto a la amnistía como cancelación de ese pasado y como gesto de perdón mutuo.

Como ha reiterado Santos Juliá desde hace años, toda amnistía en situaciones de salida de una dictadura es en buena medida recíproca. Porque ¿cómo incluir entre los amnistiados a condenados por terrorismo sin incluir al mismo tiempo los delitos que habrían podido cometer las autoridades, funcionarios y agentes de orden público con motivo u ocasión de las investigaciones y persecución de los actos incluidos en la ley? Otros Arzalluz menos lúcidos (o el único Arzalluz en momentos de lucidez) han dicho cosas que chocaban con ese espíritu reconciliador. Pero nunca fue tan lúcido Arzalluz como durante aquellos históricos días.

Se adhiere a los criterios de

reconciliador de una norma votada tanto por personas con muchos años de cárcel y de exilio como por otras que habían formado parte de Gobiernos causantes de esa cárcel y de ese exilio.