8 diciembre 1983

APenas dos semanas después de la tragedia del accidente en Mejorada del campo

Nueva tragedia aérea en España: dos aviones, un Boeing 727 y un DC-9, colisionan en barajas causando 93 muertos

Hechos

  • Un DC-9 de Aviaco que iba a volar a Santander, y un Boeing 727 de Iberia despegaba con destino a Roma colisionaron en el Aeropuerto de Barajas en Madrid.

08 Diciembre 1983

Hay responsables

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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Si una obligación tienen los medios de comunicación cuando noventa vidas humanas se han perdido en un accidente como el de ayer en Barajas, es no añadir dolor innecesario al dolor, ni dramatismo inútil al drama. Si una obligación tiene un gobernante, y un Gobierno, un juez y una justicia, es no aceptar como buenas las explicaciones sin solución o sin salida. La referencia estricta a factores meteorológicos, equivocaciones de quienes pagaron con la vida su error, y nada más, como única explicación del accidente, no sólo es moralmente indigna, sino políticamente inaceptable. Ayer por la mañana había niebla en Barajas y el piloto del avión de Aviaco confundió la pista de rodadura con la de aterrizaje y despegue -llamada en el argot activa-. Pero ayer por la mañana, en Barajas, como tantos otros días, se opera ba con desprecio de normas de seguridad dictadas no ya por todos los organismos internacionales y nacionales responsables de la navegación aérea, sino por el sentido común. Hay que pedir a los jueces y a las autoridades que investiguen si no son responsables los ministros de Transportes, los precedentes y el actual, de lo sucedido. Si no es responsable el director del aeropuerto, el precedente y el actual, el jefe de tráfico de turno, los directivos de las compañías que decidieron volar en esas condiciones, los controladores que aceptan trabajar a ciegas… No estamos señalando culpables: estamos pidiendo una investigación. Y estamos pidiendo que la haga el fiscal del Estado en un caso bastante más grave que el de Las Vulpes o el de Vinader. Estamos indicando que se han perdido noventa vidas que pudieron salvarse, que cientos de millones de pesetas han de ser pagados en indemnizaciones y que el terror y el dolor han sido esparcidos en Madrid, en Santander no sólo por unas adversas condiciones meteorológicas. También por negligencia. La sucesión de dos graves accidentes aéreos producidos en el corto plazo de diez días y en el mismo aeropuerto bastaría sin más para hacer merecedoras de toda sospecha las condiciones de control y seguridad que rigen en este centro de tráfico aéreo, el primero de España. Pero no existe siquiera la oportunidad para el beneficio de la sospecha. Antes de que las investigaciones señalaran las causalidades del fallo humano, el accidente aéreo del pasado día 27 de noviembre fue en algunos momentos verosímilmente relacionado con la falta de funcionamiento adecuado en Barajas de los equipos ILS que permiten el aterrizaje en condiciones precarias de visibilidad. Este mismo periódico ha publicado las denuncias de los controles de Paracuellos que señalan existen zonas de sombra en las que sus radares pierden a los aviones en las proximidades de Madrid. Hoy nos enteramos de algo más irritante, por absurdo: las pésimas condiciones de señalización sobre las pistas y la falta de un radar de superficie capaz de informar puntualmente a los controladores sobre la situación de cada aparato en tierra.

La tosquedad del sistema empleado en los desplazamientos de aparatos sobre tierra llega al extremo de que los aviones ruedan sobre las diferentes vías del aeropuerto como si fueran simples automóviles. O bien, exactamente, como automóviles, en cuanto que su orientación es exclusivamente la que proporciona la vista de los pilotos, sometidos a la temeraria aventura de seguir direcciones no debidamente marcadas y balizadas, al punto de desembocar en una pista activa por donde los aparatos alcanzan velocidades de hasta 400 kilómetros por hora en la carrera de despegue. No era el primer despiste de un piloto el de ayer, cuando el avión de Aviaco invadió la pista activa. Decenas, quizá cientos, de veces ha sucedido con anterioridad sin que las autoridades del aeropuerto hayan puesto un remedio tan simple como pintar debidamente unas rayas sobre el suelo, colocar unos avisos luminosos, instalar unos aparatos adecuados e impedir el tráfico aéreo en condiciones meteorológicas imposibles. Pese a ello, pese a los innumerables avisos de los propios pilotos, los reportajes publicados en la Prensa, los incidentes registrados y nunca contados, la situación ha continuado sin arreglarse. ¿Se arreglará ahora? En octubre de 1980 EL PAÍS publicó nada menos que seis artículos en los que se recogía una serie de reivindicaciones de los pilotos respecto a indispensables y urgentes mejoras técnicas para devolver la seguridad a un aeropuerto que la había perdido: Barajas. Estas necesidades fueron reconocidas como tales por las propias autoridades de la Aviación Civil. No se atendieron y son hoy la base del siniestro que ha ensangrentado las pistas del aeropuerto. ¿Vamos a conformamos con los lamentos o vamos a ver cómo se castiga a los responsables?

Para mayor vergüenza de los ministros de Transportes de la fenecida Unión de Centro Democrático, el aeropuerto había sido rimbombantemente reinaugurado con motivo de las mejoras que en él se realizaron para el Campeonato de Fútbol de 1982. Los millones que entonces se invirtieron, muchos de ellos en gestos suntuarios, no bastaron para instalar lo que los pilotos pedían: seguridad. La causa de esta tragedia tiene sus raíces en la ineficacia -cuando menos, digámoslo así- de los sucesivos responsables institucionales del aeropuerto de Madrid-Barajas. El ministro socialista de Transportes no puede ser exonerado de su propia responsabilidad política. Un año de gestión parece suficiente para haberse dado cuenta de estas cosas, que eran públicas y conocidas.

Si en 1977 no hubiera sucedido en Los Rodeos el mayor siniestro de la aviación comercial en circunstancias dramáticamente similares, quizá hubiera excusa alguna para estas negligentes autoridades que han mantenido una situación de riesgo permanente en el principal centro de comunicación aérea de España. (Y fácil es colegir, conociendo el habitual proceder jerárquico de nuestro Estado, que si en el aeropuerto de la capital se registran estos defectos y su falta de corrección, defectos similares o de otra índole pueden multiplicar los riesgos de viajar en avión por nuestro territorio.) Tripulaciones adiestradas de modo diferente y situadas en aeropuertos diferentes como han sido Los Rodeos y Barajas han sido presas de un mismo sistema de comunicación, entre la torre de control y el aparato, temerariamente rudimentario y, como se ve, criminalmente dispuesto contra la seguridad del pasaje. A los 585 muertos del accidente de hace seis años en Santa Cruz de Tenerife, siniestro récord de muertos en la aviación civil, se agrega ahora esta centena más de víctimas. Demasiadas muertes, que jamás debían haberse producido. Demasiado descuido en los transportes de viajeros en un país donde los accidentes de ferrocarril -dos más en el día de ayer, con un muerto y varios heridos- parecen haber adquirido ya el carácter de la asidua regularidad que se atribuye a los de carretera. Y donde las tragedias de la aviación se han sucedido en las dos últimas semanas con una frecuencia que la casualidad no explica.