1 noviembre 2005

Nace la Infanta Leonor: La primera hija de los príncipes Felipe y Letizia y futura heredera al Trono de España

Hechos

El 30 de octubre de 2005 se produjo el nacimiento de Dña. Leonor de Borbón.

Lecturas

PIFIA DE CAMPOS Y PEÑAFIEL EN ‘CADA DÍA’: «SE SABE QUE SERÁ NIÑO».

Jaime Peñafiel – Dicen los príncipes “nos da igual que sea niño o niña”. ¿Saben por qué les da igual? Porque todo el mundo sabe que es un niño. Es niño. No hay la menor duda.

María Teresa Campos – Esto no lo puedes decir oficialmente, porque aunque tú y yo estemos convencidos de que es un niño y otras personas…

Jaime Peñafiel – ¡Es que se sabe! ¡Es que se sabe!

María Teresa Campos – La gente hace sus cábalas…

Jaime Peñafiel – No me pinches, no me obligues a dar mis fuentes.

10 Mayo 2005

El embarazo de Peñafiel

Ferrán Monegal

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Del especial que realizó el domingo por la noche la señora Campos sobre la buena nueva de la princesa de Asturias (ANTENA 3) anotemos el golpe de humor de Pepe Oneto. Lo primero que hizo fue decirle a Peñafiel: «Enhorabuena, Jaime, enhorabuena». O sea, como si el embarazado fuese Jaime y no Letizia. ¡Ah! bien mirado no es extravagante el apunte: la Campos y Peñafiel se pasaron todo el programa recordando que, dos semanas antes que la Casa Real, ellos ya lo habían dicho. No nos extraña en absoluto. Sobre embarazos regios, son imbatibles.

01 Noviembre 2005

Leonor de Borbón

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Los príncipes ya son padres; la niña se llama Leonor, es infanta, tendrá el tratamiento de Alteza Real y es la segunda en la línea sucesoria, después de don Felipe. Y aunque la necesidad no es acuciante, como dijo ayer el propio príncipe de Asturias, porque el rey Juan Carlos ya tiene sucesor y es precisamente el padre de la recién nacida, conviene ponerse a la tarea de reformar la Constitución para corregir lo que para la sensibilidad actual es una anomalía: que el hombre tenga preferencia sobre la mujer para heredar el trono de España. Si naciera un segundo hijo varón de los príncipes antes de que la reforma se hubiera completado, pasaría a ocupar, siquiera temporalmente, ese segundo lugar sucesorio, en lugar de su hermana mayor.

En su programa electoral, el hoy presidente del Gobierno propuso cuatro reformas constitucionales: la sucesoria; la incorporación a la Carta Magna del nombre oficial de las comunidades autónomas; la transformación del Senado para convertirlo en Cámara de representación de las comunidades; y la adecuación de la Constitución a la integración europea. La de la sucesión, que habrá de modificar el artículo 57.1, reviste una cierta complejidad, porque afecta a la parte especialmente protegida de la Constitución. Ello obliga a aplicar el procedimiento reforzado de reforma (artículo 168), que implica su aprobación con una mayoría de dos tercios de las cámaras, convocar a elecciones, volver a aprobar el texto por la misma mayoría en las nuevas cámaras, y ratificarlo en referéndum. Lo cual exigiría el acuerdo necesario de PSOE y PP en la primera votación y con toda probabilidad también en las nuevas Cortes.

El resto de las reformas no requiere un procedimiento reforzado, por lo que en teoría podrían separarse de la cuestión sucesoria. Pero no está claro que sea conveniente una consulta exclusivamente sobre una cuestión sucesoria que fácilmente podría convertirse en un plebiscito sobre la Monarquía. Lo propio es que el Gobierno agrupe todas las reformas, con la idea de hacer coincidir la obligatoria disolución prevista en el procedimiento de reforma con el final de la legislatura. Pero para que el proceso prospere se requiere el acuerdo del PP, lo cual no puede darse por establecido, al menos sobre la reforma del Senado.

Ya se ve, por tanto, que el asunto requiere cierta destreza. A fin de año debe entregar el Consejo de Estado el informe que encargó el Gobierno en marzo pasado sobre la mejor manera de abordar las reformas. Con independencia de la fórmula, es preciso trabajar en favor del consenso necesario en cualquiera de los casos. La responsabilidad de lograrlo es compartida. Ayer el presidente del Gobierno, en su declaración institucional con motivo del nacimiento de la infanta, hizo un elogio del papel desempeñado por la Monarquía como factor de «integración política, social y territorial». Por todo ello, tal vez la buena nueva, unida al acuerdo existente sobre la modificación relativa a la sucesión, estimule el acercamiento respecto a las otras reformas, incluyendo las territoriales. Si ocurre, doña Leonor habrá traído una oportunidad de reforzar la concordia nacional.

01 Noviembre 2005

Leonor en la historia de España

Luis Suárez Fernández (RAE)

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CUANDO en la mañana de ayer recibí la noticia de que la futura Princesa de Asturias iba a llamarse Leonor, dos ideas saltaron a mi conciencia de historiador. La primera, indudablemente, fue que ése es el nombre de la madre del primer Príncipe de Asturias, Enrique III; y la segunda, que Leonor es el nombre de una Reina que vino siendo niña, desde Inglaterra, educada en Normandía, Leonor de Aquitania, y que desarrolló un enorme papel en España.

Leonor de Aquitania -empecemos por ella- trajo a España la función fundamental de hacer que las mujeres tuvieran exactamente el mismo nivel que los hombres. Fundó las Huelgas de Burgos, donde el dominio de la abadesa se ejercía como si se tratara de una jurisdicción eclesiástica. Por allí pasaron los grandes poetas y los grandes trovadores de su tiempo. Y de allí salieron también dos grandes mujeres, que fueron nuevas reinas: Berenguela, la madre de San Fernando, y Blanca, la madre de San Luis de Francia. El nombre queda, pues, vinculado a la tradición histórica española. Y pasa de este modo a una hermana de Alfonso XI de Castilla, otra Leonor, que en 1329 contrae matrimonio con Pedro IV de Aragón y que es la madre de aquella Leonor que llegó a ser Reina de Castilla al casarse con Juan I.

Hay siempre un detalle curioso cuando los cronistas se ocupan de estas figuras, como es el caso de otra Leonor, hija de Alfonso IV de Portugal. Parece que todas ellas fueron capaces de destacar profundamente en la vida y en los afectos que rodean a una Monarquía. No hay que olvidar que ésa es una de las claves esenciales. Sin el amor entre Isabel y Fernando, o entre Bárbara de Braganza y Fernando VI, tendríamos que contar la Historia de una manera muy diferente. También hay una excepción, Leonor de Navarra, que sustituyó con malas artes a su hermana Blanca, que murió asesinada. Pero se trata de una excepción que viene un poco a confirmar la regla.

Encontramos el nombre de Leonor en toda la Baja Edad Media, alimentada por la memoria de aquélla que fue fundadora de la Huelgas de Burgos, y tan distinta de su madre, Alienor, que reinó en Inglaterra.

Es importante en estos momentos para un historiador, prescindiendo del asunto del nombre, destacar el papel que en la continuidad de la Dinastía tiene el hecho de que los Príncipes de Asturias hayan conseguido descendencia, pues de este modo se refuerza una trayectoria dinástica que estaba consolidada, pero que ahora experimenta una ganancia importante. No debemos plantear con urgencia ningún tema en relación con el reconocimiento del derecho femenino, porque mientras no haya un hijo varón, la trayectoria española, tan distinta de la francesa, siempre garantiza a la mujer la posibilidad de reinar. Es un tema que debe enfocarse quizás con tiempo, porque en los momentos actuales no es posible seguir manteniendo una diferencia sustancial entre varón y mujer. La igualdad no es solamente el reconocimiento de una equiparación jurídica, sino algo más, que entra muy de lleno en lo que es la tradición cultural española: el valor que la mujer tiene en la vida y que naturalmente la capacita y equipara.

El Principado de Asturias nació en 1388 como un proyecto de reforma política sumamente importante. Se puede decir que había precedentes, pero en el caso español, castellano en aquellos momentos, de lo que se trataba era de que el poder de la Monarquía, es decir, la potestad, ese ejercicio de funciones, pudiera contar simultáneamente con dos niveles: el del Rey, que es el que actúa; y el del Príncipe, que es el que colabora y se prepara. Ahora, en España, ya hay tres niveles. El comienzo de esta etapa puede ser importante, y más en estos días en que tantas confusiones se están moviendo. De acuerdo con la Constitución española, el Principado de Asturias tiene una heredera.

La Monarquía española no nace precisamente en la época de los Reyes Católicos; es un producto de la herencia romana, cuando ésta se consolida en las postrimerías del siglo VI de nuestra era al lograrse la integración de los elementos advenedizos, es decir, los germanos, con la población ya existente. Eso crea un esquema jurídico que va a estar presente en toda la vida española, en todos los fueros, en las leyes de Cataluña (los usatges), que no son otra cosa que la puesta al día del Código de Recesvinto, ese Derecho romano-germánico que constituyó la nacionalidad española. Porque nación no es sólo naturaleza: es compartir un patrimonio nutrido de derechos, de libertades, de cultura, de modo de ser, de valores, en fin, para la existencia.

El Principado de Asturias fue al principio un señorío al que se accedía por parte del heredero en el momento en que se pensaba que le había llegado la edad en que debía ejercer funciones efectivas. En este sentido, el número de Príncipes de Asturias es pequeño y ha presentado vaivenes. El primero fue Enrique, pero no llegó a serlo Juan II porque prácticamente nació Rey; sí lo fueron luego Enrique IV e Isabel la Católica; pero no en cambio Juana, por malnombre «La Beltraneja», como algunos autores erróneamente creen; y, por último, Don Juan, el heredero de los Reyes Católicos. A partir de la muerte de éste, el Principado se convierte en un título, no en un señorío, y en una condición, en la condición de aquél que va a hereder la Corona. Y así se ha mantenido con el tiempo.

Pienso que cuanto más se afirme en ese papel sustantivo que los Príncipes de Asturias deben desempeñar en el ejercicio de las funciones de la realeza, más fecundamente se asentará la Monarquía y más eficaz será. Por eso, el papel objetivo que en este momento está desempeñando Don Felipe, y a mí no me gusta ser adulador, me parece acertado y conveniente.

Hay otro factor que no debe dejarse fuera de consideración, el amor, el amor que deben tenerse los miembros de una Familia Real, porque, aunque no quieran, es algo que se refleja después en la vida de la comunidad a la cual están moralmente obligados a servir de ejemplo. Aquí empieza el gran desafío para esa niña que apenas tiene unas horas de vida. Una preparación para el futuro y una preparación que comienza siempre con la elevación de los sentimientos. Ahí es donde se abre una ventana importante. Conviene repasar la historia. El papel que aquella primera Leonor, la que vino de Aquitania, para ser Reina en Castilla, no tiene precio. Fue un cambio en la vida española que tuvo después grandes repercusiones colectivas.

Luis Suárez Fernández

01 Noviembre 2005

La mano de Doña Leonor

Antonio Burgos

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¿Y por qué hemos de cambiar la Constitución también en esto de la prelación del varón en el orden de sucesión al Trono, para que nada sea como siempre fue, para el facilongo y demagógico aleluya, aleluya, la que coja primero la Corona es suya? Por razones estéticas e históricas, si es así, renuncio a la mano de Doña Leonor como futura heredera, salvo que en la Ruber se haya estropeado la augusta máquina, el molde de fundir Reyes, y no tenga nunca jamás un hermano infantito.

Si tú a Joaquín el del Betis le quitas la camiseta verdiblanca con el 17, lo pones con un frac, una pechera almidonada, una corbata blanca de lazo y le colocas una batuta en la mano, no es Joaquín: es el director de la Orquesta Nacional. Si tú a El Fandi le quitas el terno rosa y oro, la chaquetilla, la taleguilla, el chalequillo, las zapatillas y la montera y le pones un bigote postizo como de león marino, una arrugada chaqueta desestructurada y una camisa negra, no es El Fandi: es Carod Rovira. A nadie se le ocurre quitarle el frac al director de la Orquesta Nacional, la camiseta verdiblanca a Joaquín, el terno rosa y oro a El Fandi o la camisa negra a Carod y uniformarlos a todos, un suponer, con un chándal, porque así estarán más cómodos y es más «democrático». Por ahora, claro. Que con el tiempo, hasta los magistrados del Supremo asistirán al solemne acto de apertura de tribunales en chándal. Que con el tiempo, hasta el arzobispo de Madrid-Alcalá se revestirá para las solemnes concelebraciones en La Almudena de vaquero y polo de mercadillo.

Camino de ello vamos. De momento a la Institución Monárquica quieren quitarle la magia, la historia, la liturgia, la singularidad de su esencia, el sufragio universal de los siglos, para hacerla igualitaria, «democrática», paritaria de paritorio. ¡Ah, y sin discriminación por sexo! Una Monarquía en chándal, vamos, que es más cómodo y más «democrático». Pues no, mire usted: la Institución Monárquica es garante de las leyes democráticas, pero no se rige por ellas. Por ello precisamente es garante, por su singularidad, porque está por encima del bien y del mal de los igualitarismos al uso, en su función de arbitraje. También sería más «democrático» que el Rey viviera en una solución habitacional de Sanchinarro, tuviera todas las mañanas que fichar a las 9 en su puesto de trabajo, fuera a la oficina en Metro, le dieran al año quince días de asuntos propios y que pudiera gozar de la jubilación al cumplir los 65 años… Si la que antes nazca hereda la Corona, sea hombre o mujer, ¿por qué por la misma regla de tres «democrática» no jubilamos ya al Rey, que está en la edad, y corre el escalafón? Gracias a Dios no es así, porque en tal caso, el Rey no sería el Rey, sino un funcionario del Gobierno, que es quizá en lo que algunos quieren convertirlo, con esto de la cuota femenina para la Corona. Sí, Princesas de Asturias de cuota, no de reemplazo del mágico azar de la Historia. Las Princesas de Asturias piden húsares, qué caray, no igualitarismos.

Dejemos las cosas como están, que por eso son como son. Si le quitamos la magia, la historia, la tradición, la liturgia, ¿qué diferencia hay entre la Corona y la comunidad de propietarios de su bloque de usted? La mano de Doña Leonor es ahora un calorcito mínimo que cuando aprieta instintivamente la de su padre apenas le abarca el dedo índice. En el calor de esas manos, la mano de la infantita agarrando un dedo de la mano de su padre, el heredero, está precisamente el símbolo de la continuidad dinástica, con su cultura de siglos, no en absurdas discriminaciones de sexo. Esa manita de Doña Leonor apretando la de su padre es ni más ni menos que seña singularísima de identidad histórica de esto que desde hace 500 años llamamos España. Todavía.